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Authors: Jesús Mate

Tags: #Intriga, #Terror, #Policíaco

Los números de las sensaciones (8 page)

BOOK: Los números de las sensaciones
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—Esto debe ser ya una broma.

Dio un par de pasos hacia la figura, y pudo distinguir mejor su posición. Tenía la cabeza metida entre las rodillas, y éstas se las sujetaba con las manos.

—¿Marcos? ¿Eres tú? —Preguntó Peter ya nervioso. No se podía creer que le volviese a pasar a él.

Un paso más cerca, y luego otro. No sabía qué hacer. ¿Llamaba a Joe, a Julián, o quizás a Anna? A pesar de ser la tercera vez que le ocurría, la situación le empezaba a superar. Pero en esta ocasión había algo distinto. No se encontraba en el mismo pasillo que las otras dos veces, aunque sí estaba cerca de su habitación. Parecía que sabía que iba a pasar por allí.

—¿Marcos? ¿Puedes oírme?

Entonces, el hombre que estaba allí sentado levantó la cabeza, y Peter pudo ver su horrible cara, llena de cicatrices, y su cabeza llena de costras. No era Marcos, sino Cosme Rollers.

—¡Oh, no!

—Hola doctorcito —le contestó.

Y la luz se fue.

Hacía un par de minutos que se había despedido del doctor Peter Lux, cuando hubo un apagón. Julián cogió su GPS, pero vio que éste no funcionaba. No sabía que podía haber sucedido. Pensó que un centro como ese debía disponer de un generador de emergencia que no tardaría en ponerse en marcha. Sin una simple luz, todo el blanco que lo envolvía se había tornado al más oscuro negro.

Levantó los brazos para no chocarse, y se dirigió hacia la pared de la izquierda. Sólo le quedaba esperar a que volviese la electricidad, pues era totalmente incapaz de orientarse. En aquel lugar estaba tan perdido como en un laberinto.

Tenía delante a Cosme. Este tío estaba encerrado allí por matar a la gente con el fin de comerse su pelo. Además, el análisis del día anterior tuvo que suspenderse porque le había atacado dándole un cabezazo sobre la mano. Es más, le amenazó para la próxima vez que se vieran. Y esa próxima vez había llegado.

—¿Qué tal está, doctorcito?

Su asquerosa voz acompañaba a su también asqueroso olor. Era repugnante en todos los sentidos, y sólo con recordar su cara, el estómago se le revolvió. Pero se tenía que tranquilizar y debía pensar. Él era el psiquiatra y se enfrentaba a su paciente, aunque no lo veía, no sabía dónde estaba. ¿Por qué no volvía la luz?

—Se preguntará cómo he salido...

Escuchó su voz más próxima y el olor se hizo más intenso, por lo que dedujo que se le estaba acercando. Tenía que hacer algo, y pronto.

—...Pues esto será lo último que se pregunte.

Cosme soltó una risotada que puso los vellos de punta a Peter. De pronto volvió la luz, pero sin la suficiente fuerza para que los fluorescentes quedaran encendidos, lo que provocaba unos resplandores intermitentes que molestaban bastante. Pero bastaban para comprobar que Cosme estaba a sólo un par de metros de él, que en su cara había una sonrisa malévola, y que sujetaba con su mano derecha un objeto que no pudo identificar.

Entonces se acordó de la habitación de las escobas. Cogió el GPS, pero éste se apagaba y encendía a la par de las luces. Sin importarle, se dio media vuelta y salió corriendo hacia allí. No necesitaba el GPS para llegar.

—¿Dónde cree que va? —Chilló Cosme, que arrancó a correr detrás de él con paso quebrado.— No va a escapar, doctorcito.

