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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantasía

Sendero de Tinieblas (6 page)

BOOK: Sendero de Tinieblas
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El cabello rubio le brillaba a la luz del sol. Sacudió la cabeza para apartárselo de la cara y volvió a donde estaban los caballos. Sin dejar de caminar, añadió hablando por encima del hombro:

-Vamos. Va a celebrarse esta mañana en Celidon la asamblea de todas las tribus.

Sin esperarlos, montó a caballo y emprendió el galope.

Dave y Torc intercambiaron una mirada; luego montaron los dos sobre el caballo gris y lo siguieron.

Lo alcanzaron a mitad de camino hacia las piedras, porque Levon se había detenido y estaba esperándolos. Se detuvieron junto a él.

-Perdonadme -dijo-. Soy un loco, un loco, un loco.

-Por lo menos lo eres dos veces -le respondió Torc muy serio.

Dave se echó a reír y poco después también Levon se estaba riendo. El hijo de Ivor alzó una mano. Torc le dio una palmada. Ambos miraron a Dave, que sin decir palabra puso su mano derecha sobre las de sus amigos.

El resto del camino lo hicieron los tres juntos.

-¡Que el Tejedor y los resplandecientes hilos del Telar sean alabados! -dijo por tercera vez el venerable Dhira, jefe de la primera tribu.

Estaba empezando a sacar de sus casillas a Dave.

Se encontraban en una sala de Celidon. No era la más grande porque tampoco la asamblea era demasiado numerosa: el aven, vigilante y atento pese al brazo en cabestrillo y a la herida sobre el ojo, parecida a la de Levon; los jefes de las ocho tribus restantes con sus consejeros; Mabon, el duque de Rhoden, acostado en un jergón, sufriendo claramente pero claramente decidido a estar presente; y Ra-Tenniel, el señor de los lios alfar, a quien todos miraban con admiración y respeto.

Dave era consciente de que faltaban muchos, muchos que se habían ido para siempre.

Dos de los jefes, Damach de la segunda tribu y Berlan de la quinta, acababan de acceder a esa dignidad, pues eran respectivamente el hijo y el hermano de dos hombres que habían caído luchando junto al río.

Para sorpresa de Dave, Ivor había delegado en Dhira la presidencia de la asamblea.

Torc le susurró una breve explicación: la primera tribu era la única que jamás viajaba por la Llanura; Celidon era su hogar permanente. Vivían allí, en el centro de la Llanura, recibiendo y enviando mensajes a través de los aubereis de todas las tribus, preservando los archivos de los dalreis, proveyendo a las tribus de chamanes y presidiendo las asambleas en Celidon. Siempre, incluso en presencia del aven. Así se había hecho en tiempos de Revor y así se seguía haciendo ahora.

Inspecciones y balances, pensó Dave. En abstracto era razonable, pero ahora, tras la batalla, le resultaba un tanto difícil soportar la voz temblorosa y el paso vacilante de Dhira.

Había pronunciado un prolijo y divagador discurso, en tono de lamento y también en tono de alabanza, para acabar llamando a Ivor. El padre de Levon se había levantando entonces para relatar, en atención a Ra-Tenniel, la brutal e inverosímil marcha a través de la mitad norte de la Llanura durante una noche y un día, para enfrentarse con las fuerzas de Maugrim junto al río.

Luego había cedido gentilmente la palabra al señor de Baniloth, que relató cómo habían visto cruzar Andarien al ejército de la Oscuridad; cómo habían encendido el cristal de llamada en Atronel para que diera la luz de alarma en Paras Derval; siguió diciendo que habían enviado mensajeros a lomos de los magníficos raithen para que alertaran a los dalreis, y que por fin había conducido en persona su propio ejército para combatir junto al Adein, lejos de su protegido País de las Sombras.

