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Authors: Eduardo Mendoza

Sin noticias de Gurb (8 page)

BOOK: Sin noticias de Gurb
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10.52
En el mostrador que hay en el vestíbulo para informar a los visitantes pregunto en qué habitación se encuentra la señora Mercedes y su acompañante, el señor Joaquín. Ambos se encuentran en la habitación 602.

10.55
Deambulo por el sexto piso en busca de la habitación 602.

10.59
Doy con la habitación 602, toco con los nudillos y la voz del señor Joaquín me autoriza a pasar. Así lo hago.

11.00
La señora Mercedes está acostada, pero despierta y con buen aspecto. Me intereso por su salud y me informa de que se encuentra débil, pero animada. Esta mañana se ha tomado un tazón de manzanilla, me dice. Le doy el regalo que le he traído: un tren eléctrico. Le digo que si mañana sigue con vida, le traeré el desvío y el paso a nivel.

11.07
El señor Joaquín, que ha pasado mala noche, está alicaído. Afirma que tanto él como su esposa, la señora Mercedes, están llegando a una edad en la cual conviene tomarse las cosas
con calma
. El arrechucho de la señora Mercedes ha sido un aviso, dice. Durante la noche ha estado reflexionando, dice, y ha pensado que tal vez debieran dedicar los años de vida que aún les queden a descansar, a viajar y a darse algunos gustos. También ha pensado, agrega, que tal vez haya llegado la hora de traspasar el bar. El negocio es próspero, pero da muchos quebraderos de cabeza y necesita una persona joven al frente (del negocio), dice. También ha pensado, agrega, que tal vez a mí podría interesarme el bar. El señor Joaquín ha creído advertir que estoy dotado para la hostelería y que el trabajo me gusta.

11.10
Pese a su debilidad, la señora Mercedes afirma estar de acuerdo en lo que acaba de decir su marido. Ambos desean saber qué opino yo al respecto.

11.12
Mi primera reacción es favorable. Me considero capacitado para regentar un bar e incluso creo que podría aportar al negocio algunas ideas innovadoras y hasta audaces. Por ejemplo, creo que se podría ampliar el local comprando el inmueble colindante (la fábrica de automóviles Volkswagen) e instalar allí una churrería. El señor Joaquín me interrumpe para decir que no debo precipitarme. En realidad, dice, se trataba tan sólo de una idea. Hay que dejarla madurar, agrega. Por ahora, añade, lo mejor será que me vaya, porque la operación de la señora Mercedes ha sido
un palo
para la señora Mercedes. Le conviene descansar. Me voy, no sin prometer a ambos que mañana volveré para seguir perfilando el tema.

11.30
Deambulo por el hospital perdido en mis propias reflexiones y también perdido, a secas. La proposición del señor Joaquín me ha sumido en un
mar de confusiones
. Ahora, pasado el entusiasmo inicial y sopesando el asunto con frialdad, comprendo que mi primera reacción ha sido optimista en exceso. Es evidente que
no puedo
quedarme con el bar. La posibilidad de arrendar o comprar un bar con fines de explotación (lucrativa) ni siquiera figura en el pliego de órdenes que nos fue dado al inicio de nuestra misión espacial. Cierto que tampoco había una prohibición taxativa al respecto. Habría que hacer una
consulta
. Temperatura, 26 grados centígrados; humedad relativa, 70 por ciento; vientos suaves del sudeste; estado de la mar, marejadilla.

12.30
Continúo deambulando por el hospital sin encontrar salida a mis tribulaciones. En cambio, encuentro la cafetería del hospital. Decido hacer un alto y comer algo, aunque sea un poco temprano. Siempre se piensa mejor con el estómago lleno, dicen los que tienen estómago.

12.31
La cafetería está vacía. Por suerte, el mostrador está bien surtido y el sistema self-service, que impera, me encanta, porque me permite comer como a mí me gusta sin tener que dar explicaciones a nadie. Si a mí se me antoja mojar los pimientos de Padrón en el café con leche, ¿qué pasa?, ¿eh?

13.00
Cuanto más como y más medito, más descabellada encuentro la idea de establecerme en la Tierra. Ante todo, eso supondría abandonar la misión que nos fue encomendada a Gurb (desaparecido) y a mí. Sería una verdadera
traición
. El argumento, sin embargo, es de poco peso, porque, en definitiva, todo se reduce a una cuestión de principios y yo me paso los principios por un lugar que los humanos denominan partes. Más peso tiene, en cambio, el argumento fisiológico. Ignoro cuánto tiempo puede resistir mi organismo las condiciones de vida en este planeta tan cutre. No sé qué tipo de peligros me amenazan. Ni siquiera sé si mi presencia aquí constituye o no un peligro para los humanos. Está demostrado que mi peculiar constitución y la carga energética que llevo encima causan problemas allí donde voy. No puede ser casual que el ascensor de mi casa esté siempre averiado o que los programas de televisión empiecen con retraso cuando yo quiero verlos (o grabarlos). Ahora mismo, cuando deambulaba por los pasillos del hospital, he oído una conversación que me ha alarmado. Un médico le decía a una enfermera, con el
ceño fruncido
, que los aparatos del hospital
parecían haberse vuelto locos
esta mañana. Al parecer, los enfermos de la UVI estaban bailando la lambada y en la pantalla del scanner salía Luis Mariano cantando
Maitechu mía.
Estos fenómenos inexplicables, ha agregado el médico del
ceño fruncido
, habían empezado a producirse a las 10.50. Como si a esa hora, ha acabado diciendo, hubiese entrado
un marciano
en el hospital. Me ha ofendido que alguien pudiera confundirme con uno de esos cursis, que sólo saben jugar al golf y hablar mal del servicio, pero me he guardado mucho de manifestar mi enojo.