Peter se esforzó al máximo, y consiguió dejar atrás a Cosme. El parpadeo de las luces le mareaba, casi tanto como aquellos dibujos animados que provocaban ataques epilépticos. Una sucesión de pasillos, que se le antojó interminable, fue su dirección mientras intentaba despistar a Cosme, pero éste le seguía como un perro rastreador. Cuando llegó al pasillo de la habitación de las escobas ya no escuchaba los pasos de su perseguidor cerca, aunque si pudo distinguir por el rabillo del ojo su sombra entre los fogonazos que lanzaban las lámparas. Introdujo las uñas por la rendija, y tiró hacia él sin que la puerta diese ninguna resistencia. Se metió dentro de la habitación a oscuras, y cerró la puerta detrás de él.

—No me puede encontrar. Es imposible que descubra la puerta —se tranquilizó Peter a sí mismo, pues lo necesitaba.

Por la rendija se podía apreciar el parpadeo de las luces. Cogió de nuevo el GPS para ver si funcionaba adecuadamente, pero seguía sin encenderse correctamente. Se acercó a la puerta, sin apoyarse en ella, para intentar oír algo. Pasaron unos segundos en los que sólo escuchaba su corazón palpitando, así que, cuando decidió que no era posible que Cosme le encontrase, empujó un poco la puerta y miró por la pequeña abertura. Aunque fuera totalmente impensable e increíble, Cosme estaba apoyado en la pared de enfrente con su horrible sonrisa. Le miraba con una mezcla de ansia y maldad.

—¿Me echaba de menos?

Del pánico que invadió su cuerpo, Peter retrocedió hacia atrás y perdió el equilibrio, arrastrando consigo algunos botes de lejía. Cayó al suelo mientras veía que Cosme terminaba de abrir la puerta y se acercaba acompañado de su fétido olor.

—¡Aléjate! —Gritó.

—No, no.

Cosme levantó la mano, y Peter pudo ver que el loco que se le acercaba llevaba una navaja de unos trece centímetros de longitud. Le iba a matar allí mismo, no cabía la menor duda. Así que, con desesperación, Peter intentó buscar algo con lo que defenderse. Miró a la izquierda, y vio el palo de la fregona metido en su cubo; a la derecha, y vio los botes que había tirado, e incrustado en la pared había una pantallita y un teclado alfanumérico. Obvió esto último y agarró la fregona dando un fuerte tirón dirigido hacia Cosme, pero éste estaba demasiado cerca. Le cogió por los hombros clavándole con mucha fuerza sus grasientos dedos, y lo levantó del suelo. Le empezó a zarandear por la pequeña habitación como si fuese un maniquí de cartón, mientras se golpeaba con las repisas. Sentía como su sangre empezaba a correrle por la cara, y quizás se orinó encima, pues notó mojadas las piernas. Ya estaban todos los botes tirados por el suelo, cosa que no le preocupó lo más mínimo, y él seguía por los aires. Entonces Peter se dio cuenta que no había soltado su fregona, que la mantenía sujeta con fuerza. Pero antes de poder hacer nada Cosme le tiró fuera de la habitación hacia el pasillo, golpeándose la cabeza contra la pared. Estaba tan dolorido que, aunque veía que Cosme se le acercaba con la navaja en alto, no podía ni siquiera moverse.

—Me gusta su pelo —se confesó Cosme—. Me gustó desde el primer día que lo vi.

—Déjame... Déjame, por favor —logró balbucear Peter.

—No, de verdad. Yo sé de qué hablo, al igual que usted sabe de las tonterías esas que nos ha hecho leer. Y le digo que su pelo es realmente bueno. De calidad.

Empezó a reír mientras se acercaba, y Peter, tirado en el suelo, no pudo más que levantar el brazo para intentar frenarle.

A menos de un metro de él, empezó a pensar en Anna, en lo que sufriría. Lloraba pensando en ella, esperando que no le sucediera nada malo. No le importaba otra cosa en ese momento salvo que Anna estuviese a salvaguardo.

—Déjame.

—Mmmm —saboreó, dejando caer la saliva que le bajaba por la barbilla sobre su camisa.

De pronto, salido de la nada, un puño cayó sobre Cosme dejándolo inconsciente. El inspector Puma le había salvado.

