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Authors: Pablo Gallego Klaudia Álvarez

Tags: #Comunicación, Otros

Nosotros, los indignados (4 page)

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La parálisis, nuestro peor enemigo

Pero la dificultad de desentrañar el mundo que nos rodea y el alcance de los cambios necesarios no deben desanimarnos. La parálisis es nuestro peor enemigo. Como bien señala Hessel en
¡Indignaos!
, a pesar de que es más sencillo rebelarse contra una fuerza opresora ocupante que frente a un oscuro entramado internacional de poderes políticos y económicos, es preciso no «claudicar ni dejarse impresionar por la dictadura actual de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia».
[5]
Para que muchos despertásemos, fue necesario que un valiente hombre de noventa y tres años, luchador incansable a lo largo del siglo XX, nos hiciera esa exhortación.

Como he dicho, la convicción de la necesidad de actuar se afirmaba cada vez con más fuerza en mí, pero no sabía ni cuándo ni cómo hacerlo. La sensación que percibía en mi entorno era de impotencia, apatía, resignación o miedo frente a la imposibilidad de cambiar las cosas. Iban pasando los meses, la situación del país era cada vez más insostenible, el paro alcanzaba cifras insospechadas, los recortes sociales eran cada vez más drásticos y ni un gobierno ni unos sindicatos supuestamente de izquierdas daban respuestas a las demandas e intereses del ciudadano de a pie. Pero, aun así, nadie era capaz de alzar la voz para denunciar la situación. España seguía dormida.

La perspectiva comenzó a cambiar con las revueltas árabes y las protestas que sacudieron Europa desde Grecia hasta Islandia. En esos días, comprobé con emoción que en pleno siglo XXI los pueblos aún podían aspirar a autoorganizarse para cambiar situaciones injustas. Y fui consciente de que el primer paso debía consistir en alzar un grito de indignación contra nuestros gobiernos, contra aquellos que deberían haber defendido nuestros intereses.

Paulatinamente comprendí que, a pesar del aparente sueño en el que nos habíamos sumido en España, las ganas de actuar existían, sólo que aletargadas, disgregadas, como consecuencia de la peculiar idiosincrasia de un país en el que la sociedad civil siempre ha sido muy débil.

Éste es uno de los principales motivos por los que, a pesar de una situación económica, política y social insostenible, la indignación ha tardado tanto en aflorar en España. Alexis de Tocqueville definió el concepto de «sociedad civil» como el conjunto de organizaciones e instituciones cívicas voluntarias y sociales que actúan como mediadores entre los individuos y el Estado. Es decir, la existencia de una sociedad civil, diferenciada de la sociedad política, es un requisito previo para una democracia real. Sin ella no puede haber un Estado legítimo, como afirma el sociólogo Alain Touraine. Por su parte, Jürgen Habermas distingue dos componentes principales en la sociedad civil. Por un lado, la libre asociación de los ciudadanos que, autoorganizándose, se defienden del poder y del mercado. Por otro, el conjunto de movimientos que plantean nuevas demandas sociales y vigilan la aplicación efectiva de los derechos ya reconocidos. La falta de estos elementos es un déficit claro en nuestro país, y uno de los principales causantes, a mi juicio, de la inexistencia de una pronta reacción frente a los desmanes de los poderes políticos y financieros.

Organizados en red

Frente a esta realidad, había que buscar una alternativa que canalizase por fin la indignación de los españoles, despertándolos de su letargo. La solución, una vez que asistimos perplejos a lo sucedido en Túnez, Egipto, Marruecos y otros países, se antojaba clara: las redes sociales. Estos instrumentos, tan flexibles y abiertos, ofrecían grandes posibilidades. Si bien muchos acusaban a Facebook o Twitter de favorecer el abandono de la realidad en pos de un mundo insustancial en el que únicamente se producía un fugaz intercambio de naderías, las herramientas de las redes sociales pronto demostraron su enorme potencial. La organización social que en España había resultado hasta entonces inviable se hacía ahora posible gracias a internet.

Por tanto, el germen del Movimiento 15-M nació en las redes sociales. Ahí empezamos a gestar, en febrero de 2011, el proyecto de Democracia Real Ya, una plataforma de coordinación de grupos ciudadanos, donde jóvenes y mayores, igualmente indignados, comenzamos a trabajar para hacer ver al mayor número de gente posible que somos muchos los que queremos reaccionar frente a las tropelías que los poderes financieros y políticos han cometido en los últimos años.

Ésta ha sido una de las claves del éxito de lo ocurrido en España en los últimos meses: el paciente trabajo para que personas muy diferentes, asociaciones y grupos con fines distintos dejaran de lado sus diferencias y se pusieran de acuerdo no sólo en el sentimiento de indignación que nos une, sino también en la convicción de que un cambio es necesario para evitar que nuestra sociedad, nuestro país, nuestro mundo continúen por los actuales derroteros de injusticia y autodestrucción.

