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Authors: Jude Watson

Rescate peligroso (7 page)

BOOK: Rescate peligroso
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La nave diplomática se introdujo en un espacio estrecho entre otras naves más grandes. Adi se volvió hacia el piloto.

—No sabemos cuánto tiempo estaremos en Belasco, pero es probable que tengamos que marcharnos rápidamente.

—Estaré alerta, esperando su señal.

La rampa de descenso se activó, y Qui-Gon y Adi caminaron hacia sus padawan.

Siri y Obi-Wan estaban frente a ellos con miradas expectantes. Esperaban a que sus Maestros dijeran algo.

Qui-Gon avanzó unos pasos.

—La próxima vez, llámame antes —dijo a Obi-Wan.

Adi habló en voz baja con Siri para que no les oyeran. Cuando era posible, prefería dar las instrucciones a su padawan en privado. Luego se volvió hacia Qui-Gon y Obi-Wan.

—Creo que el primer paso es prevenir a Uta S'orn de que podría estar en peligro —dijo—. Creo que estaréis de acuerdo conmigo en que si Ona Nobis está aquí, será porque Jenna Zan Arbor la ha llamado. El hecho de que Zan Arbor haya elegido el planeta natal de su vieja amiga no puede ser una coincidencia. Seguro que está planeando ponerse en contacto con Uta S'orn.

—No tenemos pruebas que ofrecer a la senadora S'orn, sólo sospechas —dijo Qui-Gon—. Pero le debemos por lo menos eso.

—Hemos averiguado que, debido a sus años de servicio, le han concedido una casa en palacio, en los viejos territorios reales —les contó Obi-Wan.

Qui-Gon asintió.

—Vayamos allí. Pero antes, ¿dónde está Astri?

—Estaba nerviosa por el hecho de verte —dijo Obi-Wan—. Se siente culpable porque piensa que nos puso a Siri y a mí en peligro.

Qui-Gon miró a su alrededor. Entre las hordas de gente que había en la plataforma de aterrizaje vio a Astri junto a la zona de facturación de salidas. Una larga cola de belascanos se alineaba alrededor de ella.

Se acercó. Astri parecía más delgada y musculosa, y la cabeza rapada le daba un aspecto violento. No parecía la chica bonita y dulce que él conocía. Pero sus ojos tenían la misma claridad y honradez. Y ahora estaban repletos de inquietud.

—Lo siento muchísimo —dijo ella—. No pensé que Obi-Wan me seguiría. Y no podía pedir más ayuda a los Jedi. Ya habéis hecho tanto por mí...

—Y lo hicimos con muchísimo gusto —dijo Qui-Gon—. Y la decisión de Obi-Wan fue decisión de Obi-Wan. Pero estoy preocupado, Astri. Didi se está recuperando rápidamente. Encontrará nuevos inversores para un nuevo negocio. Y eso lo sabes. ¿Por qué sigues persiguiendo a Ona Nobis? No creo que sea por la recompensa.

La mirada cálida de la chica se tornó fría.

—Le disparó como si no fuera nadie, un mero obstáculo en su camino.

—Sí. No siente nada por los seres vivos. Pero la venganza nos hace descuidados —dijo Qui-Gon—. Déjanos a Ona Nobis a nosotros.

Ella negó obstinadamente con la cabeza.

—No puedo.

Irritado, Qui-Gon guardó silencio. No podía controlar el comportamiento de Astri. Era una distracción para la misión, pero no podía permitir que fuera sola. Él era demasiado amigo de su padre, y ella le preocupaba demasiado como para dejarla adentrarse sola en el peligro.

Qui-Gon suspiro.

—No tengo derecho a decirte lo que has de hacer.

—En eso estamos de acuerdo —dijo Astri sonriendo.

—Pero tengo derecho a pedirte algo —añadió Qui-Gon.

Ella le miró cautelosa.

—Quédate con nosotros de momento. Ona Nobis está en Belasco. O la encontramos o ella nos encontrará. Aprenderás más a nuestro lado que sola.

Astri, indecisa, asintió.

—De acuerdo. Gracias.

