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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantasía

Sendero de Tinieblas (36 page)

BOOK: Sendero de Tinieblas
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Kaen dejó que el severo silencio se prolongara, dejó que asimilara todo el peso del duro reproche; luego añadió con tono apacible:

-Hace cuarenta años fue él quien escogió el duelo de palabras. Someter a la Asamblea de Enanos la cuestión de la Caldera de Kharh Meigol fue decisión suya. Nadie forzó su mano, nadie hubiera podido hacerlo. Era el rey bajo las montañas. No gobernaba como yo me he afanado por hacer, con consenso y consejo, sino de forma absoluta, puesto que llevaba la Corona y estaba íntimamente unido al lago de Cristal. Y por resentimiento, por rencor, por petulancia, cuando la Asamblea de Enanos me honró al convenir en que la Caldera que yo buscaba era una demanda digna de los enanos, el rey Matt nos abandonó.

Había en su voz la pena, el dolor del que, en aquelíos días lejanos, había sido privado de la guía y el apoyo necesarios.

-Nos dejó para que nos las arregláramos lo mejor que pudiéramos sin él. Sin el vinculo del rey del Lago, vínculo que había sido siempre el latido del corazón de los enanos.

Durante cuarenta años yo he permanecido aquí, con mi hermano Blód, arreglándomelas, con la ayuda de la Asamblea de Enanos, lo mejor que he podido. Durante cuarenta años, Matt ha permanecido lejos, buscando la fama y la satisfacción de sus propios deseos en el anchuroso mundo que se extiende al otro lado de las montañas. Y ahora, ahora, después de tantos años, ha tenido que regresar. Ahora, porque le conviene a él -a su vanidad, a su orgullo-, ha tenido que regresar y reclamar la Corona y el Cetro que con tanto desdén arrojó.

Dio otro paso al frente. De su boca a los oídos de los corazones de los oyentes.

-¡No se lo permitáis, hijos de Calor Diman! Hace cuarenta años, decidisteis que la búsqueda de la Caldera, la Caldera de la Vida, era una tarea digna de nosotros. Todos estos años me he esforzado en serviros, siguiendo la decisión que la Asamblea de Enanos tomó aquel día. ¡No me deis ahora la espalda!

Muy despacio, bajó las manos que tenía extendidas y dio por terminado el discurso.

Allá arriba, sobre el tenso y completo silencio, los pájaros de diamante volaban en círculo y resplandecían.

Con el pecho rígido por la tensión y el temor, la mirada de Kim, junto con la de todos los reunidos en el Salón de Seithr, se clavó en Matt Sóren, en el amigo cuyas palabras, desde el primer momento en que se conocieron, habían sido tan parcas y mesuradas; cuyas fuerzas eran una mezcla de estoicismo, capacidad de observación y una prudencia insondable y silenciosa. Las palabras nunca habían sido las herramientas de Matt: ni ahora, ni hacía cuarenta años, cuando por desgracia había perdido el duelo de palabras con Kaen, y al perderlo había renunciado a la Corona.

Podía hacerse una idea aproximada de lo que había sucedido aquel día: el joven y orgulloso rey, unido íntimamente con el lago de Cristal, inflamado por la visión de la Luz, lleno de odio contra la Oscuridad tanto como lo estaba ahora. Con la mirada interior de vidente podía pintarse la escena: la cólera, la angustiada impresión de rechazo que había generado en él la victoria de Kaen. Podía ver cómo arrojaba la Corona. Y sabía perfectamente que se había equivocado al hacerlo.

En aquel momento se acordó de Arturo Pendragon: otro joven rey que, apenas conseguida la Corona, se había enterado de la existencia del hijo -incestuosa semilla de sus entrañas- que estaba destinado a destruir todo lo que él creara. Y así, en un vano intento de impedirlo, había ordenado matar a muchos nínos.

Lloraba por los pecados de los hombres buenos.

Por los pecados y por la forma en que la lanzadera los hacía volver al Telar. De la misma manera en que Matt había regresado otra vez a sus montañas, al Salón de Seithr, para comparecer junto a Kaen ante la Asamblea de Enanos.

