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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

Papelucho soy dix-leso (7 page)

BOOK: Papelucho soy dix-leso
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—Perfectamente escuchado. En este momento entramos en un corralón y avanzaré a pie siguiendo instrucciones, Albornoz a sus órdenes (clic).

Y entramos en el corralón. Nos bajamos los cuatro. Había ahí una vara con dos caballos amarrados, sin silla pero con riendas. Nadie más.

—Mi seña será un disparo y luego tres. Si ellos disparan primero, van los tres míos son impertinencia. Ustedes me rodean con refuerzos…

El jefe me dio una mirada un poco mortal. Pero mi teni le contestó de palabra:

—Papelucho y su Tenebrosa irán con el refuerzo, pero atrás, en la parte blindada del coche. Sabe actuar y no correrá peligro.

—A su orden mi teniente —contestó el jefe y mientras se iba mi amigo-adivino fuimos con la Tenebrosa a hacerle cariño a los caballos. A mí, igual que a ella, me encanta su olor, hasta el de su bosta. Y esos ojos que ven también lo de atrás, y sus dientes enormes que hacen jugoso el pasto cuando lo mascan.

En fin que estábamos bien entretenidos, montando a la Tenebrosa en el overo y yo al anca, cuando se abrió el portón y llegó el refuerzo. Era como un ejército enterito. Todos me saludaron y también a mi perra policial. El jefe se apartó a hablar con uno y en ese mismo momento se oyó un disparo. Mi jefe quedó atómico, yo también/ todo orejas y atención. Esperaba la seña de los tres disparos… y sólo entonces me di cuenta que mí Tenebrosa no estaba.

La divisé allá lejos, corriendo a todo chancho en un potrero. Partí tras ella/ pero se metió entre los choclos y yo detrás.

Entonces sentí los tres disparos.

Y casi me viene otra vez el pensamiento columpio: que mi Tenebrosa o que se van todos y me quedo solo con ella para siempre. Pero no alcanzó a venirme porque al tiro pensé: La Tenebrosa no tiene más que a mí en el mundo. Es mía y mejor me pierdo con ella que dejarla sola.

Así que seguí corriendo entre las matas.

Eran duras, claveteadoras algunas. A mi perra le era fácil correr entre los brotes sin hojas, pero a mí me costaba. Más que todo porque ni la veía…

Sentí pasar el furgón con todo su ejército, pero seguí corriendo. Al fin y al cabo íbamos en la misma dirección y en cualquier momento nos encontraríamos en la hostería El Pequen.

Me chorreaba el calor, pero seguía corriendo a tropezones y rasguñones.

Había dos alternativas: o pillaba yo a mi Tenebrosa o mi Tenebrosa pillaba a los de la mafia. Las dos eran buenas, así que adelante.

Se oyeron más disparos, pero a mí ¡qué!

De repente pasó una bala cerquita y dejó el humito entre las matas.

Me tiré al suelo, por siaca y comencé a avanzar de guata, como en la guerra. Pero mucho más difícil, porque hay que ver lo que es cada mata de choclo, y además que no hay guerra.

Ahora había silencio…

Un silencio nauseabundo, despistador, sin balas.

Me quedé pensaroso ahí echado, esperando. Acezaba y tenía puntada, pero mucha congoja de no hallar a mi perra. Yo podría volver al corralón por mis huellas propias de maíz quebrado, pero sin Tenebrosa. ¡Eso jamás!

Quienzá si ella me encontraría a mí con su olfato y mi olor.

Esperaría otro poco por si venía, pero si se me pasaba la puntada y la acezadura. Y tal vez me dormí…

¡ Ajip! Zizizip ¡Toe!

Yo era un satélite telecomunicador espacial trasmitiendo desde mucho más lejos que el sol, cuando desperté. "Alguien" me había roto la comunicación.

Ese "alguien" era la propia Tenebrosa, que me lengüeteaba y mordía chacotera.

La pesqué de una pata y la reté bien retada, mirándola en los ojos:

—Tú eres perra policial —le dije— y has creído que estamos jugueteando. Hubo baleo y te pudieron matar. No te castigo porque los castigos le caen mal a uno y tampoco te amenazo, que es peor. No más te digo que eres tara…

Con ella en mis brazos bien apretada me volví por mis huellas vegetales y llegué al corralón cuando bajaba el sol. Yo tenía más hambre que una leona.