—Si insistes en tu actitud, no podré protegerte —le advirtió Qui-Gon—. Pero al menos me gustaría que estuvieras cerca.

Obi-Wan se acercó.

—Adi está sintiendo una perturbación en la Fuerza.

Qui-Gon ocultó su preocupación. No había sentido nada.

—Está bien —dijo rápidamente—. Vamos, Astri.

—¿Y mis amigos? —preguntó Astri.

Obi-Wan echó un vistazo. Vio a Cholly, Weez y Tup a poca distancia, intentando pasar desapercibidos.

Qui-Gon frunció el ceño.

—Después de pasarte años desaprobando las amistades de tu padre, ¿ahora eres tú la que sales con delincuentes?

Astri elevó la comisura del labio.

—No son lo suficientemente competentes como para ser delincuentes. Y ya les estoy cogiendo cariño.

Con un suspiro, Qui-Gon indicó a Cholly, Weez y Tup que se acercaran. El trío avanzó inquieto.

— Parece que no podemos librarnos de vosotros —les dijo Obi-Wan.

—Nuestra política suele ser la de huir de los problemas —le dijo Cholly—. Así que no te preocupes.

El grupo se dirigió hacia Astri y Siri.

—Algo va mal, Qui-Gon —le dijo Adi en voz baja—. Siento desesperación y miedo cercanos. Mira el mostrador de facturación.

La mirada de Qui-Gon recorrió a los belascanos que hacían cola. Ahora que Adi le había alertado, sintió lo que debía haber percibido hacía mucho tiempo: una agitada perturbación en la Fuerza. Pero no necesitaba la Fuerza para notar el miedo en los rostros de los belascanos.

—Tienes razón —dijo—. Y esta plataforma de aterrizaje está más repleta de lo normal.

—Y parece que todos se van, no que llegan —observó Siri.

—Adentrémonos unas cuantas manzanas en la ciudad —sugirió Adi—. Quizá averigüemos lo que pasa.

Cogieron el turboascensor para bajar desde la plataforma de aterrizaje principal a las calles de la ciudad.

—No hemos tenido mucho tiempo para investigar sobre Belasco —dijo Adi—. Esto es lo que sabemos. Es un planeta próspero con un rígido sistema de clases. El planeta estuvo gobernado en un tiempo por una familia real, pero ahora tienen líderes electos, que a su vez eligen a su propio Consejo. Los senadores gozan de gran admiración.

—Y Uta S'orn es una de las favoritas de Min K'ate, el actual líder —dijo Obi-Wan.

—Mirad —señaló Qui-Gon—. Hay clínicas instaladas en casi cada esquina. Parecen temporales. Puede que una epidemia repentina haya afectado a la población. No hay mucha gente por la calle.

Un belascano anciano estaba sentado en el escalón de su portal, con las manos colgando entre las rodillas y la mirada perdida. Llevaba el distintivo y elaborado turbante de los belascanos, pero los dos extremos le colgaban por los hombros como si de repente hubiera perdido interés en ponérselo. Adi se acercó.

—Disculpe que le moleste —le dijo amablemente—. Acabamos de llegar a su planeta. Sentimos que algo va terriblemente mal.

—Terriblemente mal —el atractivo anciano les dirigió una mirada perdida—. ¿No lo habéis oído? Nuestro suministro de agua está contaminado.

—No lo sabíamos. Su suministro de agua procede del Gran Mar, ¿no es cierto? —preguntó Adi.

Él asintió,

—Pasa por los depósitos desalinizadores, y así obtenemos el agua para el consumo. Cada siete años nos invade una bacteria natural. Para eso estamos preparados. Sabemos cómo contenerla, así que almacenamos agua mientras los científicos la controlan. Este año no han podido hacerlo. La bacteria se ha multiplicado y se ha expandido, llevándose por delante las vidas de muchos ancianos y niños. Entre ellos, mi nieta.

—Lo siento muchísimo —dijo Adi. Se agachó para acariciar brevemente al anciano en el hombro. A pesar de las frías maneras de Adi, su naturaleza intuitiva le hacía reconocer el sufrimiento.

