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Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia ficción

Oveja mansa (19 page)

BOOK: Oveja mansa
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Dejó caer el cigarrillo al suelo y lo aplastó.

—Si le enseña a una mansa a pulsar un botón, el resto del rebaño lo hará también.

—¿Dónde podemos conseguir una? —dijo Ben ansioso.

—¿Dónde consiguieron sus ovejas? El rebaño probablemente tenía una, y no les tocó en este lote. Éstas no formaban un rebaño entero, ¿verdad?

—No —dije yo—. Billy Ray tiene doscientas cabezas.

Ella asintió.

—Un rebaño tan grande casi siempre tiene una mansa.

Miré a Ben.

—Voy a llamar a Billy Ray.

—Buena idea —dijo él, pero parecía haber perdido su entusiasmo.

—¿Qué pasa? —pregunté—. ¿No crees que una mansa es una buena idea? ¿Temes que interfiera con tu experimento?

—¿
Qué
experimento? No, no, es una buena idea. La estructura de atención y su efecto sobre la tasa de aprendizaje es una de las variables que quería estudiar. Ve y llámalo.

—Muy bien —dije, y entré en el laboratorio. Mientras abría la puerta la del pasillo se cerró. Recorrí al hábitat y me asomé.

Flip, vestida con un mono y botas de montar blancas y azul Cerenkhov, desaparecía por las escaleras. Debía de habernos traído el correo. Me sorprendió que no se hubiera asomado al corral para preguntarnos si pensábamos que estaba cautivadora.

Volví al laboratorio. Flip había dejado el correo en la mesa de Ben. Dos paquetes para el doctor Ravenwood de Física, y una carta de Gina a los laboratorios Bell.

Bodas de los niños de las flores
(1968-1975)

Rebelión popularizada por gente que no quería rebelarse totalmente contra la tradición y no casarse. En la ceremonia, celebrada en un prado o en lo alto de una colina, sonaba
Feelings
, tocada con un sitar, y los contrayentes leían votos escritos con una pequeña ayudita de Kahlil Gibran. Normalmente, la novia llevaba flores en el pelo e iba descalza. El novio llevaba el símbolo de la paz y patillas. Fue sustituida en los setenta por vivir juntos y la falta de compromiso.

Billy Ray trajo la mansa en persona.

—La he metido en el corral —dijo cuando entró en el laboratorio de estadística—. La chica que había allí me ha dicho que la pusiera con el resto del rebaño.

Debía referirse a Alicia. Se había pasado toda la tarde acurrucada con Ben, discutiendo sobre el perfil Niebnitz, en vista de lo cual yo subí al laboratorio a introducir datos sobre los años veinte en el ordenador. Me pregunté por qué Ben no estaría allí.

—¿Bonita? —dije—. ¿Tipo ejecutiva? ¿Vestida de rosa?

—¿La mansa?

—No, la persona con la que hablaste. ¿Pelo oscuro? ¿Carpetas?

—No. Un tatuaje en la frente.

—Una marca —dije, ausente—. Será mejor que vayamos a comprobar cómo está la mansa.

—Estará bien. Yo mismo la traje para poder llevarte a esa cena que nos perdimos la semana pasada.

—Oh, bien —dije. Aquello me daría la oportunidad de conseguir algunas ideas sobre umbrales de habilidad bajos que pudiéramos enseñar a las ovejas—. Voy por mi abrigo.

—Magnífico —sonrió él—. Hay un sitio nuevo al que quiero llevarte.

—¿De la pradera?

—No, es un restaurante siberiano. Se supone que la cocina siberiana es lo que está más de moda, lo más candente.

Esperé que por
candente
quisiera decir
calentita
. En el aparcamiento nevaba, y hacía un viento gélido. Me alegré de que Shirl no tuviera que irse allí a fumar un cigarrillo.

Billy Ray me acompañó hasta la camioneta y me ayudó a subir. Empezaba a salir del aparcamiento cuando lo cogí por el brazo.

