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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

Papelucho soy dix-leso (4 page)

BOOK: Papelucho soy dix-leso
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Así que me dio por acordarme de la mamá lacrimógena, de la Ji que me hace los mandados, de la Domi que soluciona todo y hasta de Javier, que es fregado. Ahora me hacían falta.

Yo sé que en estos tiempos hay niños huérfanos porque los padres se divorcean o cosa por el estilo y también hay otros que se huerfanean solos. Lo que pasa es que uno no elige a sus papas ni a sus hermanos. Bueno, tampoco se elige uno. Esos niños no se acostumbran en sus casas. Pero yo sí. Aunque algunas veces me sentía infeliz, nunca fui desgraciado. Porque los desgraciados son los que no se la pueden, o sea que se latean.

Y yo no me he lateado en jamás de los jamases ni me voy a latear tampoco.

—¿Qué te pasa Papelucho? —mi teniente adivinó mis pensamientos—. ¿No vas a concursar?

Remecí la cabeza en no.

—No hay que desanimarse. Soy yo el que tengo que defender aquí. Creo que nos conviene hacer un rancho antes de que sea de noche y vigilaremos por turno para pillar al ratón. Mientras yo duermo tú tienes que estar despierto y avisarme si ves venir a alguien…

—¿Y qué saco con avisarle si no tiene con qué defenderse?

—Hay maneras, aun sin armas. Para eso tenemos la cabeza.

Yo pensé que si él creía defenderse a cabezazos además de machucada que tenía la cara, iba a quedar como un puré. Pero no dije nada, con la cuestión de mi enfermedad, prefiero callar.

Empezó a separar fierros largos y chuecos y eligió uno para abrir hoyos en el suelo. Yo iba clavando los fierros; él estiraba latas y las iba amarrando más o menos y el refugio iba apareciendo poco a poco. Yo creo que los hijos Albornoz deben ser muy felices de tener un papá genio. Porque el rancho resultó hasta con una ventanita con mira telescópica y apilamos dentro fierros picudos como lanzas y otros raros que nos servirían casi como armadura metálica. A mí me estaba haciendo agua la boca porque llegara luego el asalto.

De repente me mostró una cuestión rara, gorda y pesada.

—Esta —me dijo— es nuestra bomba de hidrógeno. Cuando la vea el ratón, arrancará como el mismo diablo.

Yo preferí quedarme sin saber si lo decía de verdad o de mentira. Lo sabría cuando llegara el ladrón-ratón.

Nos tomamos otro tubo de leche cada uno y entonces me ordenó mi teni.

—Ahora te acomodas para dormir. Has trabajado bastante y tienes que descansar para estar bien despierto cuando te toque el turno de vigilar.

Me acomodé en el suelo, en un rincón del rancho y al tiro me dormí.

Desperté con un calor tremendo. Había sol, era otra vez de día y las murallas del rancho estaban muy calientes. Mi teniente roncaba…

La vaca guardaespaldas no se veía por ningún lado. Había desaparecido.

Me di un feroz estirón y con mi largo bostezo, se despertó el teniente.

—¿Qué pasó? —pregunté—. ¿Por qué no me despertó cuando me tocaba el turno?

—Fue inútil remecerte y sacudirte —dijo bostezando y estirándose más fuerte que yo—. Debo haberme dormido remeciéndote…

—No hay desayuno —le dije—. Desapareció la vaca.

Mi teniente se levantó de un brinco, se aplastó con la mano un "¡Ay!" que le salió de la boca, y cojeando se fue al montón donde dejó escondida la olla maldita.

Desde lejos oí sus garabatos.

—Vino el ratón y nos falló la trampa. ¡Se llevó la olla!

—Total, se acabó el problema —clamé yo bien contento—. Ahora podemos volver y no preocuparnos más.

Pero mi teni tiene un carácter de Urquieta y puso cara taimada. Clavó la vista en el suelo y se quedó paralelo. De repente se agachó y largó otro garabato.

—Esta maldita pierna —dijo como excusa, sobándose "el problema" que tenía vendado en ella. ¡Pero hay huellas! —y tocó el pasto negro—. Huellas frescas que no son tuyas ni mías. Son distintas. Ven y mira…

Había miles de huellas del ratón. Eran más chicas que el zapato de mi teni y más grandes que las mías. Se notaban claritas en el pasto quemado. Unas iban y otras volvían del lugar donde él había dejado la olla misteriosa.

—¡Lo encontraremos! —mi teni se había puesto radiante otra vez. Ya no le importaba que nos quedáramos sin desayuno ni vaca—. Seguiremos la huella y pillaremos al ratón.

Tuve que tragarme mi hambre. Y entonces comenzó el largo camino. El rastreo, lo llamaba él. Mis tripas sonaban sulfurosas y mi hambre se retorcía nauseabundo. Pero rastreaba con él. —Aquí hay huellas de la vaca —descubrí de repente—. Van detrasito de las del ladrón…

—Obvio —dijo mi teni. . —¿Ud. sabe el nombre del ladrón? —pregunté.