Mientras rezaba por él, por todos los vivos que iban en pos de la Luz, con completa conciencia de todas las cosas que estaban en juego en aquel lugar, Kim sintió que el hechizo de la última súplica de Kaen se dilataba por todo el Salón, y se preguntó dónde podría Matt encontrar algún recurso para contrarrestar lo que Kaen había conseguido.

Poco después halló la respuesta. Todos la hallaron.

-No hemos oído nada -dijo Matt Sóren-, nada en absoluto acerca de Rakoth Maugrim.

Nada en absoluto acerca de la guerra. Acerca de la maldad. Acerca de los amigos vendidos a la Oscuridad. Kaen no ha dicho nada del centinela de piedra de Eridu hecho pedazos. Ni de la Caldera entregada a Maugrim. Seithr lloraría y nos maldeciría con sus lágrimas.

Palabras directas, cortantes, prosaicas, sencillas. Frías y contundentes se extendieron como el viento por todo el Salón, arrastrando las nieblas de la elocuente retórica de Kaen.

Con las manos en las caderas y las piernas abiertas, como anclado en la piedra, Matt no trataba de ganarse o seducir al auditorio. Lo desafiaba. Y lo escuchaban.

-Hace cuarenta años cometí un error que no dejaré de lamentar el resto de mis días.

Recién coronado, inexperto, ignorante, busqué la aprobación de lo que yo creía correcto en un duelo de palabras ante la Asamblea de Enanos en este mismo Salón. Me equivoqué al hacer tal cosa. Un rey, cuando ve muy claro cuál es su deber, tiene que actuar, para que su pueblo pueda seguirlo. Tendría que haber visto claro cuál era mi deber, y lo habría visto si hubiera sido lo suficientemente fuerte. Kaen y Blód, que habían desafiado mis órdenes, tendrían que haber sido conducidos al Peñón del Traidor sobre Banir Tal y ajusticiados. Me equivoqué. No era lo suficientemente fuerte. Acepto, como un rey debe aceptar, la parte de responsabilidad que me corresponde en las maldades cometidas desde entonces. Maldades en verdad muy grandes -añadió con una voz que no parecía dispuesta a transigir con el contenido de las palabras-. ¿Quién entre vosotros, a menos que esté hechizado o aterrorizado, puede aceptar lo que hemos cometido? ¡Qué bajo hemos caído los enanos! ¿Quién entre vosotros puede aceptar que haya sido roto el centinela de piedra? ¿Que Rakoth haya sido liberado? ¿Que se le haya entregado la Caldera? Y ahora ya es hora de que hable de la Caldera.

La transición de un tema a otro fue torpe, desmañada; pero Matt no parecía preocuparse por tales detalles.

-Antes de que empezara el duelo de palabras -dijo-, la vidente de Brennin se refirió a la Caldera como un objeto de muerte, y uno de vosotros (te recuerdo, Edrig; siempre fuiste un hombre prudente mientras reiné en estos lares, y no recuerdo haber hallado nunca en tu corazón maldad alguna) llamó mentirosa a la vidente y dijo que la Caldera era un objeto de vida.

Cruzó los brazos delante de su poderoso pecho y continuó:

-No es cierto. Quizás lo fue en otro tiempo, cuando fue forjada en Khath Meigol, pero ya no lo es, y mucho menos en poder del Desenmarañador. Usó la Caldera que le entregaron los enanos para fabricar el invierno que acaba de finalizar, y después, dolor le cuesta a mí lengua decirlo, para causar la lluvia mortal que cayó sobre Eridu.

-Eso es mentira -dijo Kaen en tono terminante.

Se levantó un murmullo de sorpresa, pero Kaen pareció no darse cuenta y continuó:

-No debes decir ni una sola mentira en el duelo de palabras. Lo sabes muy bien.

Reclamo el derecho de réplica puesto que has infringido las normas. La Caldera resucita a los muertos. No mata. Todos los aquí presentes sabemos que es así.