Llevaba la luz unos minutos restablecida completamente, por lo que pudieron llamar a Joe para que les ayudara a encerrar a Cosme. Ya de regreso: el guardia delante, junto a Cosme, demostrando su fuerza; y detrás, Peter y Julián. El inspector ayudaba a caminar a Peter, y éste no paraba de agradecerle que le hubiese salvado la vida.

Nada más que volvió la luz, Peter llamó a Anna para avisarle y decirle que no saliese de su cuarto, que lo cerrara con llave incluso. Su mujer se mostró bastante preocupada, a pesar de que Peter no le había comentado nada sobre sus heridas. Anna aprovechó para comentarle que creía haber encontrado la clave del cuaderno. Según ella, aplicando la frase-pista que decía que la clave estaba en medio de la advertencia, había cogido las dos listas de letras, había tomado las primera de cada una —que eran la A y la O—, y en el texto de “Cuidado con Joanne Blinda” buscaba estas dos letras, y tomaba la letra que estaba entre ellas. En este caso era la D. Así repetía el procedimiento con el resto de letras de la lista, y asombrosamente conseguía la palabra “dolencia”. Dolencia. Eso era lo que sentía él: dolor. Y no sólo físico, sino dolor de cabeza después de todo ese embrollo que le había soltado su mujer. Peter se limitó a felicitarla por haber encontrado una palabra que tenía sentido, pero para nada les iba a servir. Se iban a ir al día siguiente, y el misterio del cuaderno se iba a quedar allí. Peter notó el tono desanimado de Anna al despedirse, pero no quiso pensar más en ello.

Ahora volvía a su habitación, ayudado por Julián, y todavía tenía que hacer la maleta. Joe se había separado de ellos para llevar a Cosme a su celda.

—Mañana habrá otra reunión —comentó Julián.

—Pero nosotros no iremos.

—Peter, sería conveniente que vayas. Has sido víctima de un ataque. Esto ya ha llegado demasiado lejos. Creo que deberías denunciar al centro. Necesita más mecanismos de seguridad, y más personal de vigilancia.

—Quizás lo haga. Pero no quiero quedarme más tiempo aquí. —Hizo una pausa—. Julián, tú llevas la investigación. Tú me puedes interrogar de otra forma que no sea en otra reunión que no lleve a nada.

—Está bien —aceptó Julián tras pensárselo unos segundos—. Les convenceré para que os dejen marchar, y si quieren contactar contigo que lo hagan por teléfono.

—Gracias.

Llegaron, por fin, a la habitación y volvieron a despedirse.

—Julián, no sabré nunca cómo agradecerte que me salvaras.

—Es mi trabajo. No tienes que agradecer nada. Bueno, como te he dicho antes, deberías denunciar al centro. La poca seguridad en un centro de este tipo es inaceptable.

—Gracias Julián.

Un nuevo apretón de manos, y Peter entró en su habitación. Lo primero que hizo fue ir al baño a lavarse las heridas. Allí había un pequeño botiquín, con lo que sufrió un poco más mientras el agua oxigenada hacía su trabajo.

Parecía mentira, pero había conseguido salvarse. Temió por su vida realmente, y todavía se preguntaba cómo Cosme supo que se había escondido en la habitación de las escobas. Un cuarto oculto que no aparecía ni en el GPS. Además, Cosme era un paciente que no tenía ni por qué saber dónde estaba su celda. Es más, ni Peter sabía dónde se encontraba la celda de aquel individuo. Aquel cuarto de escobas era un misterio, al igual que la libreta de Fran.

De pronto le vino a su mente la imagen del teclado alfanumérico que había vislumbrado allí. Cuando lo vio no le dio ninguna importancia, pero ahora se preguntaba qué hacía allí tal aparato. Aquel sitio era un manicomio, pero eso era ya para volver loco a cualquiera.

Salió del baño y se tumbó en la cama. Recordó dónde había colocado la maleta, y mentalmente la hizo, pensando qué había colocado en cada estante del armario. Así, cuando lo hiciese físicamente todo fuera mecánico. Ese era un truco que había aprendido de pequeño.

