Más allá de las estrellas (4 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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Los rugientes motores de la nave espacial trazaron una línea de fuego azul a través del infinito. Han conectó el hiperpropulsor. Las estrellas parecieron caer en todas direcciones, mientras la nave se situaba en cabeza en la carrera contra la perezosa luz. El motor principal del
Halcón Milenario
bramó atronador y la nave desapareció como si jamás hubiera estado en aquel lugar.

II

Sabían que, evidentemente, serían observados desde el momento en que atracaran con su maltrecho carguero.

Etti IV era un planeta abierto al comercio general, un mundo donde los vientos secos soplaban sobre superficies de ámbar, llanuras cubiertas de musgo y poco profundos mares salinos bajo cielos rojizos.

No poseía recursos propios dignos de mención, pero era hospitalario con los humanos y humanoides y ocupaba un lugar estratégico junto a las rutas estelares.

Los magnates del Sector Corporativo habían acumulado grandes riquezas en Etti IV y con ellas había aparecido su corolario universal, un próspero ambiente de criminales.

En aquel momento, Han Solo y Chewbacca avanzaban por una calle de tierra de fusión, entre bajos edificios de minerales prensados y otros más altos construidos con permacita y formex moldeado.

Se abrieron paso a través del espaciopuerto en dirección a la Oficina de Cambios de la Autoridad en un transportador manual de alquiler elevado sobre repulsores. En el transportador llevaban varias cajas que parecían cajas fuertes y ésa era la razón por la cual ambos suponían que les vigilarían atentamente.

Esas cajas eran justamente el tipo de objeto adecuado para despertar la curiosidad de toda clase de criminales.

Pero la pareja también sabía que quien quiera que les observase calibraría los riesgos, comparándolos con las posibles ganancias.

Y en la columna de riesgos figuraría el atuendo de pistolero de Han y su andar desenvuelto y confiado, además de la amenazadora presencia de Chewbacca y su ballesta a punto de disparar, sin citar su fuerza y ferocidad, capaces de retorcer el cuerpo de cualquier atacante hasta alterar completamente su forma.

De modo que prosiguieron su camino confiados, seguros de que no resultarían un blanco atractivo para ningún atracador en potencia que estuviera dotado de buen sentido comercial y de un cierto instinto de supervivencia.

En la Oficina de Cambios de la Autoridad no sospecharon en absoluto que estaban cerrando una transacción vinculada al tráfico de armas y la insurrección. Han y Chewbacca ya habían conseguido deshacerse de las piedras preciosas cobradas por su trabajo, intercambiándolas por metales preciosos y raros vértices cristalinos. En un Sector Corporativo con decenas de miles de sistemas estelares, ni siquiera el más sofisticado de los sistemas de procesamiento de datos podía seguir el rastro de cada deuda contraída y cada pago efectuado. De modo que Han Solo, capitán de un carguero autónomo, contrabandista y delincuente aficionado, convirtió sin mayores dificultades buena parte de su recompensa en un bonito Cheque de la Autoridad, libre de toda sospecha. Si hubiera llevado sombrero, se lo habría quitado para saludar al dependiente automático del Departamento de pagos que le lanzó el cheque a través de una ranura. Han Solo se guardó la pequeña lámina de plástico en un bolsillo de la chaqueta.

Una vez fuera de la Oficina de Cambios, el wookiee emitió uno de sus largos y sonoros ladridos.

—Sí, sí —le respondió Han—, le pagaremos a Ploovo Dos-por-Uno, pero primero tenemos que hacer una visita.

Su compinche gruñó ruidosamente, sobresaltando a los viandantes con su manifestación de disgusto y despertando una peligrosa forma de interés.

Un destacamento de la Policía de Seguridad se abrió paso entre el torbellino de humanos, droides y no-humanos que avanzaban por la calle.

—¡Eh, alegra esa cara, amigo! —murmuró Han entre dientes.

los policías de Seguridad con sus uniformes marrones, lanzando suspicaces miradas debajo de sus cascos de combate, avanzaban en formación de cuatro en fondo, con las armas preparadas para disparar, mientras los peatones se apresuraban a cederles el paso.

Han vio girarse dos de los negros cascos de combate y comprendió que habían escuchado el estallido de rabia del wookiee. Pero el alboroto aparentemente no les llamó la atención y el destacamento prosiguió su camino.

Han se los quedó mirando, meneando la cabeza. En la galaxia había polizontes de todo tipo, algunos buenos y otros no. Pero la Policía de Seguridad particular de la Autoridad —los espos, en el lenguaje del hampa— eran de los peores.

Sus actuaciones nada tenían que ver con la ley o la justicia, sino que sólo dependían de los edictos de la Autoridad del Sector Corporativo.

Han jamás había logrado comprender que un hombre pudiera llegar a convertirse en un matón de la Espo dispuesto a hacer cualquier cosa, sin discutir jamás una orden; simplemente procuraba no cruzarse en el camino de ninguno de ellos.