Su voz sonaba como música, aunque en sus notas se leía el dolor. En efecto, habían muerto muchos hombres de Daniloth, y también de la Llanura y de Brennin, porque también los quinientos hombres de Mabon de Rhoden habían peleado con gran valor en la batalla.

Una batalla que parecía irremisiblemente perdida pese a tan pródiga manifestación de coraje, hasta que había sonado un cuerno. Y entonces Dave, que aquí en la Llanura era Davor, se levantó a instancias de Ivor y contó su historia: había oído una voz interior que le recordó que llevaba el cuerno (y en su memoria esa voz era todavía la de Kevin Lame, que le reprochaba su lentitud) y entonces había hecho sonar el Cuerno de Owein con las fuerzas que le restaban.

Todos sabían lo que había sucedido después. Todos habían visto en los cielos las fantasmales figuras de Owein, de los reyes y del niño sobre sus pálidos caballos. Los habían visto precipitarse desde las alturas matando a los cisnes negros de Avaia, a los svarts alfar, a los urgachs, a los lobos de Galadan… y luego, sin pausa ni discriminación, sin misericordia ni tregua, habían empezado a matar a los lios y a los hombres de la Llanura y de Brennin.

Entonces había aparecido una diosa y había gritado:

-¡Rey de los cielos, envaina tu espada!

Después sólo Davor, que había hecho sonar el cuerno, sabia lo que había sucedido antes de la llegada del alba. Contó que se había despertado sobre el túmulo, se había enterado de lo que éste era y había oído cómo Ceinwen le advertía que no podría interceder una segunda vez, si volvía a hacer sonar el Cuerno de Owein.

Acabó su relato y se sentó. Se dio cuenta entonces de que acababa de pronunciar un discurso. En otro tiempo, sólo pensarlo lo hubiera paralizado. Ahora y allí, no. Había demasiadas cosas en juego.

-¡Que el Tejedor y los resplandecientes hilos del Telar sean alabados! -salmodió Dhira elevando sus arrugadas manos a la altura del rostro-. Ante toda esta asamblea declaro que de hoy en adelante será deuda y honor de la primera tribu honrar ese túmulo con toda clase de ritos, para que permanezca siempre cubierto por la yerba y para que…

Dave estaba ya muy harto.

-¿No te parece -lo interrumpió- que si Ceinwen ha podido levantar ese túmulo, también podrá mantener su verdor si es que ése es su deseo?

Hizo una mueca de dolor al sentir la violenta patada que Torc le propinó en la espinilla.

Luego se hizo un breve y violento silencio. Dhira lo miraba fijamente.

-No sé cómo solucionáis esta clase de asuntos en el mundo del que procedes, Davor, y no me arriesgaría a juzgarlo. -Dhira hizo una pausa para que todos entendieran bien sus palabras-. Por eso tampoco te incumbe darnos consejos acerca de una de nuestras diosas.

Dave se sintió enrojecer y estuvo a punto de lanzar una réplica amarga. La detuvo a tiempo haciendo un esfuerzo de voluntad y se sintió recompensado al oír la voz del ayen:

-El la ha visto, Dhira; ha hablado con Ceinwen dos veces y ha recibido de ella un regalo. Tú no, y yo tampoco. Tiene pleno derecho, e incluso más, a hablar.

Dhíra reflexionó un momento y luego asintió.

-De acuerdo -admitió pacíficamente ante la sorpresa de Dave-. Retiro lo que he dicho, Davor. Pero debes saber una cosa: si hablo de cuidar el túmulo, es como señal de respeto y agradecimiento. No pretendo obligar a la diosa a hacer algo, sino reconocer lo que ha hecho. ¿No te parece justo?

Sus palabras hicieron que Dave sintiera mucho haber abierto la boca.

-Perdóname, jefe -se apresuró a decir-. Claro que es justo. Es que estoy nervioso e impaciente…

-¡Y con razón! -gruñó Mabon de Rhoden incorporándose un poco en la camilla-.

Tenemos muchas decisiones que tomar y deberíamos empezar.

