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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Los hijos de los Jedi (9 page)

BOOK: Los hijos de los Jedi
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Cray volvió a repasar todas las lecturas de los sensores, aunque la pantalla del ordenador de navegación se desenfocaba a cada momento y mostraba continuos estallidos de estática. Luke pensó que si perdían aquellos datos estarían en un auténtico aprieto.

La base del asteroide no había vuelto a disparar, pero Luke seguía sintiendo aquel peculiar cosquilleo en el cuero cabelludo que le avisaba de que corrían peligro. Fijó el curso intentando mantener durante el mayor tiempo posible la masa del asteroide interpuesta entre ellos y donde creía que estaba la base.

—Bueno, y ahora vamos a largarnos tan deprisa como podamos —murmuró cuando hubo acabado.

El
Ave de Presa
apenas había empezado a moverse cuando un chorro de plasma ionizado chocó contra el asteroide que les servía de escudo con un impacto tan terrible como el martillo de la Muerte. Oleadas de rocas, energía y calor cayeron sobre el navío de exploración como otras tantas salvas de metralla monstruosamente enorme. Luke sintió que el arnés de seguridad que le había estado sujetando al asiento se rompía bajo la tremenda violencia de la conmoción. Cray gritó, y Luke se hundió en las garras de la oscuridad.

CAPÍTULO 4

Luke recobró el conocimiento el tiempo suficiente para vomitar, una experiencia que no resultaba nada agradable bajo condiciones de gravedad cero. Dos Cetrespeós le liberaron del enredo de tiras del arnés de seguridad dentro del que estaba flotando y le guiaron —con una sorprendente falta de agilidad para un androide que siempre parecía tan meticulosamente equilibrado— hasta que pudo salir del pequeño cubículo y entrar en lo que pensó era la sala posterior de la tripulación un instante antes de que volviera a sumirse en la inconsciencia.

« La Fuerza… Has de usar la Fuerza. »

« ¿Por qué? »

« Porque tus pulmones han dejado de funcionar.»

Volver a inhalar aire exigió una asombrosa cantidad de concentración, y le resultó mucho más doloroso de lo que Luke se había imaginado. Un rato después se preguntó si podría utilizar la Fuerza para hacer algo acerca del bantha enloquecido que parecía hallarse atrapado dentro de su cráneo y trataba de abrir un agujero con su dura cabeza para poder escapar.

Cuando volvió a recobrar el conocimiento —esta vez fue el frío lo que le despertó—, se le ocurrió pensar que probablemente tuviera una conmoción cerebral.

—Luke —dijo Cray, que por fin parecía estar muy asustada—. ¡Tienes que despertar, Luke!

Luke se dijo que seguramente tenía razón.

«La Fuerza….», volvió a pensar. Cilghal, su estudiante calamariana, le había enseñado lo suficiente sobre el mecanismo fisiológico de la conmoción cerebral para que Luke supiera con toda exactitud dónde tenía que desplegar la Fuerza, aunque el hacerlo en aquellas condiciones se parecía bastante a quitarse un guante con una sola mano. En cuanto a sus pulmones, era como si se hubiese tragado un taladro neumático y se hubiera olvidado de desconectarlo. Luke pensó que de ser así no tenía nada de extraño que el respirar hubiese resultado tan poco divertido.

Aumentar el flujo de sangre a los capilares para ir eliminando las impurezas. Acelerar la curación de las células de ese escuadrón de gamorreanos borrachos que en tiempos lejanos había sido su cerebro.

Luke abrió los ojos, e hizo cuanto pudo para conseguir que las dos Cray que tenía delante se fundieran en el único individuo que estaba casi seguro debían formar.

—¿Dónde estamos?

—Nos aproximamos al Sistema K Siete Cuarenta y nueve, y hemos captado una señal.

Cray tenía un enorme morado en un lado de la cara, y el maquillaje de sus ojos se había convertido en una masa de chorretones negros mezclados con los residuos de las lágrimas de dolor. Luke vio que llevaba un traje térmico sobre la ropa. Cray se había echado el capuchón por encima de los hombros, y su rubia cabellera flotaba como un halo alrededor de su rostro. Luke respiró hondo —pagando el precio de unas cuantas náuseas por ello— y concentró todas sus energías en canalizar la Fuerza hacia el centro de las sensaciones de dolor y mareo más intensas que estaba experimentando dentro de su cabeza. No conseguía acordarse de si Nichos era un buen piloto, pero sabía que Cray no tenía ni la más mínima experiencia en lo concerniente al pilotaje espacial. Si quería que llegaran a Pzob con vida, sería mejor que estuviera en condiciones de controlar la nave durante el descenso. —Creía que aquí fuera no había nada —murmuró—. ¿Viene de Pzob?

—Sí, del K Siete Cuarenta y nueve.

