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Authors: Mircea Eliade

Tags: #Ensayo, Religión

Lo sagrado y lo profano (9 page)

BOOK: Lo sagrado y lo profano
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En muchos casos se entregan los hombres durante la fiesta a los mismos actos que en los intervalos no festivos; el hombre religioso cree que vive entonces en
otro tiempo
, que ha logrado reencontrar el
illud tempus
mítico.

Durante las ceremonias totémicas anuales del tipo
intichiuma
, los australianos arunta reemprenden el itinerario seguido por el Antepasado mítico del clan en la época
altcheringa
(literalmente, «Tiempo del sueño»). Se detienen en los innumerables lugares donde se detuvo el Antepasado y repiten los mismos gestos que hizo
in illo tempore
. Durante toda la ceremonia ayunan, no llevan armas y se abstienen de todo contacto con sus mujeres o con los miembros de otros clanes. Están completamente inmersos en el «Tiempo del sueño»
[36]
.

Las fiestas celebradas anualmente en la isla polinesia de Tikopia reproducen las «obras de los dioses», los actos por los cuales en los tiempos míticos los dioses modelaron el mundo tal como es hoy
[37]
. El tiempo «festivo» en el que se vive durante las ceremonias se caracteriza por ciertas prohibiciones
(tabú)
: nada de ruido, de juego, de danza. El tránsito del Tiempo profano al Tiempo sagrado se indica por el corte ritual de un trozo de madera en dos. Las múltiples ceremonias que constituyen las fiestas periódicas y que, para repetirlo, no son sino la reiteración de gestos ejemplares de los dioses, no se distinguen,
aparentemente
, de las actividades normales: se trata de reparaciones rituales de barcos, de ritos relativos al cultivo de plantas alimenticias (yam, caro, etc.), de restauración de santuarios. Pero en realidad todas estas actividades ceremoniales se diferencian de los mismos trabajos ejecutados en el tiempo ordinario por el hecho de no revertir más que sobre
algunos objetos
, que constituyen de algún modo los arquetipos de sus clases respectivas, y también por desarrollarse las ceremonias en una atmósfera embebida de lo sagrado. En efecto, los indígenas tienen consciencia de reproducir en los más mínimos detalles los actos ejemplares de los dioses, tal como éstos los ejecutaron
in illo tempore
.

Así, periódicamente, el hombre religioso se hace contemporáneo de los dioses en la medida en que reactualiza el Tiempo primordial en el que se cumplieron las obras divinas. Al nivel de estas civilizaciones «primitivas» todo lo que hace el hombre tiene su modelo trans-humano; incluso fuera del Tiempo «festivo», sus gestos imitan los modelos ejemplares fijados por los dioses y los Antepasados míticos. Pero esta imitación corre peligro de hacerse cada vez más incorrecta; el modelo corre el peligro de ser desfigurado o incluso olvidado. Las reactualizaciones periódicas de los gestos divinos, las fiestas religiosas, están ahí para volver a enseñar a los hombres la sacralidad de los modelos. La reparación ritual de barcos o el cultivo ritual del yam no se parecen ya a las operaciones similares efectuadas fuera de los rituales sagrados. Son más exactas, están más próximas de los modelos divinos, y, por otra parte, son
rituales
: su intención es religiosa. Se hace ceremonialmente la reparación de una barca no porque tenga necesidad de ser reparada, sino porque, en la época mítica, los dioses enseñaron a los hombres cómo se reparaban las barcas. No se trata ya de una operación empírica, sino de un acto religioso, de una
imitatio dei
. El objeto de la reparación ya no es uno de los múltiples objetos que constituyen la clase «las barcas», sino un arquetipo mítico:
la barca misma que los dioses han manipulado «in illo tempore». Por
consiguiente, el Tiempo en el que se efectúa la reparación ritual de las barcas enlaza con el Tiempo primordial: es el Tiempo mismo en el que operaban los dioses.

Bien es verdad que no todos los tipos de fiestas periódicas pueden reducirse al ejemplo que acabamos de examinar. Pero no es la morfología de la fiesta la que nos interesa, sino la estructura del Tiempo sagrado actualizado en las fiestas. Ahora bien: se puede decir del Tiempo sagrado que es siempre el mismo, que es una «serie de eternidades» (Hubert y Mauss). Cualquiera que sea la complejidad de una fiesta religiosa, se trata siempre de un acontecimiento sagrado que tuvo lugar ab
origine
y que se hace presente ritualmente. Los participantes se hacen contemporáneos del acontecimiento mítico. En otros términos: «salen» de su tiempo histórico —es decir, el Tiempo constituido por la suma de acontecimientos profanos, personales e interpersonales— y enlazan con el tiempo primordial, que siempre es el mismo, que pertenece a la Eternidad. El hombre religioso desemboca periódicamente en el Tiempo mítico y sagrado, reencuentra el
Tiempo del origen
, el que «no transcurre», porque no participa en la duración temporal profana por estar constituido por un
eterno presente
indefinidamente recuperable.