A las pocas semanas, el movimiento comenzó a coger fuerza. Primero sólo éramos unas decenas de internautas que discutíamos, un poco desorientados, sobre qué podíamos hacer. Poco a poco fuimos creciendo, gracias a una intensa labor de difusión, y nuestros objetivos se fueron perfilando. A través de un debate completamente abierto, decidimos una fecha, un lema, un manifiesto, y empezamos a configurar grupos locales de trabajo. Finalmente, el movimiento tomó las calles de las ciudades de España, y el 15 de mayo fue un absoluto éxito. Aún me sorprende ver lo que hemos logrado gracias al trabajo de personas anónimas, sin apenas medios y sin apoyo de ninguna institución u organización.

La canalización de esta indignación en un principio no pasaba por dotarse de un programa político detallado. Algunos nos criticaron por eso, pero es absurdo que se nos exigiesen, en pocos días, propuestas concretas sobre problemas que expertos y políticos no han sabido resolver en décadas. Hoy resulta aún difícil discernir las demandas concretas de los soñadores de Mayo del 68, pero nadie duda de que aquel movimiento cambió el mundo. Como entonces, lo esencial era despertar la furia razonada y legítima de la mayoría de los ciudadanos frente a un sistema a todas luces injusto e ilegítimo.

La
#
spanishrevolution

Tras lo vivido en estos meses, no cabe duda de que aquel objetivo se ha cumplido con creces: no sólo conseguimos despertar y articular la dormida indignación de nuestra sociedad, sino que el movimiento español de los indignados se ha constituido como modelo de protesta cívica en todo el mundo: la
Spanish Revolution
puede pasar a la historia como un ejemplo de reivindicación pacífica ejemplar.

Desde Democracia Real Ya prendimos la mecha de la indignación el 15 de mayo, y a partir de ese momento se logró lo que todos habíamos buscado: que miles y miles de personas se echasen a la calle e inundasen las redes sociales para reivindicar sus derechos, debatir sobre su futuro, replantearse el funcionamiento de nuestro país y del mundo y, en definitiva, llevar de nuevo la política al ágora abierta y plural del día a día.

A partir de ahora, creo que esta indignación ha de tornarse en fuerza creadora y ser la espoleta de la regeneración de nuestra democracia y, en general, de la actual situación económica y política, a través de la consecución de medidas concretas y progresivas. Los fines son claros: lograr una democracia más plena y equilibrada, y una sociedad más justa e igualitaria. Más complejo es saber cómo trazar el camino hacia esas mejoras, cómo dar respuesta a la pregunta de: «¿Y ahora qué?».

Para empezar, debemos tener claro que los cambios llegarán progresivamente. No podemos llegar al fin del camino sin recorrerlo en toda su extensión. Pero con firmeza y ambición es posible ir obteniendo logros más importantes de lo que jamás habríamos soñado.

El primer paso ya está dado: hemos despertado a la sociedad española. Ahora se trata de que, a través de este imparable movimiento ciudadano, la sociedad haga valer su voz y se erija como un actor político que pueda poner el dedo sobre la llaga, señalar y denunciar los problemas y proponer a los poderes públicos soluciones a implementar en pro de la ciudadanía.

La globalización ciudadana

Los cambios deberán realizarse a dos niveles: en nuestro propio país e, ineludiblemente, a nivel internacional, ya que la globalización ha supuesto que los Estados se encuentren condicionados por poderes económicos que se mueven sin restricciones ni fronteras en un marco completamente desregulado. Por ello, es esencial que esta globalización económica que estamos viviendo se convierta en una globalización ciudadana.

Las nuevas tecnologías pueden ayudar a que las sociedades civiles de distintos países se pongan de acuerdo para presionar de forma coordinada a sus gobiernos, exigiéndoles que sometan a los actores económicos globales a un marco legal que impida el secuestro y la coacción de los gobiernos democráticamente elegidos por parte de dichos poderes.

En este sentido, es fundamental lograr una reorientación de la Unión Europea. Décadas de políticas irresponsables han logrado que los ciudadanos europeos, antes entusiasmados por ese proyecto en común, hayan llegado a la conclusión de que dicha comunidad es sólo un instrumento al servicio de los poderes financieros y de las grandes corporaciones, que ignora por completo los intereses de los pueblos que conviven en Europa y sustrae a los mismos la capacidad de decidir sobre aspectos esenciales que afectan a su destino. La Unión Europea, una vez que vuelva su mirada hacia los ciudadanos y ponga a los poderes financieros en el lugar que les corresponde, será un foro esencial para la implantación de cambios reales en nuestras vidas. Es nuestro deber coordinarnos con nuestros vecinos del resto del continente para exigir a los gobiernos que cambien su rumbo.

