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Authors: Bertrand Russell

Tags: #Filosofía

Los problemas de la filosofía (3 page)

BOOK: Los problemas de la filosofía
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La primera respuesta que se le ocurre a uno es que a pesar de que personas diferentes pueden ver la mesa de forma ligeramente distinta, todavía ellas siguen viendo más o menos las mismas cosas cuando ven la mesa, y las variaciones de lo que ven siguen las leyes de la perspectiva y la reflexión de la luz, así que es fácil llegar al objeto permanente que se encuentra detrás de todas las informaciones sensoriales de las distintas personas. Yo le compré la mesa al inquilino anterior; no pude comprarle
sus
informaciones sensoriales, que dejaron de existir cuando él se fue, pero sí pude y de hecho le compré la confiada expectativa de obtener más o menos las mismas informaciones sensoriales. Entonces existe el hecho de que personas distintas tengan informaciones sensoriales similares, lo que nos hace suponer que arriba y sobre las informaciones sensoriales existe un objeto público y permanente que soporta o causa las informaciones sensoriales a varias personas en varios períodos de tiempo.

Ahora, como hasta aquí las consideraciones arriba mencionadas dependen sobre la suposición de que hay más personas además de nosotros, estamos omitiendo aquí la misma pregunta en cuestión. Las otras personas me son presentadas por ciertas informaciones sensoriales, y entonces yo no debo tener razón alguna para creer que otras personas existen excepto como parte de mi sueño. Luego, cuando intentamos demostrar que debe haber objetos independientes de mis informaciones sensoriales, no podemos apelar al testimonio de otras personas, ya que este testimonio en sí consiste de informaciones sensoriales, y no revela experiencias de otras personas a menos que nuestras informaciones sensoriales sean un signo de que las cosas existen independientemente de nosotros. Debemos entonces, si es posible, encontrar, en nuestras experiencias puras y privadas, las características que muestran, o que tienden a mostrar, que hay en el mundo cosas distintas a nosotros y de nuestras experiencias privadas.

En cierto sentido debe ser admitido que nunca podremos
probar
la existencia de las cosas fuera de nosotros y de nuestras experiencias. No se obtiene un resultado lógico absurdo de la hipótesis de que el mundo consiste en mí mismo y en mis pensamientos, y en mis sentimientos, y en mis sensaciones, y que todo lo demás es imaginario. En los sueños, un mundo bastante complejo puede hacerse presente, y aún cuando nos despertamos encontramos que tan sólo fue una ilusión; debe decirse entonces, que encontramos que las informaciones sensoriales en el sueño no parecen haber correspondido con ciertos objetos físicos como se hubiera inferido de las mismas informaciones sensoriales. (Es cierto que, cuando el mundo físico es asumido, es posible encontrar causas físicas que provocaron las informaciones sensoriales durante los sueños: una puerta que se azota, por ejemplo, puede causar que soñemos en una batalla naval. Mas sin embargo, en este caso, hay una
causa
física para la información sensorial; es verdad que no hay un objeto físico que
corresponda
a las informaciones sensoriales que obtuvimos durante el sueño, ya que su forma hubiera sido muy distinta durante una verdadera batalla naval.) No existe impedimento lógico en la suposición de que la vida en su totalidad sea un sueño en el que creamos todos los objetos que se nos presentan. Mas aunque esto no es lógicamente imposible, no hay alguna razón para suponer que es verdadera; y, de hecho, hay una hipótesis mucho más simple que ésta; si tomamos en cuenta los hechos de nuestra propia vida, la hipótesis del sentido común afirma que hay realmente objetos independientes a nuestro ser, y cuya acción en nosotros causa nuestras sensaciones.

La forma en que la simplicidad se hace presente cuando suponemos que realmente hay objetos físicos es fácilmente apreciable. Si un gato aparece en un momento dado en alguna parte de la habitación, y en otro momento en otra parte, es natural suponer que se ha desplazado de un lado al otro, pasando a través de una serie intermedia de distintas posiciones. Pero si lo tomamos como un simple conjunto de informaciones sensoriales, el gato no pudo haber estado en un lugar en el que no lo hayamos visto; entonces nosotros tenemos que suponer que él no existió del todo cuando no lo observamos, pero que de repente saltó a la existencia en un nuevo lugar. Si el gato existe lo vea o no lo vea, podremos entender sobre la base de nuestra propia experiencia como desarrolla hambre entre una comida y la siguiente; pero si no existe cuando yo no lo veo, parece extraño que su apetito crezca durante su no-existencia a la misma velocidad que cuando existe. Y si el gato consiste únicamente de las informaciones sensoriales, no puede estar
hambriento
, porque nada más la propia hambre puede ser una información sensorial para mí. De esta forma el comportamiento de las informaciones sensoriales que me representan al gato, aunque parezca muy natural atribuirle la expresión del hambre, se hace completamente inexplicable cuando se le atribuye a simples movimientos y cambios de color que son incapaces de tener hambre, como lo es un triángulo de jugar futbol.

