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Authors: Nancy Huston

Tags: #Narrativa, #Drama

Marcas de nacimiento (26 page)

BOOK: Marcas de nacimiento
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—Si quieres que seamos una familia —dice Peter—, deberíamos apellidarnos todos igual. Sería lo más sencillo. El señor y la señora Silbermann, y su hija Sadie Silbermann.

Eso me sorprende porque Peter no es mi padre ni haciendo un enorme esfuerzo de imaginación. Pero lo cierto es que ni siquiera sé el auténtico apellido de mi padre, el apellido Kriswaty lo heredé de mi madre, que lo heredó del psiquiatra de la calle Markham. Igual si cambio de apellido y de país mi Demonio sea incapaz de volver a encontrarme.

—Así que seré la señora Silbermann de ahora en adelante, ¿eso es lo que tienes pensado? —dice mami.

—Bueno —contesta Peter (y se nota que está encendiendo un pitillo porque habla entre dientes)—, podrías mantener Krissy Kriswaty como nombre artístico. Las iniciales repetidas son pegadizas: Marilyn Monroe, Brigitte Bardot, Doris Day… Pero la identidad de la señora Silbermann te protegería el resto del tiempo. En las reuniones de la Asociación de Padres y Profesores, por ejemplo.

Mami se echa a reír.

—No sé por qué, pero me parece que no voy a asistir a muchas de esas reuniones de la APP —dice—. Lo que sí he decidido es adoptar otro nombre artístico.

—Ah, ¿sí?

—Sí.

—¿Cuál?

—Erra.

—¿Cómo?

—Erra.

—¿Cómo se deletrea?

—E-r-r-a. Erra.

—Eso ni siquiera es un nombre.

—¡Ahora sí!

Mami empieza a cantar el nombre con una voz tenue y misteriosa y sé que tiene el dedo sobre la marca de nacimiento.

—No puedes hacerlo, guapa —le advierte Peter—. He dedicado dos años de mi vida a hacer de Krissy Kriswaty un gran nombre.

—Peter, el que me hayas puesto una alianza en el dedo no te da derecho de repente a decirme qué puedo o no puedo hacer.

—No es tu marido el que habla, cariño, sino tu mánager.

—¡Mánager
, shmanager
! La artista soy yo y llevo la voz cantante porque si no fuera por la artista, el mánager no tendría nada que manejar, ¿no es así?

Peter no responde.

—Me parece que es un momento excelente para cambiar de nombre —insiste mami—. Krissy Kriswaty era una cantante canadiense; su apellido se quedará en Canadá. Erra, por otra parte, será una celebridad mundial.

—¿Quién ha oído alguna vez semejante nombre? — dial Peter y menea la cabeza.

—Erra —repite mami con firmeza. Se vuelve y, al ver que estoy despierta, me pregunta qué pienso.

—¿Qué pienso de qué? —rezongo, al tiempo que me froto los ojos y finjo que acabo de despertar en ese mismo instante.

—Estamos hablando de cambiar de apellido. ¿Qué te parecería llamarte Sadie Silbermann de ahora en adelante?

—¿No tendría Peter que adoptarme antes?

—No puedo hacer eso, guapa —responde él—. Tu padre de verdad sigue vivo.

—Entonces, ¿quieres que mintamos todos?

—¿Mentir? No, claro que no.

—¿Algo así como hacer teatro, entonces?

—Sí, exactamente eso. A ti te toca interpretar el papel de Sadie Silbermann, ¿qué te parece?

—Guay —digo.

Peter ríe mientras apaga la colilla en el cenicero.

—Sadie es un bonito nombre judío, de todas maneras. En hebreo significa «princesa».

—Ah, ¿sí? —comenta mami—. No lo sabía.

—¿No?

—No.

—Entonces, ¿por qué le pusiste Sadie?

—Me gustaba el nombre, sin más.

—Bueno, vaya razón para que se llame Sadie. A vosotros los gentiles hay que explicároslo todo.

