Noche Eterna (19 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

BOOK: Noche Eterna
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—¿Usted o su esposa la expulsaron alguna vez de la finca, la amenazaron o la maltrataron en algún sentido?

—Todas las agresiones fueron de su parte.

—¿Alguna vez le dio la impresión de estar un tanto desequilibrada?

—Sí, admito que sí. Creo que ella está convencida de que la tierra donde edificamos nuestra casa es suya, o que pertenece a su tribu o como se diga. Parece tener una obsesión —manifesté lentamente—, y cada vez ha ido a peor.

—Comprendo. ¿Alguna vez amenazó a su esposa hasta el punto de llegar a la violencia física?

—No, no creo que sea justo decirlo. Creo más bien que todo era el típico juego de las amenazas gitanas. «Tendrá mala suerte si se queda aquí», «La maldición caerá sobre usted si no se marcha», y cosas por el estilo.

—¿Mencionó la palabra muerte?

—Sí, creo que sí. Tampoco le hicimos mucho caso. Al menos —corregí—, yo no se lo hice.

—¿Cree que su mujer sí?

—Mucho me temo que sí. La vieja podía ser impresionante, pero no creo que se la pueda considerar responsable de las cosas que hace o dice.

El procedimiento acabó cuando el coroner anunció que la encuesta se suspendía hasta dentro de dos semanas. Todo señalaba una muerte por accidente, aunque no había pruebas para determinar cómo se había producido. El coroner esperaba que la comparecencia de Mrs. Esther Lee arrojara algo de luz sobre la cuestión.

Capítulo XX

Al día siguiente de la encuesta preliminar fui a ver al comandante Phillpot y le manifesté de sopetón que quería saber su opinión. Alguien, a quien el viejo que cortaba turba había confundido con Mrs. Esther Lee, había sido visto caminando colina arriba hacia el bosque.

—Usted conoce a esa mujer —dije—. ¿La cree capaz de causar un accidente malintencionado?

—La verdad es que no, Mike —replicó—. Para hacer algo así hace falta tener un motivo muy poderoso. El deseo de venganza por un daño personal que te hayan hecho. Algo así. ¿Qué le había hecho Ellie? Nada.

—Sé que parece una locura, pero ¿por qué aparecía constantemente de aquella manera extraña para amenazar a Ellie y decirle que debía marcharse? Parecía tener una cuenta pendiente con ella. Pero ¿qué podía tener en su contra? No conocía a Ellie ni la había visto antes. ¿Qué era Ellie para ella excepto una norteamericana totalmente desconocida? No hay ninguna historia anterior, ningún vínculo entre ellas.

—Lo sé, lo sé —asintió Phillpot—. De todas maneras, Mike, no consigo desechar la sensación de que aquí hay algo que no comprendemos. No sé cuánto tiempo estuvo su esposa en Inglaterra antes de casarse con usted. ¿Sabe si vivió por aquí durante una temporada?

—No, estoy seguro de que nunca vivió por aquí. Todo es tan difícil. En realidad, no sé nada de Ellie. Quiero decir, las personas que conocía, los lugares donde había estado. Nosotros sencillamente nos encontramos. —Hice una pausa y le miré—. Usted no sabe como nos conocimos, ¿verdad? No. Supongo que no lo adivinaría ni en cien años. —De pronto, a pesar de mí mismo, me eché a reír. Luego conseguí controlarme. Era consciente de que me rondaba la histeria.

Vi por la expresión de su rostro que esperaba pacientemente a que volviera a ser yo mismo. Era un hombre comprensivo y se lo agradecí.

—Nos conocimos aquí, en el Campo del Gitano. Había visto el anuncio de la subasta de la finca y subí por la carretera hasta aquí arriba porque me dominaba la curiosidad. Fue entonces cuando la vi por primera vez. Ellie estaba junto a un árbol. Se sobresaltó al verme aparecer, o quizá fue ella la que me sorprendió a mí. Bueno, la cuestión es que así comenzó todo. Por eso vinimos a vivir a este lugar desafortunado y maldito.

