Read Oveja mansa Online

Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia ficción

Oveja mansa (2 page)

BOOK: Oveja mansa
6.3Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

O en Roentgen. Estaba trabajando con un tubo de rayos catódicos rodeado de planchas de cartón negro cuando vio un parpadeo de luz al otro lado de su laboratorio. Una hoja de papel cubierta de platinocianuro de bario fosforescía, aunque estaba aislada del tubo. Curioso; extendió la mano y la colocó entre el tubo y la pantalla. Y vio la sombra de los huesos de su mano.

Fíjense en Galvani, que estaba estudiando el sistema nervioso de las ranas cuando descubrió la corriente eléctrica. O Messier. No estaba buscando galaxias cuando las descubrió.

Buscaba cometas. Sólo las cartografió porque intentaba deshacerse de una molestia.

Nada de eso hace que el doctor Chin no merezca el millón de dólares de la beca Niebnitz. No es necesario comprender cómo funciona algo para hacerlo. Es el caso de conducir. Y del inicio de las modas. Y de enamorarse.

¿De qué estaba hablando? Ah, sí, de cómo se producen los descubrimientos científicos. Normalmente la cadena de acontecimientos que conduce a ellos, como la que conduce a una moda, sigue un curso demasiado complicado y caótico para seguirlo. Pero yo sé exactamente dónde empezó una y quién la inició.

Era un lunes, dos de octubre. Las nueve de la mañana. Yo estaba en los laboratorios de estadística de HiTek, luchando con una caja de recortes sobre el pelo a lo
garçon
. Por cierto, me llamo Sandra Foster, y trabajo en I+D en HiTek. Me había pasado el fin de semana revisando periódicos amarillentos y números de los años veinte de
The Saturday Evening Post
y
The Delineator
, avanzando contracorriente hacia el principio de la moda del pelo corto, buscando a qué se debía que todas las mujeres de América se hubiesen cortado de repente su «corona de gloria», a pesar de la presión social, los sermones amenazantes, y cuatro mil años de pelo largo.

Había recortado infinitos reportajes, subrayado referencias, artículos de revistas, y anuncios; los había fechado y ordenado por categorías. Flip me había robado la grapadora, me había quedado sin clips y Desiderata no había podido encontrar más, así que tuve que contentarme con amontonar los recortes por orden, dentro de la caja que ahora intentaba llevar a mi laboratorio.

La caja era pesada y parecía hecha por la misma gente que fabrica las bolsas de papel de los supermercados, así que cuando la dejé caer ante la puerta del laboratorio para sacar la llave, ya se le había desgarrado un lado. Iba medio arrastrándola medio luchando con ella para acercarla a una de las mesas y así poder sacar los montones de recortes cuando ese lado empezó a ceder.

Una avalancha de páginas de revista y artículos de periódico cayó antes de que pudiera cerrar el boquete, y los estaba sujetando junto con la caja cuando Flip abrió la puerta y entró, con aspecto contrariado. Llevaba lápiz de labios negro, una camisa negra, sin mangas, y una microfalda negra, y portaba una caja del mismo tamaño que la mía.

—Se supone que no estoy para repartir paquetes —dijo—. Se supone que usted tiene que recogerlos en la sala del correo.

—No sabía que tuviera un paquete —respondí, tratando de retener el contenido de mi caja con una mano y coger con la otra un rollo de celo que había en medio de la mesa—. Déjalo en cualquier parte.

Ella puso los ojos en blanco.

—Se supone que debe recibir una nota diciendo que tiene un paquete.

«Sí, bien, y probablemente se supone que tú tienes que entregarla —pensé—, lo que explica por qué no la recibí nunca.»

—¿Podrías acercarme esa cinta adhesiva?

—Se supone que los empleados no pueden pedir a los asistentes interdepartamentales que les hagan recados personales ni café —dijo Flip.

—Acercarme una cinta adhesiva no es un recado personal —respondí yo.

Flip suspiró.