Pensó en Anna. En cómo, mientras él temía por su vida, ella intentaba resolver un posible acertijo que habían encontrado en el cuaderno que un señor (que, por cierto, tenía la memoria de una pez) les había dado. De locos. ¿Y si realmente Anna había resuelto el misterio? ¿Y si Fran era el infiltrado, y quería ayudarles? Hacer creer que uno pierde la memoria es fácil. Pero, ¿ayudarles a qué? Se suponía que Santo les había contratado para encontrar un infiltrado que, supuestamente, querría descubrir alguna práctica inadecuada del centro (como la seguridad, pensó Peter), y no ayudarles a ellos. Eso no tenía sentido.

Volvió a pensar en el teclado alfanumérico. Quizás el cuarto de escobas no era realmente tal. Se levantó de la cama y se dirigió a la puerta. Allí se paró. ¿Iba a volver a aquella habitación para comprobar si tecleando la palabra que Anna le había dicho ocurría algo? Casi moría hacía una media hora, ¿qué cosa peor le iba a pasar? Le dolía todo el cuerpo, pero no se iba a ir de allí sin comprobarlo. Quizás la locura era, al fin y al cabo, contagiosa. Pensó en avisar a Anna, pero rechazó la idea al instante. Acto seguido abrió la puerta, y fue a comprobar si la curiosidad mató o no al gato.

Con no poco esfuerzo consiguió llegar, abrir la puerta y sentarse al fondo de la habitación. No se había dado cuenta antes, pero una vez allí sentado y con la luz encendida, vio el suelo y las paredes manchadas de sangre. De su sangre. Intentó no pensar en ello para concentrarse en el teclado, que comprobó que emitía una luz blanca a modo de espera. También observó que la pantallita superior estaba dividida en ocho pequeños cuadrados. Ocho, al igual que tenía justo ocho letras la palabra “dolencia”. ¿Casualidad? Peter pensaba que no, así que empezó a introducirla en el teclado. Éste era igual que el de un móvil, con varias letras en una misma tecla. Terminó de escribirla, pulsó el botón de aceptar, y…, la luz blanca pasó a verde. Soltó un pequeño grito de júbilo, aunque allí no pasó nada. Esperó unos segundos más, pero allí no sucedía nada de nada. Ni bajó un monitor del techo, ni se abrió ninguna caja fuerte. Tampoco se abrió un agujero en el suelo que le llevase a un sótano lleno de ataúdes, mientras bajaba por un divertido tobogán multicolor. Lo que se dice nada de nada.

—Bueno, al menos lo he intentado —se consoló.

Cansado por el esfuerzo realizado, mezclado con las recientes heridas, se sentó junto al cubo de la fregona con la espalda pegada a la pared, y se cogió con las manos las rodillas. Rápidamente se le vino a la cabeza Cosme. Se había puesto en la misma posición que él, y con sólo pensarlo le dio un escalofrío tal que se le agitó todo el cuerpo. Durante una fracción de segundo notó que la pared donde se había estado apoyando se había movido. Giró el tronco, y empujó, primero débil y a continuación con más fuerza, la pared. Estaba cediendo. Toda la pared del fondo se movía como por arte de magia (más bien por su esfuerzo), y eso significaba dos cosas: que su mujer era excesivamente inteligente, y que gracias al cuaderno de Fran Pino había encontrado una especie de pasadizo oculto. ¿A qué tipo de manicomio habían ido? Iba a llamar a Anna, pero no quiso meterla en esto todavía. No hasta asegurarse qué demonios pintaba ese pasadizo allí.

Peter se levantó y terminó de abrir la puerta para poder pasar. Accedió a un pasaje angosto, de paredes grises como el cemento, y mal iluminado por pequeñas bombillas situadas en lo alto de una moldura superior. Al fondo, que para llegar bastaba con dar unos cinco pasos, había una puerta blanca del mismo formato que el resto de puertas del centro. Y justo encima se encontraba una cámara de vigilancia, con su luz roja encendida, indicando que alguien le estaba observando. ¿Quizás Joanne?

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