En el corralón estaba el furgón pelado. Ni luces del "refuerzo" de mi teni ni nada. Los caballos también se habían ido. Puramente el furgón con harta tierra, los neumáticos desinflados y los vidrios molidos…

—Aquí estuvieron los Tenebrosos —pensé buscando huellas y haciéndole oler a mi perra las válvulas de las ruedas. Ella era un poco culpable de que la mafia se hubiera aprovechado, así que me metí con ella a registrar la cabina y demás cosas. Habían arrancado el coso trasmisor.

De repente, más sudoroso que yo, apareció un carabinero llenito de tierra.

—¡Fregaste la emboscada! —me dijo secándose la cara de su tierra.

—¿Yo?

—Por supuesto que tú…

—Yo no fui. Tenía que buscar a mi perrita perdida. ¿Si a Ud. se le pierde un hijo lo abandona?

—Seguramente que no, pero a una perra…

—¿Qué pasó en la hostería?

—Tuve que quedarme aquí para ubicarte y ponerte a salvo.

—¿Y cómo no me alcanzó? Ud. tiene las piernas mucho más largas que las mías…

—También tú tienes las piernas más largas que tu perra…

—Verdad —dije cataclíptico—. ¿Y qué hacemos ahora? Si fregamos la emboscada tenemos que desfregarla, pero ¿cómo?

—Otra vez nos llevan la delantera. Tú ves que estuvieron aquí y destrozaron el furgón. Aprovecharon que tú andabas entre los choclos y por eso no podían dispararles…

Con hambre y todo me senté debajo de un árbol a pensar y cargar las pilas de mi cerebro sentía como desparramado y tembleque igual que la tele cuando se descompone Las ideas geniales no alcanzaban a enchufar Para no desesperarme, recé en mi dentror Y me aclaró un poco el pensamiento.

—Si los ladrones arrancaron por los choclos, igual que yo, andan a pie. Y estuvieron aqui y asaltaron el furgón, no pueden andar muy lejos…

Justo que había pensado esto cuando sentí caer algo a mis pies.

Vi que era una llave y no la toqué. Me dije:

—Los árboles dan fruta, pero no llaves… En este árbol está trepado un Tenebroso. Dios me está ayudando y en vez de idea genial me manda a mí uno de la mafia. Tengo que hacerme el que no veo la llave.

Pero la miraba perpetuo, mientras mi perra dormía gentilmente.

Tenía tremendas tentaciones de agarrar esa llave y más tentaciones de mirar arriba, al árbol y saber de una vez. Pero me sujetaba. De repente me di cuenta que el del árbol podía estar mirándome y ¿qué pensaría si me veía paralelo?

Entonces me rasqué la cabeza y traté de mover un poco el cuerpo. Pero lo tenía frenado. Tal como si todo ardiera a mi rededor, me daba miedo menearme. Así que seguí rascando mi cabeza, firme la mirada en la llave para que no desapareciera.

Oí crujir las ramas arriba y me palpitaron las orejas. Pero seguí rascando mi cabeza porque eso me ayudaba a cargar mis baterías y también echaba los demonios que me tentaban de mirar al escondido y fregar todo.

Si llegaba luego mi teni, estábamos salvados. Yo me podría parar y decirle que el "ratón" estaba en la trampa. Pero mi teni no llegaba y el carabinero que cuidaba el corralón se había ido a la puerta a mirar el camino.

Empezó a oscurecer y me bajó la tinca que el mafioso del árbol le iba a disparar a mi teni antes de que él tuviera tiempo de sacar su pistola. Así que no pensé más y desperté a mi Tenebrosa para sacarla de la zona del peligro y corrí a la entrada del corralón en el mismo momento en que llegaba el refuerzo con teniente y todo.

—¡Tengo al ratón-ladrón! —le dije a mi teni, pero a mi perra le dio por ladrar y no me oía. Le amordacé el hocico con la mano y le volví a decir:

—Está trepado en ese árbol, tengo pruebas… —pero mi teni no me ponía atención y daba órdenes, examinaba el furgón destrozado y se preparaba a partir con el refuerzo. Cuando iban a meterme con ellos, me arranqué para ir a recoger la llave. Un carabinero me pescó de un brazo con un: "Dos veces no te escapas" y no quiso oírme, ni me dejó dar un paso. Me trepó al camión blindado y partimos como chifle. Yo me puse a llorar de desesperación…

—¿Qué te pasa? —me preguntó alguien—. Tienes a tu perra…

—No me me me hip hip —tartamudeé con hipo— dejaron decirle a mi teni que ahí estaba el ratón…

—Ya habrá tiempo después para decírselo. Estamos apurados —contestó y yo seguí con hipo.

