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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Los hijos de los Jedi (39 page)

BOOK: Los hijos de los Jedi
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—No… Eh… Esto es magnífico. —En circunstancias normales Luke nunca habría tocado un plato de huevos gukkeados, pero llevaba tanto tiempo sin comer que cualquier cosa le parecía apetitosa—. Gracias, Cetrespeó. ¿Has tenido algún problema?

—Muy pocos, señor. Me encontré con un grupo de jawas, pero los talz los hicieron huir. Los talz le están enormemente agradecidos por el tiempo y las energías que ha invertido en alimentar y cuidar a los tripodales, señor.

—¿También están aquí abajo?

Los huevos gukkeados eran absolutamente horribles, pero Luke se comió los dos y se sorprendió un poquito al darse cuenta de hasta qué punto se sentía mejor después.

—Oh, sí, señor. Hay tanto talz como tripodales. Los talz desean que le transmita sus más entusiastas expresiones de buena voluntad, y preguntan si pueden ayudarle en algo.

Durante un momento Luke se preguntó si un talz resultaría más fiable a la hora de elegir alimentos adecuados para el consumo humano que un androide, pero enseguida se dijo que no valía la pena pensar en ello. Para cuando necesitara otra comida, ya llevaría mucho tiempo fuera de allí.

>
Es
una suerte que haya dos transportes<
observó Callista cuando Luke volvió al trabajo.
>Nunca podrías llevarte a los klaggs y los gakfedds a bordo de la misma nave<

—¿Y a qué tribu le toca viajar con el Pueblo de las Arenas?

>Puedes usar el vehículo de superficie<

—Nunca entrarán en él —replicó Luke—. No soportan los espacios pequeños y cerrados.

>Ah… Me preguntaba por qué siempre estaban haciendo agujeros en las paredes. Tendrás suerte si no acaban cortando la línea de energía principal del campo magnético<

—Otra razón para que nos demos prisa —dijo Luke con voz sombría—. Toda esta nave debe de estarles volviendo locos… No es que fueran muy buena compañía para empezar, claro.

>Oyéndote hablar se diría que los conoces a fondo<

Luke se rió.

—Bueno, podríamos decir que fueron los vecinos de al lado durante mi infancia y mi juventud… Ellos y los jawas, ¿sabes? Si vives en Tatooine, tienes que aprender lo suficiente sobre el Pueblo de las Arenas para saber cómo mantenerse alejado de ellos.

Se echó hacia atrás y conectó el mando a distancia.

—Muy bien, muchachos, desplegaos en abanico y permaneced en el más absoluto silencio —retumbó una voz áspera y gutural que creó ecos por toda la sala—. Vamos a masacrar a todos esos apestosos saboteadores rebeldes de la tribu de los klaggs.

Luke suspiró y meneó la cabeza.

—¿Cetrespeó? Creo que habría que hacer algunos pequeños cambios en el guión…

>Vaya, ese soldado de las tropas de asalto sí que sabe hablar bien<,
comentó Callista allí donde el androide de protocolo no podía verla.

Luke sonrió mientras conectaba el cable.

—Vamos a dejarlo en «Bien, chicos, desplegaos sin hacer ruido. Mataremos a todos esos asquerosos rebeldes y saboteadores klaggs.»

>Se te ha olvidado decir «señor»<

Luke inició el gesto de darle un codazo en el brazo, como hacía cuando Leia emitía alguna observación impertinente, pero se detuvo. No podía hacerlo.

Los brazos de Callista eran un montoncito de polvo y huesos esparcido sobre la cubierta de artillería.

Y sin embargo ella tenía tan claro como él que todos los cautivos del
Ojo de Palpatine
—Pueblo de las Arenas y gamorreanos, así como los talz, los jawas, los affitecanos y los kitonaks, y los confusos y terriblemente indefensos tripodales— tenían que ser llevados a un lugar seguro, y que debían dar con alguna forma de conseguirlo. Mientras colocaba el espejo para volver a sujetar la caja del vocalizador, Luke pensó que no habían hecho nada para estar allí y que nunca habían querido encontrarse a bordo de la inmensa nave. Por muy destructivos, salvajes y violentos que fuesen, eran cautivos al igual que él.