—¿Es ésa la sensación que tuvo desde el principio? ¿Que sería un lugar así, tal como lo describe?

—No. Sí. Bueno, quiero decir que no lo sé de verdad. Nunca he querido admitirlo, pero creo que ella lo sabía y por eso siempre tuvo miedo. —Después añadí con voz pausada—: Creo que alguien pretendía asustarla con toda intención.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó el comandante con un tono vivaz—. ¿Quién quería asustarla?

—Probablemente la gitana. Pero tampoco me convence del todo. Mrs. Lee la acechaba y, en cuanto la veía aparecer, comenzaba con la cantinela de que este lugar le traería mala suerte. Que debía marcharse.

—Lamento que no me informara antes de todos esos incidentes —protestó el comandante con un tono airado—. Si yo hubiera hablado con la vieja Esther, le hubiera dicho que no podía ir por ahí con amenazas.

—¿Por qué lo haría? ¿Qué la impulsó?

—Lo mismo que muchas otras personas —respondió Phillpot—, le gusta darse importancia, ya sea advirtiendo a la gente o leyéndoles la buenaventura y profetizar que vivirán siempre felices. Le gusta aparentar que conoce el futuro.

—¿Ha considerado usted la posibilidad de que alguien le diera dinero? Me han dicho que le gusta mucho el dinero.

—Sí, siempre le ha gustado mucho el dinero. ¿De dónde ha sacado usted la idea de que alguien pudo pagarle?

—Me lo dijo el sargento Keene. A mí no se me hubiera ocurrido nunca pensar algo así.

—Comprendo. —Phillpot meneó la cabeza en un gesto de duda—. Me resulta difícil creer que ella intentara deliberadamente asustar a su esposa hasta el punto de provocar un accidente.

—Quizá no contó con la posibilidad de que se produjera un accidente mortal. Tal vez hizo algo que espantó al caballo. Tirar un buscapiés, agitar una hoja de papel blanco o algo así. Algunas veces he pensado que ella tenía un resentimiento personal contra Ellie, un odio motivado por alguna razón que ignoro.

—Eso parece bastante rebuscado.

—¿Este lugar nunca fue suyo? Me refiero a la tierra.

—No, no dudo de que a los gitanos los expulsaron de esta propiedad en más de una ocasión. A los gitanos los echan continuamente de todas partes, pero no creo que ellos lo consideren como algo que exija venganza.

—Sí, tiene razón. Es demasiado rebuscado. Pero me pregunto si no habrá algo que no sabemos. Si le pagaron...

—¿Una razón que no sabemos? ¿Cuál podría ser?

—Probablemente todo lo que diga le parecerá fantástico. Digamos, como sugirió Keene, que alguien le pagó para hacer las cosas que hizo. ¿Qué pretendía esa persona desconocida? Supongamos que querían vernos marchar de aquí. Se centraron en Ellie porque sabían que yo no me asustaría tan fácilmente. La asustaron para que decidiera marcharse y así conseguir que me marchara yo también. Si es así, tiene que existir algún motivo por el que desean que la finca vuelva a ser puesta a la venta. Digamos que alguien quiere nuestra tierra.

—Es una suposición lógica —admitió el comandante—, pero no se me ocurre ninguna razón para que alguien esté interesado.

—Quizás algún yacimiento mineral importante del que nadie esté enterado —señalé.

—Lo dudo.

—Tal vez un tesoro enterrado. Sé que parece absurdo. ¿Por qué no el botín del atraco a un banco?

Phillpot continuaba meneando la cabeza, pero no con tanta vehemencia.

—La otra posibilidad que nos queda es volver un paso más atrás como el que usted acaba de dar. Ir más allá de Mrs. Lee para encontrar a la persona que le pagó. Tal vez demos con algún enemigo desconocido de Ellie.

—¿No se le ocurre quién podría ser?