—Se supone que estoy repartiendo el correo interdepartamental. —Se agitó el pelo. Se había afeitado la cabeza la semana anterior pero dejándose adrede un largo mechón sobre la frente y a un lado para poder agitarlo cuando se sintiera ofendida.

Flip es mi castigo por haber intentado hacer despedir a Desiderata, su predecesora. Desiderata era tonta, aburrida y un ser completamente carente de iniciativa. Repartía mal el correo, escribía mal los mensajes y se pasaba todo su tiempo libre examinándose las puntas abiertas del cabello. Después de dos meses y una llamada telefónica equivocada que me costó una beca gubernamental, fui a Dirección y exigí que la despidieran y contrataran a otra persona, a cualquiera, creyendo que nadie habría peor que Desiderata. Me equivocaba.

Dirección trasladó a Desiderata a Suministros (jamás despiden a nadie en HiTek, excepto a los científicos, y ni siquiera a nosotros nos dan el pasaporte; simplemente cancelan nuestros proyectos por falta de fondos) y contrataron a Flip, que llevaba un aro en la nariz, un tatuaje de un búho blanco, y tenía la costumbre de suspirar y poner los ojos en blanco cuando le pedías que hiciera algo. Yo tenía miedo de hacer que la despidieran. A saber a quién contratarían a continuación.

Flip suspiró con fuerza.

—Este paquete es pesadísimo.

—Entonces suéltalo —dije yo, extendiendo la mano para coger la cinta. Estaba fuera de mi alcance. Alcé poquito a poco la mano que sujetaba el costado de la caja y me estiré hacia la mesa. Las yemas de mis dedos rozaron la cinta.

—Es delicado —dijo Flip, acercándose a mí, y soltó la caja. Traté de agarrarla con ambas manos. Chocó contra la mesa, el costado aplastó mi caja, y los recortes se dispersaron por el suelo.

—La próxima vez tendrá que recogerlo usted misma —dijo Flip, dirigiéndose hacia la puerta pisando los recortes.

Sacudí la caja, por si había algo roto. No había nada, y cuando miré la tapa no ponía FRÁGIL por ninguna parte. Ponía PERECEDERO. También ponía DOCTORA ALICIA TURNBULL.

—Esto no es mío —dije, pero Flip ya había salido por la puerta. Chapoteé en un mar de recortes y la llamé—. Este paquete no es mío. Es para la doctora Turnbull, de Biología.

Ella suspiró.

—Tienes que llevárselo a la doctora Turnbull.

Puso los ojos en blanco.

—Tengo que entregar primero el resto del correo interdepartamental —dijo, agitando su mechón de pelo. Se perdió pasillo abajo, dejando caer dos sobres de dicho correo mientras lo hacía.

—Asegúrate de volver y llevártelo en cuanto acabes de repartir el correo. Es perecedero —grité, y entonces, recordando que el analfabetismo está en boga hoy día y perecedero es una palabra polisilábica, añadí—: Quiere decir que se estropeará.

Su cabeza afeitada ni siquiera se volvió, pero una de las puertas del pasillo se abrió y Gina se asomó por ella.

—¿Qué ha hecho ahora? —preguntó.

—Ahora la cinta adhesiva se considera un recado personal.

Gina se acercó.

—¿Has recibido uno de éstos? —dijo, tendiéndome un folleto azul. Era el anuncio de una reunión. Miércoles. En la cafetería. Todo el personal de HiTek, incluyendo I+D—. Flip tenía que entregar uno en cada despacho. —¿De qué va la reunión?

—Dirección ha preparado otro seminario. Lo que significa un ejercicio de sensibilidad, un nuevo acrónimo, y más papeleo para nosotros. Creo que pediré la baja. El cumpleaños de Brittany es dentro de dos semanas, y tengo que preparar toda la decoración de la fiesta. ¿Qué se lleva hoy en día en las fiestas de cumpleaños? ¿Circos? ¿El salvaje oeste?

—Los Power Rangers —dije yo—. ¿Crees que reorganizarán los departamentos?

