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Authors: Arthur Miller

Tags: #Teatro contemporaneo

Las brujas de Salem (9 page)

BOOK: Las brujas de Salem
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Elizabeth
: Nunca te he llamado ruin.

Proctor
: ¿Cómo me acusas, entonces, de semejante promesa? ¡La promesa que yo le he dado a esa muchacha no es otra que la que un caballo le da a una yegua!

Elizabeth
: ¿Por qué te enojas conmigo, entonces, cuando te pido que rompas esa promesa?

Proctor
: ¡Porque envuelve una impostura, y yo soy honesto! Pero no he de rogar más. ¡Ya veo que tu alma se enrosca en el único error de mi vida, y nunca podré liberarla!

Elizabeth
(estallando)
: ¡La liberarás... cuando llegues a comprender que yo seré tu mujer única o no seré tu mujer! ¡Todavía llevas clavada una flecha de ella, John Proctor, y bien que lo sabes!

(Repentinamente, como si viniese del aire, aparece una figura en el umbral. Ellos se sobresaltan ligeramente. Es el señor Hale. Está diferente ahora... un poco indeciso, y hay en sus maneras una sensación de deferencia, hasta de culpa.)

Hale
: Buenas noches.

Proctor
(aún sobresaltado)
: ¡Oh, señor Hale! Buenas noches tengáis vos, señor. Entrad, entrad.

Hale
(a Elizabeth)
: Espero no haberos sobresaltado.

Elizabeth
: No, no; es que no oí llegar ningún caballo...

Hale
: Vos sois la señora Proctor.

Proctor
: Sí; Elizabeth.

Hale
(asiente y dice)
: Supongo que no os ibais a la cama todavía.

Proctor
(depositando su escopeta)
: No, no.
(Hale va al centro de la habitación. Proctor, tratando de explicar su nerviosidad)
: No estamos acostumbrados a recibir visitas durante la noche, pero sois bienvenido aquí. ¿Queréis sentaros, señor?

Hale
: Gracias.
(Se sienta.)
Tomad asiento, señora Proctor.

(Ella lo hace, sin quitarle la mirada de encima. Hay una pausa mientras Hale observa la habitación.)

Proctor
(para romper el silencio)
: ¿Beberéis sidra, señor Hale?

Hale
: No, me trastorna el estómago; todavía tengo algo que viajar esta noche. Sentaos, señor.
(Proctor se sienta.)
No os retendré mucho, pero tengo cierto asunto de que hablaros.

Proctor
: ¿Asunto del tribunal?

Hale
: No... no, vengo por mi cuenta, sin autorización del tribunal. Escuchadme.
(Se humedece los labios)
: No sé si lo sabéis, pero el nombre de vuestra esposa es... mencionado en la corte.

Proctor
: Lo sabemos, señor. Nuestra Mary Warren nos lo dijo. Estamos verdaderamente asombrados.

Hale
: Como sabéis, yo soy un extraño aquí. Y en mi ignorancia encuentro difícil formarme una clara opinión acerca de aquellos que vienen siendo acusados ante el tribunal. Y así esta tarde, y ahora esta noche, voy de casa en casa... vengo de lo de Rebecca Nurse y...

Elizabeth
(sacudida)
: ¡Rebecca está acusada!

Hale
: No permita Dios que alguien como ella sea acusado. No obstante... se la menciona un tanto.

Elizabeth
(intentando reír)
: Espero que no llegaréis a creer que Rebecca traficó con el Diablo.

Hale
: Mujer, es posible.

Proctor
(turbado)
: Estoy seguro de que no podéis pensar así.

Hale
: Esta es una época extraña, señor. Ningún hombre puede ya dudar de que las fuerzas de la oscuridad se han aliado en un monstruoso ataque a este pueblo. Ahora hay demasiada evidencia para negarlo. ¿Estáis de acuerdo?

Proctor
(evasivo)
: Yo no sé nada de esas cosas. Pero es difícil concebir que una mujer devota como ella sea secretamente una perra del Diablo después de setenta años de orar tan fervientemente.

Hale
: Sí. Pero el Diablo es astuto, no podéis negarlo. Sin embargo, ella está lejos de ser acusada, y sé que no lo será.
(Pausa.)
Pensé, señor, haceros algunas preguntas sobre el carácter cristiano de esta casa, si me lo permitís.

Proctor
(fríamente, resentido)
: Por que... nosotros... no tememos a las preguntas, señor.

Hale
: Bien, pues.
(Se pone más cómodo.)
Veo en el libro de anotaciones que lleva el señor Parris, que muy raramente estáis en la iglesia los días domingo.

Proctor
: No señor, estáis equivocado.

Hale
: Veintiséis veces en diez y siete meses, señor. Debo considerarlo poco. ¿Me diréis por qué estáis tan ausente?

