Los héroes (57 page)

Read Los héroes Online

Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

BOOK: Los héroes
8.36Mb size Format: txt, pdf, ePub

Sí, mucha furia.

Extraños compañeros de cama

Le quitaron la capucha de la cabeza y Finree entornó los ojos al ver la luz. La poca que había. El cuarto era lóbrego y polvoriento, había dos estrechas ventanas y un techo bajo, que estaba combado hacia el centro. De las vigas colgaban telarañas.

Un hombre del Norte aguardaba frente a ella a una distancia de un par de pasos, con los pies separados, los brazos en jarras y la cabeza echada ligeramente hacia atrás; era la pose de un hombre acostumbrado a ser obedecido, con suma rapidez. Su corto cabello presentaba mechones grises y su rostro, acerado como un cincel, estaba marcado por viejas cicatrices y esbozaba una sonrisa calculadora. Una cadena de pesados eslabones dorados brillaba tenuemente alrededor de sus hombros. Era un hombre importante. O, al menos, se creía importante.

Un hombre de edad más avanzada se hallaba tras él, llevaba los pulgares metidos en el cinturón, cerca del abollado puño de una espada. Le crecía la barba de manera desordenada a lo largo de la mandíbula, conformando algo a medio camino entre una barba propiamente dicha y una barba de tres días; además, tenía un corte reciente en la mejilla, de un rojo oscuro ribeteado con rosa, que había sido cerrado con unos puntos de aspecto bastante feo. Tenía una expresión en cierto modo triste, en cierto modo decidida, como si no le gustase lo que se avecinaba, pero no viera modo de evitarlo, y ahora estuviera empeñado en pasar el trago cuanto antes al margen de lo que le costase. Debía de ser lugarteniente del hombre importante.

En cuanto los ojos de Finree se acomodaron a aquella luz, vio una tercera silueta oculta en las sombras junto a la pared. Se trataba de una mujer y se sorprendió al comprobar que su piel era negra. Era alta y delgada e iba vestida con un largo abrigo abierto, bajo el cual se podía ver que llevaba el cuerpo envuelto en vendajes. Finree no podía imaginarse qué pintaba en todo aquello.

A pesar de que se sintió tentada a hacerlo, no volvió la cabeza para mirar, pero sabía que había otro hombre detrás de ella. Podía oír su áspera respiración. Debía de ser el tipo del ojo metálico. Se preguntó si llevaría su pequeño cuchillo en la mano y lo cerca que estaría su punta de su espalda. Con sólo pensarlo, notó que un escalofrío le recorría toda la piel bajo su sucio vestido.

—¿Es ella? —inquirió burlonamente el hombre de la cadena dirigiéndose a la mujer de piel negra. En cuanto volvió la cabeza, Finree se percató de que sólo tenía el pliegue de una vieja cicatriz en el lugar donde debería haber estado su oreja.

—Sí.

—No parece la respuesta a todos mis problemas.

La mujer observó a Finree, sin parpadear.

—Probablemente, haya tenido mejor aspecto en algún otro momento —sus ojos eran como los de un lagarto, negros y vacíos.

El hombre de la cadena avanzó un paso y Finree tuvo que hacer un gran esfuerzo para no retroceder. Había algo en su forma de moverse y hablar que le hacía pensar que aquel hombre caminaba por el borde del precipicio de la violencia. Que hasta su más mínimo movimiento era el preludio de un puñetazo o un topetazo o algo peor. Que su instinto natural le dictaba que debía estrangularla y que necesitaba realizar un esfuerzo constante para contenerse y hablar.

—¿Sabes quién soy?

Finree alzó la barbilla, intentando parecer impertérrita y fracasando con casi total certeza. Le latía el corazón con tanta fuerza que estaba segura de que debían de estar oyendo cómo golpeaba contra sus costillas.

—No —contestó en norteño.

—Entonces, me entiendes.

—Sí.

—Soy Dow el Negro.

—Oh —estuvo a punto de no saber qué decir—. Pensé que serías más alto.

Dow alzó una ceja mellada por una cicatriz en dirección al hombre mayor. Este se encogió de hombros.