En el último seminario preparado por Dirección se había creado el puesto de Flip como parte del DARC (Dirección de Activación de Reformas y Comunicaciones). Tal vez ahora eliminarán la figura del asistente interdepartamental; así yo podría volver a hacer mis propias copias, entregar mis propios mensajes y recoger mi correo. Total, ya lo hacía.

—Odio los Power Rangers —respondió Gina—. No me explico cómo se han hecho tan populares.

Volvió a su laboratorio, y yo a mi trabajo sobre el pelo corto. Era fácil entender que se hubiera puesto de moda.

No más cabellos largos que dominar con peines y horquillas y crepados; se acabó lavarlos y tener que esperar una semana a que se secaran. Las enfermeras que sirvieron en la Primera Guerra Mundial se cortaron el pelo a causa de los piojos, y les había gustado la libertad y la ligereza que les proporcionaba el pelo corto. Y tenía ventajas obvias cuando se trataba de apuntarse a las otras modas de la época: ir en bici y jugar a tenis.

¿Entonces por qué no se había puesto ya de moda en 1918? ¿Por qué había tardado cuatro años y luego, de pronto, sin ningún motivo aparente, se impuso con tal fuerza que las peluquerías se llenaron y las compañías de horquillas se arruinaron de la noche a la mañana? En 1921, el pelo corto era todavía lo bastante raro para que apareciera en las primeras planas y despidieran a las mujeres por su causa. Hacia 1925, era tan común que salía en todas las fotos de graduación y los anuncios y las ilustraciones de las revistas, y los únicos sombreros que se vendían eran bonetes en forma de campana, demasiado ajustados para llevarlos con el pelo largo. ¿Qué había ocurrido en el ínterin? ¿Cuál fue el motor impulsor?

Me pasé el resto del día reordenando los recortes. Se podría pensar que las páginas de las revistas de los años veinte se habrían vuelto amarillentas y ásperas, pero no. Resbalaban como anguilas por el suelo, solapándose, mezclándose con los recortes de periódico y desbaratando la ordenación. Incluso se habían soltado algunos clips.

Hice la reordenación en el suelo. Una de las mesas estaba cubierta de recortes que Flip tendría que haber llevado a fotocopiar, cosa que no había hecho, y en la otra tenía todas mis notas. Y ninguna de las dos era lo bastante grande para contener todos los montones que necesitaba, algunos de los cuales se entremezclaban: un artículo entero dedicado al pelo corto, referencia dentro de un artículo dedicado a las
flappers
, referencia cruzada, alusión casual, comentario desaprobador, alusión humorística, comentario de sorpresa y horror, ilustración en anuncio, adopción por parte de mujeres de mediana edad, adopción por parte de niñas, adopción por mujeres ancianas, artículos ordenados cronológicamente, artículos ordenados por estados, tema urbano, tema rural, discrepancia, completa aceptación, primeros signos de pasar de moda, fin de la moda.

A las 4.55 todo el suelo del laboratorio estaba cubierto de montones de papel y Flip aún no había vuelto. Pisando con cuidado entre los montones, me acerqué y miré otra vez la caja. Biología estaba al otro lado del complejo, pero no importaba. La caja decía PERECEDERO,
y
aunque la irresponsabilidad es la tendencia más fuerte de los noventa, todavía no se ha adueñado de toda la sociedad. Cogí la caja y se la llevé a la doctora Turnbull.

Pesaba una tonelada. Después de conseguir subir dos tramos de escaleras y recorrer cuatro pasillos, las razones de por qué la irresponsabilidad se había puesto de moda empezaron a resultarme muy claras. Al menos iba a ver una parte del edificio en la que normalmente no entraba, ni siquiera estaba muy segura de dónde se hallaba Biología, sólo sabía que se encontraba al fondo de la planta baja. Pero debía de ir bien encaminada: en el aire se notaba la humedad y el leve murmullo de un zoo. Seguí el sonido por otra escalera más y por un largo pasillo. La oficina de la doctora Turnbull estaba, naturalmente, al fondo.

