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Authors: Charlaine Harris

Muerto y enterrado (3 page)

BOOK: Muerto y enterrado
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La gente parecía animada a beber esa noche. Quizá sintieran aprensión por la otra forma corporal de Sam, pero desde luego no tenían ningún problema a la hora de acrecentar sus beneficios. Bill cruzó su mirada con la mía y alzó una mano para despedirse. Él y Clancy salieron del bar.

Jason trató de captar mi atención una o dos veces y su colega Mel me lanzó amplias sonrisas. Mel era más alto y delgado que mi hermano, pero ambos contaban con ese aspecto radiante y animoso de los hombres que no piensan y actúan conforme a sus instintos. A su favor, diré que Mel no parecía estar siempre de acuerdo con lo que decía Jason, al menos no de la misma forma que lo hacía Hoyt. Mel parecía un tipo legal, al menos de lo poco que lo conocía; y el hecho de que fuese uno de los pocos hombres pantera que no vivían en Hotshot también decía mucho a su favor, y puede que incluso fuese la razón de que él y Jason fueran tan buenos amigos. Eran como otros hombres pantera, pero también diferentes.

Si volvía a hablar con Jason, tenía una pregunta reservada para él. En una noche tan importante para los cambiantes, ¿cómo era que no había aprovechado para llevarse una parte del protagonismo? Jason estaba demasiado agobiado con su naturaleza de hombre pantera, ya que a él lo habían mordido, no había nacido como tal. Eso quiere decir que había contraído el virus (o lo que sea) cuando otro hombre pantera lo mordió, en lugar de nacer con la habilidad, como era el caso de Mel. La forma alterada de Jason era humanoide, con pelo que le crecía por todo el cuerpo y rasgos y garras de pantera; escalofriante, según sus propias palabras. Pero no era un animal bello, y eso le pesaba como una losa. Mel era un purasangre, y resultaba tan impresionante como aterrador cuando se transformaba.

Puede que los hombres pantera tuviesen instrucciones de mantener su perfil bajo secreto porque esas criaturas eran sencillamente demasiado aterradoras. Si en el bar hubiese aparecido algo tan grande y letal como una pantera, la reacción de los parroquianos habría sido sin duda más histérica. Si bien las mentes de los cambiantes son difíciles de leer, pude sentir la decepción que atenazaba a las dos panteras. Estaba segura de que era decisión de Calvin Norris, su líder. «Bien pensado, Calvin», se me ocurrió.

Después de ayudar en el cierre del bar, abracé a Sam al pasar por su despacho para recoger el bolso. Tenía aspecto cansado, pero feliz.

—¿Estás tan bien como pareces? —pregunté.

—Sí. Mi verdadera naturaleza por fin ha salido del armario. Es liberador. Mi madre me prometió que se lo contaría a mi padrastro esta noche. Estoy esperando saber de ellos.

Justo en ese momento, sonó el teléfono. Sam lo cogió, aún sonriente.

—¿Mamá? —dijo. Entonces su expresión cambió, como si se la hubieran arrancado de un latigazo—. ¿Don? ¿Qué has hecho?

Me senté en la silla frente al escritorio y aguardé. Tray había venido para tener una última charla con Sam, y le acompañaba Amelia. Ambos permanecieron tensos en el umbral de la puerta, ansiosos por saber lo que había pasado.

—Oh, Dios mío —exclamó Sam—. Iré lo antes posible. Saldré esta noche. —Colgó el teléfono con mucha suavidad—. Don le ha disparado a mi madre —dijo—. Cuando se transformó le disparó. —Nunca había visto a Sam tan preocupado.

—¿Ha muerto? —pregunté, imaginando la respuesta.

—No —respondió—. No, pero está en el hospital con la clavícula fracturada y una herida de bala en el hombro izquierdo. Casi la mata. Si no hubiera saltado…

—Lo siento mucho —dijo Amelia.

