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Authors: Fernando Fedriani

Tags: #Romántico

Magia para torpes (4 page)

BOOK: Magia para torpes
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Si me vierais tratando de colarme delante de un grupo de japoneses, cuatro o cinco abuelillas de Ávila y tres padres de familia, que poco más y me parten la cara... Yo quería verla más de cerca y la vi más cerca. Eso sí, no fue hasta diez minutos antes de entrar en el pabellón; hasta entonces no pude situarme a su lado, aun a costa de separarme de mis padres.

El microclima, que era esa especie de chorrillo de agua suave que caía de alguna parte indeterminada del cielo para aguantar mejor la calor, provocaba una atmósfera telúrica... En aquel momento, tal vez por el microclima, me enamoré de Silvia. A primera vista. ¿Acaso existe algún otro tipo de amor?

Me dura hasta la fecha el enamoramiento. Y hasta la fecha, la verdad, no he podido dejar de mirarla con cara de idiota, como aquel primer día. Aunque aquel día no fuera capaz de decirle nada, ni de ver el Pabellón con ella, ni de acercarme demasiado, supe de golpe que no la olvidaría. Ella tenía a su lado a dos amigas y yo tenía mis apuntes de BUP.

No sé si recuerdas que en la Expo te vendían una especie de pasaporte. En él ibas colocando los sellos de aquellos pabellones que habías visitado.

Pues bien, cuando ella fue a sellar su pasaporte en La Navegación me acerqué lo suficiente como para constatar que había pintado un recuadro, con bolígrafo, para Pakistán. El nombre del futuro sello estaba escrito a boli sobre el papel, en la parte baja de su marco casero.

Pakistán, en la Expo, no era un recinto muy grande, pero tenía al hombre más alto del mundo como reclamo. ¡Un gigantón de dos metros y medio con el que la gente se hacía fotos! ¡Madre mía! ¡Han pasado casi veinte años y todavía creo ver al colega, sentado sobre una silla que parecía diminuta debajo de su excelso culo! Bueno, todo tiene su explicación.

O sea, que fui un gallina. Lo admito. ¿Qué quieres? ¡Era un crío! ¡Y los críos somos tímidos! En aquel primer encuentro no fui capaz de decirle nada a Silvia. Eso sí, me prometí a mí mismo que pasaría todas las horas que me fuera posible frente al gigante pakistaní hasta que viera aparecer de nuevo a aquella chica. Más tarde o más temprano ella acudiría, con sus amigas, a sellar su pasaporte en Pakistán, puesto que había dejado un hueco en su pasaporte para dicho sello. ¡Menos mal que tengo una familia comprensiva y que confía en mí!

Yo tenía un pase de temporada. A veces me acercaba a la Expo con mi familia y otras veces iba solo, porque mis padres siempre me han dejado bastante autonomía. Y de tantas veces como fui, y dado que siempre que entraba me quedaba varias horas en Pakistán... ¡hasta llegué a hacerme amigo del gigante! Incluso, si hago memoria, sabría deciros alguna cosilla sencilla ("hola", "¿qué tal?", "buenos días"...) en pakistaní. A pesar de lo cual, mi plan no funcionó. Muchos años después me enteré de que Silvia nunca llegó a visitarlo. Como casi todo lo que hago en mi vida, aquello tampoco sirvió de mucho.

* * *

Tomé el ordenador. Entré en mi correo y le escribí a mi profesor. Quería volver con ella. A pesar de que la Isla de la Cartuja está semiabandonada, o tal vez por eso mismo, ya tenía mi rincón romántico predilecto. Aunque hayan pasado casi veinte años, me gustaría visitarlo con Silvia, ya que no aproveché la primera oportunidad que la vida me dio. ¿No sería bonito preparar una sorpresa romántica en el Pabellón de la Navegación?