—¿Qué quieres que te diga? No estás a la altura de tu reputación.

—Como la mayoría —Dow volvió a mirar a Finree, entrecerrando los ojos, juzgando su respuesta—. ¿Qué me dices de tu padre? ¿Es más alto que yo?

Sabían quién era ella. Quién era su padre. No tenía ni idea de cómo era posible, pero lo sabían. Eso podía ser bueno o realmente malo. Finree observó al hombre mayor y éste le ofreció una débil sonrisa de disculpa, después esbozó una mueca de dolor, pues al sonreír, le debían de haber tirado los puntos. Finree notó que, a sus espaldas, el hombre del ojo metálico cambiaba de pierna en la que apoyaba gran parte de su peso, haciendo crujir la madera del suelo. No parecía que pudiera esperar nada bueno de aquel grupo.

—Mi padre es, más o menos, de tu misma altura —respondió, casi en un susurro. Dow esbozó una sonrisa falsa.

—Bien, es una altura puñeteramente buena.

—Si pretendes utilizarme para manipularlo, te vas a llevar una decepción.

—¿Ah, sí?

—Nada lo apartará de su deber.

—¿No lamentará perderte?

—Lo lamentará. Pero eso sólo hará que te combata con más ferocidad.

—¡Oh, creo que ya empiezo a hacerme una idea de cómo es! Leal y fuerte y tremendamente honrado. Parece de hierro por fuera, pero… —entonces, se golpeó el pecho con un puño y sacó hacia fuera el labio inferior, como si hiciera un puchero—. Tiene sentimientos. Muy hondos, aquí dentro. Y llora en los momentos serenos.

Finree le devolvió la mirada.

—Lo has descrito bastante bien.

Dow borró su sonrisa como un asesino limpiaría su cuchillo.

—Es como si fuera mi puto hermano gemelo —el hombre mayor resopló y se le escapó una risa. La mujer sonrió, mostrando una boca repleta de dientes blancos imposiblemente perfectos. El hombre del ojo metálico no hizo ningún ruido—. Menos mal que no vas a depender de los tiernos cuidados de tu padre, entonces. No tengo intención alguna de canjearte o de pedir rescate, ni siquiera de enviar tu cabeza en una caja al otro lado del río. Aunque, dependiendo de cómo vaya la conversación, aún podrías hacerme cambiar de opinión en ese aspecto.

Se produjo una larga pausa, mientras Dow la observaba y ella lo observaba a él. Como un acusado espera a que un juez dicte sentencia.

—Estoy planteándome dejarte ir —afirmó—. Quiero que le lleves un mensaje a tu padre. Quiero que le transmitas que no le veo sentido alguno a seguir derramando sangre por este valle de mierda. Quiero que sepa que estoy dispuesto a hablar —Dow inspiró ruidosamente y torció la boca, como si tuviera algo que supiera realmente mal en ella—. A hablar… de
paz.

Finree parpadeó.

—A hablar.

—Eso es.

—De paz.

—Eso es.

Finree se sintió mareada. La embargó la emoción ante la repentina posibilidad de poder sobrevivir y volver a ver a su esposo y a su padre. Pero tenía que dejar todas esas emociones a un lado, debía ir más allá. Respiró hondo por la nariz y recuperó la compostura.

—Con eso no bastará.

Le complació ver la expresión de sorpresa de Dow el Negro.

—¿Ah, no?

—No —resulta difícil hablar con cierta autoridad cuando uno se halla golpeado, magullado, sucio y rodeado de enemigos intimidantes, pero Finree lo hizo lo mejor que pudo. Mostrarse mansa y sumisa no le serviría para salir de allí. Dow el Negro deseaba tratar con alguien poderoso. Y, con esa actitud, le haría sentirse poderoso a su vez. Cuanto más poderosa aparentase ser ella, más a salvo estaría. De modo que alzó la barbilla y le miró directamente a los ojos—. Tendrás que realizar algún gesto de buena voluntad. Algo que le demuestre a mi padre que tu propuesta va en serio. Que estás dispuesto a negociar. Que pruebe que eres un hombre razonable.