No sé por qué dice «gentiles» en vez de «gente», pero de pronto me gusta el nombre de Sadie por primera vez en la vida porque me hace pensar en algo diferente de triste en inglés y sádico. ¡Princesa!

—Y de ahora en adelante —añade mami—, siempre que cante voy a ser Erra. ¿Qué te parece?

—Bien —digo, y me levanto con una tortícolis de cuidado de resultas de la postura en que me he dormido, pero con el corazón de buen ánimo—. A mí me parece de maravilla, pero tengo que hacer pis.

La ciudad de Nueva York no me produce una primera impresión estupenda que digamos, se extiende por todas partes, infinita como Toronto, sólo que más aún, y lo primero que ocurre es que Peter pasa de largo la salida que debíamos tomar y mami dice: «¡Vaya, genial!», y por un momento reina un silencio malo en el coche. Al cabo encontramos la dirección, que está en la calle Norfolk, un apartamentito en una cuarta planta sin ascensor que Peter consiguió barato porque era del amigo de un amigo suyo que ya no lo necesitaba porque murió recientemente de sobredosis.

—Vaya, esto sí que es una chabola —comenta Peter cuando entramos porque las paredes están todas pintadas de negro con paneles amarillos, hay cortinas amarillas y negras en las ventanas, y el techo es de un rojo oscuro.

Hay un piano del cual mami dice que es un requisito indispensable y de hecho lo primero que hace nada más abrir la puerta es acercarse a ver si está afinado, y lo está.

Arrastramos cajas y maletas escaleras arriba y caigo en la cuenta de que mi vida con la abuela y el abuelo y
Regocijo
ya está empezando a parecerme imprecisa y lejana. En este apartamento sólo hay un dormitorio y es el mío; mami y papi (voy a intentar acostumbrarme a llamar «papi» a Peter) dormirán en el sofá-cama del salón. Asomo la cabeza por la ventana del dormitorio y miro la calle, donde hay cantidad de niños jugando y un montón sorprendente de basura y caca de perro en la acera. Me llega desde allí una vaharada de olor a desconocido, cosa que me gusta.

Cenamos en un restaurante chino cercano porque es tarde para ir a hacer la compra y Peter intenta enseñarme a utilizar los palillos pero se me caen al suelo una y otra vez y el camarero se cansa de traerme palillos nuevos así que me doy por vencida y utilizo el tenedor. Al final de la comida la galletita de la suerte de Peter dice: «Pronto ganarás mucho dinero», lo que nos hace reír, y en la de mami pone: «La suerte te espera», y la mía dice: «Aprobecha tu nueva vida», lo que me parece asombroso a pesar de la falta de ortografía.

Los planes para mí con vistas al verano son prácticamente inexistentes, cosa que me parece muy bien. Mami y Peter-quiero-decir-papi están ocupados la mayor parte del día haciendo preparativos en el estudio de grabación, lo que los entusiasma y les hace estar de un humor excelente. No muy lejos hay una biblioteca y mami me trae montones de libros infantiles para que los lea y el verano se convierte en una especie de interminable paraíso con tanto leer, dormir y comer como me apetezca y sin normas concretas del mundo exterior. Por lo que respecta a las normas interiores… mi Demonio sigue observando con mirada crítica cada gesto que hago, pero por lo visto intenta pasar inadvertido, no me ha gritado ni me ha obligado a hacerme daño desde que nos mudamos a Nueva York. Incluso vestirme es menos tormento que antes, aunque desde luego siempre es más fácil en verano porque hay menos prendas que ponerse.

Así que estos son los primeros días en que de veras tengo la experiencia de eso que se llama familia. Me encanta. Hace calor, y cuando el sol que entra a raudales por la ventana de mi cuarto me despierta, voy al salón y les hago cosquillas a Peter y mami en los pies descalzos que sobresalen de la sábana, y ellos sueltan patadas y gruñen que les deje en paz. Me produce una sensación curiosa ver a mi madre en la cama desnuda por completo con un hombre desnudo, pero eso es la vida en familia, así que estoy impaciente por acostumbrarme.

