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Authors: Marta Rivera De La Cruz

Tags: #prose_contemporary

Maldito amor (6 page)

BOOK: Maldito amor
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   En la
primera
fase, buscamos llamar la atención sexual de la persona que nos gusta. En la
segunda
, damos el visto bueno a la posibilidad de establecer un acercamiento. En la
tercera
, practicamos la charla. En la
cuarta
, se establece el primer contacto físico. Y en la
quinta
, se produce la sincronía total de posturas y movimientos y las primeras declaraciones de deseo. Pero la historia de Víctor y Sandra durante la carrera no acaba de reflejar ese ciclo, a pesar de estar interesados el uno por el otro. Veamos lo que les sucedió.
Mírame, soy importante

 

   Cuando vemos a alguien que nos gusta y deseamos que sienta lo mismo, comienza un despliegue de señales muy peculiar en la comunicación. La mayoría de las veces estas expresiones son inconscientes, automáticas; en muchos casos apenas podemos controlarlas. Suceden porque la visión de una persona atractiva provoca tal impacto emocional que nos cuesta trabajo controlarnos cuando la persona está presente.

 

   
Los hombres suelen actuar para hacer de su cuerpo algo más grande y más llamativo. Se yerguen, avanzan y mueven los hombros, pasan el peso de un pie a otro, o se balancean de delante hacia atrás, sobreactuando en cualquier simple movimiento que hacen. También suelen llamar la atención elevando el volumen de la voz o mostrando alguna destreza, como si la cosa no fuera con ellos. Todo eso mientras echan un vistazo de vez en cuando para comprobar que la persona que les atrae los está mirando. El mensaje que está implícito en tal conjunto de señales es: «Mírame ¡Soy importante!
».

 

   Pero claro, para poder expresar ese mensaje con espontaneidad debemos creer que al menos en «algo» somos importantes. Víctor se centra en una destreza: su habilidad para la escritura, para estructurar las lecciones de Derecho y plasmarlas en unos brillantes y claros apuntes. Es un alarde de inteligencia, aspecto que estimula enormemente a Sandra. Sin embargo, parece convencido de que no puede llamar la atención de ninguna otra manera. No se siente ni guapo, ni fuerte ni habilidoso, más bien lo contrario: «un chaval del montón», «exageradamente torpe», «más bien tímido», «sin más interés que su habilidad para tomar apuntes»... Convencido de no encajar entre las chicas guapas «con sus gafas de empollón y su aire de papanatas». Se plantea la relación con Sandra «sin ninguna esperanza». Ésta es una posición antierótica, autoexcluyente. Lo opuesto al eros, la expansión, la apertura y la exploración. Parte de un concepto propio que no favorece ser optimista, sino que más bien predispone a la inhibición de esas expresiones de atracción:
las exhibiciones corporales y las destrezas
. A muchas personas les pasa lo mismo: ¿para qué intentarlo dada la situación? La respuesta es sencilla: para posibilitar que se fijen en nosotros y establecer el primer contacto.
   Sin embargo, parece que a Victor no le hacía falta tal despliegue, ya que sin haber hecho exhibiciones ha conseguido cautivar a Sandra, aunque no se haya percatado de ello. Este caso pone de manifiesto una gran verdad:
somos seductores cuando estamos seducidos
y él lo está, completamente, por Sandra. Cuando estamos seducidos nuestro cuerpo lo revela: nuestras pupilas se dilatan, los ojos nos brillan más y la cara y el cuerpo
se abren
hacia el otro. Quizá eso fuera suficiente para cautivar en un comienzo a Sandra. Eso u otros atractivos que Sandra era capaz de advertir pero para otros pasaban desapercibidos.

 

   Las mujeres también estimulan de forma muy llamativa con su maquillaje, gestos y movimientos. Sandra ha podido llamar la atención de Víctor fácilmente: es guapísima. Pero además, acentúa sus acercamientos a él a través de su
sonrisa
y su
mirada. La frecuencia del
contacto
con la mirada expresa el
valor
que tiene para uno la persona. La sonrisa es la señal más importante para avanzar en el proceso de conocimiento, ya que nos indica que estamos deseosos de continuar, que es placentero hablar con la otra persona. La sonrisa es una herramienta clave para sembrar confianza mutua: equivalente a tener un carnet de socio que nos da permiso a entrar en el club de amigos especiales
. Si Víctor se hubiera percatado de que la sonrisa de Sandra aparece cuando él está presente y no sólo como una respuesta ligada al préstamo de apuntes, quizá se habría sentido más estimulado a coquetear con ella.