Una risa de plata se extendió por toda la habitación.

-Había oído hablar -dijo divertido Ra-Tenniel- de las prisas de los hombres, pero ahora tengo ocasión de comprobarlas.

El tono de tenor de su voz descendió un poco; todos lo escuchaban, hechizados por aquella presencia entre ellos.

-Todos los hombres son impacientes. Así está tejido por la rapidez con que el tiempo transcurre para vosotros y por la brevedad de vuestros hilos en el Telar. En Daniloth acostumbramos decir que eso es a la vez una maldición y una bendición.

-¿Acaso hay momentos en los que no se necesita la rapidez? -preguntó Mabon llanamente.

-Claro -dijo Dhira adelantándose a Ra-Tenniel-, claro que los hay. Pero antes que nada debe haber un momento para entonar un lamento por los muertos, o de otro modo su pérdida queda sin recordar y sin llorar, y…

-No -dijo Ivor.

Una simple palabra, pero todos los presentes captaron en ella una nota de autoridad largo tiempo contenida. El aven se puso en pie.

-No, Dhira -repitió con suavidad; no tenía necesidad de levantar la voz porque todas las miradas se concentraban en él-. Mabon y Davor tienen razón, y no estoy seguro de que nuestro amigo de Baniloth no esté de acuerdo. Ninguno de los hombres que murieron anoche, ninguno de los hermanos y hermanas de los lios que han perdido su canción, yacerán sin ser llorados en el túmulo de Ceinwen. El peligro -continuó diciendo con una voz cada vez más sonora e implacable- es que hayan muerto sin motivo. No debemos permitir que eso suceda mientras vivamos, mientras podamos cabalgar y empuñar las armas. Quizás haya tiempo para lamentos, pero sólo si luchamos por la Luz.

No había nada singularmente atractivo en Ivor, estaba pensando Dave. No junto al resplandor de Ra-Tenniel, junto a la plácida dignidad de Dhira, o incluso junto a la gracia de animal salvaje de Levon. En la habitación había otros muchos hombres impresionantes, con voces más firmes y mirada más autoritaria, pero en Ivor dan Banor ardía un verdadero fuego y estaba tan identificado con el deseo y el amor de su pueblo, que juntos contaban más que cualquiera de aquellas cosas. Dave miró al aven y supo que le seguiría a cualquier sitio adonde le exigiera ir.

Dhira había inclinado la cabeza como abrumado por el peso de aquellas palabras y de su longeva edad.

-Así es, aven -dijo.

Dave se sintió conmovido repentinamente por la debilidad de su voz.

-Que el Tejedor nos permita ver el camino hacia la Luz -siguió diciendo Dhira mientras levantaba la cabeza y miraba a Ivor-. Padre de la Llanura, no me corresponde a mí ocupar este lugar de honor. ¿Permitirás que te ceda el sitio a ti y a tus guerreros y que me siente?

Ivor apretó los labios; Dave sabia que estaba luchando por contener las lágrimas de las que tanto se reía su familia.

-Dhira -dijo el aven-, el lugar de honor es siempre, siempre tuyo. No puedes cedérmelo a mí ni a ningún otro. Dhira, eres el jefe de la primera tribu de los Hijos de la Paz, la tribu de los chamanes, de los maestros, de los sabios. Amigo mío, ¿cómo puedes pedirle a otro que presida el Consejo de la Guerra?

Los rayos del sol entraban por las abiertas ventanas. La afligida pregunta del aven quedó suspendida en la habitación, clara como las motas de polvo acunadas por la luz del sol.

-Pues así es -dijo Dhira por segunda vez.

Avanzó tambaleante hacia una silla vacía que había junto a la camilla de Mabon.

Profundamente conmovido, Dave se disponía a levantarse para ofrecerle el apoyo de su brazo, cuando vio que Ra-Tenniel con gracia etérea se adelantaba para acompañar al anciano jefe hasta el asiento.