-¿De verdad lo sabemos? -gruñó Matt Sóren volviéndose hacia Kaen con tan fiera expresión que el otro retrocedió-. ¿Te atreves a hablar para decir que soy yo el que miente? ¡Entonces, óyeme bien! ¡Oidme todos y cada uno de vosotros! ¿Acaso no vino un mago de Brennin, de perversa sabiduría y oculta ciencia? ¿No entró en estos salones Metran de los Garantaes para prestar ayuda y consejo a Kaen y Bold?

El silencio fue la respuesta. El silencio del duelo de palabras. Intenso, estático, un silencio que trazaba un círculo en torno a sus preguntas.

-Sabed que cuando la Caldera fue encontrada y librada a Maugrim, se encomendó su custodia a ese mago. Y él la llevó a Cader Sedat, esa isla que no figura en mapa alguno y que Maugrim había convertido en un lugar de muerte ya en los tiempos del Bael Rangat.

En ese impío lugar, Metran usó la Caldera para fabricar el invierno y luego la lluvia. Para hacer tan terribles cosas extrajo su sobrenarural fuerza de mago de una hueste de svarts alfar. Los mataba, extrayéndoles la fuerza de la vida con el poder que tenía, y después utilizaba la Caldera para hacerlos revivir una y otra vez. Eso es ni más ni menos lo que hacía. Y eso es ni más ni menos, hijos de Calor Diman, descendientes de Seithr, mí bien amado pueblo, lo que hacíamos nosotros.

-¡Mentira! -dijo Kaen otra vez, en un tono exento de desesperación-. ¿Cómo podríais saber si es verdad que se la llevó a ese lugar? ¿Cómo hubiera podido cesar la lluvia si eso fuera cierto?

Esta vez no se levantó murmullo alguno, esta vez Matt no se encaró lleno de cólera con el otro. Muy despacio se volvió hacia él y lo miró:

-¿Te gustaría saberlo, verdad? -preguntó con suavidad.

El eco repitió la pregunta; todos la oyeron con toda claridad.

-Te gustaría saber por qué fracasó. Simplemente, nosotros estábamos allí. En compañía de Arturo Pendragon, de Diarmuid de Brennin, y de Pwyll el Dos Veces Nacido, señor del Árbol del Verano, fuimos hasta Cader Sedar, matamos a Metran y rompimos la Caldera. Lo hicimos Loren y yo, Kaen. En la medida en que pudimos compensamos en ese lugar la maldad llevada a cabo por un mago y la maldad llevada a cabo por los enanos.

Kaen abrió la boca, pero volvió a cerrarla.

-No me crees -siguió diciendo Matt en tono inexorable y despiadado-. No quieres creer que tus esperanzas y planes hayan fracasado de forma tan terrible. ¡No me creas, si no quieres! ¡Pero tendrás que creer lo que vean tus ojos!

Metió la mano en el bolsillo y sacó algo negro que arrojó sobre la mesa de piedra entre el Cetro y la Corona. Kaen se inclinó para ver lo que era y un involuntario grito se escapó de su garganta.

-¡Bien puedes gemir! -exclamó Matt con una voz similar a la que se usa en el final de un juicio-. Aunque en realidad estás compadeciéndote de ti mismo y no de tu pueblo al ver que un fragmento de la destrozada Caldera regresa a estas montañas.

Le dio la espalda para encararse con el Salón bajo cuya bóveda giraban sin cesar los pájaros de diamante.

El tono de su parlamento volvía a ser rudo y torpe, pero seguía sin parecer darse cuenta de tales detalles.

-Enanos -continuó Matt-, no pretendo que reconozcáis mi inocencia. Obré mal, pero he rectificado mí conducta lo mejor que he podido. Y continuaré haciéndolo de aquí en adelante hasta el día de mi muerte. Soportaré la carga de mis propios errores y también cargaré con el peso de los vuestros en la medida en que pueda. Así debe hacerlo un rey, y yo soy vuestro rey.

He regresado para conduciros de nuevo a las filas de la Luz a las que pertenecen los enanos, a las que siempre hemos pertenecido. ¿Me lo permitiréis?

Silencio. No cabía otra respuesta.

