Noche Eterna (23 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

BOOK: Noche Eterna
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—Tienes un gran atractivo físico —replicó Greta—. A las chicas les va, ¿no es así?

Sonreí y le contesté que no se me daban mal.

—Ella nunca se ha encontrado con alguien como tú. La miman y la protegen demasiado. Los únicos jóvenes con los que se le permite tratar son chicos convencionales, hijos de empresarios o banqueros. La preparan para que haga un buen matrimonio con alguien con tanto dinero como ella. A la familia le aterra la posibilidad de que conozca a algún guapo extranjero que sea un cazadotes. Como es natural, a ella le atrae esa posibilidad. Sería algo nuevo, algo completamente desconocido. Tendrás que hacer mucho teatro, enamorarte de ella a primera vista y hacerle sentir que es arrebatadora. Te resultará sencillo ya que nunca ha pasado por una experiencia de ese tipo. Tú podrías hacerlo.

—Di mejor que lo podría intentar —manifesté con un tono de duda.

—Podríamos arreglarlo entre nosotros.

—Su familia no tardará ni un segundo en intervenir.

—No, no intervendrán. No se enterarán de nada, al menos hasta que sea demasiado tarde. Hasta después de que os hayáis casado en secreto.

—¿Así que esa es tu idea?

La discutimos, trazamos algunos planes. Nada muy detallado. Greta regresó a Estados Unidos, pero se mantuvo en contacto conmigo. Yo continué trabajando en esto y aquello. Le había hablado del Campo del Gitano y de mis sueños de llegar a ser el propietario de la finca. Greta comentó que sería el escenario perfecto para una historia romántica. Hicimos nuestros planes para que el encuentro con Ellie tuviera lugar allí. Greta convencería a Ellie de las ventajas de tener una casa en Inglaterra y así poder alejarse de la familia en cuanto cumpliera la mayoría de edad.

Sí, señor, lo arreglamos todo. Greta era una gran planificadora. Yo no me hubiera visto capaz de planearlo, pero sí que era capaz de interpretar la parte que me correspondía. Siempre me había gustado actuar. Así fue como ocurrió. Así fue como conocí a Ellie.

Resultó divertido de principio a fin. Tremendamente divertido porque siempre estaba el riesgo, siempre había el peligro de que no saliera bien. Lo que más nervioso me ponía era cuando tenía que encontrarme con Greta. Tenía que asegurarme, como ustedes comprenderán, que no debía descubrirme nunca mirándola, y lo lograba. Habíamos quedado de acuerdo en que lo mejor sería que me mostrara hostil, que simulara estar celoso de ella. También supe salir airoso del trance. Recuerdo el día que vino para quedarse en casa. Montamos una buena trifulca, un escándalo que Ellie no podía dejar de oír. No sé si no exageramos un poco. No lo creo. Algunas veces me inquietaba la posibilidad de que Ellie sospechara, pero no creo que llegara a recelar. No lo sé. La verdad es que no lo sé. Con Ellie no se podía saber.

Fue muy fácil hacerle el amor a Ellie. Era muy dulce. Sí, era un verdadero encanto. Sólo que algunas veces le tenía miedo porque hacía cosas sin consultarme. Además, sabía cosas que yo ni siquiera imaginaba que supiera. Pero me quería. Sí, me quería. Algunas veces, creo que yo también la quería.

No me refiero a quererla como a Greta, ni mucho menos. Yo le pertenecía a Greta. Ella era el sexo en persona. Estaba loco por ella y tenía que contenerme. Ellie era diferente. Sé que parece muy extraño ahora que lo pienso, pero la verdad es que me gustaba vivir con ella.

Ahora lo estoy escribiendo todo porque esto es lo que pensaba aquella noche cuando regresé de Estados Unidos. Cuando regresé a la cima del mundo, después de haber conseguido todo lo que deseaba a pesar de los riesgos, de los peligros, a pesar de haber tenido que cometer un asesinato.