—Naturalmente que no. ¿Por qué?, —Me pareció que nombró a alguien —preferí cambiar de tema—. Usted es muy valiente porque busca al ladrón y no viene armado…

—Pero traigo mi bomba —mostró un tumor en el pecho y siguió su camino cojeando y traspirando.

Yo lo seguía medio aturdido por la sonajera ambiental de mis tripas. Por eso ni me di cuenta cuando llegamos a un grupo de arbolitos. Estábamos en lo alto de una loma y por fin, allá abajo, se divisaba un rancho. Y cerca de él nada menos que la vaca chueca y perversa. Pero me alegró verla. ¿Tendríamos desayuno? Era lo más importante para mí.

—¡Ahí lo tenemos! —mi teni paró en seco y enganchó primera, casi sin cojear—. ¡Adelante! —ordenó.

Me puse duro igual que él y caminé a su lado, contando mis largos pasos. Me venía la idea que podrían ser los últimos. Al llegar a la vaca, mi teni siguió de largo, derecho al rancho. Yo habría querido saludarla y perdonarla si me daba su leche…

Pero mi teni avanzó hasta la puerta y se desabotonó la chaqueta. Quería que se le viera la bomba de hidrógeno.

Golpeó. Mi corazón golpeó más fuerte que él. Se abrió la puerta…

—¡Buenos días! —dijo abriendo una lola medio hippie—. Pasaron buena noche, aunque era dura la cama… —rió con miles de dientes. Yo los vi dormir cuando fui a buscar mi vaca…

Mi teni y yo le miramos con violencia los pies. Tenía unas chalas idénticas a las huellas.

—Buenos días —contestó seco mi teniente.

—¿Les ofrezco una taza de desayuno? Tuvieron mucha suerte al no matarse en un accidente aéreo…, pero están machucados —y miró sonrisosa la nariz de mi jefe. Pero siguió hablando—. Mi marido vio caer el aparato y fue a dar el aviso al pueblo, pero no vuelve todavía porque queda muy lejos.

Entramos. Mis tripas se alegraron porque había olorcíto de comida. Mi teni seguía duro y antipático, con los ojos clavados en la marmicoc que estaba en la cocina.

Ella adivinó sus malos pensamientos y dijo:

—Me la traje de recuerdo —mostró la olla maldita— porque a nadie le sirve y cuando llegan los jueces no dejan tocar nada.

Ofreció sillas y se afanó calentando leche y pan. Sonreía todo el tiempo. Mi teni se sacó la gorra y se secó el sudor. Y no se abotonó la chaqueta. Yo estaba tilimbroso y trataba de decirle que se le veía la bomba.

—Así que su marido vio caer el avión —dijo mi teni tal como si creyera sus mentiras.

—Lo vio caer y quemarse —nos estaba sirviendo un café con leche y un pan caballo de rico—. Fue tempranito al pueblo a caballo a dar cuenta y entonces eché de menos la vaca y salí a buscarla. Y me traje la olla. Ustedes dormían como dos angelitos.

Aunque era mentirosa la lola yo le tenía confianza, pero mi teni no. ¿Quién tendría la razón?

Pasó un rato, y otro rato más, mucho más…

Nos servimos dos desayunos mientras la lola se afanaba ordenando el rancho. Era un rancho distinto, con sofá y cojines de colores, con 'posters' en la muralla y unos rifles, colgando por ahí y hasta un mueble tapado con una manta de mil colores. Era como de revista y no de campo chileno. La lola estaba medio nerviosa y a cada rato se asomaba fuera a mirar si venía su marido.

Mi teñí aprovechó una de sus salidas y le sacó las balas a los rifles. Se las echó al bolsillo y aprovechando otra salida de la lola destapó la olla y la tapó de nuevo. Se sentó.

—Ni se divisa Manuel —dijo la lola entrando. —¿Cuánto demora ir a caballo al pueblo? —preguntó mi teñí.

—El caballo estaba manco; le faltaba una herradura. Lo menos un día si se ha ido al tranco. Pero allá lo habrá herrado y entonces al galope, sus tres horas.

Mi teniente estaba tratando de conversar. Yo sé que no le creía nada a la lola. Yo también traté. —¿En qué trabaja él? —pregunté. —En la tierra, por supuesto —rió la lola. —Pero no hay herramientas y todo está tan limpio —alegué. Me pareció que mi teni me daba un pisotón. Pero no estaba seguro.

—¿Es cazador? —pregunté mostrando los rifles.

—¡Claro! —dijo mi teni. Cazar es el deporte campesino. Todo tranquilo y sin problemas se comen ricas tórtolas y perdices… —y me plantó una mirada con recado. El recado decía: "¡Tú te callas!" y me quitó las ganas de hablar.