Respirando con dificultad, Kim se esforzaba con todos sus torpes instintos por aprehender la medida de ese silencio.

La forma del silencio era cortante; estaba preñado de innombrables temores e informes miedos; estaba tupida e intrincadamente entretejido con innumerables preguntas y dudas.

Y había algo más; sabia que había algo más, pero no podía discernir de qué se trataba.

En cualquier caso, el silencio fue roto.

-¡Basta ya! -gritó Kaen, y hasta la misma Kim comprendió hasta qué punto su grito había transgredido las leyes del duelo de palabras.

Kaen exhaló tres agudos y rápidos suspiros para calmarse y autocontrolarse. Luego, avanzando un poco, dijo:

-Esto es ya algo más que un duelo, y por eso debo desviarme del curso normal de un auténtico desafío. Matt Sóren pretende no sólo reclamar una Corona, que rechazó cuando prefirió ser un sirviente en Brennin en vez de gobemar en Banir Lék, sino que además invita a la Asamblea -mejor dicho le ordena, si tenemos que hacer caso a su tono y no sólo a sus palabras- a que adopte una nueva línea de acción sin ni siquiera pensarlo.

Parecía que su confianza iba en aumento a medida que hablaba, entretejiendo un fino tapiz de persuasivos tonos.

-Yo no hice referencia a ese asunto cuando hablé, porque en mi inocencia no soñé siquiera que Matt pretendiera tanto. Pero él lo ha hecho, y por eso debo hablar de nuevo y pediros antes disculpas por esta violenta transgresión. Matt Sóren llega aquí en los últimos días de la guerra para ordenarnos que unamos nuestro ejército al del rey de Brennin. Ha usado otras palabras, pero en rigor es eso lo que quiere decir. Olvida algo.

Creo que lo olvida a sabiendas, pero nosotros, que pagaremos el precio de esa omisión, no podemos ser tan descuidados.

Kaen hizo una pausa y escrutó el Salón largo rato para asegurarse de que los tenía a todos de su lado. Luego, con aire grave, añadió:

-¡El ejército de los enanos no está aquí! Mi hermano lo ha llevado a la guerra, lejos de estos lares, más allá de las montañas. Le prometimos ayuda al señor de Starkadh a cambio de la ayuda que le pedimos en la búsqueda de la Caldera, ayuda que nos fue dada libremente y que aceptamos. No os avergonzaré a vosotros ni a la memoria de nuestros antepasados hablándoos del honor de los enanos. De lo que puede suponer haber recibido ayuda de él y ahora rehusarle el socorro que le prometimos a cambio. No hablaré de eso. Me referiré sólo a la cosa más clara y más obvia; una cosa que Matt Sóren se ha empeñado en no ver. El ejército se ha marchado. Hemos elegido una línea de actuación. Yo la escogí, y conmigo la Asamblea de Enanos. Tanto el honor como la necesidad nos obligaban a seguir la senda elegida. ¡No podríamos alcanzar a Blod y al ejército a tiempo de hacerles volver, aunque quisiéramos hacer tal cosa!

-¡Sí que podemos! -mintió Kim gritando.

Se había puesto en pie. El guardia que estaba a su lado se adelantó hacia ella, pero se detuvo acobardado ante la paralizadora mirada de Loren.

-Os traje a vuestro verdadero rey desde los confines del mar la pasada noche, gracias al poder que poseo. Y con igual facilidad puedo llevarlo hasta donde está el ejército, si la Asamblea de Enanos me lo pide.

Mentiras, todo mentiras. El Baelrath había desaparecido; por eso mantenía las manos en los bolsillos mientras hablaba. Sólo era una fanfarronada, como lo habían sido las palabras que Loren había dirigido al guardia. Pero había demasiadas cosas en juego y ella no era demasiado hábil para esas cosas, sabia que no lo era. Sin embargo, clavó la mirada en Kaen y no parpadeó: si quería desenmascararía, si quería poner en evidencia que le habían arrebatado el Baelrath, que lo hiciera. Tendría que explicar ante la Asamblea de Enanos cómo lo había hecho, y entonces ¿de qué valdrían todas sus palabras sobre el honor?

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