Objetivos prioritarios

Me atrevería a señalar que los cambios deberán tener un contenido básico ya esbozado en parte durante el proceso seguido por la sociedad islandesa.

Ante todo, hemos de regenerar nuestra maltrecha democracia, que, como la de otros muchos países, sufre de una deslegitimación producto de la desconexión absoluta entre nuestros representantes y los intereses ciudadanos. Hay que acometer una reforma del sistema electoral con objeto de lograr una mayor proporcionalidad; implantar mecanismos que garanticen una división real de poderes; poner coto a la corrupción; incrementar el nivel de transparencia del funcionamiento de los partidos, la Administración y las instituciones, y establecer nuevas vías de participación ciudadana que conviertan la vida política en algo más que introducir una papeleta en una urna cada cuatro años. En la era de la Red 2.0, es inconcebible que no se habiliten cauces que permitan a los ciudadanos hacer uso de las nuevas tecnologías para expresar su opinión en aquellos asuntos públicos que les conciernen de forma directa.

En otro orden, los culpables de la actual crisis económica han de asumir sus responsabilidades. Por tanto, si los beneficios obtenidos por unos pocos no fueron repartidos en su momento, las pérdidas en ningún modo han de ser asumidas por el grueso de la sociedad. No se debería permitir que entidades bancarias sean rescatadas con dinero público si ello no entraña su nacionalización o sin que al menos se les imponga un marco regulatorio estricto, ni se deben aplicar políticas de reducción de déficit basadas en el recorte de los servicios públicos, cuando es posible implementar políticas mucho más razonables que opten por la generación de ingresos mediante políticas fiscales progresivas más justas y eficaces.

Asimismo, deben preservarse los derechos sociales conseguidos tras años de duras luchas, impidiendo que sean recortados so pretexto de una «competitividad» empobrecedora cuyo único fin es permitir que unos pocos sigan engrosando obscenamente sus beneficios.

Por último, es hora de que los gobiernos se coordinen para defender los intereses reales de los ciudadanos, estableciendo un nuevo marco regulatorio internacional que, entre otros objetivos, ataje la inmoralidad que supone la existencia de paraísos fiscales y limite las transacciones financieras especulativas, gravándolas con una tasa destinada a financiar la ayuda al desarrollo de los países más pobres y los servicios públicos de los Estados recaudadores.

Llevar a la práctica estas propuestas será una ardua tarea. Los intereses de las grandes corporaciones y los poderes financieros son demasiado grandes, su codicia desmedida, y los líderes políticos con los que contamos en la actualidad no están, desgraciadamente, a la altura de las circunstancias. No obstante, a pesar de lo ingente de la tarea, nosotros, como ciudadanos, tenemos la fuerza suficiente para exigir cambios que vuelvan a poner a las personas en el centro de la política y de la economía. Lo más difícil ya está hecho: somos conscientes de que el sentido común está de nuestro lado y de que tenemos la fuerza y la capacidad para cambiar las cosas. Ahora es el momento de luchar por un mundo más justo.

Democracia Real Ya:
http://www.democraciarealya.es

Manifiesto del Movimiento 15-M:
http://www.democraciarealya.es/?page_id=88

Movimiento 15-M:
http://www.movimiento15m.org

#No les votes:
http://wiki.nolesvotes.org/wiki/Portada

L
A DEMOCRACIA REAL ACAMPÓ EN
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E
l pasado 15 de mayo acudí a la convocatoria de Democracia Real Ya en Madrid con dos objetivos: mostrar mi indignación sumándome a la manifestación y documentar audiovisualmente el evento. Al término de la manifestación parecía que nadie quería irse, las conversaciones sobre la situación que vivimos a todos los niveles (económicos, políticos, sociales) se alargaron y se multiplicaron los corros de debates espontáneos. Todos parecíamos compartir experiencias que empezaron varios años atrás. Todos compartíamos la indignación y el hartazgo.

A mis treinta y ocho años, el hartazgo tiene tanto que ver con la situación social y la pérdida de valores de la sociedad como con mi experiencia profesional. Esta última se remonta a 1993, año en que monté mi estudio de sonido especializado en posproducción y masterización digital. Mi joven empresa no resistió las consecuencias de la crisis de Maastricht y murió. Indignación.

Más tarde conseguí un trabajo en Radio Nacional de España. Mi misión consistía en digitalizar el archivo sonoro de la emisora. La contratación se hizo a través de una empresa de trabajo temporal, que prometió que las condiciones del precario contrato que nos hicieron mejorarían tras los primeros meses. Pero las condiciones no sólo nunca mejoraron, sino que acabaron empeorando. Ésa fue la primera vez que la indignación me llevó a organizar a mis compañeros y acudir a los sindicatos del ente público, que se limitaron a pasarse la pelota de unos a otros. Ninguno nos ayudó. Más indignación.

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