Read Oveja mansa Online

Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia ficción

Oveja mansa (9 page)

BOOK: Oveja mansa
8.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Me pasé el resto del fin de semana planchando recortes y tratando de descifrar el impreso simplificado de solicitud de fondos. ¿Qué eran los Parámetros de Superposición de Impulso? ¿Y qué querían decir con «Enumere restricciones prioritarias de situación de categorías»? Eso hacía que buscar la causa del pelo corto (o las fuentes del Nilo) pareciera una nadería en comparación.

Nadie más sabía tampoco lo que eran las aplicaciones EDI. Cuando fui a trabajar el lunes, todo el mundo que conocía apareció en el laboratorio de estadística para preguntarlo.

—¿Tienes idea de cómo se rellena este estúpido formulario? —preguntó Sara, asomando la
cabeza
, a media mañana.

—No —contesté.

—¿Qué crees que es un índice de gradación de gastos? —se apoyó contra la puerta—. ¿No te dan ganas de renunciar y empezar de nuevo?

Sí, pensé, mirando la pantalla del ordenador. Había pasado la mayor parte de la mañana leyendo recortes, extrayendo lo que esperaba que fuera información relevante, pasándola a un disco, y diseñando programas estadísticos para interpretarla. Eso que Billy Ray había definido como «meterlo en el ordenador y pulsar un botón».

Había pulsado el botón y, sorpresa, sorpresa, no había ninguna sorpresa. Había una correlación entre el número de mujeres trabajadoras y el número de comentarios airados sobre el pelo corto publicados en los periódicos, y aún más fuerte entre el pelo corto y las ventas de cigarrillos, y ninguna correlación entre la longitud del cabello y la de las faldas, cosa que yo podría haber predicho. Las faldas habían caído hasta la mitad de la pantorrilla en 1926, mientras qué el pelo se había ido acortando hasta el
crack
del 29, con el estilo «a lo
garçon
» en 1929 y el aún más corto estilo Eaton en 1926.

La correlación más fuerte de todas era con el sombrerito ajustado, lo que apoyaba a la teoría del carro-antes-que-el-caballo y demostraba, más allá de toda duda, que la estadística no es tanto como dicen.

—Últimamente todo me deprime —decía Sara—. Siempre he creído que era sólo una cuestión de que él tiene un umbral de relación más elevado que yo, pero he acabado pensando que tal vez sea sólo parte de la estructura negativa que acompaña a las relaciones codependientes.

«Ted —pensé—. Estamos hablando de Ted, que no quiere casarse.»

—Y este fin de semana, me puse a pensar. ¿Qué sentido tiene? Estoy siguiendo un rumbo íntimo y él ha tomado un desvío.

—Impaciente —dije yo.

—¿Qué?

—Así te sientes. No te encontraste con Flip este fin de semana, ¿verdad?

—La he visto esta mañana. Me ha entregado el correo de la doctora Applegate.

Un antiángel; deambulaba por el mundo esparciendo mal humor y destrucción.

—Bien, como te iba diciendo, será mejor que vaya a ver si encuentro a alguien en Dirección capaz de decirme qué es un índice de gradación de gastos —dijo Sara, y se marchó.

Volví a mis datos. Hice una distribución geográfica para 1923 y otra para 1922: había grupos en Nueva York y Hollywood, cosa que no fue ninguna sorpresa, y en St. Paul, Minnesota, y Marydale, Ohio, que sí lo fue. Siguiendo una corazonada, pedí un informe sobre Montgomery, Alabama. Allí había un grupo demasiado pequeño para ser estadísticamente significativo, pero que bastaba para explicar el de St. Paul.

En Montgomery, E Scott Fitzgerald había conocido a Zelda, y St. Paul era su ciudad natal. Los lugareños obviamente estaban intentando vivir en conformidad con
Bernice se corta el pelo
. No explicaba lo de Marydale, Ohio. Hice una distribución geográfica para 1921. El grupo todavía estaba allí.