Habíamos salido del corralón a mil por hora y aceleraban a fondo. Yo también lloraba a fondo mi desesperación. Mi teni iba adelante con el que manejaba y no se daba cuenta de nada. Trasmitía para el mundo por el micrófono… Se alejaba cada vez más de la verdadera pista, a toda velocidad. Mi Tenebrosa olfateó la cosa y se puso a ladrar con violencia. Mi teni se dio vuelta hacia nosotros tapando con la mano su coso trasmisor.

—¡Hazla callar, Papelucho! —me ordenó. Era el momento de decirle, pero yo a mi teni le obedecía ipso flatus y le apreté el hocico a mi perra. Pero aproveché de pararme y acercarme a la oreja de mi teni.

—¡Tengo que decirle algo importante! –chillé y me sentaron de nuevo.

Cuando paró por fin de trasmitir, se volvió a mí:

—Ahora puedes hablar, Papelucho —dijo.

—Ya ni vale la pena —dije—. Nadie ha querido oírme. Pero el mafioso estaba trepado en ese árbol donde estuve sentado…

—¿Lo viste? —me preguntó.

—Se le cayó una llave mientras yo estaba ahí sentado. Los árboles no dan llaves, sino fruta.

—A ver esa llave —dijo pasando la mano.

—No la tengo. Yo no quise recogerla, ni siquiera moverme para que él no se diera cuenta que lo estaba cuidando hasta que usted llegara.

—¿Viste caer la llave? ¿Estás seguro?

—Salvajemente seguro —contesté—. ¡Vamos a buscarla!

Pero él movió la cabeza.

—La llave no interesa —dijo— y ya le hemos dado tiempo para bajar del árbol. Se habrá metido otra vez en el maizal.

Pero hizo parar el camión blindado y dio unas órdenes. Se bajaron unos cuantos carabineros que se dispersaron por el camino y el campo. Y nosotros seguimos.

—Usted manda mi teniente —dijo el que manejaba—, pero yo no le creería a la imaginación de un niño.

—Papelucho dice siempre la verdad, y yo le creo. Pero tengo que devolverlo a su familia. Y una vez que lo entregue, vendré a recoger a mi personal y al detenido.

Y a mí me dio como flato de la pura alegría: mi teni creía en mí y yo dix-leso o no dix-leso había ayudado a pillar al ratón-ladrón.

Cuando llegamos a la casa estaba la pura Domi y junto con verme se largó a llorar a chorro y ese romadizo sulfuroso que ni la deja hablar.

—Lo creíamos mu mu muerto —tartamudeaba—. Lo de dejaron so solito en la ca ca ca casa y no sup sup supimos más de él. ¡Mi po po pobrecito! —explicaba.

—Sucedieron muchas cosas —dijo mi teni— Papelucho les contará. Es todo un hombre, dígale a sus padres—, y se fue con un apretón de mano.

La Domi empezó a contarme:

—Fue tremendo. Todita la noche sin dormir y averiguando aquí y allá. Hasta salió su foto en la TV… Y viera cómo llorábamos cuando decían:

Cualquier noticia de este niño avisar a esta emisora o al fono y ahí se largaba otra vez con su llanto a chorro.

A mí también casi me da romadizo, pero por suerte llegó la Tenebrosa con un zapato del papá clavado en sus dientes. Los tiene tan filudos que era inútil desclavarlo y entre quebrarle un colmillo y romper el zapato… Así que aproveché para empezar a enseñarle a seguir una pista y la llevé al cuarto del papá y le hice oler su ropa y guardé el zapato.

Entonces pasó lo peor. Se abrió la puerta y entró el papá en persona. Quiso abrazarme, pero la Tenebrosa se le tiró encima, le enganchó sus dientes en el pantalón y no soltó nunca más. El papá la pateaba con violencia, yo trataba de explicarle que lo soltara, la Domi chillaba con parlante propio. Mi perra, confundida, empezó a tironear y sin querer le arrancó el tremendo pedazo del pantalón casi nuevo.

—Es perra policial y todavía no sabe muchas cosas… Papá trate de no pensar en su pantalón, sino que mejor piense en que volvió su hijo perdido.

No miró más su pierna peluda y pilucha, sino que me revolvió las mechas y me apretó cariñoso.

—Con este guardián ya estarás más seguro —dijo.

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