Traté de explicarle a mi profesor los motivos por los que el Pabellón de la Navegación era importante para mí. Bien pronto desistí y me sentí especialmente torpe. No fui capaz de darle forma a mis pensamientos, aquel día.

SEIS

Año 1996. Mentiría si dijera que había pensado en ella de forma constante. Fueron cinco los años. En ese tiempo la periodicidad con la que pasé a afeitarme evolucionó hasta llevarme a la universidad, previo paso por el COU. Mentiría si dijera que había pensado en ella de forma constante, pero es cierto que jamás llegué a olvidarla. Era un recuerdo borroso y bonito, un recuerdo que me había llevado a viajar hasta Pakistán demasiadas veces...

No lo he dicho hasta ahora, pero todos los años salgo con mis amigos en el tramo del Rey Baltasar. Somos beduinos. Nos pintamos la cara con betún y vamos repartiendo caramelos entre la gente en la Cabalgata. Pues bien, acababa de entrar en el Ateneo para apuntarme en la lista para ser beduino... y la vi. Silvia estaba enfrente. Otra vez. No coincidía con ella desde aquella tarde en el Pabellón de la Navegación, tanto tiempo antes. La reconocí enseguida: había visitado un pabellón insulsísimo, salvo por el gigantón, unas treinta veces, por aquella desconocida. Eso era suficiente penitencia para no olvidarme de su cara.

Sevilla no es un pueblo, precisamente. Eso implica que la posibilidad de encontrarte casualmente con la misma persona dos veces no es muy alta, salvo que viváis cerca o compartáis aficiones. Por eso, me vi en la obligación moral de provocar una conversación, pues no sabía cuánto tiempo tendría que pasar hasta que la viera por tercera vez.

—Perdona, ¿sabes dónde hay una comisaría de Policía? ¡Me acaban de robar la cartera!

Lo siento. En mi cabeza sonaba mejor. Se me ocurrió que fingir que me habían robado la cartera podía ser una forma curiosa de reclamar su atención. Y admito que funcionó mejor de lo previsto, de hecho. El padre de Silvia era, y es, policía y trabajaba en una comisaría próxima. Todo pasó muy deprisa. Fue una presentación estúpida, lo admito. Lo peor de todo es que tenía que deshacerme de mi propia cartera. Al fin y al cabo, si tenía que fingir que me la habían hurtado, no podía llevarla encima cuando entrara en la comisaría. Por eso, la dejé caer en la papelera más próxima a la sede del Ateneo, con la esperanza de poder recogerla más tarde.

Nuestras hermanas tenían la misma edad y veían las mismas series de televisión. Eso me permitió entablar conversación con Anita, la hermana de Silvia, para ganarme el cariño de su hermana grande. Pero me echaba más cuenta Anita que Silvia.

Después de eso, imagíname cortado frente a un policía muy serio y robusto, explicando los rasgos faciales de un ladrón inexistente que, supuestamente, me había robado una cartera que nadie me había robado. ¡Grotesco! Es muy duro que la mujer que algún día será tu esposa se entere de tu nombre mientras su padre te toma declaración.

Cuando salimos de la comisaría, le pedí a Silvia que me dijera su nombre para que estuviéramos en empate. Me ofrecí, también, a invitarla a tomar un refresco, para darle las gracias por su ayuda... pero me di cuenta, después de haber hecho la oferta, de que eso no era posible sin cartera. Y terminó ella por invitarme a mí.

Previo paso por un bar de la Plaza de El Duque, junto a El Corte Inglés, caminamos hasta su parada de bus. Fue allí donde me regaló un bonobús al que le quedaban tres piques todavía. Ellos vivían en Sevilla Este y Silvia siempre llevaba un par de tarjetas para el autobús en la cartera: una roja y otra verde, que alternaba en función del destino y de si necesitaba o no trasbordo.

No teníamos pretextos para volver a coincidir. No teníamos conocidos en común, ni aficiones semejantes. Aquella mañana tan especial había acabado. Nos gustaba charlar, o eso parecía, pero alguno de los dos tenía que dar el paso y pedirle al otro su número de teléfono. ¡Por si acaso!

