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Authors: Nancy Huston

Tags: #Narrativa, #Drama

Marcas de nacimiento (4 page)

BOOK: Marcas de nacimiento
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—Hablando de pájaros madrugadores —continúa, y me indica que me acerque con un gesto—, ¡ven aquí!

Cruzo la galería a paso perezoso, arrastrando los pies para que no piense que estoy interesado en lo que quiere enseñarme, sea lo que sea.

—¡Mira! —susurra, a la vez que me aúpa a su regazo y señala hacia un hibisco en el jardín justo a nuestros pies—. ¡Mira! ¡No es
exquisito
?

Miro, y veo un ruiseñor que revolotea entre las flores de un intenso color escarlata. Pero por regla general no me gusta que la gente me llame la atención sobre las cosas: habría reparado en ese ruiseñor yo solito si G.G. no hubiera estado presente.

—¡Y mira, cariño! —vuelve a decir, y señala—. ¡Ahí, la diadema!

En contra de mi voluntad, miro con los ojos entornados el resplandor dentado del sol naciente y veo una telaraña suspendida entre dos barras de la verja del jardín, todas y cada una de sus líneas relucientes con gotas de rocío cual diamantes. Eso también lo habría visto si me hubiera dado tiempo, si no hubiera salido aquí antes que yo, si no se hubiera empeñado en señalarlo todo primero para ganarme. Se mece un poco en la mecedora conmigo, mientras me canta «Una arañita pequeñita» como si fuera un crío de dos años o algo así. Su voz es asombrosa al margen de lo que cante, desde luego, pero estoy incómodo en su regazo porque me parece sucia. Su cuerpo despide intensos olores a sudor, humo de puro y vejez. ¿No se duchó al llegar anoche? Para cumplir los designios de Dios tengo que permanecer limpio, eso lo sé. Así que me descuelgo como mejor puedo de su regazo y bajo la escalera, como si tuviera algún asunto importante del que ocuparme en el cajón de arena que tengo debajo de la galería.

Como G.G. está de visita y aún queda un par de horas antes de ir a misa, mamá prepara en un dos por tres un desayuno fabuloso con tortitas y salchichas, huevos revueltos y jarabe de arce, macedonia, café y zumo de naranja. Todos nos tomamos de la mano en torno a la mesa, inclinamos la cabeza y mamá la bendice:

—Por esto y por todos tus dones, Señor, te estamos sinceramente agradecidos.

Papá y yo respondemos «Amén» al unísono con ella y G.G. guarda silencio. Entonces mamá y papá me besan y me aplauden, una tradición familiar que iniciaron la primera vez que dije «Amén», cuando era un crío, y luego cogieron la costumbre de hacerlo cada vez que se bendecía la mesa, de manera que ahora se ha convertido en parte integrante de la ceremonia, lo que supone que se festeja al mismo tiempo a Dios y a Sol.

A G.G. le sorprende que sólo me ponga una tortita, cortada por mi madre en trocitos diminutos que absorbo de uno en uno, haciéndolos rodar lentamente entre los labios y las encías en vez de masticarlos, a menudo subiendo a mi cuarto entre un bocado y otro.

—¿No te quedas en la mesa con nosotros, Sol? —me pregunta cuando me dirijo a la escalera.

—Ah, no —responde mamá por mí—. Sol siempre ha sido un poco peculiar con la comida. No prestes atención a sus paseos: está bien. Nos aseguramos de que siga una dieta equilibrada.

—No era eso lo que me preocupaba —dice G.G.—. Sencillamente me parece que sería agradable que nos hiciera compañía.

—Es quisquilloso con la comida —comenta papá—. Y como Tess cede a todos sus caprichos, no parece que vaya a cambiar.

—Randall —dice mamá—. ¿Te parece una manera agradable de plantearlo… en público?