—Espera —dije, recordando lo que Flip había hecho con mis recortes—. Tal vez deberíamos comprobar antes de marcharnos que la mansa esté bien. ¿Qué te dijo exactamente la muchacha que estaba en el laboratorio? No estaría fuera, en el corral, ¿verdad?

—No. Yo andaba buscando a alguien a quien entregar la mansa, y ella vino con algunas cartas y dijo que estaban en el laboratorio de la doctora Turnbull, y que dejara la mansa en el corral, así que lo hice. Estará bien. La saqué del camión y empezó a pastar.

Lo que debía significar que era realmente una mansa. Las cosas mejoraban.

—No seguía allí cuando te marchaste, ¿verdad? —dije—. La muchacha, no la mansa.

—No. Me preguntó si me parecía que tenía sentido del humor, y cuando le dije que no lo sabía, no me contestó nada gracioso; sólo suspiró, puso los ojos en blanco y se marchó.

—Bien —contesté.

Eran ya las cinco y media. Flip no se habría quedado cinco minutos más allá de las cinco, y normalmente se marchaba temprano, así que las posibilidades de que volviera al laboratorio para hacer cualquier barrabasada eran prácticamente nulas. Y Ben seguía allí; habría vuelto del laboratorio de Alicia para comprobar las cosas antes de irse a casa. Si no estaba demasiado enamorado de Alicia y la beca Niebnitz para recordar que tenía un rebaño de ovejas.

—Este lugar es magnífico —dijo Billy Ray—. Tendremos que hacer una hora de cola para entrar.

—Parece prometedor —dije yo—. Vamos.

En realidad fueron un hora y veinte minutos, y durante la última media hora el viento arreció y empezó a nevar. Billy Ray me dio su chaqueta forrada de piel de oveja para que me la pusiera sobre los hombros. Llevaba una camisa sin cuello y pantalones de montar. Se había dejado crecer el pelo y puesto guantes, también de montar, amarillos. El
look
de Brad Pitt. Como no paraba de tiritar, dejé que me prestara además los guantes.

—Te encantará este sitio —dijo—. La comida siberiana es magnífica. Me alegro muchísimo de que hayamos podido venir juntos. Hay algo de lo que quiero hablarte.

—Yo también quería hablar contigo —dije, con los labios entumecidos—. ¿Qué trucos se les puede enseñar a las ovejas?

—¿Trucos? —preguntó él, aturdido—. ¿Como qué?

—Ya sabes, como asociar un color con un regalo o correr por un laberinto. Preferiblemente algo que requiera poca habilidad y tenga varios niveles de dificultad.

—¿Enseñar a las ovejas? —repitió él. Hubo una larga pausa mientras el viento ululaba a nuestro alrededor—. Son muy buenas saliéndose de los cercados donde se supone que tienen que estar metidas.

Eso no era exactamente lo que yo tenía en mente.

—Te diré una cosa. Conectaré con Internet y veré si hay alguien que haya enseñado alguna vez un truco a una oveja. —Se quitó el sombrero, a pesar de la nieve, y lo hizo girar entre sus manos—. Te dije que había algo de lo que quería hablar contigo. He tenido un montón de tiempo para pensar últimamente, mientras conducía a Durango y todo eso, y he estado pensando mucho en la vida del rancho. Es una vida solitaria, siempre fuera de cobertura, sin ver nunca a nadie, sin ir a ningún sitio.

«Excepto a Lodge Grass y Lander y Durango», pensé.

—Y últimamente me he estado preguntando si todo eso merece la pena y para qué lo hago. He estado pensando en ti.

—Barbara Rose —dijo el camarero siberiano.

—Somos nosotros —dije yo. Le devolví a Billy Ray el abrigo y los guantes, él se puso el sombrero, y seguimos al camarero hasta nuestra mesa. Tenía un hornillo en el centro, y me calenté las manos en él.

