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Authors: Eduardo Mendoza

Sin noticias de Gurb (7 page)

BOOK: Sin noticias de Gurb
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11.00
Llego a una plaza formada por el derribo de varias manzanas. En el centro se yergue una palmera tiesa y peluda como un mal bicho. Numerosos ancianitos desecándose al sol, a la espera de que sus familiares vengan a buscarlos. Los pobres no saben que muchos de ellos nunca serán recogidos, pues sus familiares han partido de crucero a los fiordos noruegos. En algunos bandos todavía pueden verse los ancianitos abandonados el verano pasado, en avanzado estado de momificación, y los ancianitos abandonados hace quince días, en una fase de acomodación al medio menos golosa. Me siento junto a uno de estos últimos y leo el suplemento literario de un periódico de Madrid, que alguien, con idéntico criterio, ha dejado abandonado en el banco.

12.00
Invaden la plaza bandadas de niños recién salidos de los colegios. Juegan al aro, al diábolo y a la gallinita ciega. El verlos me entristece aún más. En mi planeta no existe lo que aquí se denomina la infancia. Al nacer, nos introducen en nuestros órganos cogitativos la dosis necesaria (y autorizada) de sabiduría, inteligencia y experiencia; pagando un suplemento, nos introducen también una enciclopedia, un atlas, un calendario perpetuo, un número indefinido de recetas de cocina de Simone Ortega y la guía Michelin (verde y roja) de nuestro amado planeta. Cuando alcanzamos la mayoría de edad, y previo examen, nos introducen el código de la circulación, las ordenanzas municipales y una selección de las mejores sentencias del tribunal constitucional. Pero infancia, lo que se dice infancia, no tenemos. Allí cada uno vive la vida que le corresponde (y punto) sin complicarse la suya ni complicar la de los demás. Los seres humanos, en cambio, a semejanza de los insectos, atraviesan por tres fases o etapas de desarrollo, si el tiempo se lo permite. A los que están en la primera etapa se les denomina niños; a los de la segunda, currantes, y a los de la tercera, jubilados. Los niños hacen lo que se les manda; los currantes, también, pero son retribuidos por ello; los jubilados también perciben unos emolumentos, pero no se les deja hacer nada, porque su pulso no es firme y suelen dejar caer las cosas de las manos, salvo el bastón y el periódico. Los niños sirven para muy poca cosa. Antiguamente se los utilizaba para sacar carbón de las minas, pero el progreso ha dado al traste con esta función. Ahora salen por la televisión, a media tarde, saltando, vociferando y hablando una jerigonza absurda. Entre los seres humanos, como entre nosotros, se da también una cuarta etapa o condición, no retribuida, que es la de fiambre, y de la que más vale no hablar.

14.00
La contemplación de los niños y los viejos y la reflexión sobre mi propia existencia me han acongojado. Vierto copiosas lágrimas. Como mi naturaleza humana, según he dicho antes, es de quita y pon, no dispongo de glándulas que reemplacen lo que gasto o lo que expulso, de modo que el llanto, la transpiración y una caquita que se me ha escapado hace un rato han reducido considerablemente mi complexión. Ahora mi estatura apenas rebasa los 40 centímetros. Salto del banco al suelo y corro entre las piernas de los transeúntes hasta encontrar un portal seguro y discreto donde recomponerme.

14.30
Decido adoptar la apariencia de Manuel Vázquez Montalbán y me voy a comer a Casa Leopoldo.

16.30
Vuelvo a casa. Llamo por teléfono al bar de la señora Mercedes y el señor Joaquín para preguntar al señor Joaquín cómo ha ido la operación de la señora Mercedes. Contesta un individuo que dice ser amigo del señor Joaquín, a quien sustituye en el bar mientras el señor Joaquín cumple la función (no retribuida) de acompañante de la señora Mercedes en el hospital donde ésta ha sido operada esta mañana. Le agradezco la información y cuelgo.

16.33
Vuelvo a llamar al bar y pregunto al individuo que cumple las funciones del señor Joaquín (en el bar) si la operación ha ido bien. Sí. La operación ha ido bien y el resultado ha sido calificado de satisfactorio por los facultativos. Le agradezco la información y cuelgo.

16.36
Vuelvo a llamar al bar y pregunto al individuo que cumple las funciones del señor Joaquín (en el bar) si se puede visitar a la señora Mercedes en el hospital donde convalece. Sí. A partir de mañana, de 10.00 a 13.00 y de 16.00 a 20.00 horas. Le agradezco la información y cuelgo.

16.39
Vuelvo a llamar al bar y pregunto al individuo que cumple las funciones del señor Joaquín (en el bar) en qué hospital se encuentra la señora Mercedes. En el hospital de Santa Tecla, sito en el barrio de Horta. Le agradezco la información y cuelgo.