Desplazó el espejo y buscó las sujeciones, y durante un momento vio su reflejo en él y una rebanada de la habitación a su espalda: Cetrespeó, que había sucumbido a la compulsión de poner orden en la bandeja, parecía una estatua de oro cubierta de suciedad y llena de abolladuras bajo la débil claridad de las luces de emergencia.

Y muy cerca de él, claramente visible por encima de su hombro, estaba el pálido óvalo del rostro envuelto por su oscura nube de cabellos, y los ojos grises en los que la pena se había difuminado un poco para ser sustituida por el interés, el deseo de ayudar a otros y una vida renovada.

Luke sintió que el corazón le daba un vuelco dentro de las costillas y la certeza de lo que iba a ocurrir cayó sobre él, y se sintió aplastado bajo el peso de aquella certeza, del horror y de una pena que era tan inevitable como la noche.

CAPÍTULO 15

—Podría haber tenido otras razones para mentir.

—¿Como cuáles?

Leia dobló las piernas de lado sobre la cama y tomó un sorbo del vaso de sidra de podón que había cogido mientras atravesaba la cocina. Los operarios que Jevax les prometió, se habían presentado mientras estaba fuera. Los postigos de metal, armados con una nueva cerradura de aspecto realmente formidable, quedaban casi ocultos por sus guías murales a cada lado de los grandes ventanales, y una puerta de dormitorio nueva estaba correctamente doblada en su rendija. Incluso el armario había sido reparado. Han estaba sentado al otro lado de la cama y comprobaba los dos desintegradores.

—Pues por ejemplo que esté trabajando en la Casa de las Flores de madame Lota al final del Callejón del Espaciopuerto.

Leia se preguntó por qué no se le había ocurrido esa posibilidad.

—¿Vestida de esa manera?

Han la obsequió con su sonrisa torcida.

—Supongo que tú llevas un atuendo acorde con el trabajo que haces, ¿no?

Leia deslizó una mano sobre la sencilla tela de lino oscuro de su camisa, sus resistentes pantalones de algodón y sus botas de cordones que le llegaban hasta la mitad de la pantorrilla.

—Si estuviera trabajando en los bares, entonces no me la habría encontrado al lado del sendero en los alrededores del Centro Municipal anoche.

El montón de listados que Erredós había impreso para ellos el primer día estaba esparcido sobre la cama entre los dos. Roganda Ismaren no figuraba en ningún registro de personal de ninguna corporación conservera de Plawal.

—Y si me hubiera seguido hasta allí desde el mercado, por ejemplo, no habría estado vestida así a esas horas.

Han se puso en pie mientras Leia hablaba y salió al balcón. Apuntó el desintegrador a un pequeño macizo de heléchos que se encontraba a unos metros de distancia en el huerto y disparó. Los heléchos desaparecieron con un estridente chisporroteo. Han puso el seguro y arrojó el arma a Leia.

—Funciona como si acabara de salir de la fábrica. Bien, ¿y qué descubriste en los archivos de la ciudad?

Parecía como si hubieran transcurrido mil años desde entonces. Volver a la casa la noche anterior para encontrarse con un Han exhausto y empapado que curaba los cortes sufridos por Chewie había expulsado de la mente de Leia la telaraña de especulaciones originada por los archivos, y después de la comunicación subespacial con Mará no había parado de pensar en otras cosas.