El hombre religioso siente la necesidad de sumergirse periódicamente en ese Tiempo sagrado e indestructible. Para él, es el Tiempo sagrado lo que hace posible el otro tiempo ordinario, la duración profana en la cual se desarrolla toda existencia humana. Es el eterno presente del acontecimiento mítico lo que hace posible la duración profana de los acontecimientos históricos. Para poner un solo ejemplo, es la hierogamia divina que tuvo lugar
in illo tempore
lo que hizo posible la unión sexual humana. La unión entre el dios y la diosa acontece en un instante atemporal, en un presente eterno; las uniones sexuales entre los humanos, cuando no son rituales, se desarrollan en la duración, en el Tiempo profano. El Tiempo sagrado, mítico, fundamenta asimismo el Tiempo existencial, histórico, pues es su modelo ejemplar. En suma, gracias a los seres divinos o semidivinos todo ha venido a la existencia. El «origen» de las realidades y de la Vida misma es religioso. Se puede cultivar y consumir «corrientemente» el yam, porque periódicamente se le cultiva y se le consume de una manera ritual. Y se pueden cumplir estos ritos porque los dioses los han revelado
in illo tempore
, cuando crearon el hombre y el yam, y mostraron a los hombres cómo se debe cultivar y consumir esta planta alimenticia.

En la fiesta se reencuentra plenamente la dimensión sagrada de la vida, se experimenta la santidad de la existencia humana en tanto que creación divina. El resto del tiempo se está siempre expuesto a olvidar lo que es fundamental: que la existencia no viene «dada» por lo que los modernos llaman «Naturaleza», sino que es creación de los
Otros
, los dioses o los seres semidivinos. Por el contrario, las fiestas restituyen la dimensión sagrada de la existencia, reenseñando cómo los dioses o los Antepasados míticos han creado al hombre y le han enseñado los diversos comportamientos sociales y los trabajos prácticos.

Desde cierto punto de vista, esta «salida» periódica del Tiempo histórico, y sobre todo las consecuencias que tiene para la existencia global del hombre religioso, puede parecer como un rechazo de la libertad creadora. Se trata, en suma, de un eterno retorno
in illo tempore
, a un pasado «mítico» que nada tiene de histórico. Se podría concluir que esta eterna repetición de los gestos ejemplares revelados por los dioses ab
origine
se opone a todo progreso humano y paraliza toda espontaneidad creadora. Tal conclusión está en parte justificada. En parte solamente, pues el hombre religioso, incluso el más «primitivo», no rechaza, por principio, el «progreso»: lo acepta, pero confiriéndole un origen y una dimensión divina. Todo lo que, en la perspectiva moderna, nos parece que ha señalado «progresos» (de cualquier naturaleza: social, cultural, técnico, etc.) en comparación con una situación anterior, todo eso lo asumieron las diversas sociedades primitivas, en el transcurso de su larga historia, como nuevas revelaciones divinas. Dejaremos de momento este aspecto del problema. Lo importante aquí es comprender la significación religiosa de esta repetición de los gestos divinos. Ahora bien: parece evidente que si el hombre religioso siente la necesidad de reproducir indefinidamente los mismos gestos ejemplares,
es porque aspira a vivir y se esfuerza por vivir en estrecho contacto con sus dioses
.

6

El periódico hacerse contemporáneo de los dioses

Al estudiar en el capítulo anterior el simbolismo cosmológico de las ciudades, de los templos y las casas hemos mostrado que dicho simbolismo es solidario de la idea de un «Centro del mundo». La experiencia religiosa implicada en el simbolismo del Centro parece ser la siguiente: el hombre desea situarse en un espacio «abierto hacia lo alto», en comunicación con el mundo divino. Vivir junto a un «Centro del Mundo» equivale, en suma, a vivir en la mayor proximidad posible de los dioses.

Descúbrese el mismo deseo de aproximarse a los dioses cuando se analiza la significación de las fiestas religiosas. Reintegrar el tiempo sagrado del origen significa hacerse «contemporáneo de los dioses», es decir, vivir en su presencia, aun cuando esta presencia sea misteriosa, en el sentido de que no siempre es visible. La intencionalidad descubierta en la experiencia del Espacio y del Tiempo sagrados revela el deseo de reintegrar una situación primordial: aquella en la que los dioses y los antepasados míticos estaban
presentes
, estaban en trance de crear el Mundo, de organizarlo o de revelar a los humanos los fundamentos de la civilización. Esta «situación primordial» no es de orden histórico, no se puede calcular cronológicamente; se trata de una anterioridad mítica, del Tiempo de «origen», de lo que aconteció «al comienzo»,
in principio
.