Después recordó el comentario de Chewbacca y reanudó su conversación:

—Como te estaba diciendo, en seguida le pagaremos a Ploovo. La visita de que te hablo no nos entretendrá más de un minuto. Inmediatamente después iremos a verle, tal como habíamos previsto, arreglaremos las cosas, y continuaremos nuestro camino libres de deudas.

El wookiee, ya más aplacado, formuló una evasiva queja, pero siguió caminando junto a su compañero.

Las clases adineradas de Etti IV necesitaban disponer de abundantes medios para proclamar su riqueza y, en consecuencia, el espaciopuerto albergaba varias tiendas de animales exóticos, donde se vendían especies raras o únicas procedentes de las inconmensurables extensiones del Imperio.

Sabodor estaba generalmente aceptada como la mejor de ellas. Y hacia allí se dirigió Han.

El sistema encubridor de la tienda, con ser muy costoso, era incapaz de disimular todos los olores y sonidos de las curiosas formas de vida más o menos desordenadamente reunidas allí, bajo la dudosa clasificación de Animales De Compañía. Entre las especies en venta figuraban especímenes tan destacados como las arañas voladoras de Mtarrn, las serpientes cantoras de plumaje iridiscente de los desiertos del único planeta de Próxima Dibal y los diminutos y graciosos marsupiales rechonchos de Kimanan, denominados vulgarmente «bolitas peludas».

Jaulas y cajas, estanques y burbujas ambientales, acompañadas de ojos centelleantes, inquietos tentáculos, escamas tintineantes y vacilantes seudópodos.

En el acto apareció el propietario. Sabodor en persona, un ciudadano adoptivo de Rakrir. Su corto cuerpo tubular segmentado se arrastraba sobre cinco pares de miembros versátiles y los dos largos pedúnculos de sus ojos se agitaban y giraban constantemente.

Cuando divisó a nuestra pareja, Sabodor se incorporó sobre los dos últimos pares de miembros, levantó los pedúnculos de los ojos casi hasta la altura del pecho de Han y le inspeccionó desde todos los ángulos.

—Lo siento muchísimo —gorjeó Sabodor moviendo su órgano vocal colgante que llevaba suspendido de la parte central de su segmento medio—. No comerciamos con wookiees. Son una especie sensible; no pueden utilizarse como animales de compañía. Es ilegal. No me interesa comprar un wookiee.

Chewbacca lanzó un furioso rugido, mientras exhibía sus temibles dientes, golpeando el suelo con su pata velluda del tamaño de una bandeja. Las vitrinas se tambalearon y los mostradores vibraron. Sabodor, aterrorizado, se escurrió por detrás de Han, con un chillido, tapándose los orificios auditivos con los miembros anteriores.

El piloto intentó apaciguar a su acompañante y amigo, mientras docenas de animales se comunicaban un coro de gritos, chiflidos, chillidos y pitidos, saltando temerosos y agitados en sus respectivos lugares de reclusión.

—¡Tranquilo, Chewie! No lo ha dicho con mala intención —dijo suavemente Han, interponiéndose en el camino del wookiee para impedir que se abalanzara violentamente sobre el tembloroso vendedor.

los pedúnculos oculares de Sabodor se asomaron tímidamente, uno por cada lado de las rodillas de Han.

—Dígale al wookiee que no pretendía ofenderle.

Ha sido un error sin mala intención, ¿no es así? No era mi intención insultarle. Chewbacca se tranquilizó un poco, con gran alivio de Han, que no había olvidado todas las fuerzas de la Policía de Seguridad que vigilaban el puerto.

—Hemos venido a comprar algo —le explicó a Sabodor, mientras el propietario se alejaba de él retrocediendo—. ¿Comprendes? A comprar.

—¿Comprar? ¡Comprar! Oh, adelante, señor, ¡mire-mire-mire! En Sabodor encontrará todos los animales de compañía dignos de tal nombre. Está usted en la mejor tienda del Sector. Tenemos...

Han le hizo callar con un ademán. Apoyó una mano amistosa en el punto donde debería haber estado el hombro del melifluo tendero, suponiendo que tuviera hombros.

—Sabodor, vamos a simplificar esta transacción. Lo que busco es un dinko. ¿Tienes alguno?

—¿Dinko? —la diminuta boca de Sabodor y su manojo olfatorio se unieron a su manera a la contracción de sus pedúnculos oculares en un intento de comunicar su disgusto—. ¿Para qué? ¿Un dinko? ¡Uf, qué asco!

En la boca de Han se dibujó una astuta sonrisa. Se sacó un puñado de billetes del bolsillo y los agitó invitadoramente.

—¿No tienes ninguno para ml?

—¡Puedo conseguirlo!

—¡No se mueva!

Sabodor desapareció en la trastienda, ondulando excitadamente su cuerpo.

Han y Chewbacca apenas tuvieron tiempo de echar un vistazo a su alrededor antes de que reapareciera el propietario. Traía una cajita transparente suspendida de sus dos pares superiores de apéndices. Dentro de la caja había un dinko.