Pero el problema en el caso del gato no es nada comparado con la dificultad en el caso de los seres humanos. Cuando los seres humanos hablan — es decir, cuando oímos ciertos sonidos que asociamos con ideas y simultáneamente vemos ciertos movimientos en los labios y ciertas expresiones faciales — es muy difícil suponer que lo que oímos no es la expresión de un pensamiento, como sabemos sería si nosotros emitiéramos las mismas palabras. Por supuesto, hechos similares pasan durante los sueños, en donde estamos en un error al suponer la existencia de las otras personas que aparecen en ellos. Pero los sueños son más o menos sugeridos por lo que nosotros llamamos vigilia, y pueden ser más o menos atribuidos a principios científicos si asumimos que realmente existe un mundo material. Entonces, todo principio de simplicidad nos urge a adoptar la visión natural de que realmente hay objetos aparte de nosotros y de nuestra información sensorial que tienen una existencia que no depende de nuestra percepción.

Por supuesto, no hemos llegado a sustentar nuestra creencia en un mundo externo e independiente a través de la demostración. Hemos encontrado esta creencia en nuestro propio ser tan pronto empezamos a reflexionar sobre ello: es lo que podríamos llamar una creencia
instintiva
. Nosotros no deberíamos haber sido guiados a preguntarnos sobre esta creencia más por el hecho de que, sobre todo en el caso del sentido de la vista, pareciera que las informaciones sensoriales en sí mismas pudieran ser creídas instintivamente como idénticas al objeto independiente, cuando toda la argumentación anterior muestra que el objeto independiente no puede ser idéntico a las informaciones sensoriales. Este descubrimiento, sin embargo — que no es para nada paradójico en el caso del gusto, y el olfato, y el oído, y sólo ligeramente en el caso del tacto — deja sin merma nuestra creencia instintiva de que
hay
objetos que
corresponden
a nuestras informaciones sensoriales. Debido a que esta creencia no nos guía a mayores problemas mas, al contrario, tiende a simplificar y sistematizar nuestro conjunto de experiencias, no parece haber razón alguna para desecharla. Por lo que podemos admitir — a pesar de la sutil duda derivada de los sueños — que el mundo exterior realmente existe, y de que su existencia no es en su totalidad dependiente de nuestra percepción.

La argumentación que nos ha guiado hasta esta conclusión no es tan sólida como nosotros quisiéramos que fuera cuando es puesta en duda, pero es típica en muchas argumentaciones filosóficas, y por lo tanto vale la pena considerarla brevemente en su carácter general y validez. Hemos encontrado que todo conocimiento debe estar construido sobre nuestras creencias instintivas, y si estas son desechadas, nada nos queda. Pero de entre nuestras creencias instintivas hay algunas que son más sólidas que otras, mientras que otras pueden haberse confundido, por hábito o asociación, con otras creencias, no verdaderamente instintivas, pero supuestas falsamente como parte de lo que es creído instintivamente.

La filosofía debe mostrarnos la jerarquía de nuestras creencias instintivas, empezando por las que nosotros sostenemos más firmemente, y presentando cada una de ellas de forma tan aislada y libre de adiciones irrelevantes como sea posible. Debe tener cuidado de mostrar que, en la forma en que finalmente deberán ser jerarquizadas, nuestras creencias instintivas no entren en conflicto, sino que formen un sistema armonioso. No puede haber alguna razón que niegue una creencia instintiva excepto cuando ésta esté en conflicto con otra; mas, cuando se encuentra que es armoniosa, todo el sistema se hace merecedor de ser aceptado.

Es, por supuesto,
posible
de que todas o algunas de nuestras creencias estén erradas, y por lo tanto todas deberán ser consideradas al menos con cierta duda. Pero nosotros no podemos tener
razón
para rechazar una creencia excepto cuando estemos en el ámbito de otra creencia. Así, a través de la organización de nuestras creencias instintivas y sus consecuencias, por medio de la consideración de cuál de ellas es la más factible, si es necesario, modificando o abandonando, podemos llegar, con base a la aceptación de nuestra información personal de lo que instintivamente creemos, a una organización de nuestros conocimientos ordenada sistemáticamente, en la que, aunque permanezca la
posibilidad
de error, esta probabilidad se vea disminuida por la interrelación de las partes y por el escrutinio crítico que ha precedido su aquiescencia.