—Creo que te dije el otro día que me sentía incómodo, como insatisfecho —dijo Billy Ray después de que recibiéramos nuestros menús.

—Inquieto.

—Es una buena palabra. Inquieto, sí. Y mientras regresaba de Lodgepole finalmente comprendí por qué —me cogió la mano.

—¿Qué?

—Tú.

Retiré la mano involuntariamente.

—Sé que esto es una sorpresa para ti —dijo él—. Fue una sorpresa para mí. Conducía por las Rocosas, sintiéndome vacío y como si nada importara, y pensé, voy a llamar a Sandy; y después de hablar contigo, me puse a pensar: tal vez deberíamos casarnos.

—¿Casarnos? —exclamé.

—Quiero decirte antes que nada que, sea cual sea tu respuesta, podrás quedarte con las ovejas todo el tiempo que quieras. Sin compromisos. Y sé que tienes una carrera a la que no quieres renunciar. No tendríamos que casarnos hasta que acabes con eso del pelo corto, y luego podrías instalarte en el rancho con fax y módem y e-mail. No te darías ni cuenta de que no estás en HiTek.

«Excepto que Flip no estaría allí —pensé absurdamente—, ni Alicia. Y no tendría que asistir a reuniones ni hacer ejercicios de sensibilidad. ¡Pero casarme!»

—No tienes que darme la respuesta ahora mismo —dijo Billy Ray—. Tómate todo el tiempo que quieras. Yo he tenido un par de miles de kilómetros para pensármelo. Puedes hacérmelo saber después del postre. Hasta entonces, te dejaré en paz.

Cogió una carta de menú roja con un gran oso ruso grabado y empezó a leerla, y yo me quedé sentada mirándolo, tratando de asimilar todo aquello. Casarme. Quería que me casara con él.

Y, bueno, ¿por qué no? Era un tipo agradable que estaba dispuesto a conducir cientos de kilómetros para verme, y yo tenía, como le había dicho a Alicia, treinta y uno, ¿y dónde iba a conocer a nadie más? ¿En los anuncios de contactos, con sus atléticos y preocupados NF que ni siquiera estaban dispuestos a cruzar la calle para conocer a alguien?

Billy Ray había estado dispuesto a venir en coche desde cualquiera sabía qué sitio por si podía llevarme a cenar. Y me había prestado un rebaño de ovejas y una mansa. Y sus guantes. ¿Dónde iba a conocer a alguien tan amable? Nadie en HiTek se me iba a declarar, eso seguro.

—¿Qué quieres? —me preguntó Billy Ray—. Creo que voy a tomar las patatas rellenas.

Yo tomé
borscht
sazonado con albahaca (no recordaba que fuera un plato de la cocina siberiana) y patatas rellenas, y traté de pensar. ¿Qué quería?

Averiguar de dónde venía el pelo corto, pensé, y sabía que eso era tan probable como ganar la beca Niebnitz. A pesar de la teoría de Feynman de que trabajar en un campo totalmente distinto favorecía los descubrimientos científicos, no estaba más cerca que antes de hallar el origen de las modas. Tal vez lo que necesitaba era irme por completo de Hi-Tek, a respirar aire puro, en un rancho aislado de Wyoming.

—Lejos del mundanal ruido —murmuré.

—¿Qué?

—Nada —contesté, y él siguió cenando.

Le observé comerse las patatas rellenas. De verdad que se parecía un poco a Brad Pitt. Era horriblemente moderno, pero tal vez eso sería una ventaja para mi proyecto, y no tendríamos que casarnos inmediatamente. Había dicho que podría esperar a que terminara mi investigación.

Y, contrariamente al dentista de Flip, no le importaría que fuera geográficamente incompatible mientras trabajaba en él.