Ahora bien, «al comienzo» lo que acontecía era esto: los Seres divinos o semidivinos desarrollaron su actividad sobre la Tierra. La nostalgia de los «orígenes» es, pues, una nostalgia religiosa. El hombre desea reencontrar la presencia activa de los dioses, desea asimismo vivir en un Mundo tan fresco, puro y «fuerte» como salió de las manos del Creador. Es la nostalgia de la
perfección de los comienzos lo que explica en gran parte el retorno periódico «in illo tempore»
. En términos cristianos, podría decirse que se trata de una «nostalgia del Paraíso», aunque, al nivel de las culturas primitivas, el contexto religioso e ideológico sea muy otro que en el judeo-cristianismo. Mas el Tiempo mítico que se aspira a reactualizar periódicamente es un Tiempo santificado por la presencia divina, y se puede decir que el deseo de vivir en la
presencia divina
y en un
mundo perfecto
(porque acaba de nacer) corresponde a la nostalgia de una situación paradisíaca.

Como lo hemos señalado anteriormente, ese deseo del hombre religioso de retroceder periódicamente hacia atrás, su esfuerzo por reintegrar una situación mítica, la que había al comienzo, puede parecer insoportable y humillante a los ojos de un moderno. Nostalgia semejante conduce fatalmente a la repetición continua de un número limitado de gestos y de comportamientos. Hasta cierto punto se puede incluso decir que el hombre religioso, sobre todo el de las sociedades «primitivas», es por excelencia un hombre paralizado por el mito del eterno retorno. Un psicólogo moderno sentiría la tentación de descubrir en un comportamiento de esa índole la angustia ante el riesgo de la novedad, la negativa de asumir la responsabilidad de una existencia auténtica e histórica, la nostalgia de una situación «paradisíaca» precisamente porque es embrionaria y está insuficientemente desligada de la naturaleza.

El problema es demasiado complejo para abordarse aquí. Rebasa por lo demás nuestro propósito, pues implica el problema de la oposición entre el hombre moderno y el hombre premoderno. Observemos, sin embargo, que sería un error el creer que el hombre religioso de las sociedades primitivas y arcaicas se niega a asumir la responsabilidad de una existencia auténtica. Por el contrario, según hemos visto y habremos de ver, asume valerosamente responsabilidades enormes: por ejemplo, la de colaborar a la creación del Cosmos, la de crear su propio mundo, la de asegurar la vida de las plantas y de los animales, etc. Pero se trata de otro tipo de responsabilidad que aquellas que nos parecen las únicas auténticas y valederas. Se trata de una
responsabilidad en el plano cósmico
, a diferencia de las responsabilidades de orden moral, social o histórico, las únicas que conocen las civilizaciones modernas. En la perspectiva de la existencia profana, el hombre no reconoce otra responsabilidad que la que tiene con respecto a sí mismo y con respecto a la sociedad. Para él el Universo no constituye, propiamente hablando, un Cosmos, una unidad viva y articulada; para él es, pura y simplemente, la suma de las reservas materiales y de las energías físicas del planeta y la gran preocupación del hombre moderno estriba en no agotar torpemente los recursos económicos del globo. En cambio, existencialmente, el primitivo se sitúa siempre en un contexto cósmico, su experiencia apersonal no está falta de autenticidad ni de profundidad, pero por expresarse en un lenguaje que no nos es familiar, semeja a los ojos de los modernos inauténtica o infantil.

Volviendo a nuestro propósito inmediato, no tenemos fundamento alguno para interpretar el retorno periódico al tiempo sagrado del origen como un rechazo del mundo real y una evasión al ensueño y a lo imaginario. Por el contrario, se deja ver aquí también la
obsesión ontológica
, esa característica esencial del hombre de las sociedades primitivas y arcaicas. Pues, en resumidas cuentas, desear reintegrar el
Tiempo de origen
significa desear también reencontrar la
presencia de los dioses
y recuperar el
Mundo fuerte, fresco y puro
, tal como era
in illo tempore
. Se trata a la vez de una sed de lo
sagrado
y de una nostalgia del
Ser
. En el plano existencial, esta experiencia se traduce en la certidumbre de poder recomenzar periódicamente la vida con el mayor número de «oportunidades». Se trata, en efecto, no sólo de una visión optimista de la existencia, sino también de una adhesión total al Ser. Por todos sus comportamientos, el hombre religioso proclama que no cree más que en el Ser, que su participación en el Ser se la garantiza la revelación primordial de la que es custodio. La suma de las revelaciones primordiales está constituida por sus mitos.

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