Sí, aquello resultó un poco peliagudo. Tuve que pensarlo un poco, pero nadie puede acusarnos de nada, porque lo hicimos de una manera que no provocó sospechas. Ahora se habían acabado los riesgos, se habían acabado los peligros y aquí estaba yo subiendo por el camino del Campo del Gitano. Subí de la misma manera como lo había hecho aquel primer día después de ver el cartel de la subasta, para ir a echar una mirada a las ruinas de la vieja casa. Subí y encaré la curva.

Entonces fue cuando la vi. Quiero decir que vi a Ellie. Fue precisamente cuando pasaba por la curva de la carretera en aquel lugar peligroso donde ocurrían los accidentes. Ella estaba en el mismo lugar donde estuvo antes, oculta en la sombra de un árbol. Exactamente donde se sobresaltó al verme, y también me sobresalté al verla. Después nos miramos y me acerqué para hablarle, interpretando el papel de un joven que acababa de sentir un flechazo. ¡Lo interpreté a las mil maravillas! ¡Les juro que soy un gran actor!

Pero no había esperado verla ahora. Me refiero a que no podía verla. Sin embargo, la estaba viendo. Ella me miraba directamente. Sólo que había algo que me asustaba, que me infundía un gran temor. Era como si no me viera, quiero decir que yo sabía que ella no podía estar allí de verdad. Sabía que estaba muerta, pero la veía. Ellie estaba muerta y enterrada en un cementerio en Estados Unidos. Así y todo, ella estaba junto al árbol y me miraba. Pero no me miraba a mí, aunque lo pareciera. Era como si esperase verme, y había amor en su rostro. El mismo amor que había visto un día, aquél en que tocaba la guitarra. El día en que me preguntó: «¿En qué piensas?», y repliqué: «¿Por qué me lo preguntas?», y ella dijo: «Me miras como si me quisieras». Yo le respondí una tontería como «Por supuesto que te quiero.»

Me quedé de piedra. Permanecí inmóvil en la carretera. Temblaba como una hoja. La llamé en voz alta: «Ellie».

Ella no se movió. Sencillamente se quedó allí, mirándome. Era como si mirara a través de mi cuerpo. Eso me asustó porque sabía que, si lo pensaba durante un momento, comprendería por qué no podía verme, y yo no quería saberlo. No, no quería. Estaba muy seguro de no querer comprenderlo. Miraba hacia donde yo estaba pero sin verme. Entonces eché a correr. Corrí como un cobarde todo el resto del camino hacia las luces que brillaban en mi casa, hasta que conseguí dominar aquel ridículo miedo. Éste era mi triunfo. Había llegado a casa. Era el cazador que llegaba a casa desde las colinas, otra vez con la otra cosa que quería más que a nada en el mundo, a la maravillosa mujer a la que pertenecía en cuerpo y alma.

Ahora nos casaríamos y viviríamos en la casa. ¡Teníamos todo lo que habíamos deseado! ¡Habíamos ganado!

La puerta no estaba cerrada con llave. Entré haciendo sonar los tacones y fui directamente a la biblioteca. Allí estaba Greta esperándome junto a la ventana, estaba preciosa. Era la criatura más bonita y adorable del mundo, era como una Brunilda, una soberbia valkiria de brillantes pelo dorado. Todo en ella era sexo. Nos habíamos contenido durante todo el tiempo a excepción de algún fugaz encuentro en el templete.

Corrí a abrazarla, el marino que regresa a casa desde el mar al que pertenece. Sí, fue uno de los momentos más maravillosos de mi vida.

Por fin, bajamos de las nubes. Me senté y Greta me pasó un montón de cartas. Recogí automáticamente una que llevaba un sello norteamericano. Se trataba de la carta de Lippincott. Me pregunté cuál sería el contenido y por que había considerado conveniente enviarme una carta en lugar de decírmelo personalmente.

—Ya está —afirmó Greta con un sonoro suspiro de satisfacción—. Lo hemos conseguido.