Pocas criaturas gozaban de la dudosa notoriedad de los dinkos, cuyo temperamento rozaba la psicopatía pura. Uno de los misterios del mundo zoológico era cómo se las arreglaban los pequeños monstruos para tolerarse mutuamente el tiempo suficiente para reproducirse. El dinko, tan pequeño que habría cabido en el puño de un hombre —de existir algún hombre lo suficientemente imprudente como para intentar cogerlo—, les lanzó una mirada relampagueante. Sus poderosas patas traseras se agitaban continuamente y el doble par de extremidades prensiles unidas a su pecho pellizcaron el aire, buscando ansiosamente algo a lo cual agarrarse. Su larga lengua entraba y salía velozmente de la boca rodeada de brillantes y perversos dientes.

—¿Está desodorizado? —preguntó Han.

—¡Oh, no! Y ha estado en celo desde que lo trajeron. Pero lo han despojado de su veneno.

Chewbacca hizo una mueca, arrugando la negra nariz.

—¿Cuánto quieres por él? —preguntó Han.

Sabodor citó una cantidad exorbitante. Han contó su fajo de billetes.

—Te daré exactamente la mitad de eso, ¿de acuerdo?

Los pedúnculos oculares se agitaron desolados, como si estuvieran al borde de las lágrimas. El wookiee soltó un bufido y se inclinó sobre Sabodor, que volvió a refugiarse tras la dudosa protección de las rodillas de Han.

—Es un buen trato, Sabodor —sugirió jovialmente Han—, no puedes negarlo.

—Tú ganas —gimoteó el propietario de la tienda.

Le ofreció la caja. El dinko se agitó en su encierro, golpeándose contra las paredes y echando espuma por la boca.

—Todavía quiero pedirte otra cosa —añadió despreocupadamente Han—. Deseo que le inyectes una ligera dosis de sedante para poder tocarlo un momento. Y luego puedes ponérmelo en otro tipo de caja, que sea opaca.

De hecho, le estaba pidiendo dos cosas, pero Sabodor accedió de mala gana, deseoso de ver desaparecer el wookiee, el humano y el dinko cuanto antes de su tienda.

 

***

 

Ploovo Dos-por-Uno, usurero y ex atracador, un hombre codicioso y sin escrúpulos, esperaba con deleite el momento de cobrar la deuda que tenía pendiente con Han Solo.

No cabía en si de satisfacción, no sólo porque el montante inicial del empréstito le permitiría obtener unas espléndidas ganancias para sí mismo y para sus socios, sino también porque detestaba profundamente a Solo y una interesante forma de venganza acababa de materializarse.

El mensaje de Solo, en el que le prometía saldarle la deuda, estipulaba que se encontrarían allí, en Etti IV, en el bar más elegante del espaciopuerto. La sugerencia le había parecido muy bien a Ploovo Dos-por-Uno; su lema era combinar el trabajo con el placer siempre que le era posible. El salón de baile de la Cúpula de Vuelo en el Vacío era un lugar más que satisfactorio; el ambiente era opulento. Ploovo distaba mucho de ser un seductor, con su figura menuda, su mal humor y su cara aquejada por un tic nervioso; pero su fortuna le confería una cierta viabilidad social en una serie de ambientes.

Se instaló en un sofá adaptable junto a una mesa retirada, en compañía de los tres compinches que llevaba consigo. Dos de ellos eran humanos, hombres endurecidos que llevaban varias armas ocultas sobre su persona. El tercero era un bípedo narigudo, de piel escamosa, oriundo de Davnar II, con una auténtica pasión por las ejecuciones.

Ploovo exhibió una cantidad de dinero más que suficiente para inspirar un cierto sentido de hospitalidad a la camarera y se pellizcó el negro y brillante moño.

Mientras esperaba, se relamía de antemano pensando en cómo se vengaría de Han Solo. Y no se trataba de que supusiera que el piloto no iba a pagarle. El usurero tenía la certeza de que recuperaría su dinero.

Pero Solo le había estado irritando durante largo tiempo, siempre con alguna excusa sorprendente para diferir el pago, desconcertando y escarneciendo a Ploovo a la vez. En varias ocasiones, Ploovo había quedado en una mala posición frente a su garantes debido a alguna dificultad con Solo, y sus garantes no eran gente propensa a tomarse esas cosas a la ligera.

El código moral necesario para desarrollar negocios ilegales había impedido que Ploovo se decidiera a denunciar al propietario y capitán del
Halcón Milenario
a las autoridades; pero una afortunada circunstancia local podía servir ahora igualmente bien a los fines del usurero.

Han Solo entró en la Cúpula de Vuelo en el Vacío, acompañado de Chewbacca, llevando una cajita metálica en la mano, y examinó el local con expresión aprobadora.

Como sucedía en casi todos los planetas civilizados una multitud de especies se habían reunido allí en un pupurri taxonómico de figuras familiares o extrañísimas, según el punto de vista de cada cual.

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