—Tome —dijo Flip, metiéndome el correo bajo la nariz. Al parecer nadie le había dicho que el rosa pomo era el color del otoño. Llevaba una biliosa túnica azul vivo y calcetines y un montón de cinta adhesiva.

—Me alegro de que estés aquí —dije, cogiendo un puñado de recortes—. Me debes dos cincuenta de tu café con leche y necesito que me copies esto. Oh, y espera. —Fui y cogí los contactos que había repasado el sábado, y dos artículos sobre los ángeles. Se los tendí a Flip—. Una fotocopia de cada.

—No creo en los ángeles —dijo ella. Siempre dispuesta a trabajar, como siempre.

—Solía creer en ellos, pero ya no, desde lo de Brine.

Quiero decir que, si realmente tuviéramos un ángel de la guarda, te animaría cuando estás depre y te libraría de las reuniones de comités y esas cosas.

—¿Y en las hadas? —pregunté.

—¿Quiere usted decir en el hada madrina? Por supuesto. Claro.

Por supuesto.

Volví a mi pelo corto.

Marydale, Ohio.

¿Qué podría haber tenido ese lugar para convertirse en un centro importante para el pelo corto?

«El calor —pensé—. ¿Hizo mucho calor en Ohio durante el verano de 1921? ¿Tanto calor que el pelo se pegaba a la nuca sudorosa, y las mujeres dijeron: "No puedo soportarlo más"?»

Pedí los datos climáticos del estado de Ohio desde junio a septiembre y empecé a buscar Marydale.

—¿Tienes un minuto? —dijo una voz desde la puerta. Era Elaine, de Personal. Llevaba una cinta en la cabeza y su expresión era agria—. ¿Tienes idea de qué son las raciones de implementación de formatos contractuales?

—Ni zorra. ¿Has probado en Dirección?

—He estado allí dos veces y no se puede entrar. Hay una multitud —inspiró profundamente—. Tengo un estrés total. ¿Quieres venir a rebajarlo?

—¿Subiendo escaleras? —pregunté, dubitativa. Ella sacudió firmemente la cabeza.

—Subir escaleras no favorece el desarrollo muscular. Escalando paredes. En el gimnasio de la Veintiocho. Tienen cuerdas y todo.

—No, gracias. Tengo paredes aquí. Ella las miró con aire desaprobador y se marchó, y yo volví a mi pelo corto. Las temperaturas en Marydale durante 1921 fueron ligeramente inferiores a lo normal, y no se trataba tampoco de la ciudad natal de Irene Castle o Isadora Duncan.

Lo abandoné por el momento y tracé una gráfica Pareto y luego hice unas cuantas regresiones más. Había una débil correlación entre la asistencia a la iglesia y el pelo corto, una fuerte correlación entre el pelo corto y las ventas de Hupmobile, pero no de Packard o de Ford Modelo T, y una fortísima correlación entre el pelo corto y las mujeres dedicadas a la enfermería. Pedí una lista de los hospitales que había en 1921: ninguno estaba a menos de cien kilómetros de Marydale.

Entró Gina, con aspecto agobiado.

—No, no sé cómo rellenar el impreso —dije antes de que pudiera preguntar—, y tampoco lo sabe nadie.

—¿De veras? —dijo ella vagamente—. No lo he mirado todavía. Me he pasado todo el tiempo en el estúpido comité de búsqueda de una ayudante para Flip. ¿Cuál consideras que es la cualidad más importante en un asistente?

—Ser lo contrario de Flip. —Y luego, como no se rió, añadí—: ¿Competencia, entusiasmo, ganas de trabajar?

—Exactamente. Y si una persona tuviera esas cualidades, la contratarías de inmediato, ¿no? Y si estuviera tan bien cualificada para el trabajo como está, no la dejarías escapar. No la rechazarías por un pequeño inconveniente y esperarías hasta entrevistar a docenas de personas, sobre todo cuando tienes otras cosas que hacer. Rellenar ridículos formularios de presupuesto, por ejemplo, y planear una fiesta de cumpleaños. ¿Sabes qué escogió Brittany, cuando le dije que no podía tener los Power Rangers?
Barney
. Y no se puede decir que no sea competente y entusiasta y con ganas de trabajar. ¿No?

