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Authors: Jane Austen

Tags: #Clásico,Romántico

Sentido y Sensibilidad (10 page)

BOOK: Sentido y Sensibilidad
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—No se alarme —dijo la señorita Dashwood—, no se hará nada de ese estilo, pues mi madre nunca tendrá el dinero suficiente para intentarlo.

Me alegro de todo corazón —exclamó el joven—. Ojalá siempre sea pobre si no puede utilizar sus riquezas en nada mejor.

—Gracias, Willoughby. Pero puede estar seguro de que ni todas las mejoras del mundo me llevarían a sacrificar los sentimientos de cariño hacia la casa que pueda tener usted, o cualquier persona a quien yo quiera. Confíe en que cualquier cantidad de dinero no utilizado que pueda quedar cuando haga mis cuentas en la primavera, preferiré dejarlo sin destino que disponer de él de forma que le cause tanto dolor. Pero, ¿en verdad siente tanto apego a este lugar como para no ver defectos en él?

—Sí —dijo él—. Para mí es impecable. No, más aún lo considero el único tipo de construcción en que puede alcanzarse la felicidad; y si yo fuera lo suficientemente rico, de inmediato derribaría Combe y lo reconstruiría según el plano exacto de esta casita.

—Con escaleras oscuras y estrechas y una cocina llena de humo, supongo —comentó Elinor.

—Sí —exclamó él con el mismo tono vehemente—, con todas y cada una de las cosas que tiene; en ninguna de sus comodidades o incomodidades debe notarse el más mínimo cambio. Entonces, y sólo entonces, bajo tal techo, puede que quizá sea tan feliz en Combe como lo he sido en Barton.

—Creo saber —replicó Elinor— que incluso con la desventaja de mejores habitaciones y una escalera más amplia, en adelante encontrará su propia casa tan impecable como ésta.

—Ciertamente hay circunstancias —dijo Willoughby— que podrían hacérmela mucho más querida; pero este lugar siempre tendrá un sitio en mi corazón que ningún otro podrá compartir.

La señora Dashwood contempló llena de placer a Marianne, cuyos hermosos ojos estaban fijos de manera tan expresiva en Willoughby, que denotaban claramente cuán bien lo comprendía.

—¡Cuán a menudo deseé —añadió el joven—, cuando estuve en Allenham hace un año ya, que la casita de Barton estuviese habitada! Nunca pasé por sus alrededores sin admirar su ubicación, y lamentando que nadie viviera en ella. ¡Cuán poco me imaginaba en ese entonces que las primeras nuevas que escucharía a la señora Smith, cuando recién llegué a la región, serían que la casita de Barton estaba ocupada! Y sentí una instantánea satisfacción e interés por ese hecho, que nada podría explicar sino una especie de premonición de la felicidad que aquí encontraría. ¿No es así como debió ocurrir, Marianne? —le dijo en voz más queda. Y luego, retomando su tono anterior, continuó—: ¡Y aun así, señora Dashwood, usted querría arruinar esta casa! ¡La despojaría de su sencillez con mejoras imaginarias! Y esta querida salita, en que comenzó nuestro encuentro y en la cual desde entonces hemos compartido tantas horas felices, se vería degradada a la condición de un vulgar recibo y todos se apresurarían entonces a simplemente pasar por él, por esta habitación que hasta ese momento habría contenido en su interior más facilidades y comodidades que ningún otro aposento de las más amplias dimensiones que el mundo pudiera permitirse.

La señora Dashwood le aseguró nuevamente que no se llevaría a cabo ninguna transformación como las por él mencionadas.

—Es usted una buena mujer —replicó él con expresión de gran calidez—, su promesa me tranquiliza. Amplíela un poco más, y me hará feliz. Dígame que no sólo su casa se mantendrá igual, sino que siempre la encontraré a usted, y a los suyos, tan inalterados como su morada; y que siempre encontraré en usted ese trato bondadoso que ha hecho tan querido para mí todo lo que le pertenece.