Pocas veces me he sentido tan orgulloso de mí mismo como aquella mañana. Silvia me apuntó un 954 en la hoja de una libretita que llevaba en el bolso. Todavía conservo ese trozo de papel. Era de un diseñador catalán que pinta gente estilosa. ¿Jordi Labanda, puede ser?

Después de eso, días después, hicimos por coincidir en una barrilada de Derecho. Yo también la invité a otra que organizaron en mi Facultad, en la calle Gonzalo Bilbao. Más tarde, unos amigos suyos daban un concierto en la Sala Cero. A cambio, ella vino conmigo a La Carbonería para ver cantar a Manuel Cuesta. Poco a poco, iban sucediéndose así los eventos, los encuentros, aunque siempre había mucha más gente delante cuando estábamos juntos. Jamás nos quedábamos a solas.

Por fin un día me armé de valor y le pedí una cita en toda regla. Después de darle mil vueltas a cuáles eran las palabras más acertadas, me decidí por la formulación más simple y eficaz posible.

—Oye, Silvia... Me gustaría cenar contigo el viernes. ¿Te apetece?

Sonrió.

—¡Pensé que nunca me lo pedirías! ¿Eres siempre así de lento para todo?

Y puede que lo fuera. Por aquel entonces teníamos solo dieciocho años y jamás había besado a una chica. ¡Me quedaba tanto por aprender!

SIETE
Tercera lección del curso.¿Tienes hermanos

No puedo comenzar esta clase sin citar una escena de Ally McBeal. Y lo hago como homenaje a Paco Umbral, que era un gran seguidor de la serie. En cierto momento, alguien le dice a la abogada protagonista que sabrá que ha encontrado al amor de su vida si se cumplen en él tres premisas. Ha de ser alguien con quien desee pasar una noche entera conversando, frente a una chimenea. También ha de inspirarle la posibilidad de untar su cuerpo con nata o con cualquier otro tipo de sirope. Por último, el amor de su vida tenía que despertarle el deseo de querer formar una familia.

Si ustedes no sienten esas tres afirmaciones como ciertas, déjenlas o negocien de nuevo las normas de la relación. No pierdan el tiempo con sus actuales parejas. No se engañen y no las engañen. No sigan en una relación que no les lleva al verdadero objetivo de cualquier relación estable: estar juntos para siempre. Solo conseguirán hacerse daño y, lo que es peor aún, hacer daño. Salvo que ambos sepan, y tengan claro, que su historia de amor está llamada a terminar a medio plazo, y lo acepten voluntariamente, no prolonguen algo a lo que no ven futuro.

Ahora bien, puede ser que no tengan claro si sus parejas cumplen estas tres funciones. Si no saben si las ven como "confidente", "pareja sexual" y "compañera", lo más probable es que no hayan dedicado un tiempo razonable a conocerlas en profundidad. Ocurre con demasiada frecuencia que dos personas comienzan a salir y que, al cabo de unos años, o bien porque han cambiado o bien porque están demasiado preocupadas por sí mismas, no se conocen. Y eso es terrible. Es trágico despertar cada mañana junto a una total desconocida.

Hace unos años, y a petición de uno de mis alumnos, desarrollé una lista de cien preguntas que permiten discernir hasta qué punto conocen a sus parejas. No lo entiendan como un examen, ni como un control. Yo no vigilaré sus respuestas. Me da igual si responden bien noventa o veintisiete. ¡Eso es cosa de ustedes! De hecho, si no quieren responder al cuestionario, lo comprendo también: no todo el mundo está llamado a ser valiente. La valentía es un bien bastante escaso en estos tiempos que corren.