Y de repente, se abrió la puerta y entró un cabro, chico y feo como yo. La lola pegó un brinco, lo tomó de un brazo, lo sacó para afuera y cerró la puerta. ¿De dónde habría salido ese chiquillo?

Mi teni aprovechó que no estaba la lola y lo seguí. Por un rincón de la cortina que había en la ventana, la miramos. Ella le quitaba al chiquillo un papelito escrito y lo leía. En el mismo papel escribía algo y se lo daba al cabro que arrancaba corriendo…

Eléctricamente nos sentamos mi teni y yo, justo antes de que entrara la lola. Pero mi teni me alcanzó a decir: "¡Quédate mudo y no preguntes nada!".

—Un recado —dijo la lola sonrisosa—. Nunca falta un chiquillo que viene a pedir algo por aquí.

—¡Lástima que le quitemos su tiempo nosotros! —dijo mi teni—. Por favor haga como si no estuviéramos… Debíamos irnos, pero no sabiendo el camino y andando a pie no llegaríamos nunca.

A la lola se le alumbró la cara.

—Eso mismo pensé yo —dijo— y con el recadero le mandé decir al vecino que se trajera su tractor para llevarlos. Vendrá luego porque no está tan lejos. Mientras tanto voy a ordeñar la vaca que ya es hora.

Sacó un balde, lo enjuagó y me dijo al salir:

—¿Te gusta la leche al pie de la vaca? Te la daré tibiecita.

Y se fue.

Apenitas había salido, mi teni comenzó a levantar los cojines del sofá-cama y sacó de debajo una tremenda pistola. Vio si estaba cargada, le quitó el seguro y se la echó en su cartuchera. Debajo de otro cojín sacó una caja de balas y las fue poniendo en su cinturón. Él es como adivino porque sabe dónde encontrar cada cosa.

—¿Puedo hablar ahora? —le pregunté en secreto.

—Sí —dijo con voz seca, pero uno veía que estaba pensando en otra cosa.

—¿Son ellos los ladrones, o sea el ratón?

—Creo que sí… —se acercó al mueblecito, levantó la manta y descubrió una puerta. Había ollas surtidas… Destapó una y dijo: "¡Ahem!" y la tapó de nuevo. Cerró la puerta del mueble y estiró la manta.

—Creo que vamos a tener que defendernos —dijo—. Ese tractor de buena voluntad es alguien que viene a ayudar a esta lola a librarse de nosotros. Trataré que las cosas se arreglen por las buenas, pero si hay baleo, tú te tiras al suelo y te haces el muerto hasta que yo te llame. ¿Entendiste Papelucho?

—Entendido —contesté—, pero a mí me parece…

—Alcancé a decir eso no más cuando se oyó el motor del jeep, su frenada y apareció en la puerta un gallo con la lola sin balde y sin leche. Mi teni y yo nos levantamos y saludamos al hombre con un "¡Hola!", a lo amigo.

Nos sentamos de nuevo y bla bla bla por aquí y bla bla bla por allá. Que el accidente, que la muerte, que la suerte, que el avión y dale con la mentira. Yo me mordía las uñas para no decir nada.

—Los llevaremos al pueblo —dijo el lolo chascón—. Lo atenderán en la posta primero y luego en la comisaría. Tienen teléfono y radio.

Puede comunicarse con sus jefes y dar cuenta del accidente. Seguramente lo vendrán a buscar.

—Siento darles tanta molestia —dijo mi teni levantándose y arreglando su cinturón con balas y pistola. Creo que ahí estuvo lo malo. Vi como le brillaron los ojos a la lola y con ellos le mandó recado al lolo. Él también miró el cinturón amenazante. Pero sólo dijo:

—Nos sirves un vasito de vino antes de partir, mija —y mostró una copa.

Entonces todo fue electrónico y relámpago.

La lola se dio vuelta para tomar la botella de tinto y en vez de eso encañonó a mi teni con el rifle. Casi al mismo tiempo el lolo descolgó el otro y le afirmó el cañón en la espalda a mi teniente. Yo esperaba tranquilo igual que mi teni.

—¡Manos arriba! —ordenó el lolo y la lola acercó más su escopeta. Pero mi teni ni se atilimbró siquiera. Me pescó de una oreja y me entregó la bomba. Su otra mano tapando su pistola. Yo me preparaba para tirarme al suelo y hacerme el muerto, pero esperaba el baleo.

La lola apretó el gatillo y no salió el disparo.

Entonces me acordé de que los rifles estaban descargados. Me reí de gusto mientras el lolo retaba a la lola:

—¡Quita el seguro, imbécil! —le gritaba apretando su gatillo. Pero ¡nada! Largó unos garabatos. Mi teni sacó entonces su pistola y le apuntó a los dos lolos. Fue todo como un chifle: se salió de la pista y los obligó a juntarse en marcha atrás, en la puerta. ¿Se irían a arrancar?

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