Esta función, por lo menos, puede ser llevada a cabo por la filosofía. La mayoría de los filósofos, correcta o incorrectamente, creen que la filosofía puede hacer mucho más que esto — de que puede darnos el conocimiento, de otra forma imposible, concerniente a todo el universo y con respecto a la naturaleza de la verdad fundamental. Si esto viene al caso o no, la más modesta función por la que hemos abogado puede ser llevada a cabo por la filosofía, y ciertamente es suficiente para aquellos que alguna vez empezaron a dudar de la pertinencia del sentido común, para justificar las labores arduas y difíciles que implican los problemas filosóficos.

Capítulo III
La naturaleza de la materia

En el capítulo anterior acordamos, a pesar de no haber podido encontrar argumentos firmes para su demostración, que es razonable creer que nuestra información sensorial — por ejemplo, aquella que está asociada con mi mesa — es realmente signo de la existencia de algo independiente de nosotros y nuestras percepciones. Lo que quiere decir que por encima de las sensaciones de color, dureza, ruido y demás que conforman la apariencia de la mesa, asumo que hay algo más de lo que estas cosas aparentan. El color deja de existir si cierro mis ojos, la sensación de dureza deja de ser si quito el brazo de la mesa, el sonido cesa si dejo de golpear la mesa con los nudillos. Pero no creo que cuando todas estas cosas cesan la mesa deja de existir. Al contrario, creo que porque precisamente la mesa no deja de existir todas estas informaciones sensoriales reaparecerán cuando abra mis ojos, ponga mi brazo sobre la mesa y empiece a golpear su superficie con mis nudillos. La pregunta que habremos de considerar en este capítulo es: ¿cuál es la naturaleza de esta mesa real, que persiste independientemente de mi percepción de ella?

A esta pregunta encontramos respuesta en la ciencia física, tal vez algo incompleta, sin duda, y en parte todavía hipotética, pero merecedora de respeto hasta ahora. La ciencia física, más o menos inconscientemente, se ha desplazado hacia el punto de vista que todo fenómeno natural puede ser reducido al movimiento. La luz, y el calor, y el sonido se deben todos a movimientos de onda, que viajan del cuerpo que los emite a la persona que ve la luz o siente el calor o escucha el sonido. Eso que contiene al movimiento de onda, sea ya éter o “materia bruta”, en cualquier caso es lo que el filósofo considera como materia. Las únicas propiedades que la ciencia le asigna son la posición en el espacio y la capacidad de movimiento con respecto a las leyes de movimiento. La ciencia no niega que
podría
tener otras propiedades; pero aún así, esas otras propiedades no son útiles para el científico, y de ninguna manera le ayudan para explicar este fenómeno.

Se dice a veces que “la luz
es
una tipo de onda”, pero esto es confuso, ya que la luz que percibimos de inmediato, la que conocemos directamente por medio de nuestros sentidos,
no
es un tipo de onda, mas algo totalmente distinto — algo que todos conocemos si no somos ciegos, pero que no podemos describir de tal forma que podamos transmitir nuestro conocimiento a un ciego. Una onda, en cambio, puede bien ser descrita al ciego, ya que él puede adquirir el conocimiento del espacio por el sentido del tacto; y puede experimentar el movimiento de una onda casi tan bien como nosotros cuando haga un recorrido en una lancha. Mas esto, que un ciego puede entender, no es lo que nosotros entendemos por
luz
: nosotros entendemos por
luz
justo lo que un ciego nunca podrá entender, y que nosotros nunca podremos explicarle.

Ahora esto es algo, para todos nosotros que no estamos ciegos, que no puede, de acuerdo a la ciencia, realmente ser encontrado en el mundo exterior: esto es algo causado por la acción de ciertas ondas en los ojos, y nervios, y cerebro de la persona que ve la luz. Cuando se dice que la luz
es
ondas, lo que realmente se quiere significar es que las ondas son la causa física de las sensaciones producidas por la luz. Pero la luz en sí misma, la cosa que las personas que ven experimentan y los que no ven no experimentan, no es supuesta por la ciencia como cualquier forma que sea independiente de nosotros y de nuestros sentidos. Y lo mismo podría aplicarse a otro tipo de sensaciones.

No nada más son los colores, y los sonidos, y los demás que están ausentes del mundo científico de la materia, sino también el
espacio
como lo percibimos a través de la vista o el tacto. Es esencial para la ciencia que la materia deba estar en
el
espacio, pero el espacio en el que está no puede ser exactamente el espacio que nosotros vemos o sentimos. Para empezar, el espacio que vemos no es el mismo espacio que sentimos; es sólo a través de la experiencia en nuestra infancia como aprendemos a tocar las cosas que vemos, o como ver aquellas cosas que sentimos cuando nos tocan. Pero el espacio para la ciencia es neutral con respecto a la vista y al tacto; entonces no puede ser ya espacio para el tacto o espacio para la vista.

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