16.42
Vuelvo a llamar al bar y pregunto al individuo que cumple las funciones del señor Joaquín (en el bar) si al hospital de Santa Tecla se puede ir en bicicleta. Me cuelga el teléfono antes de que yo tenga tiempo de agradecerle la información y él de dármela. Temperatura, 26 grados centígrados; humedad relativa, 74 por ciento; vientos flojos; estado de la mar, llana.

17.00
Me tumbo a dormir una siestecita en el sofá, pero el calor aprieta y se me pega la ropa al cuerpo. Agrava la cosa el hecho de que el sofá está tapizado de material plástico y que el contenido de los cojines sea también de material plástico, al igual que los muelles, las patas y todos los demás muebles y objetos de mi casa. La alternativa, esto es, productos de origen vegetal, como la madera y el algodón, o incluso
animal
, como la lana y la piel, me producen tal asco que sólo de pensarlo me dan arcadas. Me introduzco un zapato en la garganta y así evito devolver un condumio exquisito y ya pagado.

17.10
Como no puedo dormir por culpa del calor, decido adoptar la apariencia del Mahatma Gandhi, lo cual me proporciona un atuendo cómodo y muy fresco y, de paso, un paraguas, que nunca viene mal en esta época del año.

17.50
Sueño agitado. Despierto convulso, bañado en sudor. Siento la imperiosa necesidad de comer churros o, en su defecto, de ver a mi vecina.

18.00
Abro sigilosamente la puerta de mi piso. Oteo la escalera. Nadie. Salgo al rellano. Cierro sigilosamente la puerta de mi piso.

18.01
Subo sigilosamente la escalera. Nadie me ha visto. Me detengo sigilosamente ante la puerta del piso de mi vecina.

18.02
Aplico sigilosamente las dos orejas a la puerta del piso de mi vecina. No se oye nada.

18.03
Examino sigilosamente la cerradura de la puerta del piso de mi vecina. Por fortuna, se trata de una cerradura de las llamadas de máxima seguridad (con las normales no hay quien pueda) y la extraigo sin ningún problema. La puerta se abre sigilosamente. ¡Qué emoción!

18.04
Entro sigilosamente en el piso de mi vecina. Cierro la puerta a mis espaldas y coloco de nuevo la cerradura en su lugar. El recibidor está amueblado con sencillez, pero con buen gusto. Dejo el paraguas en el paragüero.

18.05
Paso sigilosamente a la pieza contigua que, según deduzco, hace las funciones de sala de estar. Es posible que
sea
la sala de estar. Aunque el piso es idéntico al mío, la distribución de las habitaciones es distinta por completo, porque también lo son mis costumbres y mis necesidades. Más vale no entrar en detalles.

18.07
Examino sigilosamente el salón. Está amueblado con gusto exquisito. Me siento en el sofá, cruzo las piernas: es elegante y cómodo. Me siento en una butaca de cuero y cruzo las piernas: es elegante y cómoda. Me siento en una butaca tapizada de lana. Antes de que pueda cruzar las piernas, la butaca me muerde la pantorrilla. Error de apreciación: no era una butaca, sino un mastín, que dormía hecho un ovillo.

18.09
Recorro el resto de la casa a gran velocidad perseguido por el mastín. Decido abandonar todo sigilo.

18.14
Consigo ponerme a salvo de las fauces del mastín subiéndome al techo. El mastín se queda debajo de mí, a la espera de que me caiga. Ladra de un modo grosero y al hacerlo muestra unos colmillos que parecen plátanos. Si fuera una butaca, como yo creía, ya daría miedo. ¡Cuánto más tratándose de un mastín!

19.15
Llevo una hora en el techo y el mastín no parece cansado ni aburrido. He tratado de hipnotizarlo, pero su cerebro es tan simple que apenas existe diferencia entre el estado de vigilia y el de letargo. A duras penas he conseguido que se volviera bizco, con lo cual su expresión ha dejado de ser sangrienta, pero se ha vuelto feísimo.

20.15
Llevo dos horas en el techo y este malparido no depone su actitud. A la larga acabará hartándose y se irá a dormir, pero me inquieta la posibilidad de que antes de que esto suceda regrese mi vecina y se encuentre un hindú pegado al techo.

20.30
Un análisis fisiológico del perro me revela ser este animal de muy simple estructura molecular. Tal vez en ello estribe la solución del caso.

20.32
Ya está. Con una breve y sencilla manipulación convierto al mastín en cuatro pequineses y aún me sobra material para un hámster. Bajo del techo y me deshago de los pequineses a puntapiés.

20.40
He de apresurarme si quiero inspeccionar el piso de mi vecina antes de que ella regrese. O de que regrese su hijo. Es raro que éste aún no haya vuelto del colegio. A lo mejor lo han castigado por imbécil.

21.00
Doy por concluida la inspección. Éstos son los datos que he podido reunir sobre mi vecina: nombre: Antonio Fernández Calvo; edad: 56 años; sexo: varón; estado civil: viudo; profesión: agente de seguros.

21.05
Deduzco que me he equivocado de piso. Salgo sigilosamente, coloco de nuevo la cerradura en la puerta, regreso sigilosamente a mi piso.