Proctor
: Señor Hale, yo no sabía que debo rendirle cuentas a ese hombre por ir a la iglesia o quedarme en casa. Mi mujer estuvo enferma este invierno.

Hale
: Así me dicen. Pero vos, señor, ¿por qué no habéis podido venir solo?

Proctor
: Por cierto fui cuando pude, y cuando no pude me quedé a rezar en esta casa.

Hale
: Señor Proctor, vuestra casa no es una iglesia; lo que sabéis de teología debería enseñároslo.

Proctor
: Así es, señor, así es; y también me enseña que un ministro puede rogar a Dios aun sin tener candelabros de oro en el altar.

Hale
: ¿Qué candelabros de oro?

Proctor
: Desde que construimos la iglesia, eran de latón los candelabros que había en el altar; los hizo Francis Nurse, sabéis, y jamás tocó e] metal mano más pura. Pero vino Parris y durante veinte semanas no predicó más que candelabros de oro... hasta que los tuvo. Yo trabajo la tierra desde que apunta el día hasta que cae la noche y cuando miro al cielo y veo mi dinero reluciendo tan a su alcance... os digo la verdad, se resiente mi plegaria, señor, se resiente mi plegaria. A veces pienso que ese hombre sueña con catedrales, no con capillas de tablones.

Hale
(piensa; luego)
: Y sin embargo, señor, en día domingo un cristiano debe estar en la iglesia.
(pausa.)
Decidme... ¿tenéis tres hijos?

Proctor
: Sí, señor. Varones.

Hale
: ¿Cómo es que sólo dos están bautizados?

Proctor
(comienza a hablar, se detiene y luego, como incapaz de contenerse)
: No me gusta que el señor Parris ponga la mano sobre mi niño. No veo que ese hombre esté iluminado por Dios. No he de ocultarlo.

Hale
: Debo decirlo, señor Proctor: no sois vos quien lo ha de decidir. El hombre está ordenado, por lo tanto la luz de Dios está en él.

Proctor
(sonrojado de resentimiento pero tratando de sonreír)
: ¿Qué sospecháis, señor Hale?

Hale
: No, no, no tengo...

Proctor
: Yo clavé el techo de la iglesia, yo instalé la puerta...

Hale
: ¡Ah, lo habéis hecho! Eso es un buen indicio, pues.

Proctor
: Tal vez he sido demasiado apresurado para calificar a ese hombre, pero no podéis pensar que hayamos deseado destruir la religión. Creo que es eso lo que tenéis en la mente, ¿no?

Hale
(sin ceder)
: Yo... he... hay un punto débil en vuestros antecedentes, un punto débil.

Elizabeth
: Creo que, tal vez, hemos sido demasiado duros con el señor Parris. Así creo. Pero por cierto, aquí nunca hemos amado al Diablo.

Hale
(asiente, sopesando esas palabras. Luego, con la voz de quien toma un examen en secreto)
: Elizabeth, ¿sabes tus mandamientos?

Elizabeth
(sin vacilación, casi ansiosamente)
: Claro que sí. No encontraréis huella de culpa en mi vida, señor Hale. Soy una cristiana devota.

Hale
: ¿Y vos, señor?

Proctor
(algo inseguro)
: Yo... por supuesto que sí, señor.

Hale
(mira al franco rostro de ella, luego a John, y dice)
: Decidlos, si queréis.

Proctor
: Los Mandamientos.

Hale
: Eso es.

Proctor
(concentrándose; comenzando a transpirar)
: No matarás.

Hale
: Eso es.

Proctor
(contando con los dedos)
: No robarás. No codiciarás los bienes de tu prójimo ni grabarás para ti ninguna imagen. No invocarás en vano el nombre del Señor. No tendrás otros dioses antes que yo.
(Con alguna vacilación.)
Observarás el día del reposo y lo santificarás.
(Pausa.)
Honrarás a tu padre y a tu madre. No darás falso testimonio.
(Está cogido. Vuelve a contar con los dedos advirtiendo que falta uno.)
No grabarás para ti ninguna imagen.

Hale
: Lo habéis dicho dos veces, señor.

Proctor
(perdido)
: Sí.
(Hurgando en la memoria.)

Elizabeth
(delicadamente)
: Adulterio, John.

Proctor
(como si una flecha secreta hubiese herido su corazón)
: Sí.
(Tratando de sonreír... a Hale.)
Ya veis, señor, entre los dos los sabemos todos.
(Hale sólo mira a Proctor, empeñado en definir a este hombre. El embarazo de Proctor crece.)
Creo que es una falta pequeña.

Hale
: La teología, señor, es una fortaleza; en una fortaleza, ninguna grieta puede considerarse pequeña.
(Se levanta; parece preocupado. Da algunos pasos.)

Proctor
: En esta casa, señor, no hay amor por Satán.

Hale
: Así lo deseo, así lo deseo de corazón.
(Mira a ambos, intenta sonreirles, pero su aprensión es clara.)
Bien entonces... voy a desearos buenas noches.