Yo no tenía muy claro si estaba hablando de Brittany o de la solicitante.

—Barney es horrible —dije.

—Exactamente —contestó Gina, como si yo acabara de manifestar mi acuerdo con su razonamiento, fuera cual fuese—. Voy a contratarla —y se marchó.

Volví y me senté delante del ordenador. Sombreritos ajustados, Hupmobiles, y Marydale, Ohio. Ninguno de estos factores parecía ser el detonante de la moda. ¿Qué era? ¿Que la había originado de pronto?

Entró Flip, con el montón de recortes y anuncios que acababa de darle.

—¿Qué quería que hiciera con todo esto?

Mesmerismo
(1778-1784)

Moda científica resultante de los por entonces recientes descubrimientos acerca del magnetismo, la especulación sobre sus posibilidades médicas y la codicia. La sociedad parisina acudía en masa al doctor Mesmer para someterse a tratamientos de «magnetismo animal» en los que se usaban bañeras de «agua magnetizada», varillas de hierrro, y masajes de los ayudantes del doctor Mesmer que, en bata color lavanda, miraban profundamente a los ojos de los pacientes. Éstos gritaban, sollozaban, caían en trance profundo, y le pagaban al doctor cuando se marchaban. Con el magnetismo animal, es decir, el hipnotismo, se pretendía poder curarlo todo, desde los tumores a la tisis. Pasó de moda cuando una investigación científica dirigida por Benjamín Franklin demostró que no hacía nada de eso.

El martes, Dirección convocó otra reunión.

—Para explicar los impresos simplificados —le dije a Gina, camino de la cafetería.

—Eso espero —contestó ella, con aspecto aún más agobiado que el día anterior—. Sería agradable tener a otra persona a la defensiva para variar.

Iba a preguntarle qué quería decir con eso, pero entonces divisé al doctor O'Reilly al otro lado de la sala, charlando con la doctora Turnbull. Ella llevaba un vestido rosa pomo (sin hombreras), y él una de aquellas camisas estampadas de poliéster de los setenta. Para cuando advertí todo eso, Gina estaba en nuestra mesa con Sara, Elaine y un puñado de gente.

Me acerqué, preparándome para una discusión sobre asuntos íntimos y marcha atlética, pero al parecer hablaban de la nueva ayudante de Flip.

—No creía que fuera posible contratar a nadie peor que Flip —decía Elaine—. ¿Cómo pudiste, Gina?

—Pero si es muy competente —contestó Gina, a la defensiva—. Tiene experiencia con Windows y SPSS, y sabe reparar una fotocopiadora.

—Todo eso es completamente irrelevante —dijo una mujer de Física, aunque a mí no me lo parecía.

—Bueno, yo no trabajo con ella —dijo un hombre de Desarrollo de Productos—. Y no me digas que no sabías que era una de ésas. Se nota con sólo mirarla.

La intolerancia es una de las tendencias más antiguas y feas, tan persistente que sólo se considera una tendencia pasajera porque su blanco cambia constantemente: hugonotes, coreanos, homosexuales, musulmanes, tutsis, judíos, cuáqueros, lobos, serbios, amas de casa de Salem. A casi todos los grupos, mientras sean pequeños y diferentes, les ha tocado el turno, y el proceso es siempre el mismo: desaprobación, aislamiento, persecución.

Era uno de los motivos por el que sería agradable encontrar el interruptor que activa las modas. Me gustaría desconectarlo para siempre.

—No debería permitirse que gente así trabajara en una gran compañía como HiTek —decía Sara, que en realidad era una gran persona a pesar de su psicocháchara sobre Ted.

Y la doctora Applegate, que sin duda tenía que saber cómo funcionan las cosas, añadió con disgusto:

—Supongo que si la despidieras, te demandaría por discriminación. Eso es lo malo que tiene todo esto de la conducta asertiva.