La promesa fue prontamente dada, y durante toda la tarde la conducta de Willoughby no dejó de manifestar tanto su afecto como su felicidad.

—¿Lo veremos mañana para cenar? —le preguntó la señora Dashwood cuando se iba—. No le pido que venga en la mañana, porque debemos ir a Barton Park a visitar a lady Middleton.

El joven se comprometió a estar allí a las cuatro de la tarde.

CAPITULO XV

La visita de la señora Dashwood a lady Middleton tuvo lugar al día siguiente, y dos de sus hijas fueron con ella; Marianne, por su parte, se excusó de hacerlo con el trivial pretexto de tener alguna ocupación pendiente; y su madre, que concluyó que la noche anterior Willoughby le habría hecho alguna promesa en cuanto a visitarla mientras ellas estaban fuera, estuvo completamente de acuerdo con que se quedara en casa.

Al volver de la finca, encontraron la calesa de. Wiloùghby y a su sirviente esperando en la puerta, y la señora Dashwood estuvo cierta de que su conjetura había sido acertada. Hasta ese momento era todo tal como ella lo había previsto; pero al ingresar en la casa contempló lo que ninguna previsión le había permitido esperar. No bien habían entrado al corredor cuando Marianne salió a toda prisa de la salita, al parecer violentamente afligida, cubriéndose los ojos con un pañuelo, y sin advertir su presencia corrió escaleras arriba. Sorprendidas y alarmadas, entraron directamente a la habitación que ella acababa de abandonar, donde encontraron a Willoughby apoyado contra la repisa de la chimenea y vuelto de espaldas hacia ellas. Giró al sentirlas entrar, y su semblante mostró que compartía intensamente la emoción a la cual había sucumbido Marianne.

—¿Ocurre algo con ella? —exclamó la señora Dashwood al entrar—. ¿Está enferma?

—Espero que no —replicó el joven, tratando de parecer alegre; y con una sonrisa forzada, añadió—: Más bien soy yo el que podría estar enfermo… ¡en este mismo momento estoy sufriendo una terrible desilusión!

—¡Desilusión!

—Sí, porque me veo incapacitado de cumplir mi compromiso con ustedes. Esta mañana la señora Smith ha ejercido el privilegio de los ricos sobre un pobre primo que depende de ella, y me ha enviado por negocios a Londres. Acabo de recibir de ella las cartas credenciales y me he despedido de Allenham; y para colmar estos tan jocosos sucesos, he venido a despedirme de ustedes.

—A Londres… ¿y se va hoy en la mañana?

—Casi de inmediato.

—¡Qué infortunio! Pero hay que plegarse a los deseos de la señora Smith… y sus negocios no lo mantendrán alejado de nosotros por mucho tiempo, espero.

Se sonrojó el joven al contestar:

—Es usted muy amable, pero no tengo planes de volver a Devonshire de inmediato. Mis visitas a la señora Smith nunca se repiten dentro del año.

—¿Es que la señora Smith es su única amiga? ¿Y Allenham es la única casa de los alrededores a la que es bienvenido? ¡Qué vergüenza, Willoughby! ¿Acaso no puede esperar una invitación acá?

Su bochorno se hizo más intenso y, con los ojos fijos en el piso, se limitó a contestar:

—Es usted demasiado buena.

Sorprendida, la señora Dashwood miró a Elinor. Elinor sentía el mismo asombro. Durante algunos momentos todos se quedaron callados. La señora Dashwood fue la primera en hablar.

—Sólo me queda agregar, mi querido Willoughby, que en esta casa siempre será bienvenido; no lo presionaré para que vuelva de inmediato, porque usted es el único que puede juzgar hasta qué Punto eso complacerá a la señora Smith; y en esto no estaré más dispuesta a discutir su decisión que a dudar de sus deseos.

