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Authors: Matilde Asensi

Tags: #Histórico

Peregrinatio (6 page)

BOOK: Peregrinatio
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Desde Astorga iniciaréis una costosa ascensión que os llevará hasta el pico del monte Irago y la localidad de Foncebadón, de modo que, aunque no es un tranco de muchas millas y puede hacerse en un día, llegaréis cansados y con los bridones reventados, así que os aconsejo hacer un alto en Rabanal del Camino, donde seréis recibidos por una parva congregación de antiguos templarios que fueron titulares de la iglesia de Santa María y dueños de muchas de las tierras circundantes. A estas alturas de tu
peregrinatio
ya habrás caído en la cuenta de que, mientras en tu primer viaje huías constantemente de los
milites Templi
, ahora viajas acompañado por uno de ellos y buscando su apoyo a lo largo de la ruta. Todo es mudable, Jonás, como ya te he dicho, y lo que ayer parecía bueno hoy es malo y al revés.

Cuando, después de ascender angostas sendas al borde de temibles precipicios, lleguéis a la misma cumbre del monte Irago, veréis, en mitad de un lugar inhóspito como pocos, un alto báculo de madera con una cruz de hierro que, desde lejos, indica el lugar a los peregrinos para que no se pierdan por esos montes en tiempos de nevadas y a cuyos pies es costumbre depositar una piedra. Por fortuna, hallaréis en tan extraño lugar una alberguería y un hospital para peregrinos, fundados hace siglos por un anacoreta llamado Gaucelmo que los puso bajo la advocación de san Juan de Irago. Desde aquí el camino es de bajada, así que disfrutad de los montes, del aire frío y del silencio que auspicia el recogimiento mientras descendéis y os internáis en El Bierzo, una zona en otro tiempo templaria por sus cuatro costados y ahora en manos de la Corona de Castilla, que no sabe, ni sabrá, lo que tiene en su poder. Te encuentras ya muy cerca de Las Médulas, Jonás, el lugar donde fuimos tan afortunados que pudimos ver con nuestros propios ojos el Arca de la Alianza.

Pero no adelantemos etapas. Lanzaos al galope hacia Manjarín y El Acebo, pueblos de gentes acogedoras y de buenas comidas calientes, y haced un alto en Compludo, a pocas millas de distancia, para estudiar con celo el armazón de una antigua herrería que, incluso después de muchos siglos, funciona a la perfección gracias a un ingenioso sistema que obtiene del caudal de agua la fuerza necesaria para mover el poderoso mazo que golpea el metal. Desde allí, partid hacia Riego de Ambrós y Molinaseca y, sin más tardanza, allegaos hasta Ponferrada, la antigua
Ponsferrata
, nombre que le vino del puente con balaustradas de hierro que mandó construir el obispo Osmundo sobre el río Sil para facilitar el paso de los numerosos peregrinos jacobípetas.

IX

Id con prudencia. Sed precavidos y reservados en Ponferrada. Aunque los templarios fueron declarados inocentes en el Concilio de Salamanca después de la disolución de la Orden hace diez años, eso no impidió su expulsión de estas tierras, tierras que antes fueron suyas por donación de los reyes leoneses en 1178. El gran castillo templario de Ponferrada, que ya habrás vislumbrado sobre la colina que domina el río, era el centro de una red de fortalezas y casas que se extendían por todo El Bierzo: Pieros, Cornatel, Corullón, Balboa, Tremor, Antares, Sarracín, Bembibre, Rabanal, Cacabelos, Villafranca… Y, por supuesto, Las Médulas. Todo este gran poder defensivo era necesario, declaraban los
freyres
templarios, para proteger a los peregrinos que iban y volvían de Compostela, pero esto no era cierto, pues los mismos peregrinos pasaban por otros lugares donde no había ninguna presencia templaria. El origen del interés de la disuelta Orden por estas tierras, y te lo puedo confirmar porque lo he leído en sus propios legajos, era doble: por un lado, el oro que siempre se halló abundantemente en El Bierzo y, por otro, la salvaguarda de los objetos sagrados más importantes de la cristiandad: el Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley, que ellos trajeron desde Jerusalén durante las Cruzadas, y que escondieron, como bien sabes, en las profundidades de las galerías de Las Médulas, extraordinario paraje situado a doce escasas millas de Ponferrada.

No podréis entrar en el castillo, y supongo que
frey
Estevão lo lamentará de veras, aunque desconozco si visitó alguna vez la fortaleza antes de la expulsión. Junto a mí trabajan algunos caballeros de Cristo que todavía suspiran por sus estancias y celdas situadas a los lados del patio de armas, aunque se consuelan unos a otros asegurando que sus escudos jamás desaparecerán de los muros del castillo. Hablan de divisas, cruces, estrellas, rosas, cuadrados trabados… No creo que puedas ver nada de todo esto porque, hasta que el rey de Castilla done la propiedad a algún noble, cosa que hará a no mucho tardar, con certeza permanecerá cerrado y con protección de soldados. Sin embargo, quizá os sea posible acercaros hasta la entrada por el puente levadizo que cruza el foso. Lo dejo en manos de vuestra prudencia.