Me pregunté a qué pequeño y diferente grupo tenía la desgracia de pertenecer la nueva ayudante de Flip: ¿hispana, lesbiana, miembro de la ARN?

—No va a poner un pie en mi laboratorio —dijo una mujer que llevaba turbante—. No voy a exponerme a riesgos sanitarios innecesarios.

—Pero si no fumará en el trabajo —dijo Gina—. Es capaz de teclear cien palabras por minuto.

—No puedo creer lo que estoy oyendo —comentó Elaine—. ¿No has leído el informe de la ADF sobre los peligros del humo para el fumador pasivo?

Por otro lado, hay momentos en que, en vez de reformar la raza humana, me gustaría abandonarla y convertirme en, digamos, uno de los macacos del doctor O'Reilly, que deben de tener más sentido común.

Estaba a punto de decírselo a Elaine cuando el doctor O'Reilly me cogió del brazo.

—Venga a sentarse conmigo —dijo, y me sacó de allí—. Necesito que sea mi pareja por si Dirección nos sale con otro ejercicio de sensibilidad. —Me miró con inseguridad—. A menos que prefiera sentarse con sus amigas.

—No —dije, viendo cómo rodeaban a Gina—. De momento, no.

—Oh, bien. En el último ejercicio de sensibilidad tuve que soportar a Flip.

Nos sentamos.

—¿Cómo va su investigación sobre las modas?

—No va. Escogí el pelo corto porque quería una moda sin causas obvias. La mayoría de las modas se deben a logro tecnológico: el nailon, los colchones de agua, las zapatillas con lucecitas.

—Los refugios nucleares.

Asentí.

—O son un fenómeno de márketing, como el Trivial Pursuit y los ositos de peluche.

—Y los refugios nucleares.

—Cierto. El único costo del pelo corto era la tarifa del peluquero, y si no tenías para eso, bastaba con que te agenciaras un par de tijeras, un instrumento tecnológico que ha existido toda la vida. —Empecé a suspirar y entonces advertí que me parecía a Flip.

—¿Entonces cuál es el problema? —preguntó Bennett.

—El problema es que el pelo corto no tiene una causa obvia. Irene Castle me pareció una posibilidad durante algún tiempo, pero resultó que seguía una moda holandesa que había sido popular en París el año antes. Y ninguna de las otras fuentes tiene una correlación directa con el período crítico. ¿Ha oído hablar de un lugar llamado Marydale, Ohio?


Buenos
días —dijo Dirección desde el podio. Llevaba un polo, zapatillas, y lucía una sonrisa complacida—. Estamos realmente satisfechos de veros a todos aquí.

—¿Qué pretende Dirección? —le susurré a Bennett. —Supongo que imponer un nuevo acrónimo. Asunto de Dirección de Unificación Departamental —escribió las letras en su libreta—. D.U.M.B., o sea, tonto.

—Tenemos varios asuntos para hoy —dijo Dirección felizmente—. Primero, algunos de vosotros tenéis dificultades menores para rellenar los impresos simplificados de solicitud de fondos. Recibiréis un memorándum que responde a todas vuestras preguntas. En estos momentos el contacto de comunicaciones interdepartamentales está haciendo una copia para cada uno.

Bennett escondió la cabeza bajo la mesa.

—Segundo, me gustaría anunciar que HiTek va a aplicar una política de «vestir con sencillez» esta semana. Es una idea innovadora que se está introduciendo en todas las mejores compañías. La ropa informal favorece un ambiente más relajado en el trabajo y relaciones más fuertes entre los empleados. Así que, a partir de mañana, espero veros a todos con ropa informal.

BOOK: Oveja mansa
8.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Rising Shadows by Bridget Blackwood
B002FB6BZK EBOK by Yoram Kaniuk
The Wizard's Map by Jane Yolen
IT LIVES IN THE BASEMENT by Sahara Foley
A Shortcut to Paradise by Teresa Solana
Cocotte by David Manoa
Unremarried Widow by Artis Henderson
Sister Betty Says I Do by Pat G'Orge-Walker