En ese momento cierro la puerta de mi habitación y para cuando vuelvo a salir han cambiado de tema; ahora hablan sobre mi lunar. Mamá debe de haberle contado a G.G. sus planes para que me lo extirpen este verano, y G.G. está atónita.

—¿Extirparlo quirúrgicamente? —exclama, y deja el tenedor—. ¿A los seis años? ¿Para qué?

—Mi querida Erra —dice mamá con semblante de dulzura y paciencia—. Randall ha visitado prácticamente todas las páginas web que hay sobre el asunto de los nevos pigmentados congénitos, y créeme, hay unas cuantas buenas razones para que se lo extirpen ahora.

—Pero Randall —dice G.G., y se vuelve hacia mi padre—. No puedes… no vas a dejarle que lo haga, ¿verdad? ¿Qué me dices de tu murcielaguito? ¿Te hubiera gustado que Sadie te lo extirpara?

Eso tiene que ver con un juego que tenían cuando papá era un crío, en el que su lunar, que está ubicado en el hombro izquierdo, era un murcielaguito velloso que solía hablarle y susurrarle consejos al oído. G.G. también tiene un lunar —en el pliegue del codo izquierdo—, eso es lo que significa congénito, que se transmite de una generación a la siguiente, aunque aparece en diferentes partes del cuerpo y se ha saltado una generación; la abuela Sadie no tiene ninguno.

—Erra —dice mamá—. Perdona, pero es necesario alejarse del mundo de las metáforas en este caso. Sé que tú y Randall siempre les habéis tenido un afecto especial a vuestros lunares, que han sido una especie de vínculo secreto entre vosotros, pero lo de Solly es un asunto distinto por completo. Así que déjame que te lo explique de una manera realista. Razón número uno: puesto que el lunar es extremadamente visible, prácticamente en la cara, podrían reírse de él en el colegio; aunque no sea el caso, es posible que lo cohíba y le provoque un complejo de inferioridad. Razón número dos: a diferencia de vosotros dos, Sol tiene lo que se conoce como «lunar fastidioso». Al estar justo en la confluencia de la sien y la mejilla, cuando empiece a afeitarse de aquí a diez años o así, el contacto diario con la cuchilla lo irritará. La razón número tres, con mucho la más importante, es, claro está, el riesgo de desarrollar un melanoma. No me hace ninguna gracia tener que decirlo, pero teniendo en cuenta que el padre de Randall murió de cáncer, hay un historial familiar que hace a Solly mucho más vulnerable a esa posibilidad. Como te decía, Erra, hemos leído mucho al respecto. También hemos consultado a una serie de especialistas, y hemos tomado la decisión de que preferiríamos no correr ese riesgo.

—Ah —dice G.G.

—Tenemos dos opciones —explica papá—. Una biopsia por rasurado y una biopsia por extirpación. La extirpación requiere cortes más profundos pero prácticamente elimina la posibilidad de que desarrolle un cáncer más adelante. Creo que vamos a decantarnos por eso.

—Ah —dice G.G.

—Eso no cambia nada con respecto a nuestros lunares —continúa papá en tono tranquilizador—. Solly nunca ha sentido nada especial por su lunar, ¿verdad, Solly?

—Claro que sí —digo.

—Ah, ¿sí? —pregunta papá, un tanto asombrado—. ¿Y eso?

—Me produce un sentimiento negativo.

—¿Lo ves? —dice mamá, triunfante—. ¡La razón número cuatro! Así que hemos programado la operación para principios de julio. De esa manera tendrá todo el verano por delante para que le cicatrice la piel, y podrá empezar el colegio en septiembre sin ninguna preocupación.

G.G. baja la mirada, se acaricia el lunar en el codo izquierdo y dice algo que suena a «laúd».

—¿Cómo dices?

—Me gustaba tanto el mío que le puse nombre, se llama
Laúd
—murmura G.G. con una sonrisa, y veo que mamá lanza una mirada breve pero cargada de intención a papá, como para decir: «¿Ves a qué me refiero? Se le está yendo la cabeza…», y que papá mira con ferocidad a mamá como para decir: «Cállate».