—No… encontré lo que buscaba —dijo, hablando despacio y con voz pensativa—. No hay ninguna mención a los Jedi ni a klett, aunque resulta obvio que estuvieron detrás de las distintas especies de plantas que crecen aquí y que pusieron en marcha los programas de archivo. Los Registros Municipales comparten tiempo con el ordenador de Brathflen/Galaxia/Frutas Imperiales, pero todos los programas de archivo parecen haber sido diseñados originalmente para alguna variedad del modelo cuatro sesenta, lo cual significa que fueron creados más o menos en la fecha en que los Jedi estaban aquí. Naturalmente nadie sabe de qué modelo era el ordenador original que utilizaban, pero mi teoría es que fue vendido a Nubblyk cuando instalaron el nuevo y que lo desmontaron para aprovechar los chips y el cableado.

—Una teoría bastante sólida —murmuró Han—. No es lo que quiero oír, pero es una teoría muy sólida. ¿Encontraste alguna información acerca de Nubblyk y lo que fue de él?

Leia meneó la cabeza.

—Desapareció una noche hace unos siete años. Su club nocturno pasó a manos de Bran Kemple, su «socio», quien también asumió el control de su negocio de importación y exportación en la avenida Pandowirtin. Según los archivos, Nubblyk pagó dos veces la fianza para que Drub McKumb quedara en libertad después de ser acusado de introducir mercancías de contrabando a través del Corredor. Kemple nunca sacó a McKumb de la cárcel. Después de que Kemple asumiera el control de todos los negocios, en una ocasión McKumb quedó libre después de que ese wífido llamado Mubbin pagara su fianza… Eso ocurrió justo después de que Nubblyk el Slita desapareciese, aunque no encontré ningún registro de que McKumb hubiera posado legalmente una nave en el puerto. Lo más interesante de todo es que…

Chewbacca apareció en el umbral y lanzó un gruñido de interrogación, y después señaló la sala, en la que se estaba recibiendo una señal sub-espacial.

El código era para Leia, y la imagen estaba codificada.

Leia tecleó su secuencia decodificadora y la deslumbrante confusión de pixeles verdes, marrones y blancos se convirtió repentinamente en la imagen del almirante Ackbar.

—Puede que esto no signifique nada, princesa —dijo el calamariano con su voz suave y un poco sibilante—. Aun así, creo que debería ser informada de ello. He recibido informes de agentes que operan en el Sector de Senex y las porciones adyacentes del Sector de Juvex. Dicen que los jefes de seis o siete de las antiguas Casas se han ido «de vacaciones» casi al mismo tiempo…, sin llevarse ni a sus familias ni a sus amantes. Además, se trata de las Casas que han procurado mantenerse al margen: no se han involucrado en los combates fronterizos, y no han establecido ninguna clase de compromisos con los señores de la guerra del Imperio.

—Oh, ¿sí? —Han enarcó las cejas—. Vaya, eso sí que es serio.

El almirante juntó sus manos escamosas ofreciendo una imagen fantasmagórica en el holograma subespacial, como una estatua hecha de niebla que hubiese surgido de la nada dentro del cubículo de recepción.

—Eso ya es lo suficientemente curioso por sí solo, pero coincide casi exactamente con las «vacaciones» que han decidido tomarse los ex gobernadores de Veron y Mussubir Tres, que también han evitado establecer cualquier clase de compromisos, y con las de algunos representantes de la Corporación Seinar y un miembro muy importante de la familia Mekuun. Drost Elegin, el jefe de la Casa Elegin, se llevó consigo a su familia, evidentemente, pero la ha dejado en Eriadu.

—Parece como si hubiera estallado una epidemia de grosería —observó Han, inmóvil detrás de Leia con los brazos cruzados delante del pecho—. ¿Algún movimiento de tropas?

—Ninguno, hasta el momento. —El calamariano rozó la delgada pila de losetas de información que había sobre el escritorio apenas visible junto a él—. Los señores de la guerra más importantes están más o menos tranquilos, pero nuestros agentes de Spuma parecen pensar que la flota del almirante Harrsk ha incrementado las operaciones de reclutamiento de soldados en los niveles básicos, y fuentes internas de la Corporación Seinar afirman que se están produciendo ciertos movimientos de fondos muy importantes. Seinar está encargando nuevos equipos para producir células de energía, y también ha aumentado la producción de sistemas térmicos. Pero no hay nada concreto. A pesar de todo, y considerando lo cerca que se encuentra Belsavis del Sector de Senex, tal vez Su Excelencia desee tomar en consideración la conveniencia de trasladarse a un área más protegida.