Luke había dejado de maldecir los pequeños infortunios de la vida después de haber perdido la mano derecha. En cuanto hubo comprendido que había interrumpido y puesto en peligro su adiestramiento como Jedi, traicionado a su Maestro y corrido un riesgo terrible de sucumbir al lado oscuro sin que hubiera ni el más mínimo propósito para todo ello, empezó a ver las molestias y desgracias cotidianas de una manera muy distinta. Esas experiencias del pasado hicieron que se limitara a descargar su preocupación con un suspiro. —¿Es una señal imperial? —preguntó.

Si la base del campo de asteroides era una instalación imperial, parecía lógico suponer que se trataría de una señal imperial.

—La sección de datos del ordenador no funciona —le informó Cray—. He conseguido que el ordenador de navegación vuelva a dar lecturas gracias a los sistemas de apoyo, pero tuve que emplear todos los acoplamientos que no se quemaron cuando recibimos esa última descarga de energía. ¿Puedes reconocer señales imperiales mediante el código interno? —Algunas.

Luke se inclinó —cautelosamente— para abrir las tiras que sujetaban una manta térmica plateada alrededor de su cuerpo mientras Cray se encargaba de los otros correajes que le mantenían inmovilizado. Vio que estaba en la sala posterior de la tripulación, tal como había supuesto. La luz procedía de un único panel luminoso de emergencia del techo, pero bastaba para permitirle ver las nubéculas de su aliento.

—Aquí tiene, amo Luke. —Cetrespeó flotó hacia él desde los armarios de la pared de enfrente, sosteniendo un traje térmico y una máscara con filtro de oxígeno—. Me alegra muchísimo verle consciente y en tan buen estado.

—Eso es cuestión de opiniones, Cetrespeó.

Los pequeños movimientos necesarios para ponerse el traje térmico bastaron para que volviera a marearse, y seguía sintiendo un espantoso palpitar en la cabeza a pesar de toda la canalización curativa que empleara para remediarlo. Luke cogió la máscara y lanzó una mirada interrogativa a Cray.

—Los conductos del refrigerante se han roto. Te pusimos una máscara tan pronto como pudimos, pero aun así hubo unos minutos durante los que… Bien, pensamos que te habíamos perdido.

Luke se llevó una mano a la nuca y lo lamentó al instante. No sabía con qué había chocado —o qué resto flotante había chocado con su cabeza—, pero fuera lo que fuese había creado un chichón que parecía tener las dimensiones de la más pequeña de las lunas de Coruscant.

—Salvé todas las lecturas de la batalla que pude. —Cray se puso su máscara y siguió a Luke hasta la puerta—. Tenemos unas cuantas fotos, unos cuantos metros de cinta que no he conseguido visionar y media docena de extrapolaciones hechas por el ordenador de lo que creo es el lugar del que partió el ataque, pero el sistema está tan dañado que no puedo obtener ninguna imagen lo bastante clara para que me indique cuál es el asteroide del que surgieron los disparos. Cuando hayamos descendido podré recuperar la mayor parte de los datos, y entonces podré darte una información más precisa.

Entraron en el corto tramo de pasillo y Cray apartó un cuaderno electrónico y un par de filtros de repuesto que flotaban en el aire. Las naves espaciales procuraban observar lo más escrupulosamente posible la regla de reducir al mínimo los objetos que no estaban magnetizados o asegurados mediante correas, pero siempre quedaban unos cuantos que podían ir desde conexiones de comunicación y punzones de escritura hasta tazas de café, bulbos de bebida vacíos y losetas de datos.

El puente estaba todavía más frío que la sala de la tripulación, y las nubéculas rosadas de gas refrigerante que derivaban lentamente de un lado a otro hacían que la atmósfera brillase de una manera fantasmagórica. Nichos se había atado a los pernos de seguridad de la consola principal, y el asiento que había ocupado Luke había tenido que ser sujetado mediante cables a un asa de la pared de enfrente después de que el impacto que arrancó a Luke de su arnés de seguridad lo hubiese desprendido de sus anclajes. Todas las luces del puente se habían apagado, y la única fuente de claridad disponible era la luz estelar de un blanco pizarroso que entraba por el visor principal. Los amenazadores ojillos rojizos y los parpadeos ambarinos de los paneles destellaban como joyas extrañas al reflejarse en los brazos y la espalda del androide plateado.

—La señal procedente de Pzob que estamos captando no es lo bastante potente para llegar hasta el interior de la Nebulosa Flor de Luna —le informó Nichos mientras Luke se acercaba a un resto de tira del arnés de seguridad que flotaba junto a él—. ¿Te resulta familiar?

Luke inspeccionó la lectura en la única pantalla que seguía funcionando.

—No se parece a ninguna de las señales imperiales que he visto hasta ahora —dijo—. Eso no significa que quien la envía no pueda estar aliado con algún señor de la guerra, naturalmente…

Ver a Nichos sin máscara ni traje térmico dentro de lo que se estaba convirtiendo rápidamente en un ataúd helado y expuesto al vacío resultaba extraño, y un poco desconcertante.