La puerta estaba cerrada. Sostuve como pude la caja con los brazos, llamé y esperé. No hubo respuesta. Recoloqué la caja, sujetándola contra la pared con la cadera, y probé con el pomo. La puerta tenía echada la llave.

Lo último que quería era arrastrar la caja de vuelta a mi oficina y tratar de encontrar luego un frigorífico. Miré la fila de puertas pasillo abajo. Todas estaban cerradas y, presumiblemente, con llave; pero había una línea de luz bajo la del centro, a mano izquierda.

Volví a cargar con la caja, que se hacía más y más pesada por momentos, la llevé hasta la luz y llamé a la puerta.

No obtuve respuesta, pero cuando probé con el pomo, se abrió para dar paso a una jungla de videocámaras, equipo informático, cajas abiertas, y cables de seguimiento.

—Hola—dije—. ¿Hay alguien aquí?

Sonó un gruñido ahogado, y esperé que no proviniera de un inquilino del zoo. Miré la placa de la puerta.

—¿Doctor O'Reilly?

—¿Sí? —respondió la voz de un hombre desde debajo de lo que parecía un horno.

Lo rodeé y vi dos piernas enfundadas en pana marrón asomando de debajo, rodeadas de bastantes herramientas.

—Traigo una caja para la doctora Turnbull —dije en dirección a las piernas—. No está en su oficina. ¿Puede encargarse de ella?

—Déjela por ahí —dijo la voz, impaciente.

Busqué alrededor algún sitio donde dejarla y que no estuviera cubierto de equipo de vídeo o trozos de cable.

—Sobre el equipo no —dijo bruscamente la voz—. En el suelo. Con cuidado.

Aparté una cuerda y dos módems y solté la caja. Me agaché junto a las dos piernas y dije:

—Tiene una etiqueta de «perecedero». Hay que meterla en el frigorífico.

—Muy bien —replicó él. Apareció un brazo pecoso dentro de una manga blanca arrugada, que palpó el suelo alrededor de la base de la caja.

Había un rollo de cinta adhesiva más allá de su alcance.

—¿Cinta adhesiva? —dije, poniéndosela en la mano.

Su mano se cerró y luego se quedó allí.

—¿No quería la cinta? —busqué alrededor a ver qué otra cosa podía querer—. ¿Tenazas? ¿Destornillador?

Las piernas y el brazo desaparecieron bajo el horno y una cabeza sobresalió por el otro lado.

—Lo siento —dijo. Su cara era también pecosa, y llevaba unas gafas con cristales de culo de botella—. Creía que era la encargada del correo.

—Flip. No. Entregó la caja en mi oficina por error.

—No me extraña —salió de debajo del horno y se levantó—. Lo siento muchísimo —dijo, quitándose el polvo de encima—. No suelo ser tan rudo con la gente que intenta repartir cosas. Pero es que Flip...

—Lo sé —contesté, asintiendo.

Él se pasó la mano por el pelo pajizo.

—La última vez que me entregó una caja la dejó encima de uno de los monitores, y
se
cayó y rompió una videocámara.

—Eso es típico de Flip —dije yo, aunque realmente no le estaba escuchando. Le estaba mirando.

Cuando te pasas tanto tiempo como yo analizando modas y costumbres, acabas por detectarlas a primera vista: ecohippie, deportista, corredor de Wall Street, terrorista urbano. El doctor O'Reilly no era nada de eso. Era aproximadamente de mi edad y mi estatura. Llevaba una bata de laboratorio y pantalones de pana lavados tantas
veces
que la tela estaba completamente gastada en las rodillas. También se le habían encogido las perneras por encima de los tobillos y se veía claramente la marca a partir de donde se los había alargado.

BOOK: Oveja mansa
6.3Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Learning to Stay by Erin Celello
Mourning Doves by Helen Forrester
The Millionaire Falls Hard by Sarah Fredricks
Debra Holland - [Montana Sky 02] by Starry Montana Sky
Wild for the Girl by Ambrose, Starr
Fire Along the Sky by Sara Donati