—¿Qué puedo hacer para ayudarte? —me ofrecí.

—Encárgate del bar mientras esté fuera —me pidió, sacudiéndose la conmoción—. Llama a Terry. Él y Tray pueden repartirse un horario para la barra. Tray, sabes que te pagaré en cuanto vuelva. Sookie, el horario de las camareras está en la pared, tras la barra. Por favor, encuentra a alguien para cubrir los turnos de Arlene.

—Claro, Sam —dije—. ¿Necesitas ayuda para hacer las maletas? ¿Quieres que le eche gasolina a tu camioneta o algo?

—No, está bien así. Tienes las llaves de mi caravana, ¿te importaría regarme las plantas? No creo que me ausente más de dos días, pero nunca se sabe.

—Claro, Sam. No te preocupes. Mantente en contacto.

Todos nos marchamos para que Sam pudiera ir a su caravana para hacer la maleta. Se encontraba en el aparcamiento, detrás del bar, así que al menos podría prepararlo todo rápidamente.

Mientras conducía a casa, traté de imaginar cómo habría podido hacer algo así el padrastro de Sam. ¿Tanto le había horrorizado la segunda naturaleza de su mujer? ¿Se había transformado ella fuera de su vista y lo había asustado al presentarse? Sencillamente no podía creer que se pudiera disparar a alguien a quien se quiere, alguien con quien se vive, sólo porque es algo más de lo que uno piensa. Puede que Don viera su segunda naturaleza como una traición. O quizá fuese porque se lo había ocultado. Visto así, podía comprender, en parte, su reacción.

Todo el mundo tenía secretos, y yo estaba en situación de conocerlos casi todos. Ser telépata no es nada divertido. Oyes el mal gusto, la tristeza, el asco, la belleza…, las cosas que todos queremos ocultar a los demás para que mantengan intacta la imagen que tienen de nosotros.

Los secretos que menos conozco son los míos.

Esa noche pensaba en la curiosa herencia genética por parte de padre que compartíamos mi hermano y yo. Mi padre nunca había sabido que su madre, Adele, tenía un secreto tan grande, uno que sólo había llegado a mi conocimiento el pasado mes de octubre. Los dos hijos de mi abuela, mi padre y su hermana Linda, no habían sido fruto de su largo matrimonio con mi abuelo.

Ambos habían sido concebidos mediante el enlace con un hada mestizo llamado Fintan. Según el padre de Fintan, Niall, la parte feérica de la herencia genética de mi padre era la culpable del encaprichamiento de mi madre por él, un modo de comportarse que había excluido a sus propios hijos de toda atención y afecto. Dicha herencia no parecía haber cambiado nada en la hermana de mi padre, Linda; sin duda no le había servido para esquivar la bala de cáncer que había acabado con su vida o para mantener a su marido junto a ella, mucho menos encaprichado. Sin embargo, Hunter, el nieto de Linda, era telépata, como yo.

Yo aún luchaba contra retazos de esta historia. Creía que el relato de Niall era auténtico, pero no podía comprender que el deseo de mi abuela por tener hijos fuese tan fuerte como para animarla a traicionar a mi abuelo. Eso sencillamente no encajaba con su carácter, y yo no alcanzaba a comprender por qué no lo había leído en su mente durante todos los años que habíamos estado juntas. Alguna vez debió de pensar en las circunstancias de la concepción de sus hijos. No había forma de que se despojara completamente de esos hechos y los ocultara en algún ático de su mente.

Pero mi abuela llevaba muerta más de un año, y ya no podría preguntarle nunca al respecto. Su marido había muerto años antes. Niall me dijo que mi abuelo biológico Fintan también había muerto. Se me ocurrió revisar las cosas de mi abuela en busca de alguna pista que apuntase hacia sus pensamientos, su reacción ante ese extraordinario evento de su vida, pero luego pensé: ¿para qué molestarse?

