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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantasía

Sendero de Tinieblas (35 page)

BOOK: Sendero de Tinieblas
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Luego, sin ceremonia alguna, Matt cogió la Corona de Diamantes y se la puso sobre la cabeza.

Fue como sí un árbol seco del bosque fuera abatido por un rayo, tan explosiva fue la respuesta. Con el corazón palpitante, Kim oyó que un conmocionado rugido encendía la sala. En aquel atronador sonido distinguió cólera y confusión; se esforzó en detectar un destello de alegría, y creyó que, en efecto, lo detectaba. Pero su mirada se había clavado impulsivamente en Kaen en el mismo momento en que Matt se había apoderado de la Corona.

Kaen tenía la boca crispada en una seca y cáustica sonrisa, inexpresiva, casi divertida.

Pero los ojos lo habían traicionado, pues Kim había podido leer en ellos, aunque sólo por breves momentos, una amenazadora y perversa maldad. Leyó en ellos un deseo de matar, que se clavó en su corazón como un cuchillo.

Impotente, prisionera, con un miedo que le desgarraba el espíritu como un ave de presa, Kim fijó su mirada en Matt y sintió que su precipitado corazón se tranquilizaba.

Incluso con aquella Corona de miles de diamantes brillando sobre su cabeza, Matt irradiaba todavía una seguridad reconfortante y tranquila, una calma inagotable.

Levantó una mano y esperó a que se hiciera el silencio. Cuando lo hubo conseguido, dijo:

-Calor Diman nunca abandona a sus reyes.

Nada más, y ni siquiera lo dijo con una voz demasiado alta, pero las excelentes condiciones acústicas de la cámara llevaron el eco de sus palabras hasta los rincones más alejados del Salón de Seithr. Cuando el eco se hubo desvanecido, de nuevo reinó el más absoluto silencio.

Entonces avanzaron de ambos lados del estrado unos quince o veinte enanos. Todos iban vestidos de negro y todos llevaban en el tercer dedo de la mano derecha un anillo de diamantes que brillaba como blanco fuego. Ninguno de ellos era joven, pero los dos que encabezaban ambas filas eran con mucho los más ancianos. Con barbas blancas y apoyándose en un bastón, se detuvieron y dejaron pasar a los demás, que ocuparon asientos de piedra a ambos lados del estrado.

-La Asamblea de Enanos -susurró Loren-. Ellos juzgarán entre Kaen y Matt. Uno de los que lleva bastón se llama Miach, el presidente de la Asamblea.

-¿Qué es lo que van a juzgar? -murmuró Kim llena de temor.

-El duelo de palabras -susurró Loren no demasiado esperanzado—. Un duelo como el que perdió Matt hace cuarenta años, cuando la Asamblea juzgó a favor de Kaen y votó continuar la búsqueda de la Caldera…

-¡Silencio! -siseó el mismo guardia de antes, que enfatizó la orden estrujando de forma poco amable el brazo de Loren.

Manto de Plata se volvió con celeridad y miró al guardia con tal expresión que el enano retrocedió palideciendo.

-Yo… Me ordenaron que te hiciera guardar silencio -tartamudeó.

-No tengo la más mínima intención de hablar demasiado -dijo Loren-. Pero si vuelves a ponerme la mano encima, te rransformaré en una geiala y te comeré asado. ¡Sólo voy a advertirte una vez!

Volvió a mirar el estrado, con rostro impasible. Era un farol, ni más ni menos; Kim lo sabía, pero también se dio cuenta de que ninguno de los enanos, ni siquiera Kaen, podía saber lo que había sucedido en Cader Sedat con los poderes del mago.

Miach había avanzado unos pasos, mientras su bastón producía sobre la piedra un golpeteo que resonaba en medio del silencio. Se situó frente a Kaen y Matt, un poco hacia un lado. Después de inclinarse ante los dos con igual solemnidad, se volvió dirigiéndose a los reunidos enanos.