Aprendo a prepararles el café por la mañana y llevárselo con azúcar y leche en una bandeja.

Peter es muy simpático conmigo y se inventa un juego llamado la revoltereta: me coge de las manos y yo empiezo a dar saltitos y luego brinco para rodearle la cintura con las piernas, después me descuelgo hacia atrás hasta que el pelo roza el suelo, luego levanto las piernas por delante de él formando una V contra su pecho, entonces me levanta de un tirón hasta sentarme de manera que las piernas me queden en torno a su cuello y al final me lanza hacia atrás dando un salto mortal: ¡otra vez en pie! Eso es la revoltereta y es divertido, aunque me toma el pelo diciendo que estoy regordeta y le hago jadear de agotamiento después de hacerlo sólo dos o tres veces.

No mucho después todo un nuevo grupo de amigos empieza a dejarse caer en nuestra casa, copias exactas de los amigos de Toronto hasta donde sé, la misma barba y melenas, el mismo respeto admirado por mi madre y su voz, las mismas costumbres de quedarse hasta tarde bebiendo vino, fumar hierba y escuchar música; cuando me canso lo único que tengo que hacer es meterme en mi cuarto y cerrar la puerta, y si me pica la curiosidad siempre puedo ver lo que ocurre a través del ojo de la cerradura.

Naturalmente, el gobierno de la casa no es tan impecable, pero «no se puede tener todo», como siempre dice mami, y cuando no quedan cubiertos o ropa interior limpios y apenas hay espacio en el suelo por donde caminar, se dedica a la limpieza con saña, y mientras frota y lava, barre y plancha y sacude las alfombras por la ventana, canta versiones en plan chalado de las canciones de Paul Anka: «Planta tu chamizo en mi roca», cosas así.

El 29 de julio cumplo los siete y me llevan al zoo del Bronx para celebrarlo, y cuando me canso de andar papi me coge en brazos y me lleva a hombros. Es fantástico ver el mundo desde esa altura y también notar su cabeza entre los muslos y sus manos en los tobillos. De regreso a casa mamá me compra una tarta en una pastelería en el Grand Concourse y para mi sorpresa está más rica que cualquiera de las tartas caseras de la abuela; se lo digo cuando le pido el tercer trozo y ella dice que es porque las pastelerías prescinden del ingrediente preferido de la abuela, que es la culpabilidad.

Unos días después se arma un gran alboroto porque Marilyn Monroe se ha suicidado, mientras que hace apenas unos meses se las veía con el problema de llevar un vestido demasiado ajustado. Observo las caras de mami y papi mientras ven las noticias del asunto y la conmoción que reflejan me produce una honda impresión, la abuela y el abuelo no se mostrarían tan conmocionados pasara lo que pasase, se limitarían a poner cara de desaprobación y menear la cabeza.

Un domingo por la mañana mami se queda durmiendo hasta tarde y como a las once aún sigue en la cama, papi dice: «¿Qué tal si salimos a pillar el desayuno?» Así que nos vamos de la mano y me siento orgullosa, plenamente despierta y única. Bajamos por Delancey y Rivington hasta Orchard, donde todos los comercios están abiertos y derraman sus productos sobre la acera, cosa que no verías nunca un domingo por la mañana en Toronto. Hay carteles por todas partes, y los leo en voz bien alta y orgullosa conforme papi me los va señalando: «Bolsos Fine & Klein; Equipajes Altman; Beckenstein, el mayor surtido del mundo en géneros de lana, sedas, pañería — No sabe lo que se pierde si no compra aquí; Marroquinería; Prendas de vestir; Tejidos; Guarniciones; Géneros de punto», cualquier cosa que imagines. Papi tiene una ancha sonrisa en los labios y de vez en cuando se detiene y echa un vistazo a la mercancía y cruza unas palabras con los vendedores, los cuales lo felicitan por su preciosa hijita, asunto sobre el que no tengo ningún deseo de desilusionarlos. Me lleva a un gigantesco restaurante llamado Katz's y en el interior señala más carteles, uno que dice «Fundado en 1888» y otro con un eslogan de lo más gracioso: «Envía un salami a tu chico en la mili».