—No. Mi esposa no conocía a nadie por estos lugares. Estoy seguro. No tenía ningún vínculo con este pueblo. —Me levanté—. Gracias por escucharme.

—Lamento no haber sido más útil.

Salí de la habitación, tocando con los dedos el objeto que llevaba en el bolsillo. Luego, tomé una decisión súbita. Di media vuelta y entré otra vez.

—Hay algo que quiero mostrarle. En realidad, ahora me disponía a ir a ver al sargento Keene para pedirle su opinión al respecto.

Metí la mano en el bolsillo y saqué una piedra envuelta en una hoja de papel arrugado donde estaban escritas unas letras.

—Esto lo arrojaron contra la ventana del comedor esta mañana. Oí el ruido de cristales rotos cuando bajaba a desayunar. Ya tiraron una piedra contra los cristales de la sala el primer día que vinimos a vivir aquí. No sé si será obra de la misma persona o no.

Desenvolví la piedra y le alcancé la hoja de papel ordinario. Alguien había escrito unas letras con una tinta aguada. Phillpot se puso las gafas y se inclinó sobre el papel. El mensaje era muy breve. Sólo decía: «Una mujer mató a su esposa.»

El comandante enarcó las cejas.

—Asombroso —comentó—. ¿El primer mensaje lo habían escrito en letra de imprenta?

—No lo recuerdo. Sólo era una advertencia para que nos fuéramos de aquí. Ni siquiera tengo presentes las palabras. En cualquier caso, parecía muy probable que fuera cosa de los gamberros de la zona. Éste no parece del mismo estilo.

—¿Cree que lo pudo tirar alguien que sabe alguna cosa de la muerte de Ellie?

—Yo diría que es un acto de pura malicia realizado por alguien que se esconde en el anonimato. Ya sabe usted que esto es algo bastante frecuente en los pueblos.

Me devolvió el mensaje.

—Creo que su idea de llevárselo al sargento Keene es la más adecuada. Él sabe mucho más que yo sobre los procedimientos a seguir en estos casos.

Encontré al sargento Keene en la comisaría. Se mostró muy interesado cuando le enseñé el anónimo.

—Aquí están pasando cosas muy raras —comentó.

—¿A qué se refiere?

—Es difícil explicarlo. Quizá sólo se trata de cobrarse una venganza acusando a una persona determinada.

—¿Cree usted que el autor pretende incriminar a Mrs. Lee?

—No, yo no diría tanto. Podría ser, y prefiero pensar que es así, que alguien oyó o vio alguna cosa. Quizás oyó un ruido o un grito o vio pasar al caballo espantado, y después vieron o se encontraron con una mujer en las cercanías. Pero cabe la posibilidad de que se trate de otra mujer y no de la gitana, porque todo el mundo ya da por hecho que la gitana está implicada en este asunto. Así que lo más lógico es suponer que se trata de una mujer de la que nada sabemos.

—¿Qué hay de la gitana? ¿Han tenido noticias de ella? ¿La han encontrado?

El sargento meneó la cabeza lentamente.

—Conocemos algunos de los lugares donde va cuando se marcha del pueblo. East Anglia, por aquel lado. Tiene amigos entre las familias gitanas que viven allí. Sin embargo, nos han informado que no está, aunque tampoco se les puede hacer mucho caso porque si estuviera tampoco lo dirían. No sueltan prenda. Es bastante conocida de vista por aquella zona, pero nadie la ha visto. En cualquier caso, no creo que se haya ido a East Anglia.

Me pareció notar algo peculiar en la manera que lo dijo.

—Me parece que no le entiendo.

—Considérelo de esta manera: está asustada. Tiene buenas razones para estarlo. Ha estado amenazando a su esposa, la ha asustado, y ahora se supone que es la presunta causante del accidente que mató a su esposa. La policía la busca. Ella lo sabe, así que hará lo imposible para que no la encontremos. Intentará poner el máximo de distancia entre ella y nosotros. Pero tampoco querrá que la vean. Tendrá miedo a utilizar el transporte público.