-Hijas e hijos de Calor Diman: con seguridad habréis oído hablar de lo que nos ha reunido en el Salón de Seithr. Matt, que en otro tiempo fue rey bajo Benir Lók, ha regresado y ha convencido a la Asamblea de que es quien reclama ser. Así es, pese a que han pasado cuarenta años. Ahora lleva un segundo nombre, Soren, que recuerda la pérdida de un ojo en una guerra muy lejos de nuestras montañas. Una guerra -añadió despacio Miach- en la que los enanos no tenían por qué participar.

Kim se estremeció. Por el rabillo del ojo vio que Loren se mordía con consternación el labio inferior.

Miach continuó hablando con el mismo tono jocoso.

-Sea como sea, lo cierto es que Matt está aquí de nuevo, y anoche, ante la convocada Asamblea, desafió a Kaen, que nos ha gobernado durante estos cuarenta años…, gobernado, pero sólo con el apoyo y la tolerancia de la Asamblea de Enanos, y no como verdadero rey, pues nunca ha labrado un cristal para el lago ni ha pasado una noche de plenilunio junto a sus orillas.

Sus palabras fueron recibidas con una tenue ola de murmullos. A Kaen íe correspondía mostrar alguna reacción. Su expresión de atenta deferencia no cambió pero Kim, al observarlo, vio que apretaba en un puño la mano que tenía sobre la mesa. Poco después, pareció como si deviniera consciente de esa reacción, y abrió otra vez la mano.

-Sea como sea -dijo Miach por segunda vez-, habéis sido convocados para que escuchéis y la Asamblea ha sido convocada para que juzgue el duelo de palabras según nuestra vieja costumbre, que no hemos practicado en cuarenta años, desde la ocasión en que estos dos comparecieron ante vosotros. Por la misericordia con que el Tejedor ha sostenido mi hilo, he vivido lo suficiente para afirmar que aquí se está revelando un dibujo con una simetría que es testimonio de destinos entretejidos.

Hizo una pausa. Luego, mirando con fijeza a Kim, con gran sorpresa de ella, añadió:

-Tenemos con nosotros a dos personas que no pertenecen a nuestro pueblo. Las noticias llegan con retraso hasta nuestras montañas, y con más retraso aún las atraviesan, pero los enanos conocen perfectamente a Loren Manto de Plata, el mago, cuya fuente fue en otro tiempo nuestro rey. Y Matt Sóren ha dicho que la mujer es la vidente del soberano rey de Brennin. También ha prometido con su vida que ambos respetarán nuestras leyes aquí junto al lago de Cristal, que no ejercerán los poderes mágicos que sabemos poseen y que aceptarán el juicio, sea cual sea, de la Asamblea de Enanos. Así lo ha afirmado Matt Sóren. Ahora yo les pido a ellos que corroboren sus palabras y juren por lo que consideren más sagrado que lo que ha dicho Matt es cierto. En justa correspondencia, yo les ofrezco la seguridad de la Asamblea de Enanos, a lo cual ha accedido Kaen -mejor dicho, fue idea suya-, de que serán conducidos sanos y salvos fuera del reino si así lo precisan, después de que haya sido juzgado el duelo de palabras.

Serpiente mentirosa, pensó con furia Kim, mirando la suave y seria expresión de Kaen.

Ocultó su ira, pero se metió en el bolsillo la mano despojada del anillo, y escuchó cómo Loren, levantándose de su asiento, decía:

-En nombre de Seithr, el más grande de los reyes de los enanos, que murió por la causa de la Luz, combatiendo contra Rakoth Maugrim y contra las legiones de la Oscuridad, juro que cumpliré todo lo que has dicho.

Luego se sento.

Otro rumor, sordo pero inconfundible, se extendió por el salón. ¡Encaja eso!, pensó Kim mientras a su vez se levantaba. Sintió en su interior a Ysanne, dos almas gemelas bajo dos montañas gemelas, y habló con la voz de una vidente, que se extendió rotunda y firme a través del vasto recinto.

