Memorias de una pulga (8 page)

BOOK: Memorias de una pulga
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El Superior fue el primero en adelantarse con intención de gozar de Bella.

Colocándose descaradamente frente a ella la tomó en sus brazos, y cubrió de cálidos besos sus labios y su rostro.

Bella estaba tan excitada como él.

Accediendo a su deseo, la muchacha se despojó de sus prendas interiores, conservando puestos su exquisito vestido sus medias de seda y sus lindos zapatitos de cabritilla. Así se ofreció a la admiración y al lascivo manoseo de los padres.

No pasó mucho antes de que el Superior, sumiéndose deliciosamente sobre su reclinada figura, se entregara por completo a sus juveniles encantos, y se diera a calar la estrecha hendidura, con resultados evidentemente satisfactorios.

Empujando, prensando, restregándose contra ella, el Superior inició deliciosos movimientos, que dieron como resultado despertar tanto su susceptibilidad como la de su compañera. Lo revelaba su pene, cada vez más duro y de mayor tamaño.

—¡Empuja! Oh, empuja más hondo! —murmuró Bella.

Entretanto Ambrosio y Clemente, cuyo deseo no admitía espera, trataron de apoderarse de alguna parte de la muchacha.

Clemente puso su enorme miembro en la dulce mano de ella, y Ambrosio, sin acobardarse, trepó sobre el cofre y llevó la punta de su voluminoso pene a sus delicados labios.

Al cabo de un momento el Superior dejó de asumir su lasciva posición.

Bella se alzó sobre el canto del cofre. Ante ella se encontraban los tres hombres, cada uno de ellos con el miembro erecto, presentando armas. La cabeza del enorme aparato de Clemente estaba casi volteada contra su craso vientre.

El vestido de Bella estaba recogido hasta su cintura, dejando expuestas sus piernas y muslos, y entre éstos la rosada y lujuriosa fisura, en aquellos momentos enrojecida y excitada por los rápidos movimientos de entrada y salida del miembro del Superior.

—¡Un momento! —ordenó éste—. Vamos a poner orden en nuestros goces. Esta hermosa muchacha nos tiene que dar satisfacción a los tres: por lo tanto es menester que regulemos nuestros placeres permitiéndole que pueda soportar los ataques que desencadenemos. Por mi parte no me importa ser el primero o el segundo, pero como Ambrosio se viene como un asno, y llena de humo todas las regiones donde penetra, propongo pasar yo por delante. Desde luego, Clemente debería ocupar el tercer lugar, ya que con su enorme miembro puede partir en dos a la muchacha, y echaremos a perder nuestro juego.

—La vez anterior yo fui el tercero —exclamó Clemente—. No veo razón alguna para que sea yo siempre el último. Reclamo el segundo lugar.

—Está bien, así será —declaró el Superior—. Tú, Ambrosio, compartirás un nido resbaladizo.

—No estoy conforme —replicó el decidido eclesiástico……. Si tú vas por delante, y Clemente tiene que ser el segundo, pasando por delante de mí, yo atacaré la retaguardia, y así verteré mi ofrenda por otra vía.

—¡Hacerlo como os plazca! —gritó Bella—. Lo aguantaré todo; pero, padrecitos, daos prisa en comenzar.

Una vez más el Superior introdujo su arma, inserción que Bella recibió con todo agrado. Lo abrazó, se apretó contra él, y recibió los chorros de su eyaculación con verdadera pasión extática de su parte.

Seguidamente se presentó Clemente. Su monstruoso instrumento se encontraba ya entre las rollizas piernas de la joven Bella. La desproporción resultaba evidente, pero el cura era tan fuerte y lujurioso como enorme en su tamaño, y tras de varias tentativas violentas e infructuosas, consiguió introducirse y comenzó a profundizar en las partes de ella con su miembro de mulo.

No es posible dar una idea de la forma en que las terribles proporciones del pene de aquel hombre excitaban la lasciva imaginación de Bella, como vano sería también intentar describir la frenética pasión que le despertaba el sentirse ensartada y distendida por el inmenso órgano genital del padre Clemente.

Después de una lucha que se llevó diez minutos completos, Bella acabó por recibir aquella ingente masa hasta los testículos, que se comprimían contra su ano.

Bella se abrió de piernas lo más posible, y le permitió al bruto que gozara a su antojo de sus encantos.

Clemente no se mostraba ansioso por terminar con su deleite, y tardó un cuarto de hora en poner fin a su goce por medio de dos violentas descargas.

Bella las recibió con profundas muestras de deleite, y mezcló una copiosa emisión de su parte con los espesos derrames del lujurioso padre.

Apenas había retirado Clemente su monstruoso miembro del interior de Bella, cuando ésta cayó en los también poderosos brazos de Ambrosio.

De acuerdo con lo que había manifestado anteriormente, Ambrosio dirigió su ataque a las nalgas, y con bárbara violencia introdujo la palpitante cabeza de su instrumento entre los tiernos pliegues del orificio trasero.