—Así y todo, la encontrarán, ¿no? Es una mujer que no pasa desapercibida.

—Sí, desde luego, la encontraremos, aunque estas cosas llevan un poco de tiempo. Suponiendo, claro está, que ésa fuera la manera en que ocurrió.

—¿Cree usted que puede haber otra explicación?

—Verá, hay algo que me ronda por la cabeza. ¿Y si alguien le hubiera pagado para que dijera las cosas que dijo?

—Entonces, razón de más para querer alejarse del pueblo —señalé.

—De acuerdo, pero alguien más estaría ansioso por verla marchar. Tiene que pensar en eso, Mr. Rogers.

—¿Habla usted de la persona que le pagó? —manifesté lentamente.

—Sí.

—Supongamos que fuera una mujer quien le diera dinero por su colaboración.

—Supongamos también —añadió el sargento—, que alguien más llegó a esa conclusión y comenzó a enviar mensajes anónimos. La mujer estaría asustada. Quizá no pensaba que ocurriera esto. Por mucho que quisiera que la gitana espantara a Mrs. Rogers, tal vez no tenía la menor intención de que muriera.

—Efectivamente, no creo que nadie pensara en su muerte. Sólo pretendían atemorizarnos para que nos largásemos.

—¿Ahora quién es la que tiene miedo? La mujer que provocó el accidente: Mrs. Esther Lee. ¿Qué puede hacer para que no la culpen? Confesar, ¿no? Decir que no fue cosa suya. Admitir incluso que le pagaron dinero para hacerlo. Mencionará un nombre. Dirá quién le pagó por hacerlo. Le aseguro que a esa persona no le gustará que eso suceda, ¿no le parece, Mr. Rogers?

—¿Quiere usted decir la mujer desconocida a quien supuestamente atribuimos la acción aunque no sepamos si existe esa persona?

—Hombre o mujer, alguien le pagó. Sin duda, ese alguien estará interesado en silenciarla lo antes posible. ¿No cree que puedo estar en lo cierto, Mr. Rogers?

—¿Cree usted que está muerta?

—Es una posibilidad —manifestó el sargento. Después cambió bruscamente de tema—. ¿Recuerda usted aquel templete que tiene en la parte alta del bosque?

—Sí, ¿qué pasa con el templete? Mi esposa y yo lo mandamos reparar. Íbamos allí de vez en cuando, pero no en las últimas semanas. ¿Por qué?

—Hemos estado recorriendo aquella zona. Miramos en el templete. No estaba cerrado.

—No, nunca nos preocupamos de cerrarlo. No hay nada de valor. Sólo unos cuantos muebles.

—Se nos ocurrió que la vieja Mrs. Lee lo pudiera haber utilizado, pero no encontramos ningún rastro. Sin embargo, encontramos esto. Pensaba mostrárselo de todas maneras. —Abrió un cajón del escritorio y sacó un pequeño encendedor chapado en oro. Era un encendedor de mujer y llevaba una inicial en diamantes. La letra C—. No será de su esposa, ¿verdad?

—Si lleva la inicial C no es de Ellie, por supuesto. Tampoco es de miss Andersen. Se llama Greta.

—Estaba allí donde se le cayó a alguien. Es elegante y debe costar un dineral.

—«C» —repetí la inicial pensativo—, No consigo recordar a nadie que haya estado con nosotros cuya inicial sea la C, excepto Cora —manifesté—. Es la madrastra de mi esposa. Mrs. van Stuyvesant, pero la verdad es que soy incapaz de imaginármela subiendo hasta el templete por aquel sendero cubierto de matorrales. En cualquier caso, no ha estado con nosotros mucho tiempo. No creo que llegara a un mes y, que yo recuerde, nunca la vi utilizar ese encendedor. Aunque es probable que no me hubiera fijado. Quizá miss Andersen lo sabe.

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