-En nombre de los paraikos de Khath Meigol, las criaturas más bondadosas del Tejedor, en nombre de los gigantes, que no son fantasmas, sino que viven y en estos momentos están limpiando Eridu, reuniendo a los muertos victimas de la lluvia mortal desencadenada por la Caldera, juro que cumpliré todo lo que has dicho.

Ahora se levantó algo más que un simple murmullo: una cascada de sonido.

-¡Eso es mentira! -gritó un enano anciano desde lo más alto del salón-. La Caldera que encontramos produce vida, no muerte.

Kim vio que Matt la miraba. Le hizo un ligero gesto y ella permaneció callada.

Miach impuso de nuevo silencio con un ademán.

-La Asamblea de Enanos decidirá si es verdad o mentira -dijo-. Es hora de que empiece el desafío. Todos los aquí reunidos conocéis las leyes del duelo de palabras.

Kaen, que nos gobierna ahora, hablará en primer lugar, como hizo Matt hace cuarenta años cuando era él quien nos gobernaba. Se dirigirá a vosotros, no a la Asamblea.

Vosotros que estáis aquí reunidos tenéis que ser como un muro de piedra en el que reboten las palabras para que nosotros las recibamos. El silencio es vuestra única ley, y en el peso de ese silencio, en su forma, en su entretejida textura, la Asamblea de Enanos encontrará la guía para el juicio que hemos de emitir entre estos dos.

Hizo otra pausa.

-Sólo me resta expresar un ruego. Como nadie más ha conocido una noche de plenilunio junto a Calor Diman, en consecuencia hoy le corresponde todavía a Matt Sóren el derecho a llevar la Corona de Diamantes. Así pues, en nombre de la justicia, le rogaría que se la quitase durante el duelo de palabras.

Se volvió, y los ojos de Kim, junto con todos los de la sala, se fijaron en Matt, para descubrir que, después de haber llevado a cabo aquel gesto inicial, enseguida había vuelto a poner la Corona sobre la mesa de piedra, entre él y Kaen. Oh, qué inteligente, pensó Kim esforzándose por reprimir una sonrisa. Oh, qué inteligente es mi querido amigo. Matt hizo un grave gesto de asentimiento a Miach, que se inclinó en señal de respuesta.

Volviéndose a Kaen, Miach dijo lacónicamente:

-Puedes empezar.

Apoyado en su bastón, caminó arrastrando los pies hasta su asiento entre los otros consejeros de la Asamblea de Enanos. Kim vio que la mano de Kaen se había vuelto a cerrar en un puño al darse cuenta de la anticipación de Matt al ruego de Miach.

«Está desconcertado», pensó. Matt tenía sus propios métodos para guardar el equilibrio. Sintió una ligera ráfaga de esperanza y confianza.

Entonces Kaen, que no había pronunciado palabra hasta aquel momento, comenzó el duelo y, mientras lo hacía, todas las esperanzas de Kim se desvanecieron como si fueran retazos de nubes desgarradas por los vientos de la montaña.

Había creído que Gorlaes, el canciller de Brennin, era un orador de voz profunda y meliflua; al principio incluso había temido su poder de persuasión. Había oído hablar a Diarmuid dan Ailell en el Gran Salón de Paras Derval y recordaba muy bien el poder de sus ligeras, sarcásticas y certeras palabras. Había oído también a Na-Brendel pronunciar un discurso que iba hasta los límites mismos de la música y aun más allá. Y en su interior, grabado en la mente y en el corazón, guardaba el sonido de la voz de Arturo Pendragon que hablaba para dar órdenes y para dar aliento, pues en él ambas cosas eran una sola.

Pero en el Salón de Seithr, en el interior de Banir Lók, aquel día aprendió cómo las palabras podían ser manejadas, llevadas a una rutilante y gloriosa cumbre, convertidas en diamantes, y todo ello en servicio de la maldad, de la Oscuridad.