En vano batallaba para poder alojarlo. La ancha cabeza de su arma era rechazada a cada nuevo asalto, no obstante la brutal lujuria con que trataba de introducirse, y el inconveniente que representaba el que se encontraban de pie.

Pero Ambrosio no era fácil de derrotar. Lo intentó una y otra vez, hasta que en uno de sus ataques consiguió alojar la punta del pene en el delicioso orificio.

Una vigorosa sacudida consiguió hacerlo penetrar unos cuantos centímetros más, y de una sola embestida el lascivo sacerdote consiguió enterrarlo hasta los testículos.

Las hermosas nalgas de Bella ejercían un especial atractivo sobre el lascivo sacerdote. Una vez que hubo logrado la penetración gracias a sus brutales esfuerzos, se sintió excitado en grado extremo. Empujó el largo y grueso miembro hacia adentro con verdadero éxtasis, sin importarle el dolor que provocaba con la dilatación, con tal de poder experimentar la delicia que le causaban las contracciones de las delicadas y juveniles partes íntimas de ella.

Bella lanzó un grito aterrador al sentirse empalada por el tieso miembro de su brutal violador, y empezó una desesperada lucha por escapar, pero Ambrosio la retuvo, pasando sus forzudos brazos en torno a su breve cintura, y consiguió mantenerse en el interior del febricitante cuerpo de Bella, sin cejar en su esfuerzo invasor.

Paso a paso, empeñada en esta lucha, la jovencita cruzó toda la estancia, sin que Ambrosio dejara de tenerla empalada por detrás.

Como es lógico este lascivo espectáculo tenía que surtir efecto en los espectadores. Un estallido de risas surgió de las gargantas de éstos, que comenzaron a aplaudir el vigor de su compañero, cuyo rostro, rojo y contraído, testimoniaba ampliamente sus placenteras emociones.

Pero el espectáculo despertó además de la hilaridad, los deseos de los dos testigos cuyos miembros comenzaron a dar muestras de que en modo alguno se consideraban satisfechos.

En su caminata, Bella había llegado cerca del Superior, el cual la tomó en sus brazos, circunstancias que aprovechó Ambrosio para comenzar a mover su miembro dentro de las entrañas de ella, cuyo intenso calor le proporcionaba el mayor de los deleites.

La posición en que se encontraban ponía los encantos naturales de Bella a la altura de los labios del Superior, el cual instantáneamente los pegó a aquellos, dándose a succionar en la húmeda rendija.

Pero la excitación provocada de esta manera exigía un disfrute más sólido, por lo que, tirando de la muchacha para que se arrodille, al mismo tiempo que él tomaba asiento en su silla, puso en libertad a su ardiente miembro, y lo introdujo rápidamente dentro del suave vientre de ella.

Así, Bella se encontró de nuevo entre dos fuegos, y las fieras embestidas del padre Ambrosio por la retaguardia se vieron complementadas con los tórridos esfuerzos del padre Superior en otra dirección.

Ambos nadaban en un mar de deleites sensuales: ambos se entregaban de lleno en las deliciosas sensaciones que experimentaban, mientras que su víctima, perforada por delante y por detrás por sus engrosados miembros, tenía que soportar de la mejor manera posible sus excitados movimientos.

Pero todavía le aguardaba a la hermosa otra prueba de fuego, pues no bien el vigoroso Clemente pudo atestiguar la estrecha conjunción de sus compañeros, se sintió inflamado por la pasión, se montó en la silla por detrás del Superior, y tomando la cabeza de la pobre Bella depositó su ardiente arma en sus rosados labios. Después avanzando su punta, en cuya estrecha apertura se apercibían ya prematuras gotas, la introdujo en la linda boca de la muchacha, mientras hacía goce con su suave mano le frotara el duro y largo tronco.

Entretanto Ambrosio sintió en el suyo los efectos del miembro introducido por delante por el Superior, mientras que el de éste, igualmente excitado por la acción trasera del padre, sentía aproximarse los espasmos que acompañan a la eyaculación.

Empero, Clemente fue el primero en descargar, y arrojó un abundante chaparrón en la garganta de la pequeña Bella.

Le siguió Ambrosio, que, echándose sobre sus espaldas, lanzó un torrente de leche en sus intestinos, al propio tiempo que el Superior inundaba su matriz.

Así rodeada, Bella recibió la descarga unida de los tres vigorosos sacerdotes.

Capítulo V

TRES DÍAS DESPUES DE LOS ACONTECIMIENTOS relatados en las páginas precedentes, Bella compareció tan sonrosada y encantadora como siempre en el salón de recibimiento de su tío.

En el ínterin, mis movimientos habían sido erráticos, ya que en modo alguno era escaso mi apetito, y cualquier nuevo semblante posee para mí siempre cierto atractivo, que me hace no prolongar demasiado la residencia en un solo punto.