Tomen papel. Podría entregarles una fotocopia, pero me gusta verles copiar. Muchos de ustedes llevan años sin hacer un dictado y, a tenor de lo que he podido ver en sus correos electrónicos, tienen poca querencia hacia la ortografía. El orden de las preguntas es completamente caótico. No busquen ningún patrón lógico.

Cuando termine el dictado, piensen en sus parejas. Les dejaré media hora para responder a todas estas cuestiones.

Uno. ¿Qué significa su nombre? Dos. ¿Cómo se llama el hospital en el que nació? Tres. ¿Cuál es el nombre de sus padres? Cuatro. ¿Besa con los ojos abiertos o cerrados? Cinco. ¿Canta en la ducha? Seis. ¿Cuál es su estación favorita del año? Siete. ¿Quiere tener niños? Ocho. ¿Qué hace cuando está triste? Nueve. ¿Cuál es su rincón favorito del mundo? Diez. ¿Usa tampones o compresas? Once. ¿Cuál es su canción favorita? Doce. ¿Cuál es la línea de autobús o metro que más veces ha cogido? Trece. ¿Cuál es el país más lejano en el que ha estado? Catorce. ¿Qué número escogería del uno al diez? Quince. ¿Cuál es su plato de comida favorita? Dieciséis. ¿Prefiere vivir en una casa en las afueras, o en un piso cerca del centro? Diecisiete. ¿Qué coche tenían sus padres cuando ella era niña? Dieciocho. ¿Cómo se llamaba su colegio? Diecinueve. ¿Habla dormida? Veinte. ¿Es diestra o zurda? Veintiuna. ¿Cuál es su bebida favorita? Veintidós. ¿Prefiere las bragas o el tanga? Veintitrés. ¿Cuál es su libro favorito? Veinticuatro. ¿Cuál es su periódico predilecto? Veinticinco. ¿Reza? Veintiséis. ¿Cuánta agua bebe al día, aproximadamente? Veintisiete. ¿Qué opina de los zapatos de tacón? Veintiocho. De entre todos los trabajos del mundo, ¿a qué le gustaría dedicarse? Veintinueve. Para ella, ¿cuál es la persona más importante que ya ha fallecido? Treinta. ¿A qué partido político ha votado en las últimas elecciones? Treinta y uno. ¿Qué talla de sujetador utiliza? Treinta y dos. ¿Dónde quiere casarse, si quiere casarse? Treinta y tres. ¿Dónde vio el mar por primera vez? Treinta y cuatro. ¿Sabe nadar? Treinta y cinco. ¿Cuál es su deporte favorito? Treinta y seis. ¿Lleva algún tatuaje? Treinta y siete. ¿Odia a algún profesor? Treinta y ocho. ¿Cuál es, en su opinión, el mayor error de su vida? Treinta y nueve. ¿Dónde celebró su primera comunión, si la hizo? Cuarenta. ¿En cuántos idiomas sabría pedir en un restaurante? Cuarenta y uno. ¿Cuida bien las plantas... o las mata? Cuarenta y dos. ¿Entiende de arte? Cuarenta y tres. ¿Forra los libros antes de usarlos? Cuarenta y cuatro. ¿Asistió alguna vez a la ópera? Cuarenta y cinco. ¿Cuántos cafés toma al día? Cuarenta y seis. ¿Celebra Papá Noel o solo los Reyes Magos? Cuarenta y siete. ¿Cómo es su firma? Cuarenta y ocho. ¿Tiene primos de su edad? Cuarenta y nueve. ¿Se depila el cuerpo por completo? Cincuenta. ¿Sabe tocar algún instrumento musical? Cincuenta y uno. ¿Qué lado de la cama prefiere para dormir? Cincuenta y dos. ¿Qué modelo de móvil tiene? Cincuenta y tres. ¿Quién le regaló el reloj que suele llevar? Cincuenta y cuatro. ¿Cuál es el trabajo más raro que ha desempeñado? Cincuenta y cinco. ¿Alguna vez necesitó clases particulares? Cincuenta y seis. ¿Ronca?

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