—No estoy solo —prosiguió el belascano. Su mirada vacía barrió la calle desierta—. Hay muchos afectados en Belasco. Incluso la propia hija del Líder. Casi todos los enfermos son niños o ancianos. El Líder ha instalado puestos médicos en la finca real. Pero cada día que pasa hay más funerales mientras nuestros científicos trabajan para contener la bacteria, nos vamos quedando sin reservas de agua. Y sin tiempo.

Adi se despidió del anciano y se acercó al resto.

—Estas noticias son alarmantes. No puede ser una coincidencia.

—Jenna Zan Arbor tiene que estar detrás de esto —dijo Qui-Gon, sombrío—. Ya lo ha hecho antes, introducir virus o una bacteria en una población para llegar en el último momento y salvarla.

—Mejor vayamos cuanto antes a la finca real —dijo Adi.

Recorrieron a toda prisa las sinuosas calles hasta el palacio, que se alzaba en la colina más elevada de la ciudad. Las puertas estaban abiertas para que todo el mundo pudiera disfrutar de los jardines. Al entrar vieron enormes cúpulas temporales instaladas en las grandes explanadas que rodeaban el vistoso palacio rosado. Los médicos iban rápidamente de una a otra, y, sentados en los bancos, había niños que llevaban túnicas blancas. Sus delgadas caritas pálidas estaban orientadas hacia el sol.

Adi se estremeció.

—Si Zan Arbor es responsable de esto, es un monstruo.

—¿Sería capaz de provocar deliberadamente que todos estos niños enfermaran? —preguntó Siri.

—Me temo que así es —dijo Qui-Gon.

Tup tragó saliva.

—Si hace esto a los niños, imaginaos lo que nos haría a nosotros.

Preguntaron a un médico por el paradero de Uta S'orn y les señaló unos jardines detrás de uno de los Pabellones Clínicos. Encontraron a S'orn sentada en un banco, cuidando a un grupo de niños. En lugar de su acostumbrado turbante enjoyado, llevaba uno de lino blanco y fino. Una niña pequeña de pelo rizado estaba sentada en sus rodillas.

Uta S'orn hablaba a la niña con una sonrisa dibujada en la cara, pero la sonrisa se esfumó cuando vio a los Jedi.

—Qué sorpresa —dijo a Qui-Gon. Miró con desdén a Astri, Cholly, Weez y Tup—. ¿Son éstos sus nuevos amigos?

La niñita se encogió tímidamente en el regazo de Uta S'orn. Qui-Gon se agachó y le sonrió amablemente.

—¿Y tú cómo te llamas?

—Joli K'atel —dijo ella, y añadió con aplomo—: Estoy malita.

—Lo siento mucho. Pero seguro que te pondrás bien.

Ella asintió.

—Eso dice mi papá.

—Entonces así será —dijo Qui-Gon con seriedad.

Uta S'orn se quitó suavemente a la niña del regazo y le dio una palmadita.

—Siéntate con los otros, Joli. Tengo que hablar con esta gente. Por desgracia.

La niñita se alejó, arrastrando la cola de su túnica por el césped. El rostro de Uta S'orn se deformaba por la preocupación mientras la contemplaba.

—Soy ayudante médico voluntario —dijo ella lentamente—. Pensé que podría ayudar. No sabía que me partiría el corazón.

—¿Es la hija del Líder? —preguntó Adi.

—Sí, pero no es más importante que el resto de los niños —dijo Uta S'orn, haciendo un gesto con la mano que abarcó todos los Pabellones Clínicos—. Son nuestro futuro, tenemos que salvarles —se volvió hacia ellos—. ¿Qué queréis? Como podréis ver, estoy ocupada. ¿Qué hacéis aquí? Es como si no pudiera librarme de los Jedi.

—Tenemos razones para creer que Jenna Zan Arbor... —comenzó Qui-Gon

Ella se levantó de inmediato, enfadada.

—Otra vez no. Ya me dijiste lo que pensabas de la que fue mi amiga. Hace tiempo que no sé de ella, y tampoco quiero. No tiene nada que ver conmigo.