—¿Los colonos gamorreanos? —sugirió Cray—. O tal vez sean contrabandistas…

—Los gamorreanos nunca han dejado de luchar entre ellos el tiempo suficiente para crear algún tipo de instalación tecnológica en ninguno de los planetas donde se han establecido —replicó Luke con voz pensativa—. Podrían ser contrabandistas…, y eso tampoco excluye el que estén aliados con Harrsk, Teradoc o cualquier otro aspirante a convertirse en pez gordo imperial, o con alguna de las grandes bandas de contrabandistas. Pero dadas las circunstancias actuales —añadió mientras devolvía la lectura al ordenador de navegación y se asombraba al ver que Cray había conseguido que volviera a funcionar aunque sólo fuese de esa manera tan limitada—, me temo que no tenemos otra elección.

Las gigantescas, primitivas y belicosas criaturas de aspecto porcino conocidas como gamorreanos son capaces de sobrevivir y prosperar allí donde haya un suelo lo bastante fértil para ser cultivado, presas suficientes que cazar y rocas que arrojarse a la cabeza, pero si se les permite escoger siempre se decantarán por un terreno boscoso y, a ser posible, por aquellas zonas de él en las que crezcan hongos. Los bosques que se alzaban alrededor de los cuatro o cinco acres de cicatriz calcinada sobre la que Luke posó el
Ave de Presa
eran monumentales, frondosos, oscuros y muy viejos, y los troncos eran tan inmensamente altos como los de las selvas de Ithor pero todavía más gruesos. El silencio sombrío y meditabundo que se acumulaba bajo aquellas hojas de aspecto coriáceo enseguida hizo que Luke empezara a sentirse bastante inquieto.

—La base tendría que estar en esa dirección —dijo.

Después se sentó con cierto apresuramiento sobre un peldaño de la salida de emergencia del navío de exploración —la rampa de descenso no funcionaba—, y extendió un dedo hacia el sol anaranjado que acababa de elevarse por encima del horizonte. Estaba extrayendo toda la energía posible de la Fuerza, pero aún se sentía bastante débil y mareado, y todavía se quedaba sin aliento enseguida a pesar de que sus pulmones se estaban recuperando rápidamente.

—No queda muy lejos —siguió diciendo en cuanto hubo logrado normalizar su respiración—. Las lecturas de energía no parecen lo bastante altas para que pueda haber vallas energéticas o armamento pesado.

—Pero si hubiera gamorreanos en la zona… Bueno, supongo que como mínimo entonces necesitarían vallas energéticas, ¿no?

Al igual que Luke, Cray se había quitado el traje térmico y sus ágiles dedos estaban trenzando rápidamente su cabellera mientras hablaba. «Lo cual es toda una hazaña sin un espejo», pensó Luke mientras reprimía una sonrisa de diversión. Pero si había alguien capaz de conseguirlo, no cabía duda de que era Cray.

—Bueno, puede que los gamorreanos no hayan colonizado este continente —observó.

El viento agitaba los largos tallos de hierba, que tenían el mismo color entre azul y verde oscuro de toda la vegetación de aquel mundo bañado por una claridad ambarina, pero el casi imperceptible matiz dorado de la luz no sólo no resultaba inquietante sino que hacía que todo transmitiera una profunda sensación de paz crepuscular. Una manada de bípedos diminutos —eran de color rojo y amarillo, y Luke pensó que apenas debían de llegarle a la rodilla— surgió de detrás de un tronco caído, sucumbió al pánico en cuanto vio a los enormes intrusos y huyó a la carrera hacia las profundidades del bosque dejando tras de sí una estela de trinos y silbidos.

—De hecho, puede que encontremos alguna colonia de otra raza. Los últimos informes sobre este mundo tienen cincuenta años de antigüedad.

—Hemos abierto las escotillas de los motores, amo Luke. —Cetrespeó y Nichos aparecieron en el comienzo de la escalera, con sus cuerpos metálicos de color oro y plata cubiertos de abolladuras y manchas de aceite. Ellos también habían salido bastante malparados de la batalla con el asteroide—. La mayor parte del gas refrigerante se ha disipado en la atmósfera.

El impacto del último haz de plasma y la andanada de fragmentos rocosos en que se había convertido el asteroide destrozado habían atascado las escotillas del compartimento de motores. Luke seguía teniendo accesos de mareo de vez en cuando, y había pensado que sería más prudente permitir que los androides, que no necesitaban respiradores, utilizaran su considerable fortaleza mecánica para forzar las escotillas mientras los humanos llevaban a cabo un rápido reconocimiento del exterior.

Los motores se hallaban en un estado realmente lamentable.

—Necesitaremos unos treinta metros de cableado del número ocho y media docena de acopladores de datos —dijo Luke media hora después mientras emergía cautelosamente de una escotilla de acceso de la sala de motores sumida en la oscuridad. Incluso los paneles luminosos habían dejado de funcionar, y la claustrofóbica estancia estaba iluminada por una ristra de luces de emergencia conectada a una pila de escala 10 sacada del compartimento de emergencia—. En cuanto al resto, creo que podré remendarlo.

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