Es una situación que no me apetece nada presenciar, así que me escabullo otra vez a mi cuarto.

Cuando regreso a la cocina, el ambiente ha vuelto a cambiar porque es hora de empezar a prepararse para ir a misa y mamá le ha pedido a papá que la ayude a recoger todo lo del desayuno y papá lo está haciendo sin pronunciar palabra.

• • •

A las diez y media nos montamos en el coche de papá y él retrocede suavemente por el sendero de entrada y nos dirigimos a la iglesia. Voy en el asiento de atrás con el cinturón de seguridad puesto y mientras avanzamos poco a poco por las hermosas calles bordeadas de árboles de nuestro barrio, papá empieza a contarnos una historia.

—Recuerdo una vez cuando tenía tu edad, Solly, y pasaba unas semanas a solas con mi padre. Mi madre, como siempre, se había ido a hacer uno de sus viajes. Erra y un amigo suyo sugirieron que nos reuniéramos todos el domingo para ir de picnic a Central Park.

—Perdona, Randall —dice mamá—, pero tengo que advertirte que no acabas de parar en las señales de stop, sólo reduces la marcha.

—¡Qué emocionado estaba! Me moría de ganas de que llegara el domingo, pero justo cuando teníamos la cesta del picnic preparada y estábamos a punto de salir de casa, empezó a llover a cántaros.

—Me refiero a que stop significa «parar», cariño, ¿verdad? —murmura mamá, y acaricia suavemente la mano de papá sobre el volante—. No querrás que Sol piense que las normas de tráfico son opcionales, ¿eh?

Papá suspira y obedece, sólo que ahora frena bruscamente a propósito cuando llegamos al stop de cada manzana, como para hacer hincapié en que está obedeciendo.

—¿Así que tuvisteis que suspenderlo? —pregunto, para que vuelva a su historia.

—No, no… Fuimos a su casa en el Bowery y celebramos el picnic… ¡en el suelo!

—¿En el suelo? —dice mamá con una mueca—. Teniendo en cuenta la reputación de Erra como ama de casa, debió de ser una comida más bien… bueno, ¡polvorienta!

—Fue una comida estupenda —replica papá, que frena bruscamente y acelera con la misma brusquedad—. A decir verdad, fue una de las comidas más maravillosas que he probado.

—Sea como sea —dice mamá, transcurridos unos momentos—, me pregunto si podrías pedirle a G.G. que se abstenga de fumar en casa.

—¡No fuma en casa! —responde papá—. Sale fuera a fumar.

—Bueno, por lo que sé, la galería es parte de nuestra casa —señala mamá—. No sólo eso, sino que fuma en presencia de Sol, que puede inhalar el humo, lo que podría afectar a sus pulmones.

—Tess —dice papá, mientras se incorpora a una carretera sin más señales de stop, gracias a Dios, porque empezaba a marearme un poco con tanto meneo adelante y atrás—. Erra es una de mis personas preferidas y me gustaría de veras que intentaras que se sintiera como en su casa en las pocas ocasiones en que viene de visita, más o menos una vez cada tres años.

—Ah —dice mamá, al borde de las lágrimas—. Porque el suculento desayuno que os he servido, en el que he invertido una hora de preparación y una cantidad considerable de tiempo y dinero a la hora de hacer la compra ayer… ¿no estaba a la altura de tu estándar de hospitalidad?

—Claro que sí, cariño. Claro que lo estaba. Lo siento.

—Da igual lo que haga, parece que nunca consigo que estés contento en lo que a Erra respecta. Es como… una diosa o algo por el estilo…

—He dicho que lo siento. Te pido disculpas. ¿Qué quieres que haga, que pare el coche y me ponga de rodillas?