—El día de la victoria.

Nos echamos a reír hasta que nos dolió el estómago.

Había una botella de champán sobre la mesa, la descorché y brindamos por nosotros.

—Este lugar es maravilloso —afirmé—, es todavía más bonito de lo que recordaba. Santonix... Vaya, me olvidé de comentártelo. Santonix ha muerto.

—Qué pena. Así que estaba enfermo de verdad.

—Claro que estaba enfermo, aunque siempre me negué a creerlo. Fui a verle y estaba con él cuando murió.

Greta se estremeció.

—No me gusta ver morir a la gente. ¿Dijo algo?

—La verdad es que no. Sólo que yo era un maldito idiota, que debía haber tomado el otro camino.

—¿Qué otro camino? ¿A qué se refería?

—No tengo ni la menor idea. Supongo que deliraba. No sabía de qué hablaba.

—En cualquier caso, esta casa es un magnífico monumento a su memoria —manifestó Greta—. Creo que nos quedaremos con ella, ¿no te parece?

La miré un tanto asombrado.

—Por supuesto. ¿Crees que podría vivir en otra parte?

—No podemos vivir aquí todo el tiempo —replicó Greta—. No tiene ningún sentido pasarse aquí todo el año. ¿Quién aguantaría vivir permanentemente en un villorio donde nunca pasa nada?

—Pero si es donde quiero vivir, donde siempre he querido vivir.

—Si, desde luego. Pero después de todo, Mike, tenemos todo el dinero del mundo. ¡Podemos ir a cualquier parte! Recorrer Europa entera, ir de safari a África, donde viviremos mil y una aventuras. Iremos a buscar cosas. Viajaremos a Camboya para ver Angkor Vat. ¿No quieres llevar una vida de aventuras?

—Supongo que sí, pero después regresaremos aquí, ¿verdad?

Tenía una sensación extraña, como si algo se hubiera torcido en alguna parte. Siempre había soñado con mi casa y Greta. No quería nada más. Ahora acababa de descubrir que para ella no era bastante. Era el comienzo, deseaba tener cosas y acababa de darse cuenta de que podía tenerlas. De pronto, tuve un cruel presentimiento. Comencé a temblar.

—¿Qué te pasa, Mike? Estás temblando. ¿Has pillado un resfriado?

—No, no es eso.

—¿Qué ha pasado, Mike?

—Vi a Ellie.

—¿Qué quieres decir con eso de que viste a Ellie?

—Mientras subía la carretera. Llegué a la curva y allí estaba ella, junto a un árbol, mirando... quiero decir que miraba hacia mí.

—No seas ridículo —exclamó Greta—, te imaginas cosas.

—Quizá tengas razón. Después de todo, estamos en el Campo del Gitano. Ellie estaba allí y tenía el aspecto de ser muy feliz. Me pareció como si ella hubiera decidido permanecer allí el resto de la eternidad.

—¡Mike! —Greta me sacudió por los hombros—. Por favor, no digas esas cosas. ¿Has estado bebiendo antes de venir aquí?

—No, he aguantado hasta reunirme contigo. Sabía que me esperabas con una botella de champán.

—Pues entonces olvidemos a Ellie y bebamos a nuestra salud.

—Era Ellie —insistí con obstinación.

—¡Por supuesto que no era Ellie! Sólo fue un espejismo provocado por la luz o algo así.

—Era Ellie y estaba allí. No dejaba de mirarme ni un segundo, pero no podía verme. —Alcé la voz—. Ahora lo sé, ahora sé por qué no podía verme.

—¿Qué quieres decir?

Fue entonces cuando susurré por primera vez:

—Porque no era yo. Yo no estaba allí. Ellie no podía ver nada más que la noche eterna. —Entonces grité muy asustado—: Unos nacen para el dulce placer, otros nacen para la noche eterna. Yo. Greta, yo. ¿Recuerdas como se sentaba en el sofá? Solía cantar aquella canción acompañándose con la guitarra. Cantaba con aquella voz tan suave. No puedes haberlo olvidado.