Fue así como alcancé a oír una conversación que no dejó de sorprenderme algo, y que no vacilo en revelar pues está directamente relacionada con los sucesos que refiero.

Por medio de ella tuve conocimiento del fondo y la sutileza de carácter del astuto padre Ambrosio.

No voy a reproducir aquí su discurso, tal como lo oí desde mi posición ventajosa. Bastará con que mencione los puntos principales de su exposición, y que informe acerca de sus objetivos.

Era manifiesto que Ambrosio estaba inconforme y desconcertado por la súbita participación de sus cofrades en la última de sus adquisiciones, y maquinó un osado y diabólico plan para frustrar su interferencia, al mismo tiempo que para presentarlo a él como completamente ajeno a la maniobra.

En resumen, y con tal fin, Ambrosio acudió directamente al tío de Bella, y le relató cómo había sorprendido a su sobrina y a su joven amante en el abrazo de Cupido, en forma que no dejaba duda acerca de que había recibido el último testimonio de la pasión del muchacho, y correspondido a ella.

Al dar este paso el malvado sacerdote persequía una finalidad ulterior. Conocía sobradamente el carácter del hombre con el que trataba, y también sabía que una parte importante de su propia vida real no era del todo desconocida del tío.

En efecto, la pareja se entendía a la perfección. Ambrosio era hombre de fuertes pasiones, sumamente erótico, y lo mismo suceda con el tío de Bella.

Este último se había confesado a fondo con Ambrosio, y en el curso de sus confesiones había revelado unos deseos tan irregulares, que el sacerdote no tenía duda alguna de que lograría hacerle partícipe del plan que había imaginado.

Los ojos del señor Verbouc hacía tiempo que habían codiciado en secreto a su sobrina. Se lo había confesado. Ahora Ambrosio le aportaba pruebas que abrían sus ojos a la realidad de que ella había comenzado a abrigar sentimientos de la misma naturaleza hacia el sexo opuesto.

La condición de Ambrosio se le vino a la mente. Era su confesor espiritual, y le pidió consejo.

El santo varón le dio a entender que había llegado su oportunidad, y que redundaría en ventaja para ambos compartir el premio.

Esta proposición tocó una fibra sensible en el carácter de Verbouc, la cual Ambrosio no ignoraba. Si algo podía proporcionarle un verdadero goce sensual, o ponerle más encanto al mismo, era presenciar el acto de la cópula carnal, y completar luego su satisfacción con una segunda penetración de su parte, para eyacular en el cuerpo del propio paciente.

El pacto quedó así sellado. Se buscó la oportunidad que garantizara el necesario secreto (la tía de Bella era una minusválida que no salía de su habitación), y Ambrosio preparó a Bella para el suceso que iba a desarrollarse.

Después de un discurso preliminar, en el que le advirtió que no debía decir una sola palabra acerca de su intimidad anterior, y tras de informarle que su tío había sabido, quién sabe por qué conducto, lo ocurrido con su novio, le fue revelando poco a poco los proyectos que había elaborado. Incluso le habló de la pasión que había despertado en su tío, para decirle después, lisa y llanamente, que la mejor manera de evitar su profundo resentimiento sería mostrarse obediente a sus requerimientos, fuesen los que fuesen.

El señor Verbouc era un hombre sano y de robusta constitución, que rondaba los cincuenta años. Como tío suyo que era, siempre le había inspirado profundo respeto a Bella, sentimiento en el que estaba mezclado algo de temor por su autoritaria presencia. Se había hecho cargo de ella desde la muerte de su hermano, y la trató siempre, si no con afecto, tampoco con despego, aunque con reservas que eran naturales dado su carácter.

Evidentemente Bella no tenía razón alguna para esperar clemencia de su parte en una ocasión tal, ni siquiera que su pariente encontrara una excusa para ella.

No me explayaré en el primer cuarto de hora, las lágrimas de Bella, el embarazo con que recibió los abrazos demasiado tiernos de su tío, y las bien merecidas censuras.

La interesante comedia siguió por pasos contados, hasta que el señor Verbouc colocó a su hermosa sobrina sobre sus piernas, para revelarle audazmente el propósito que se había formulado de poseerla.

—No debes ofrecer una resistencia tonta, Bella —explicó su tío—. No dudaré ni aparentaré recato. Basta con que este buen padre haya santificado la operación, para que posea tu cuerpo de igual manera que tu imprudente compañerito lo gozó ya con tu consentimiento.

Bella estaba profundamente confundida. Aunque sensual, como hemos visto ya, y hasta un punto que no es habitual en una edad tan tierna como la suya, se había educado en el seno de las estrictas conveniencias creadas por el severo y repelente carácter de su pariente. Todo lo espantoso del delito que se le proponía aparecía ante sus ojos. Ni siquiera la presencia y supuesta aquiescencia del padre Ambrosio podían aminorar el recelo con que contemplaba la terrible proposición que se le hacía abiertamente.

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