Pero cuando el señor de los lios alfar se hubo incorporado, su mirada se dirigió hacia la ventana del lado oeste de la habitación. Permaneció muy quieto un momento con aire concentrado.

-Escuchad. ¡Acaban de llegar!

Dave se estremeció de temor, pero el lios no había hablado con tono alerta y poco después él mismo oyó sonidos que provenían del lado oeste de Celidon; eran gritos de bienvenida.

Ra-Tenniel miró sonriendo a Ivor.

-No creo que los raithen de Daniloth puedan cabalgar nunca entre tu pueblo sin causar sensación.

Los ojos de Ivor brillaban.

-Puedes estar seguro -dijo-. Levon, ¿quieres traer a los jinetes hasta aquí?

Debían de estar muy cerca, porque minutos después Levon regresó trayendo consigo a dos lios alfar, un hombre y una mujer. La habitación se iluminó con su presencia mientras ambos se inclinaban ante su señor.

Sin embargo, apenas llamaron la atención.

Pese a la presencia de los lios alfar, las miradas de todos convergieron en el tercero de los recién llegados. Dave se puso en pie con presteza, y todos hicieron lo mismo.

-Espléndidamente entretejido, aven -dijo Aileron dan Ailell.

Sus vestidos de color marrón estaban desgarrados y sucios, los cabellos despeinados y sus ojos castaños parecían enterrados en un pozo de rendido cansancio. Sin embargo, se mantenía muy erguido y su voz sonaba alta y clara.

-Ahí fuera ya se están componiendo canciones en honor a la Cabalgada de Ivor, que persiguió al ejército de la Oscuridad, lo venció y lo puso en fuga.

-Nos ayudaron -dijo Ivor-. Los lios alfar llegaron desde Daniloth. Luego acudió Owein a la llamada del cuerno de Davor, y después Ceinwen la Verde; de otro modo, hubiéramos perecido todos.

-Entonces todo lo que me han contado es cierto -dijo Aileron, mirando a Dave breve y cariñosamente y dirigiéndose luego a Ra-Tenniel-. Que resplandezca la hora de nuestro encuentro, señor. Si Loren Manto de Plata, que me educó de niño, me dijo la verdad, ningún señor de Daniloth se había alejado tanto del País de las Sombras desde que Ra-Tenniel tejió hace mil años la niebla.

La expresión de Ra-Tenniel era severa, y sus ojos tenían un indeterminado color gris.

-Te dijo la verdad -repuso con tranquilidad.

Se hizo un breve silencio; luego el rostro barbado de Aileron se iluminó con el resplandor de una sonrisa.

-¡Bienvenido entonces, señor de los lios alfar!

Ra-Tenniel le devolvió la sonrisa, pero no con los ojos, según pudo ver Dave.

-Ya nos dieron la bienvenida anoche -murmuró- los svarts alfar, los urgachs, los lobos y las crías de Avaia.

-Lo sé -dijo Aileron, cambiando rápidamente de expresión-. Y nos esperan otras bienvenidas parecidas. Todos lo sabemos muy bien.

Ra-Tenniel asintió sin decir palabra.

-Vine tan pronto como vi el cristal de llamada -continuó diciendo Aileron tras una pausa-

. Detrás viene todo un ejército. Llegarán mañana por la tarde. Estaba en Taerlindel cuando me enviaste el mensaje.

-Lo sabemos -dijo Ivor-. Levon nos lo explicó. ¿Se ha hecho a la mar el Ptydwen?

Aileron asintió.

-Sí, rumbo a Cader Sedat. A bordo van mi hermano, el Guerrero, Loren y Matt y también Pwyll.

-¿También va Na-Brendel? ¿O viene con tu ejército? -preguntó con prontitud Ra-Tenniel.

-No -dijo Aileron mientras tras él los dos lios se estremecían-. Ha ocurrido algo mas.

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