—Gracias, almirante —dijo Leia—. Ya casi hemos… acabado aquí.

Las palabras salieron de sus labios despacio y de mala gana. Leia sabía que su jefe de gabinete tenía toda la razón. Si Harrsk, el señor de la guerra que se había nombrado a sí mismo Lord Gran Almirante, se había puesto en movimiento o se preparaba para hacerlo, estar en Belsavis la colocaba en una situación terriblemente expuesta, y algo en el asesinato de Stinna Draesinge Sha hizo que las sirenas de alarma empezaran a sonar en las profundidades de su mente.

Pero Leia percibía alguna ondulación más oscura, un rompecabezas más profundo y letal que el motivo inicial que la había llevado hasta aquel mundo de hielo y fuego.

Los Jedi y sus niños habían estado allí.

Roganda Ismaren, que había sido una de las concubinas del Emperador, había venido a Belsavis… ¿Por qué?

¿Y por qué algo se agitaba de repente en sus pensamientos, algún rastro casi impalpable de algo que había oído?

Drub McKumb se había abierto paso desesperadamente a través de horripilantes pesadillas llenas de agonía y confusión, y había cruzado media galaxia para llegar hasta ella y Han y advertirles de algo.

Y en Belsavis alguien había creído necesario asesinarles mientras dormían.

El almirante Ackbar seguía contemplando el rostro de Leia con visible preocupación a través de la luz temblorosa de la transmisión sub-espacial.

—Ya no tardaremos mucho en volver —le dijo Leia, intentando tranquilizarle.

—¿De veras? —preguntó Han mientras la imagen del almirante se desvanecía dentro del cubículo de recepción.

—No… No lo sé —murmuró Leia—. Si hay problemas de alguna clase incubándose entre las Casas del Sector de Senex, creo que tendremos que hacerlo. Siempre se han mantenido muy distantes del resto del universo… Incluso durante el reinado de Palpatine, lo único que querían era que las dejaran en paz para que pudieran gobernar a los que ellas llamaban «nativos» de sus planetas como les diera la gana.

—Ya he oído todo eso antes —dijo Han, poniéndose repentinamente serio—. Las grandes corporaciones adoran ese tipo de gobiernos. Leia resopló.

—«No nos haga preguntas y no le haremos cargar con ninguna responsabilidad.» Sí.

Se cruzó de brazos, sintiéndose cada vez más nerviosa, y pasó junto a Chewie y Erredós, que estaban enfrascados en un juego de aventura heroica, para volver al dormitorio y apoyar un hombro en la jamba de la ventana. Clavó la mirada en las neblinas del huerto en el que había visto a Roganda Ismaren aquella mañana, casi invisible entre los árboles. Roganda tenía todo el derecho del mundo a buscar refugio allí, naturalmente, y a querer vivir fuera de las fronteras de la Nueva República. El hecho de que Belsavis se encontrara «cerca» del Sector de Senex no significaba gran cosa. La proximidad sólo existía en términos interestelares. Belsavis no era el tipo de sitio al que ninguno de los viejos aristócratas —esos hombres elegantemente ataviados y de ojos gélidos que descendían de los antiguos conquistadores que habían surcado el espacio— podía encontrar atractivo. Leia se acordaba de Drost Elegin y de cómo era durante sus días en la Corte del Imperio, e intentó imaginarse a aquel dandy desdeñoso en ese mundo provinciano de recolectores de fruta y contrabandistas de tercera categoría. ¡Pero si incluso Coruscant les parecía un planeta falto de clase y vulgar! «Oh, querida mía, aquí hay tantos burócratas…», le había dicho en una ocasión la tía Rouge.

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