—¡Eso no rima! —digo con una risita, y Peter me contesta:

—Sí que rima si eres de Brooklyn.

El local está lleno a rebosar en su mayoría de hombres y Peter dice que en realidad no es un restaurante sino una charcutería, lo que significa que en vez de sentarte a una mesa y pedirle la comida a un camarero, haces cola delante del mostrador y miras con los ojos como platos los distintos bollos y fiambres y quesos a la vista y cuando llega tu turno les dices lo que quieres y te lo ponen en el plato delante de tus ojos.

Así que papi dice:

—Bueno, preciosa, ha llegado el momento de que sepas lo que son los bagels con lonchas de salmón.

Pide exactamente eso y nos sentamos a una mesita en un rincón y le hinco el diente a esa nueva forma de felicidad, y entonces dice:

—¿Me preguntabas qué es ser judío? —Asiento con la boca llena de lonchas de salmón ahumado, y bagels, que son unos bollos en forma de aro nada dulces y untados con crema de queso, y él me explica—: Éste es uno de los aspectos más agradables de ser judío.

Trago la comida, miro en torno y digo:

—¿Quieres decir que aquí todo el mundo es judío?

—Más o menos. Aparte de algún que otro turista como tú. Tenemos a gala ser tan ruidosos y activos como sea posible los domingos por la mañana, cuando el resto de la ciudad está cerrada, se supone que para ir a misa.

—Pero ¿cómo sabes que son judíos?

—Aguza el oído, preciosa.

Abro la boca, le doy un enorme bocado al bagel con lonchas de salmón y digo:

—Sí, he oído que hablaban alemán.

Y papi, en vez de advertirme que no hable con la boca llena, me dice:

—Eso no es alemán, Sadie, es yidis.

Y yo pregunto:

—¿Qué es yidis?

—Es el idioma que hablaban los judíos de Europa oriental, y ahora deberías embeberte de lo que oigas, porque es la última generación de yidihablantes; cuando tú empieces a traer a tus hijos a Katz's, ya no quedará ninguno.

—¿Y cuáles son los aspectos más desagradables? —le pregunto.

—Bueno… de eso tendrás tiempo más que de sobra para enterarte. Más que de sobra.

Se convierte en una costumbre todos los domingos por la mañana: ir a la confluencia de Houston con Ludlow y desayunar en Katz's. Papi me deja probar lo que me venga en gana y a mí me gusta todo lo que pruebo: pepinillos en vinagre al eneldo o tomates verdes en vinagre, la monumental carne de vaca en conserva o la lengua ahumada o los sándwiches de pastrami, los
bagels
o los
bialies
, el arenque ahumado o la pizza de salami, todo ello rematado con tarta de manzana.

—¡Dios santo, Peter, la vas a volver tonta de tanto mimarla! —dice mami cuando le cuento lo que he desayunado, pero papi responde:

—Se merece que la mimen un poco, después de la educación espartana que ha recibido allá en el País del Frío.

Y aunque no estoy segura de qué significa «espartana», estoy completamente de acuerdo.

Al cabo, toca a su fin el paraíso estival y mañana será el primer día de colegio. «¿Estás preparada, Sadie? —murmura mi Demonio en tono de voz amenazador—. ¿Estás preparada para segundo?», pero me digo que es imposible que sea tan malo como primero, porque voy a ir a una E.P. (que significa escuela pública) junto con los niños del vecindario, en vez de a una escuela privada para niñas presumidas donde todas llegaban en coche y uniformadas hasta el alma.

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