Kaen hablaba, y ella oía que su voz ascendía majestuosamente con la pasión de una denuncia; oía que se deslizaba como un ave de presa para susurrar una insinuación u ofrecer una verdad a medias, que sonaba, incluso para ella, como la urdimbre y el tejido del mismísimo Telar; oía que se remontaba con afirmaciones plenas de confianza en el futuro y luego se transformaba en una afilada espada que hacía jirones el honor del enano que estaba frente a él, que había osado regresar y enfrentarse por segunda vez con Kaen.

Con la boca seca por el miedo, Kim vio que las manos de Kaen -sus largas y hermosas manos de artista- se alzaban y descendían mientras hablaba. Vio que extendía los brazos de pronto en un gesto de súplica, de transparente honestidad. Vio que una mano se lanzaba con brusquedad para subrayar una pregunta y a continuación se desmoronaba, abierta, mientras decía lo que él juzgaba -y que hacía que los demás creyeran- la única posible respuesta. Vio que apuntaba con el dedo temblando de indisimulada y abrumadora rabia al enano que había regresado, y le pareció -a ella y a todos los reunidos en el Salón de Seithr- que aquella mano acusadora era la de un dios, y era para todos sorprendente que Matt Sóren tuviera aún la temeridad de permanecer quieto ante ella, en lugar de caer de rodillas y pedir una compasiva muerte que en absoluto merecía.

En el peso del silencio, había dicho Miach, en su forma y textura, la Asamblea de Enanos encontraría la guía. Mientras Kaen hablaba, la quietud del Salón de Seithr era algo palpable. Tenía forma, peso y una perceptible textura. Incluso Kim, que no estaba acostumbrada a leer tan sutil mensaje, podía darse cuenta de que los silenciosos enanos estaban respondiendo a Kaen, le estaban devolviendo sus palabras: eran un coro de miles de receptores sin voz.

En aquella respuesta había respeto y sentimiento de culpabilidad, por el hecho de que Kaen, que se había sacrificado durante tanto tiempo al servicio de su pueblo, se viera obligado de nuevo a defenderse a sí mismo y a sus acciones. Además de esas dos cosas -además del respeto y el sentimiento de culpabilidad-, había también una humilde y agradecida conformidad con la exactitud y claridad de todo lo que Kaen decía.

Kaen dio un paso adelante y con ese simple movimiento pareció que se había colocado entre ellos, que era uno de ellos, que hablaba directa e íntimamente a cada uno de los oyentes del Salón.

-Quizás pueda parecer -añadió- que el enano que está junto a mi ve más con su único ojo que cualquiera de los que estamos en el Salón. Permitidme que os recuerde algo, algo que debo decir antes de acabar, pues me pide a gritos en mi interior que lo manifieste.

Hace cuarenta años, Matt, el hermana-hijo de March, rey de los enanos, dibujó un cristal para Calor Diman una noche de plenilunio: fue un acto de valor por el que lo honré. La noche que siguió al plenilunio, durmió junto a las orillas del lago, como deben hacer todos los que van a ser reyes: un acto de valor por el que lo honré.

Hizo una pausa.

-Pero ya no lo honro -añadió en medio del silencío-. No lo honro desde que llevó a cabo hace cuarenta años otra acción, un acto de cobardía que borró para siempre la memoria de su valor. Permitidme que os lo recuerde, pueblo de las montañas gemelas. Permitidme que os recuerde el día en que cogió el Cetro que está aquí a nuestro lado y lo arrojó contra el suelo. ¡El Cetro de Diamante tratado como si fuera un bastón de madera!

Permitidme que os recuerde el día en que rechazó la Corona que ahora reclama con tanta arrogancia -¡después de cuarenta años!- como si fuera una chuchería que ya no le produjera placer alguno. Y permítidme que os recuerde -la voz se hizo más profunda, cargada con una tristeza que llegaba hasta la médula- que, después de hacer eso, Matt, rey bajo Banir Lolk, nos abandonó.

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