—Mis compromisos actuales —replicó Willoughby en estado de gran confusión— son de tal naturaleza… que… no me atrevo a creerme merecedor…

Se detuvo. El asombro de la señora Dashwood le impedía hablar, y sobrevino una nueva pausa. Esta fue interrumpida por Willoughby, que dijo con una débil sonrisa:

—Es una locura demorar mi partida en esta forma. No me atormentaré más quedándome entre amigos de cuya compañía ahora me es imposible gozar.

Se despidió rápidamente de ellas y abandonó la habitación. Lo vieron trepar a su carruaje, y en un minuto se había perdido de vista.

La señora Dashwood estaba demasiado impactada para hablar, y en el mismo momento salió de la sala para entregarse a solas a la preocupación y alarma que tan repentina partida había suscitado en ella.

La inquietud de Elinor era al menos igual a la de su madre. Meditaba en lo ocurrido con ansiedad y desconfianza. El comportamiento de Willoughby al despedirse de ellas, su turbación y fingida alegría y, sobre todo, su renuencia a aceptar la invitación de su madre, una timidez tan ajena a un enamorado, tan ajena a lo que él mismo era, la preocupaban profundamente. Por momentos temía que nunca había habido de parte de Willoughby ninguna decisión seria; a continuación, que había ocurrido alguna lamentable disputa entre él y su hermana; la angustia que embargaba a Marianne en el momento en que salía de la habitación era tan grande, que una disputa seria bien podía explicarla; aunque cuando pensaba en cuánto lo quería ella, una pelea parecía algo casi imposible.

Pero, fueran cuales fuesen las circunstancias de su separación, la aflicción de su hermana era indudable, y Elinor pensó con la más tierna de las compasiones en esa desgarradora pena a la cual Marianne no sólo estaba dando curso como forma de aliviarla, sino también alimentándola y estimulándola como si ello fuera un deber.

Alrededor de media hora después volvió su madre, y aunque tenía los ojos enrojecidos, su semblante no era desdichado.

—Nuestro querido Willoughby está ya a algunas millas de Barton, Elinor —le dijo, mientras se sentaba a trabajar—, ¡y con cuánto pesar en el corazón debe estar viajando!

—Todo es muy extraño. ¡Irse tan rápido! Parece una decisión tan repentina. ¡Y anoche estaba tan feliz aquí, tan alegre, tan cariñoso! Y ahora, con sólo diez minutos de aviso… ¿se ha ido sin intenciones de volver? Debe haber ocurrido algo más de lo que era su deber comunicarnos. Ni habló ni se comportó como la persona que conocemos.
Usted
tiene que haber notado la diferencia tal como lo hice yo. ¿Qué puede ser? ¿Habrán reñido? ¿Qué otro motivo puede haber tenido él para mostrar tan pocos deseos de aceptar su invitación a esta casa?

—¡No eran deseos lo que le faltaba, Elinor! Lo vi con
toda
claridad. No estaba en sus manos aceptarlo. Lo he pensado una y otra vez, te lo aseguro, y puedo explicar a la perfección todo lo que a primera vista me pareció tan extraño como a ti.

¿En verdad puede hacerlo?

—Sí. Me lo he explicado a mí misma de la forma más satisfactoria; pero sé que
a ti
, Elinor, a ti que te gusta dudar siempre que puedes, no te satisfará; sin embargo,
a mí
no podrás quitarme la certeza que me he formado. Estoy convencida de que la señora Smith sospecha que él se interesa por Marianne, lo desaprueba (quizá porque tiene otros planes para él), y por tal motivo está ansiosa de enviarlo lejos; y que el negocio que le encomendó es una excusa inventada para sacarlo de aquí. Esto es lo que creo que ha ocurrido. El está consciente, además, de que ella
positivamente
desaprueba la unión; en consecuencia, por el momento no se atreve a confesarle su compromiso con Mariana, y se siente obligado, dada su situación de dependencia, a ceder a los planes que ella haya formado para él y ausentarse de Devonshire por un tiempo. Sé que me dirás que esto puede o
no
puede haber ocurrido; pero no prestaré oídos a tus cavilaciones a no ser que me muestres otra manera de explicar este asunto tan satisfactoria como la que te he planteado. Y ahora, Elinor, ¿qué puedes decir?