Elizabeth
(incapaz de contenerse)
: Señor Hale.
(El se vuelve.)
Pienso que sospecháis algo de mí. ¿No es así?

Hale
(evidentemente molesto y evasivo)
: No os juzgo, señora Proctor. Mi deber es agregar lo que pueda a la piadosa sabiduría del tribunal. Os deseo, a ambos, salud y buena suerte.
(A John.)
Buenas noches, señor.
(Inicia la salida.)

Elizabeth
(con una nota de desesperación)
: Creo que debes contarle, John.

Hale
: ¿Cómo decís?

Elizabeth
(conteniendo un grito)
: ¿Le contarás?

(Pequeña pausa. Hale mira interrogativamente a John.)

Proctor
(con dificultad)
: Yo... no tengo testigos y no puedo probarlo, a menos que se acepte mi palabra. Pero sé que la enfermedad de esas chicas no tiene nada que hacer con brujerías.

Hale
(inmovilizado, pasmado)
: ¿Nada que hacer...?

Proctor
: El señor Parris las descubrió jugando en el bosque. Ellas se asustaron y se enfermaron.

(Pausa.)

Hale
: ¿Quién os contó eso?

Proctor
(vacila; luego)
: Abigail Williams.

Hale
: ¡Abigail!

Proctor
: Sí.

Hale
(con los ojos dilatados)
: ¡Abigail Williams os dijo que no tiene nada que ver con brujerías!

Proctor
: Me lo dijo el día que llegasteis, señor.

Hale
(desconfiadamente)
: ¿Por qué... por qué lo callasteis?

Proctor
: No supe hasta esta noche que el mundo se había enloquecido con esta tontería.

Hale
: ¡Tontería! Señor... yo mismo he examinado a Títuba, Sarah Good y otros muchos que han confesado haber tratado con el Diablo. Lo han confesado.

Proctor
: ¿Y por qué no, si por negarlo han de ser ahorcados? Hay quienes jurarán cualquier cosa antes que dejarse colgar; ¿no habéis pensado en esto?

Hale
: Lo he pensado. Por... por cierto, lo he pensado.
(Es lo que él mismo sospecha, pero se resiste. Mira a Elizabeth, luego a John.)
Y vos... ¿queréis declarar eso ante el tribunal?

Proctor
: Yo... no había pensado en ir al tribunal. Pero lo haré si debo.

Hale
: ¿Vaciláis ahora?

Proctor
: No vacilo nada, pero puedo preguntarme si mi relato será creído en semejante tribunal. Y cómo no preguntármelo, cuando un ministro tan juicioso como vos llega a sospechar de una mujer que nunca ha mentido, ni puede hacerlo... ¡y el mundo sabe que no puede! Quizás vacile algo, señor; no soy un estúpido.

Hale
(con calma; está impresionado)
: Proctor, sed franco conmigo; he oído un rumor que me preocupa. Se dice que ni creéis que haya brujas en el mundo. ¿Es verdad, señor?

Proctor
(sabe que esto es crítico y está luchando con su propio asco por Hale y consigo mismo por responder siquiera)
: ¡No sé lo que habré dicho, pude haberle dicho! Me he preguntado si hay brujas en el mundo..., pero lo que no puedo creer es que las haya ahora, entre nosotros.

Hale
: Entonces vos no creéis...

Proctor
: No sé nada de eso; la Biblia habla de brujas y yo no voy a negarlas.

Hale
: ¿Y tú, mujer?

Elizabeth
: Yo... yo no puedo creerlo.

Hale
(alelado)
: ¡No podéis!

Proctor
: ¡Elizabeth, lo desconciertas!

Elizabeth
(a Hale)
: No puedo creer, señor Hale, que el Diablo se adueñe del alma de una mujer que, como yo, se conduce rectamente. Soy una buena mujer, yo lo sé; y si vos creéis que yo sólo puedo hacer el bien en este mundo y, aún así, estar secretamente atada a Satanás, entonces debo deciros, señor, que yo no lo creo.

Hale
: Pero mujer, tú sí crees que hay brujas en...

Elizabeth
: Si vos pensáis que yo soy una de ellas, yo digo que no hay ninguna.

Hale
: Me imagino que no te alzas contra el Evangelio, el Evangelio...

Proctor
: ¡Ella cree en el Evangelio, palabra por palabra!

Elizabeth
: ¡Preguntadle a Abigail Williams por el Evangelio, no a mí!

(Hale la mira fijamente.)

Proctor
: No es que ella quiera dudar del Evangelio, señor, no podéis pensarlo. Este es un hogar cristiano, señor, un hogar cristiano.

Hale
: Dios os guarde, a ambos; haced bautizar al tercer chico cuanto antes y acudid, sin falta, a la oración de cada domingo; y llevad una vida digna y sosegada. Creo que...

(Giles Corey aparece en el umbral.)

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