Todas las noches y todas las mañanas
—canté por lo bajo—,
unos nacen para la miseria, todas las noches y todas las mañanas, otros nacen para el dulce placer.
Ésa era Ellie, Greta. Nació para el dulce placer.
Unos nacen para el dulce placer, otros nacen para la noche eterna
. Eso es lo que mamá sabía de mí. Sabía que había nacido para la noche eterna. Todavía no he llegado allí. Pero ella lo sabía y Santonix también. Los dos sabían que marchaba en esa dirección, pero quizá no hubiese llegado a ocurrir. Hubo un momento, sólo un momento cuando Ellie cantaba aquella canción que podría haber sido muy feliz casado con Ellie. Podría haberlo sido.

—No, no podías —replicó Greta—. Nunca creí que fueras la clase de persona que se vendría abajo, Mike. —Volvió a sacudirme por los hombros con mucha fuerza—. Vuelve en ti.

La miré con la mirada perdida.

—Perdona, Greta. ¿Qué he dicho?

—Supongo que aquella gente te presionó muchísimo, pero lo arreglaste todo, ¿verdad? Me refiero a que todo aquello de las inversiones está en orden.

—Todo está arreglado. Tenemos nuestro glorioso y fantástico futuro asegurado.

—Dices unas cosas muy extrañas. Me gustaría saber que dice Lippincott en su carta.

Cogí la carta y la abrí. No había nada en el sobre excepto un recorte de periódico. No era un recorte nuevo, sino viejo y bastante manoseado. Lo miré con atención. Mostraba una calle. Reconocí cuál era por un gran edificio que se veía al fondo. Se trataba de una calle de Hamburgo donde varias personas caminaban hacia la cámara. Destacaban dos personas que caminaban cogidas del brazo. Éramos Greta y yo. Así que Lippincott lo sabía, sabía desde el principio que yo conocía a Greta. Seguramente alguien le había enviado el recorte hacía tiempo, aunque no con malas intenciones. Quizá lo había hecho porque le pareció divertido que miss Greta Andersen apareciera en un periódico paseando por una calle de Hamburgo. Sabía que conocía a Greta y entonces recordé su insistencia cuando me preguntó si la conocía. Yo lo había negado, por supuesto, pero él sabía que estaba mintiendo. Sin duda, entonces comenzaron sus sospechas.

De pronto tuve miedo de Lippincott. Desde luego, no podía sospechar que había matado a Ellie. Quizá barruntaba alguna cosa. Tal vez sospechaba que la había asesinado.

—Mira —le dije a Greta—, sabe que nos conocemos. Lo supo desde el primer día. Siempre he detestado a ese viejo zorro y sé que él te odia. Cuando se entere de que nos vamos a casar, sospechará más que nunca. —Entonces comprendí que Lippincott daba por hecho que nos casaríamos, que éramos amantes desde hacía tiempo.

—Mike, ¿quieres dejar de comportarte como un conejo asustado? Sí, eso es lo que acabo de decir, un conejo asustado. Te admiro, siempre te he admirado, pero ahora te estás desmoronando. Tienes miedo de todo el mundo.

—No digas esas cosas.

—Es verdad.


Noche eterna
.

No se me ocurrió nada más. Todavía me estaba preguntando qué significaba.
Noche eterna
. Significaba oscuridad, significaba que no se me podía ver. Yo podía ver a los muertos pero ellos no me podían ver aunque estaba vivo. No me podían ver porque en realidad yo no estaba allí. El hombre que amaba a Ellie no estaba allí, había entrado voluntariamente en la noche eterna. Agaché la cabeza.


Noche eterna
—repetí.

—Deja ya de decirlo —chilló Greta—. ¡Levántate! ¡Compórtate como un hombre, Mike! No te rindas a esa absurda y supersticiosa fantasía.

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