Dow el Negro resopló.

—¿Has oído eso, Craw? Quiere que yo demuestre buena voluntad. Yo.

El otro hombre se encogió de hombros y dijo:

—Sí, quiere una prueba de que eres un hombre razonable.

—¿Y qué más prueba puede haber que enviarle a su hija de vuelta sin un agujero en la cabeza? —farfulló Dow, mientras miraba a Finree de arriba abajo—. O con la cabeza metida en su agujero, ya que estamos.

Finree ignoró el comentario.

—Después de la batalla de ayer, debes haber hecho prisioneros —a menos que hubiesen asesinado a todos. Lo cual, tras haber mirado a los ojos de Dow el Negro, no le pareció nada improbable.

—Por supuesto que tenemos prisioneros —Dow ladeó la cabeza, acercándose más a ella—. ¿Acaso crees que soy un animal?

De hecho, eso era precisamente lo que pensaba Finree.

—Quiero que sean liberados.

—¿Ah, sí? ¿Todos ellos?

—Sí.

—¿A cambio de nada?

—Como gesto de…

Dow el Negro se abalanzó hacia Finree y pegó su nariz a la de ella, mientras se le marcaban las venas a ambos lados de su robusto cuello.

—No estás en posición de negociar, pequeña y jodida…

—¡No estás negociando conmigo! —exclamó Finree, mostrando los dientes—. ¡Estás negociando con mi padre y él sí que está en posición de hacerlo! ¡De otro modo, no me lo estarías rogando,
joder
!

Un tic nervioso sacudió la mejilla de Dow y, por un instante, Finree estuvo convencida de que iba a golpearla hasta dejarla hecha picadillo. O que iba a hacerle una pequeña señal a su sicario del ojo metálico para que la rajara desde el culo hasta la nuca. Dow alzó un brazo súbitamente y, por un instante, Finree estuvo convencida de que iba a morir. Pero lo único que hizo aquel hombre fue sonreír y agitar amablemente el dedo índice frente a su rostro.

—Oh, eres tan astuta. No me habías dicho que fuera tan astuta.

—Estoy sorprendida hasta el tuétano —replicó la mujer de piel negra, con aspecto de estar tan sorprendida como la pared que se hallaba a sus espaldas.

—Muy bien —dijo Dow, hinchando sus mejillas cubiertas de cicatrices—. Dejaré ir a unos cuantos de los heridos. De todos modos, no me hace falta que sus lloriqueos me tengan en vela toda la noche. Pongamos que libero a cinco docenas.

—¿Tienes más?

—Muchos más, pero mi buena voluntad es muy frágil. Y sólo da para cinco docenas a lo sumo.

Una hora antes, Finree había pensado que no saldría viva de ésta. Ahora las rodillas casi le fallaban sólo de pensar en que iba a salir de allí con vida y encima iba a salvar a sesenta hombres. Pero tenía que intentar una última cosa.

—Capturaron a otra mujer conmigo…

—No puedo hacerlo.

—No sabes lo que voy a pedir.

—Sí que lo sé y no puedo hacerlo. El Extraño que Llama, el cabronazo que os tomó prisioneras, está tan loco como alguien que porta un casco de hierba. No responde ante mí. No responde ante nadie. No tienes ni idea de cuánto me ha costado que te entregara. No puedo permitirme comprar a nadie más.

—Entonces, no te ayudaré.

Dow chasqueó la lengua.

—Está bien ser astuta, pero a ver si te vas a pasar de lista y vas a acabar rebanándote sola el pescuezo. Si no me ayudas, no me sirves de nada. Para eso bien puedo enviarte de vuelta con el Extraño que Folla, ¿eh? A mi modo de ver, tienes dos opciones. Volver con tu padre y compartir la paz o volver con tu amiga y compartir… lo que sea que le espere. ¿Cuál prefieres?