21.30
Más depre que nunca. Ni siquiera la perspectiva de los churros que acaba de traerme la portera me alegra. Decido jugar una partida de ajedrez en solitario. Sólo se me ocurre esta jugada: P4R. En realidad, nunca he sido muy aficionado a este tipo de juegos. Gurb, en cambio, era muy aficionado. A veces jugábamos partidas de ajedrez interminables, en las que siempre acababa haciéndome lo que él denominaba
el mate del pastor
. Me entrego a la nostalgia mientras me como los churros de cinco en cinco.

22.00
Me pongo el pijama. Un día de éstos tendré que lavarlo. Me meto en la cama y leo
Deliciosamente boba
, una comedia satírica en tres actos y cinco cuadros. Una mujer siempre se sale con la suya si sabe aplicarse el colorete
donde debe
. Quizá no he entendido bien el argumento. Estoy un poco distraído por las emociones del día. Rezo mis oraciones y me duermo. Todavía sin noticias de Gurb.

01.30
Me despierta un ruido tremebundo. Hace millones de años (o más) la Tierra se formó a base de horrorosos cataclismos: los océanos embravecidos arrasaban las costas, sepultaban islas mientras cordilleras gigantescas se venían abajo y volcanes en erupción engendraban nuevas montañas; seísmos desplazaban continentes. Para recordar este fenómeno, el Ayuntamiento envía todas las noches unos aparatos, denominados camiones de recogida de basuras, que reproducen bajo las ventanas de los ciudadanos aquel fragor telúrico. Me levanto, hago pis, bebo un vasito de agua y me vuelvo a dormir.

DÍA 20

07.00
Me peso en la báscula del cuarto de baño. 3 kilos, 800 gramos. Si tenemos en cuenta que soy intelecto puro, es una barbaridad. Decido hacer ejercicio cada mañana.

07.30
Salgo a la calle dispuesto a correr seis millas. Mañana, siete; pasado, ocho, y así sucesivamente.

07.32
Paso por delante de una panadería. Me compro una coca de piñones y me la voy comiendo mientras regreso a casa. Que corra otro.

07.35
Al entrar en el edifico encuentro a la portera barriendo el portal. Inicio con la portera una conversación aparentemente trivial, pero cargada de malévolas intenciones de mi parte. Hablamos del tiempo. Lo encontramos un poco caluroso.

07.40
Hablamos de lo mal que está el tráfico. Hacemos hincapié en lo ruidosas que son las motos.

07.50
Hablamos de lo caro que está todo. Comparamos los precios de hoy con los de antaño.

08.10
Hablamos de la juventud. Condenamos su falta de entusiasmo por las cosas.

08.25
Hablamos de la droga. Pedimos la pena de muerte para quien la vende y para quien la compra.

08.50
Hablamos de los vecinos del inmueble (¡caliente!, ¡caliente!).

09.00
Hablamos de Leibniz y del nuevo sistema de la naturaleza y de la comunicación de las sustancias (¡frío!, ¡frío!).

09.30
Hablamos de mi vecina (¡ya era hora, coño!). La portera dice que ella (mi vecina) es buena persona y que paga religiosamente a la comunidad de vecinos la cuota trimestral que le corresponde, pero que no asiste (mi vecina) a las reuniones de vecinos con la asiduidad que debería. Le pregunto si está casada (mi vecina) y me responde (la portera) que no. Pregunto si debo inferir de ello que (mi vecina) tuvo el hijo fuera del vínculo. No: estuvo casada (mi vecina) con un
fulano
que no servía para nada, según ella (la portera), del cual se separó (mi vecina) hará cosa de un par de años. Él (
fulano
) se hace cargo del niño (de mi vecina, y también del
fulano
) los fines de semana. El juez le condenó (al
fulano
) a pasarle (a mi vecina) un dinero al mes, pero a ella (a la portera) le parece que no lo hace (el
fulano
), al menos, no con la asiduidad que debería. A ella (a mi vecina), añade (la portera) no se le conocen novios, ni siquiera acompañantes ocasionales. Seguramente quedó escarmentada (mi vecina), opina ella (la portera). Aunque esto, en el fondo, le trae sin cuidado (a la portera), agrega (la portera). Por ella (por la portera), que cada cual se lo monte como quiera, mientras no haya escándalo. Eso sí, dentro de su casa (de la casa de mi vecina). Y sin hacer ruido. Y no más tarde de las once, que es cuando ella (la portera) se va a dormir. Le quito la escoba y se la rompo en la cabeza.

10.30
Subo a mi piso. Decido adoptar la apariencia D’Alembert y visitar a la señora Mercedes en el hospital donde se repone, si Dios quiere, de la operación a la que fue sometida.

10.50
Me persono en el hospital. Es un edificio algo feo y muy poco acogedor. Sin embargo, la gente acude a él en muchedumbre, y algunos hasta se dan buena prisa por llegar.

BOOK: Sin noticias de Gurb
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