 

   También podría haber reparado en otro signo inequívoco de la atracción y que tanto le excitaba sin ser consciente del significado que conlleva:
su parpadeo
(«el aleteo de sus ojos»). Cuando las personas están muy interesadas en algo parpadean más.² Por el contrario, cuando estamos centrados en nosotros mismos o con un exceso de control de nuestra propia respuesta, nuestros ojos se muestran abiertos y fijos, viendo pero sin mirar. De lo que podemos deducir que mirar a alguien que nos está seduciendo nos lleva a mostrar un parpadeo más frecuente, que en los dibujos animados ha sido caricaturizado con un aleteo rápido como un gesto de coqueteo, sobre todo femenino.

 

   Comprender que esas señales pueden ser signos de interés verdadero hacia él podría haberle convertido en un explorador afanoso de señales eróticas, que es en lo que en realidad nos convertimos casi todos cuando estamos muy interesados en alguien. Nos volvemos auténticos detectives privados: buscamos todo tipo de signos o huellas de que nuestra presencia significa algo para el otro. Todo eso forma parte del
juego de la seducción
. Si Víctor se hubiese dejado llevar por ello, es muy probable que hubiese descubierto que Sandra se enredaba y recolocaba el pelo cuando estaba delante de él; que se sentaba arqueando la espalda o cruzaba las piernas orientando un pie, también arqueado, hacia su dirección; o que mientras mantenía el bolígrafo en la mano, le mostraba la cara interna de sus muñecas y antebrazos; o que movía con un ligero tintineo la cabeza mientras hablaba y sonreía, sabiendo que él la estaba mirando. Esas señales son inequívocas y nos empujan hacia la segunda fase.
Quiero conocerte, adelante

 

   Cuando hemos logrado captar la atención, comenzamos a demostrar de algún modo nuestra predisposición a
establecer el contacto
. Este momento suele estar muy determinado por las señales que envía la mujer: mirada-sonrisa-desviación de la mirada-vuelta a mirar, para comprobar que «el hombre la sigue». Este conjunto de señales fue descubierto por el etólogo Eibl Eibesfeldt,³ quien mantenía que podía representar un antiguo vestigio de las huidas de las hembras de primates o algunos mamíferos y la vuelta atrás para comprobar que el macho las seguía. Este patrón de respuestas suele provocar el acercamiento y la estimulación de toma de iniciativa en el varón, al ser percibido como una invitación. Una conducta que probablemente mantuviera Sandra de vez en cuando en clase cuando se encontraban las miradas. En este caso, la falta de respuesta de Víctor llevó a Sandra a tomar la iniciativa usando una estrategia muy femenina: la
petición de ayuda
. En este caso: los apuntes y alguna que otra explicación de la materia... Con ello, inconscientemente, avanzaba a lo largo del proceso de flirteo.
Tú me interesas y yo soy inofensiva/o

 

   Las primeras charlas son definitivas. A través de la conversación, se aprovecha cualquier oportunidad para halagar, mostrar cosas que nos unen y presentarnos como personas
buenas
, como alguien que tiene intenciones positivas. Es una fase muy interesante que suele comenzar iniciando conversaciones sobre la situación común, con algún comentario positivo o broma, para hacer de las primeras palabras algo cómodo, distendido. Sandra se acerca a él en la cafetería para invitarle a un refresco con la excusa de agradecerle la ayuda, se sienta a su lado en clase y comenta con él los asuntos que les unen, bromea sobre algún profesor... De manera muy seductora, se muestra más indefensa de lo que en realidad está en lo que respecta a la materia de estudio, no sólo para tener oportunidades de contacto sino también para crear un contexto de seducción entre ambos.
   En la medida en que el intercambio de información en esta fase es positivo y se hace cada vez más placentero, nos solemos sentir progresivamente seguros, lo que nos lleva a abrirnos cada vez más. En esos momentos es cuando comenzamos a intercambiar información más personal. Pero para que se produzca este avance es fundamental que ambos expresen
empatía
, es decir, constantes muestras de «te comprendo», «a mí me pasa lo mismo», etc. Eso tiene por resultado un sentimiento recíproco de ser aceptados, no juzgados. No sentirse juzgados es la base de apertura a la intimidad. Si a eso le añadimos las muestras de admiración por el otro y las señales de modestia y bondad al mostrarnos, logramos una base de
confianza
y la relación avanza.

 

   Sin embargo, algo ha interrumpido esta cadena interactiva que se esperaba entre Sandra y Víctor. Él no está sordo ni ciego a las señales que le envía Sandra, pero no logra interpretarlas a su favor. Las atribuye a la necesidad que supuestamente debe de sentir ella de asegurarse material durante el curso, al deseo de acallar su conciencia, a la compasión o, incluso, por momentos, a un intento sistemático de abuso. Hasta en su fantasía sus atribuciones deforman la realidad: la imagina mirando el reloj con deseo de marcharse.