—Nosotros pensamos que sí —dijo Adi—. Creemos que está aquí, en Belasco. No sabemos por qué. Podría haber alguna conexión que estamos pasando por alto, alguna razón por la que quisiera ponerse en contacto con usted de nuevo.

—Pues no lo ha hecho —dijo Uta S'orn, impaciente—. Y yo no la recibiré si lo intenta. ¿Entendido?

—Puede que insista —dijo Qui-Gon—. Y puede hacerlo. Ona Nobis también está aquí. Ya ha secuestrado y asesinado para Jenna Zan Arbor con anterioridad.

—Si estáis intentando asustarme, no va a funcionar —dijo Uta S'orn, despectiva—. No tengo tiempo para preocuparme por amenazas fantasmas. Mi planeta se muere. Ahora entiendo que había una razón para regresar.

—Sólo estamos intentando protegerte...

—No es necesario. Aquí estoy segura. Aunque no tengamos rey, la guardia real de androides sigue protegiendo al Líder y a todos los de palacio. Gracias por vuestra preocupación, pero Ona Nobis no podrá cogerme aquí. Y ahora, si me disculpáis, tengo que atender a los niños enfermos.

Uta S'orn se alejó.

—Supongo que tiene razón —dijo Siri, mirando a su alrededor, al ajetreo de los médicos y a los androides de vigilancia, que patrullaban con las carcasas pulidas de oro brillante—. Sería difícil que Ona Nobis la atrapara aquí.

Qui-Gon y Obi-Wan intercambiaron una mirada.

—Me temo, Siri, que, por nuestra experiencia —dijo Qui-Gon—, Ona Nobis puede llegar a cualquier parte.

Capítulo 13

—¿Por qué no dijiste a Uta S'orn que sospechamos que Jenna Zan Arbor ha provocado la epidemia bacteriológica? —preguntó Obi-Wan a Qui-Gon mientras abandonaban el palacio real.

—Porque no tenemos pruebas, sólo sospechas —dijo Qui-Gon—. Ella no nos creería. Ni siquiera cree que Zan Arbor esté aquí.

—Sin embargo, tendrá cuidado, sólo por si acaso —dijo Adi—. A pesar de lo que ha dicho, tiene miedo de Ona Nobis.

—Tenemos que conseguir pruebas —dijo Qui-Gon.

—No lo entiendo —admitió Siri—. No entiendo qué razones podría tener Zan Arbor para venir a Belasco.

—Sabemos que Zan Arbor asesinó al hijo de Uta S'orn. Uta S'orn lo sabe también. Pero Zan Arbor no sabe que Uta lo sabe. Así que para ella sigue siendo su vieja amiga —explicó Adi—. Puede que Zan Arbor haya venido porque S'orn es una poderosa aliada y necesita su ayuda.

—Eso podría ser —dijo Qui-Gon, asintiendo—. Y Zan Arbor siente que sigue necesitando la protección de Ona Nobis también. Sabe que vamos a por ella. Sí, creo que Zan Arbor se pondrá en contacto con Uta S'orn. Tenemos que convencer a S'orn de que Zan Arbor está aquí.

Volvamos a la plataforma de aterrizaje. Si podernos demostrar que Zan Arbor aterrizó en Belasco, quizás Uta S'orn nos escuche. Mientras tanto, aunque Zan Arbor utilice un alias, deberíamos ser capaces de encontrarla.

—¿En qué puedo ayudar? —preguntó Astri.

—El palacio está abierto para todo el mundo —dijo Qui-Gon—. Y esos androides de vigilancia parecen tener una función poco más que ceremonial. Es necesario que alguien se quede para proteger a Uta S'orn. Ona Nobis podría presentarse en cualquier momento.

—Eso podemos hacerlo —dijo Astri, mirando de reojo a Cholly, Weez y Tup.

—No os acerquéis a ella —le advirtió Qui-Gon—. Y recuerda: tu mejor venganza será llevar a Ona Nobis ante la justicia. Y eso lo podemos hacer por ti. Así podrás reclamar tu recompensa.

—¡Me parece un plan excelente! —a Tup se le iluminó la cara.

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