Tenía que lidiar con las consecuencias, tal y como me había tocado.

El rasgo de sangre feérica que recorría mis venas me hacía más atractiva para los seres sobrenaturales, al menos para algunos vampiros. No todos podían detectar ese rastro en mis genes, pero al menos solían interesarse en mí, por mucho que eso pudiera acarrear consecuencias negativas. O quizá todo eso de la sangre de hada fuese una tontería y los vampiros se sintieran atraídos por una joven razonablemente atractiva que los trataba con respeto y tolerancia.

Y en cuanto a la relación entre la telepatía y la sangre de hada, ¿quién sabe? No es que hubiera mucha gente a la que preguntar ni mucha literatura que consultar, ni siquiera la posibilidad de pedir que un laboratorio me hiciera unos análisis de este tipo. Quizá el pequeño Hunter y yo habíamos desarrollado ese rasgo por pura coincidencia… Sí, claro. Puede que el rasgo fuese genético, pero independiente de los genes feéricos.

Quizá sólo fuese que había tenido suerte.

Capítulo 2

Fui al Merlotte’s por la mañana temprano (para mí, eso son las ocho y media) para comprobar la situación del bar, y me quedé para cubrir el turno de Arlene. Tendría que trabajar el doble. Afortunadamente, la clientela a la hora del almuerzo no fue muy numerosa. No sabía si se debía al anuncio de Sam o al natural devenir de los acontecimientos. Al menos pude hacer algunas llamadas mientras Terry Bellefleur (que iba empalmando distintos trabajos a tiempo parcial) se encargaba de la barra. Terry estaba de buen humor, o lo que podría identificarse como tal en él; era un veterano de Vietnam que lo había pasado muy mal en la guerra. En el fondo era un buen tipo, y siempre nos habíamos llevado bien. Estaba realmente fascinado con la revelación de los cambiantes; desde la guerra, Terry se llevaba mejor con los animales que con la gente.

—Apuesto a que por eso siempre me ha gustado trabajar con Sam —dijo Terry, y le sonreí.

—A mí también me gusta trabajar con él —admití.

Mientras Terry se encargaba de que las cervezas siguieran fluyendo y no le quitaba un ojo a Jane Bodehouse, una de nuestras alcohólicas particulares, empecé a hacer llamadas para encontrar a una camarera sustituta. Amelia me dijo que trataría de ayudar un poco, pero sólo de noche, porque ahora tenía un trabajo diurno en una agencia de seguros cubriendo la baja por maternidad de una administrativa.

Llamé primero a Charlsie Tooten. Aunque se mostró muy comprensiva, me explicó que tenía que cuidar de su nieto mientras su hija trabajaba, así que estaba demasiado cansada como para echar un cable. Llamé a otra antigua empleada del Merlotte’s, pero resultó que estaba trabajando en otro bar. Holly dijo que podría doblar el turno una vez, pero no más, ya que tenía que cuidar de su crío. Danielle, la otra camarera a jornada completa, se disculpó con lo mismo (en su caso, tenía una excusa doble, ya que eran dos los hijos que tenía).

Así que, finalmente, con un profundo suspiro que delataba al despacho vacío de Sam lo implicada que estaba, llamé a una de las candidatas a las que menos apreciaba: Tanya Grissom, mujer zorro y ex saboteadora. Me llevó un rato localizarla, pero tras contactar con un par de personas en Hotshot, pude encontrarla en la casa de Calvin. Tanya llevaba tiempo saliendo con él. El hombre me caía bien, pero cuando pensaba en esas casas arracimadas en el cruce, no podía evitar el escalofrío.

—Tanya, ¿cómo estás? Soy Sookie Stackhouse.

—Vaya. Hmmm. Hola.

No podía culparla por ser cauta.

—Una de las camareras de Sam lo ha dejado; ¿te acuerdas de Arlene? No le gustó el asunto de los cambiantes y se ha ido. Me preguntaba si te interesaría encargarte de un par de sus turnos, sólo temporalmente.