Sin embargo, en las cercanías de Ponferrada podréis visitar sin problemas la iglesia de Santa María de Vizbayo y la de Santo Tomás de las Ollas —ubicada en un lugar llamado Entrambasaguas por hallarse entre los ríos Sil y Boeza—, un hermoso templo mozárabe que te sorprenderá por su original traza y cuyo nombre le viene de las vasijas que se elaboran en unos hornos que allí hay. No pierdas detalle de Santo Tomás de las Ollas, Jonás, y pregunta a
frey
Estevão todo cuanto despierte tu curiosidad sobre el lugar, aunque verás que él mismo te contará muchas cosas interesantes sin que se lo pidas, pues fue un lugar muy importante para los
milites Templi
.

Y después de Ponferrada, encaminaos, por fin, hacia Las Médulas con la tranquilidad del peregrino que puede desviarse de su camino porque el tiempo le pertenece. Lo importante es no dejar de lado los lugares que algún día podrías lamentar no haber visitado teniendo la oportunidad de hacerlo. Estoy seguro de que reconocerás de inmediato aquellos diabólicos picachos rojos y aquellas agujas anaranjadas sobresaliendo entre verdes hoyas de castaños. Advertirás que las dos embocaduras de diecisiete o dieciocho alzadas
[16]
—nosotros sólo vimos una cuando nos bajaron de carretón y nos desfajaron los ojos, pero hay dos— continúan igual que entonces. Lo que sí ha cambiado es el trazado de los túneles. Si os proveéis de antorchas y penetráis en las galerías de paredes rocosas, comprobaréis que ya no se llega a ninguna parte. Antes podían recorrerse durante horas, como hicimos Sara, tú y yo al escapar, o incluso durante días si no se estaba en posesión de las claves para encontrar las salidas. Recordarás la explicación para esta maravilla pétrea bajo tierra: la
ruina montium
empleada por los romanos para extraer el oro de las montañas. Plinio
[17]
lo explica con detalle en su grandiosa
Historia Natural
. Cuenta cómo el emperador Augusto llevó a cabo una gigantesca explotación minera en la Hispania Citerior en los albores de nuestra era y cómo, de Las Médulas, los romanos llegaron a extraer veinte mil libras de oro puro al año. El procedimiento de la
ruina montium
consistía en soltar de una vez el agua contenida en descomunales embalses situados en los puntos más altos de los Montes Aquilanos. Así liberada, el agua se precipitaba furiosa a través de siete acueductos y, al llegar a Las Médulas, encallejonada en unas galerías previamente excavadas por esclavos, perforaba la tierra provocando grandes desprendimientos. Los restos auríferos eran arrastrados hasta las
agogas
, o lagos que servían como lavaderos, donde se recogía y limpiaba el deseado metal. Esta actividad se realizó sin interrupción durante doscientos años y los picachos rojos y las agujas naranjas de Las Médulas son, pues, los restos de las viejas montañas devastadas, lo mismo que los interminables e intrincados túneles y galerías en los que los
milites Templi
escondieron sus sagrados tesoros.

Allí estuvimos presos y de allí salimos gracias a Sara que, por haber jugado en su niñez en los intrincados túneles que horadan el subsuelo de París, y que eran utilizados por los templarios francos para esconder sus caudales y celebrar sus ceremonias, conocía las marcas secretas que indicaban las direcciones y lugares. El padre de Sara, uno de los prestamistas más importantes del gueto de París, fue falsamente acusado de sacrilegio por sus deudores y la familia escapó de la Inquisición gracias a los templarios, que les dieron protección en su inmensa fortaleza del Marais, de manera que la pequeña Sara adquirió, jugando, el conocimiento de claves y combinaciones que ya querrían para sí los Papas, los reyes y las Órdenes Militares.

Las inmensas galerías secretas de Las Médulas no han desaparecido. En ellas siguen estando las celdas, los comedores y los salones, incluso la gran basílica donde vimos el Arca, así como los mecanismos que ponen en marcha los engranajes de las puertas, las escaleras y los puentes. A pesar de que el recinto ha sido desocupado y abandonado, la estructura del complejo se ha respetado por decisión mía. Recuerda que jamás se debe hacer nada sin haber pensado antes en todas las posibilidades, sin haber previsto todos los movimientos probables de la partida y sin haber sopesado cuidadosamente los beneficios y las pérdidas. Y el escondite de Las Médulas es un lugar magnífico al que siempre podríamos necesitar recurrir llegado el caso. Ordené, eso sí, su clausura al exterior de manera que la entrada fuera imposible a partir de ciertos límites.
Frey
Estevão y tú podéis comprobarlo. Te reto, hijo mío, a que encuentres una manera de entrar porque te aseguro que he dejado una puerta, pero sólo aquel que conozca las claves para encontrarla y eludir sus peligros podrá acceder a las galerías. Y no, no creas que se trata de aquella puerta por la que finalmente escapamos y que presentaba, cincelado, el símbolo que para la alquimia, la
Qabalah
y el Zodiaco representa al Uno.