Justo entonces llegamos a la iglesia y papá aparca el coche.

—Francamente, Randall, yo diría que no soy yo ante quien debes arrodillarte, sino Dios. Yo diría que te convendría rezar en serio para averiguar por qué la llegada de tu abuela te hace ponerte tan increíblemente hostil con tu esposa.

—¿Por qué no va G.G. a misa? —pregunto, mientras los tres nos sumamos a la marea de fieles que convergen hacia las puertas de la iglesia a un paso ni rápido ni lento. Hay matas de pensamientos blancos y púrpuras a ambos lados de la acera, y un césped pulcramente cuidado que las mantiene bien arraigadas. Esto sí que es estructura; esto me gusta.

—Porque no cree en Dios —dice papá sin más, como si me contara que prefiere la Pepsi a la Coca-Cola.

La idea de no creer en Dios me parece ridícula, pero, a juzgar por la expresión de mamá, salta a la vista que va a estar impaciente por reanudar esta conversación en el trayecto de regreso a casa.

Dios está en todas partes, en todas. ¿Cómo se puede no creer en Él?

Es el Poder y la Gloria

el Principal Artífice el Creador el origen absoluto

el secreto de todo lo que brota y medra

desde el diente de león más diminuto en el jardín

a la frenética polla de caballo que derrama lefa por toda la cara de una mujer

desde la tierra hirviente y burbujeante de un volcán a punto de entrar en erupción

a la nube en forma de hongo de una bomba nuclear

todo eso es Dios Dios Dios

esta energía, este abrir y palpitar

este movimiento de materia

En eso pienso durante la misa mientras vamos en procesión hasta el altar con palmas cantando «¡Hosanna! ¡Hosanna en las alturas!». Dios es el Poder y la Gloria y todos somos pecadores porque Eva comió del Árbol de la Sabiduría y hoy en día el Árbol de la Sabiduría es Internet con sus billones de ramas extendiéndose en todas las direcciones, seguimos comiendo sus frutos y pecando cada vez más con el conocimiento carnal, así que siempre necesitaremos purificadores y si quiero ser un purificador como Jesucristo o Bush o Schwarzenegger, tengo que saberlo absolutamente todo acerca del mal.

¡Desde el Monte de los Olivos lo siguieron,

en medio de un exultante gentío

meciendo la palma victoriosa!

¡Y cantando alto y claro!

El pastor se entrega a un sermón acerca de la situación de Irak, lo que me hace pensar en los muñones y los pedazos de soldados iraquíes en la arena, lo que me hace pensar en mujeres siendo violadas y eso hace que se me endurezca el pene, así que uso el misal para disimular lo que estoy haciendo: frotarme suavemente durante todo el sermón hasta que estoy a punto de desvanecerme con las imágenes. A veces por la noche en mi dormitorio
—Todo gloria, alabanzas y honores
—, mientras me imagino que soy el caballo echando espumarajos o la ametralladora que dispara o la bomba que explota
—A ti, Redentor, Rey
—, me sobo hasta despellejarme con la sensación de poder que me brota de las entrañas, y tras la misa mis padres se abren paso por entre el gentío arremolinado en la acera, estrechando la mano a la gente a la vez que dicen: «¿Qué tal estás?», «Me alegro de verte», «Entonces, nos vemos el domingo de Pascua» y «¿Verdad que hace un día precioso?».

Por la tarde empieza a hacer mucho calor, así que me voy a mi sitio preferido para jugar, que es el cajón de arena debajo de la galería; me llevo unos Lego sólo para demostrarle a mamá que no soy adicto a los juegos de ordenador, lo que a veces la hace preocuparse por mi salud mental. Un rato después salen papá y G.G. y se sientan en la galería bajo la sombrilla, y puedo escuchar su conversación, cosa que me gusta hacer porque me entero de cosas mientras nadie me ve y luego puedo sorprender a todo el mundo con mis conocimientos.

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