—¿Ahora eres la socia de Sam?

No lo iba a poner fácil.

—No, sólo lo sustituyo. Ha tenido que salir por una urgencia familiar.

—Apuesto a que estaba de las últimas en tu lista.

Mi breve silencio habló por sí solo.

—Creo que podemos trabajar juntas —hablé por no callar.

—Tengo un trabajo ahora, pero podría ayudar un par de noches hasta que encontréis a alguien —dijo Tanya. Resultaba complicado inferir algo por su voz.

—Gracias. —Con ella contaba ya con dos sustitutas temporales, Amelia y Tanya, y yo podría hacerme cargo de las horas que a ellas no les viniesen bien. Nadie tenía por qué pasarlo mal—. ¿Puedes pasarte mañana para el turno de la noche? Si pudieras estar aquí a eso de las cinco, cinco y media, una de nosotras podría ponerte al día y trabajarías hasta el cierre.

Hubo un breve silencio.

—Allí estaré —accedió Tanya—. Tengo unos pantalones negros. ¿Tienes alguna camiseta que me valga?

—Sí, talla mediana.

—Eso bastará.

Y colgó.

Bueno, no podía esperar que se mostrara feliz por saber de mí o por echarme una mano, ya que nunca nos habíamos caído demasiado bien. De hecho, aunque no creía que lo recordase, hice que Amelia y su mentora, Octavia, la hechizaran. Aún temblaba al recordar cómo había alterado la vida de Tanya, pero no creo que hubiese tenido demasiadas alternativas. En ocasiones, hay que lamentarse de las cosas y seguir adelante.

Sam llamó mientras Terry y yo estábamos cerrando el bar. Estaba agotada. Me pesaba la cabeza y los pies me dolían.

—¿Cómo van las cosas por allí? —preguntó Sam. Se le notaba el cansancio en la voz.

—Sobreviviendo —dije, tratando de parecer alegre y despreocupada—. ¿Qué tal tu madre?

—Sigue viva —contestó—. Habla y respira por su cuenta. El doctor ha dicho que cree que se recuperará bien. Mi padrastro está arrestado.

—Menudo lío —dije, genuinamente molesta por lo que le pasaba a Sam.

—Mi madre dice que debió contárselo antes —continuó—. Pero temía hacerlo.

—Bueno… y con razón, ¿no? Visto lo que ha pasado…

Bufó.

—Piensa que si hubiese tenido una larga charla con él y si se hubiera transformado después de que él ya hubiese visto algo así en la televisión podría haber ido mejor.

Había estado tan ocupada en el bar que no había tenido tiempo de asimilar todas las reseñas televisivas sobre las reacciones mundiales ante esta segunda Gran Revelación. Me preguntaba cómo irían las cosas en Montana, Indiana o Florida. Me preguntaba si alguno de los famosos actores de Hollywood habría admitido que era un licántropo. ¿Y si Ryan Seacrest se convertía en un bichito peludo todas las noches de luna llena? ¿Y si les pasaba a Jennifer Love Hewitt o a Russell Crowe (lo que veía bastante probable)? Eso supondría una enorme diferencia en su aceptación pública.

—¿Has visto a tu padrastro o has hablado con él?

—Todavía no. Me cuesta hacerme a la idea. Mi hermano se ha pasado a verle. Dice que Don se puso a llorar. No fue agradable.

—¿Ha ido tu hermana?

—Está de camino. Tuvo algún problema para encontrar niñera —sonaba un poco dubitativo.

—Ella sabía lo de tu madre, ¿verdad? —dije tratando de mantener a raya mi incredulidad.

—No —respondió—. En muchos casos, los padres cambiantes no se lo dicen a los hijos que no estén afectados. Mis hermanos no sabían lo mío tampoco, ya que no estaban al corriente de lo de mamá.

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