«Flip y su dentista», pensé, preguntándome incómoda si todo aquello no era más que otra moda. Aquel artículo decía que el matrimonio estaba a la última, y todas las niñas pequeñas andaban locas por la Barbie Novia Romántica. La madre de Lindsay pensaba en casarse de nuevo a pesar de aquel capullo de Mark, Sara intentaba convencer a Ted para que se declarara, y Bennett dejaba que Alicia le escogiera las corbatas. ¿Y si todos formaban parte de una moda de compromisos?

Estaba siendo injusta con Billy Ray. Le encantaba todo lo que estaba de moda, incluso podía aguantar hora y media de cola en plena tormenta, pero no se casaría con alguien sólo porque se llevara el matrimonio. ¿Y qué si era una moda? Las modas no son tan malas. Mira el reciclado y el movimiento en favor de los derechos civiles. Y el vals. Y, de todas formas, ¿qué tenía de malo seguir la moda de vez en cuando?

—Hora de tomar el postre —dijo Billy Ray, mirándome desde debajo del ala de su sombrero.

Llamó a la camarera, y ella trajo a rastras los sospechosos habituales:
áreme brülée, tiramisú
, pudín de pan.

—¿No hay tarta de chocolate y queso? —pregunté.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Qué quieres tú? —dijo Billy Ray.

—Un minuto —dije, resoplando—. Pide tú.

Billy Ray le sonrió a la camarera.

—Tomaré el pudín de pan.

—Es nuestro postre de más éxito —comentó la camarera.

—Creía que no te gustaba el pudín de pan —dije yo.

Él alzó la cabeza, aturdido.

—¿Cuándo he dicho eso?

—En aquel lugar de comida de la pradera al que me llevaste. El Rosa de Kansas. Tomaste
tiramisú
.

—Ya nadie toma tiramisú —dijo él—. Me encanta el pudín de pan.

Mascotas virtuales
(otoño 1994 - primavera 1996)

Juego de ordenador japonés de moda en el que aparecía una mascota programada. El cachorrito o el gatito crecía y jugaba, aprendía trucos (los perros, se sobreentiende, no los gatos) y se escapaba si no se le cuidaba bien. Su éxito se debió al amor de los japoneses por los animales y al problema del exceso de población que hace que tenerlos en casa sea imposible.

Ben se encontró conmigo en el aparcamiento a la mañana siguiente.

—¿Dónde está la mansa? —preguntó.

—¿No está con las otras ovejas? —Salí del coche. Sabía que no tendría que haberme fiado de Flip—. Billy Ray dijo que la había metido en el corral.

—Bueno, si está allí, es igual que cualquier otra oveja.

Tenía razón. Lo era. Hicimos un rápido conteo, y había una más que antes, pero resultaba imposible adivinar cuál era la mansa.

—¿Qué aspecto tenía cuando tu amigo la metió en el corral?

—Yo no estaba aquí —dije, mirando las ovejas, tratando de detectar una que fuese diferente—. Sabía que tendría que haber bajado a comprobarlo, pero íbamos a cenar y...

—Ya —me cortó él—. Será mejor que busquemos a Shirl.

Shirl no estaba por ninguna parte. Busqué en la sala de fotocopias y en Suministros, donde Desiderata estaba examinando sus puntas abiertas, que había extendido cortadas sobre el mostrador, delante de ella.

—¿Qué te ha pasado, Desiderata? —pregunté, mirando su pelo trasquilado.

—No he podido quitarme la cinta adhesiva —dijo tristemente, mostrándome uno de los mechones, todavía envuelto—. Ha sido peor que la goma arábiga.

Di un respingo.

—¿Has visto a Shirl?

—Probablemente estará fumando por alguna parte —comentó con desaprobación—. ¿Sabe usted lo malo que es el humo de segunda mano?

—Casi tanto como la cinta adhesiva —dije, y bajé al laboratorio de Alicia por si Shirl estaba trabajando en sus estadísticas.

No estaba allí, pero Alicia sí, vestida con una blusa de seda rosa pomo y pantalones palazzo.

—Ninguno de los ganadores de la beca Niebnitz fumaba —dijo, cuando le pregunté si había visto a Shirl.

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