Finree pensó en la respiración agitada y asustada de Aliz, en la oscuridad. En su lloriqueo cuando Finree se vio obligada a soltarle la mano. Recordó a aquel gigante cubierto de cicatrices abriéndole la cabeza a uno de sus propios guerreros contra la pared. Deseó ser lo suficientemente valiente para al menos intentar averiguar si Dow estaba faroleando o no. Pero ¿quién podía serlo en tales circunstancias?

—Volver con mi padre —susurró, y eso fue todo lo que pudo decir sin echarse a llorar de alivio.

—No lo lamentes —replicó Dow el Negro, mostrándole nuevamente su sonrisa de asesino—. Es la elección que habría tomado yo. Que tengas un buen viaje.

La capucha volvió a caer sobre su cabeza.

Craw esperó a que Escalofríos hubiera sacado a la muchacha encapuchada del cuarto para inclinarse hacia delante, alzar un dedo y preguntar cautelosamente:

—Esto… ¿qué está pasando aquí, jefe?

Dow frunció el ceño.

—Se supone que eres mi segundo al mando, viejo. Deberías ser el último en cuestionarme.

Craw alzó ambas palmas para pedirle calma.

—Y así será. Estoy completamente a favor de la paz, créeme, sólo que me gustaría comprender por qué la deseas tanto de repente.

—¿Que por qué la deseo? —vociferó Dow, volviéndose hacia él como un sabueso que hubiera captado un rastro—.
¿Deseo?
—repitió acercándose aún más, obligando así a Craw a retroceder contra la pared—. Si mis deseos se hicieran realidad, ahorcaría a toda la maldita Unión y ahogaría este valle con el humo de su carne asada, hundiría Angland, Midderland y todas sus malditas tierras en el fondo del Mar Circular. ¿Qué clase de paz te parece ésa?

—Ya —Craw se aclaró la garganta, deseando no haber hecho la pregunta—. Tienes toda la razón.

—Pero en eso consiste ser jefe, ¿verdad? —gruñó Dow frente a su cara—. ¡En tener que hacer un montón de putas cosas que no deseas hacer! Si cuando acepté la cadena hubiera sabido lo que eso suponía, la habría arrojado al río junto a Nueve el Sanguinario. Tresárboles me avisó, pero no le hice caso. No hay mayor maldición que conseguir lo que deseas.

Craw esbozó una mueca de contrariedad.

—Entonces… ¿porqué?

—Porque los muertos saben que no soy un pacificador, pero tampoco soy un idiota. Puede que tu amiguito Calder sea un cobarde cagón, pero tiene razón. Sólo un estúpido arriesga la vida por algo que podría obtener con sólo pedirlo. No todo el mundo comparte mi apetito por la lucha. Los hombres se están cansando, la Unión cuenta con demasiados soldados y no podremos derrotarlos a todos, y por si acaso no lo habías notado, estamos con los calzones bajados en un pozo repleto de putas víboras. ¿Cabeza de Hierro? ¿Dorado? ¿El Extraño que Fanfarronea? Me fío más de no mearme encima si no utilizo las manos para sostenérmela que de esos cabrones. Mejor acabar con esto ahora que todavía podemos considerarlo una victoria.

—Bien pensado —replicó Craw con voz ronca.

—Si pudiera hacer lo que se me antojase, no estaría ofreciendo hablar —el rostro de Dow se contorsionó y miró hacia Ishri, que se encontraba recostada contra la pared entre las sombras y cuyo rostro era una máscara completamente inexpresiva. Dow se pasó la lengua por el interior de su boca burlona y escupió—. Pero las mentes más frías son las que suelen prevalecer. Intentaremos la vía de la paz, a ver si cuaja. Pero ahora lleva a esa zorra de vuelta con su padre, antes de que cambie de idea y le dibuje una cruz sangrienta con la espada sólo por hacer un poco de ejercicio, joder.

Other books

A Winter Scandal by Candace Camp
What Janie Wants by Rhenna Morgan
Bad Animals by Joel Yanofsky
Reconsidering Riley by Lisa Plumley
Descendant by Lesley Livingston
Make Me Work by Ralph Lombreglia
Harsh Gods by Michelle Belanger
Ultimate Prizes by Susan Howatch