 

   Todo ello conforma una idea que le pone a salvo. Le salva, así es, ya que le excusa de no tener que asumir la responsabilidad a la que se vería abocado si ella mostrara interés: la de intentar seducirla y fracasar. Ser rechazado es algo que no puede permitirse. Se podría decir que malignizarla un poco le resulta rentable, le ayuda a proteger su imagen. Intentar algo con Sandra podría llevarlo a la constatación de su falta de valor o capacidad, al ridículo más estrepitoso, y Víctor no está dispuesto a afrontar ese riesgo. Ni le van los romanticismos, ni los fracasos. Actúa autoprotegiéndose y, en ese sentido, interrumpe la cadena de estímulos eróticos.
   Se podría pensar que la evitación se debe a la falta de práctica, a un exceso de modestia o a un complejo de inferioridad por no ser suficientemente atractivo. Pero esa desconfianza recalcitrante en las intenciones de Sandra es la que incita a pensar que es más que probable que en la historia de su vida haya experimentado el rechazo, la traición o la burla cuando fue más vulnerable, cuando amó. Esa experiencia y/o un estilo de alta exigencia con uno mismo por no estar suficientemente satisfecho con lo que se representa (cuyo principal síntoma no son los retos que nos proponemos sino la intolerancia a cometer errores o fracasar), puede volvernos extremadamente controladores y desconfiados.

 

   
Cuando aprendemos a dar por sentado que seremos rechazados, que no podremos gustar o seducir, dejamos de percibir y de emitir las señales que, paradójicamente, nos ayudarían a progresar en la relación de forma protegida: jugando, esperando la reciprocidad y volviendo a jugar.
¿Te gustaría que estuviésemos juntos?

 

   A pesar de las pocas señales en sintonía que Víctor emite a Sandra, ésta persevera e intenta avanzar haciéndole un regalo, tomando la excusa del momento para tocarle, colocándole la bufanda. La forma de ponérsela daba igual, ya que «criticarlo» es un modo de hacerse necesaria, de transmitirle que
necesita cuidados
y que ella es la apropiada para proporcionárselos. Pero Víctor lo toma de un modo literal, está tan centrado en su torpeza que cree que ha quedado en evidencia ante ella. No ha deparado en que muy probablemente su voz sonaba ese día de un modo singular: susurrante, más lenta, maternal... y que seguía, como siempre, sonriendo con dulzura. Nada de eso existía en la película que él se montó, porque de haber sido así, habría confiado en las intenciones de Sandra y en sus posibilidades.

 

   Sandra le enviaba las primeras señales de intención, de
deseo de estar junto a él
. Y una de las características del juego del flirteo es que tales señales son eso: señales, signos de tal intención, nunca proposiciones directas. Por eso, cuando avanzamos de forma recíproca en esta fase, la comunicación no verbal cambia, especialmente la voz. Hablamos pausadamente, el volumen baja, las inflexiones aumentan. Nuestro lenguaje también se modifica: se usan más diminutivos, palabras que nos refieren sensaciones placenteras, frases que van dejando al descubierto
pistas
...

 

   Sandra, a pesar de no lograr esa sincronía y sintonía emocional con Víctor, busca a través del lenguaje dejarle una pista. Recordemos su nota:
   «Un millón de gracias, si no es por ti, suspendo».

 

   Éste es el tipo de notas que se piensan como si de una tesis doctoral se tratase. Somos excesivamente conscientes de todas las posibles reacciones que podemos suscitar. Nos debatimos entre ser más directos o no. Pero, dadas las circunstancias, Sandra se expone mucho si es más directa, ya que al fin y al cabo sólo tiene como datos la infinita amabilidad de Víctor y quizá su extraño nerviosismo o turbación cuando se acerca a él, pero nada más... Sandra ha optado por un mensaje en clave: «Si no es por ti»... O lo que es lo mismo, en este caso, «tú me has salvado».

y lo que significas para mí es el núcleo central del mensaje. Sandra podría haberle dejado escrito: «Gracias a tus apuntes he aprobado» o «Te agradezco mucho que me hayas prestado tus apuntes...». Pero no, no es la conducta relacionada con el préstamo lo que Sandra quiere enfatizar. Pero veamos ahora la lectura que hace Víctor del mensaje:
   «Qué exagerada...».

 

   Parece que se ha centrado en la primera parte del mensaje: «Un millón de gracias»... (por prestarme los apuntes) y en la conducta que se agradece, por tanto. Se excluye totalmente a sí mismo del significado que encierra la frase completa. Desde un punto de vista psicológico, resulta muy interesante a qué atienden las personas: tanto los aspectos que seleccionamos como los que excluimos son una fuente de información relevante sobre la persona. En este caso, vemos de nuevo cómo las interpretaciones de Víctor tienen éxito para mantenerlo alejado de cualquier posibilidad de sufrimiento, pero lo alejan también de la posibilidad de explorar una dimensión más erótica (arriesgada, sí, pero probablemente más emocionante).
BOOK: Maldito amor
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