—Nada, porque usted ha anticipado mi respuesta.

—Entonces me habrías dicho que las cosas podrían haber ocurrido así, o no. ¡Ay, Elinor! ¡Qué incomprensibles son tus sentimientos! Prefieres creer lo malo antes que lo bueno. Prefieres buscar el infortunio para Marianne y la culpa para el pobre Willoughby, antes que una disculpa para él. Estás resuelta a creerlo culpable, porque se despidió de nosotras con menos afecto del que en general nos ha demostrado. ¿Y no te es posible hacer alguna concesión al atolondramiento, o a un ánimo abatido por desengaños recientes? ¿Es que no puede aceptarse ninguna probabilidad, simplemente porque no es una certeza? ¿Nada se le debe al hombre al que tenemos tantos motivos para querer, y ninguno en el mundo para pensar mal? ¿No le debemos abrirnos a la posibilidad de que haya motivos incuestionables en sí mismos, pero inevitablemente secretos durante un tiempo? Y, después de todo, ¿de qué lo haces sospechoso?

—Tampoco lo tengo claro. Pero es inevitable sospechar algo desagradable tras ver un trastorno tan grande como el que observamos en él. Hay una gran verdad, sin embargo, en su insistencia respecto de las concesiones que debemos hacer en su favor, y es mi deseo ser imparcial en todos mis juicios. Es indudable que Willoughby puede tener motivos suficientes para haberse comportado así, y espero que los tenga. Pero habría sido más propio de su carácter haberlos dado a conocer. La reserva puede ser aconsejable, pero aun así no puedo evitar extrañarme de encontrarla en él. —

—No lo culpes, sin embargo, por apartarse de su naturaleza, allí donde la desviación es necesaria. En todo caso, ¿realmente sí admites la justicia de lo que he dicho en su defensa? Eso me alegra… y a él lo absuelve.

—No por completo. Puede que sea adecuado ocultar su compromiso (si es que
están
comprometidos) a la señora Smith; y si tal es el caso, debe ser extremadamente conveniente para Willoughby estar lo menos posible en Devonshire por el momento. Pero eso no es excusa para ocultárnoslo a nosotras.

—¡Ocultárnoslo a nosotras! Mi niña querida, ¿acusas a Willoughby y a Marianne de ocultamiento? Esto es en verdad extraño, cuando tus ojos los han acusado a diario por su falta de cautela.

—No me falta prueba alguna de su afecto —dijo Elinor—, pero sí de su compromiso.

—A mí me bastan las que tengo de ambos.

—Pero ni una palabra le han dicho, ninguno de los dos, sobre esta materia.

—No he necesitado palabras donde las acciones han hablado por sí mismas con tanta claridad. Su comportamiento hacia Marianne y todas nosotras, al menos durante la última quincena, ¿acaso no ha hecho patente que la amaba y la consideraba su futura esposa, y que sentía por nosotras el afecto que se tiene por los parientes más cercanos? ¿No nos hemos entendido mutuamente a la perfección? ¿No ha solicitado a diario mi consentimiento a través de sus miradas, sus modales, sus atenciones afectuosas y llenas de respeto? Elinor, hija mía, ¿es posible dudar de su compromiso? ¿Cómo pudo ocurrírsete tal idea? Es imposible suponer que Willoughby, convencido como debe estar del amor de tu hermana, fuera a abandonarla, y quizá por meses, sin hablarle de su amor; imposible pensar que pudieran separarse sin intercambiar estas mutuas expresiones de confianza.

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