Cuando huimos de Las Médulas en aquella ocasión éramos presa fácil para nuestros perseguidores los templarios (un nombre muy alto, una judía de pelo blanco y un muchacho larguirucho), de modo que tuvimos que viajar de noche, durmiendo de día en improvisados escondites y pasando hambre y frío. Ahora no es necesario. Puedes continuar tu camino como un caballero peregrino que viaja acompañado por otro caballero de noble condición. De modo que dirigíos tranquilamente hacia Camponaraya y Cacabelos y, desde allí, internaos en el valle donde confluyen los ríos Burbia y Valcarce hasta llegar a Villafranca del Bierzo, urbe que, como su nombre indica, está habitada por descendientes de peregrinos francos que decidieron quedarse en estas tierras a petición del rey Alfonso IV, aprovechando el núcleo formado por un cenobio cluniacense y dos hospitales. Eran tiempos en los que, tras la reconquista, las tierras ganadas estaban vacías y los campos abandonados. Villafranca es una ciudad rica que goza de inmejorables vinos, cuyas primeras cepas fueron traídas por los monjes de Cluny desde Francia. Pero, además, esta localidad es muy importante en el Camino por una destacada singularidad: en su iglesia de Santiago, los peregrinos que no están en condiciones de llegar hasta Compostela por hallarse enfermos pueden obtener igualmente la Gran Perdonanza cruzando el dintel de la Puerta del Perdón, la puerta norte del templo. En cualquier caso, no perdáis de vista que al sur de Villafranca se encuentra la iglesia de San Juan de Ziz, de la Orden del Hospital, así que procurad no acercaros demasiado, no sea cosa que el
freixo
que nos recibió entonces sea el mismo y te reconozca.

Esta posición de los hospitalarios, San Juan de Ziz, es sólo una pequeña avanzadilla de lo que hay en tierras de Galicia, donde estáis a punto de internaros, pues allí tiene el Hospital abundantes encomiendas, castillos y prioratos.
Frey
Estevão ha sido informado y estará siempre sobre aviso y ojo avizor.

Saldréis de Villafranca para dirigiros, por la garganta del río Valcarce, hacia un profundo valle en el que abundan los chopos y los castaños y en el que encontraréis pequeñas aldeas, fortines y algún que otro hospital de peregrinos regentado por cluniacenses. Disfrutad de estas hermosas tierras porque el final del tranco será harto fatigoso. Entraréis en Galicia ascendiendo con esfuerzo el monte
Cebruarius
[18]
, o
Mons Februari
, como le llama Aymeric Picaud en el
Codex Calixtinus
. Mi principal recuerdo de aquel lugar, además del incómodo refugio que nos ofreció la pequeña iglesia de Santa María la Real, es el de un viento frío que nos helaba los huesos mientras cruzábamos unos bosques centenarios de carpazos y avellanos, bosques en los que se escuchaba el aullido de los lobos y se adivinaban las sombras fugaces de los osos y los jabalíes. Tú, que estabas con destemplanza y calentura desde poco después de salir de Las Médulas, empeorabas día a día y yo no veía la hora de llegar a algún lugar en el que pudieras descansar y curarte. Temerosos de ser alcanzados en cualquier momento por los
milites Templi
, atravesábamos en la oscuridad de la noche numerosas aldeas de pallozas acompañados por el ladrido de los perros.

Dejad atrás Liñares —donde se cultiva el lino cuya flor azul se mece con el viento—, Hospital da Condesa (Doña Egilo, hermana del conde Gatón), Poio, Fonfría, Biduedo… Y, por fin, se irá abriendo ante vosotros el hermoso valle de Triacastela, cuya villa del mismo nombre queda oculta tras los frondosos castañares y los altos chopos que bordean el río Sartalla. En ella encontraréis un hospital para peregrinos, el de San Pedro, en el que podréis reponeros y compartir el hospedaje, el pan salado de centeno y el calor del fuego con otros viajeros como vosotros. Hasta no ha mucho era costumbre jacobea coger en esta villa una piedra de cal para llevarla hasta los hornos de Castañeda, cerca ya de Compostela, y contribuir así a la construcción de la catedral de Santiago. Hoy ya no resulta necesario, pero la Iglesia no debería olvidar nunca la colaboración de los peregrinos en dicha construcción. En Triacastela visitad la iglesia de Santiago y haced caso a los lugareños, que os aconsejarán tomar el camino más corto hasta Sarria, el que pasa por San Xil, pues desviaros hacia el cenobio de Samos os hará perder mucho tiempo y, aunque este antiguo monasterio cluniacense es de imponente factura, aparte de su contemplación no podréis hacer allí gran cosa. Los habitantes de Triacastela, además, no se cansan de repetir, con toda la razón, que el Camino del Apóstol jamás ha pasado por Samos, así que huid de vías espurias y ganad tiempo encaminándoos hacia Sarria por A Balsa, San Xil, Furela, Pintín y Calvor. El camino es estrecho pero despejado y muy apto para disfrutar del extraordinario esplendor que luce aquí la Naturaleza.

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