Siempre cabe la posibilidad de modificar mi fisiología, adaptándola a la estructura molecular de los seres humanos. Si me decidiese a hacerlo, tendría que elegir el modelo cuidadosamente, porque el proceso sería irreversible. La decisión es tremenda. ¿Qué pasaría si, después de efectuada la mutación, descubriese que no soy feliz? ¿Qué sería de mí si el asunto con mi vecina acaba como el
rosario de la aurora
? ¿Seré capaz de superar la nostalgia de mi antigua patria? ¿Cuál será la coyuntura económica después del 92? Demasiadas incógnitas. ¡Si al menos tuviera a alguien a quien confiar mis cuitas!

13.30
Decido marcharme de la cafetería. Cuando intento pagar la comida descubro que la cafetería no era un self-service. En realidad, el lugar donde he estado comiendo
no era
una cafetería. Salgo sin ser visto.

14.15
Me siento a reflexionar en un banco de la plaza de Cataluña. No me cabe duda de que lo único razonable sería dar por concluida la misión y regresar. No sé si los objetivos de la misión se han cumplido, pero, en el fondo, lo mismo da. Al fin y al cabo, nadie va a leer el informe. El problema estriba en que no puedo regresar
solo
. La nave continúa rota y no la sé arreglar. Aunque se arreglara ella sola, tampoco la sabría poner en marcha; y menos aún conducirla. Estas naves están hechas para ser tripuladas por
dos
entes. De este modo se evita que algún ente vivales use las naves para sus propios fines, como ligar o hacer el taxi. Podría pedir auxilio a la Estación de Enlace AF, en la constelación de Antares, pero eso serviría de poco. Aun cuando enviaran en mi ayuda otra nave, esa otra nave iría tripulada por dos entes y si uno de ellos se viniera conmigo, ¿cómo haría el otro para regresar?

15.00
Decido abandonar la reflexión y la plaza Cataluña, porque las palomas me han cubierto de excremento de la cabeza a los pies y los japoneses me hacen fotos creyendo que soy un monumento nacional.

15.45
En casa. El piso es caluroso, sobre todo a esta hora. Instalaría aire acondicionado, si no fuera porque los aparatos producen una vibración que acaba con mis articulaciones. Lo mismo ocurre con la nevera: pasa ratos tranquila, pero de pronto, sin previo aviso, le entra un dengue que me saca de quicio. Ayer, sin ir más lejos, con sólo poner en marcha el minipimer, me rompí el fémur en tres trozos. Menos mal que tengo piezas de repuesto. El ventilador es más soportable, pero cuando está en marcha me mareo, porque no puedo apartar los ojos de las aspas. En fin de cuentas, lo mejor es prescindir de los aparatos e irse despelotando a medida que aumenta la temperatura. Me quedo en camiseta y calcetines.

17.00
No hay en todo el Universo chapuza más grande ni trasto peor hecho que el cuerpo humano. Sólo las orejas pegadas al cráneo de cualquier modo, ya bastarían para descalificarlo. Los pies son ridículos; las tripas, asquerosas. Todas las calaveras tienen una cara de risa que no viene a cuento. De todo ello los seres humanos sólo son culpables hasta cierto punto. La verdad es que tuvieron mala suerte con la
evolución
.

18.00
Salgo a dar una vuelta. Las calles están más animadas de lo habitual, porque, con la llegada del calor, el buen ciudadano se apresura a ocupar su lugar en las terrazas que los bares habilitan entre cubos de basura. Allí el buen ciudadano se ensordece, contamina e intoxica, paga lo que debe y vuelve a casa. Animado por su ejemplo, me compro un helado de cucurucho. Como es la primera vez que veo semejante producto, me como primero la galleta. Luego no sé qué hacer con la bola en las manos, me armo un lío, me pongo perdido y acabo tirando lo que queda de helado a una papelera.

18.40
Cuando regreso de mi paseo, veo a lo lejos a mi vecina. Un encuentro verdaderamente providencial. Evito que ella me vea por razones de buena crianza, pero tomo la firme decisión de aclarar
lo nuestro
hoy mismo. En la papelería compro recado de escribir; en el estanco, sellos. Temperatura, 28 grados centígrados; humedad relativa, 79 por ciento; viento encalmado; estado de la mar, llana.

19.00
Me encierro en casa, me lavo los dientes y dispongo sobre la mesa lo necesario para escribir una carta: una resma de papel, falsilla, tintero, plumilla, mango, papel secante, un boli (de refuerzo), el María Moliner, un manual de correspondencia (amorosa y mercantil), el refranero, la antología de la poesía española de Sainz de Robles y el libro de estilo de
El País
.

19.45
«Mi adorable vecina:

»Soy joven y aspecto agraciado; romántico y cariñoso. Tengo una buena posición económica y soy muy serio para las cosas serias (pero me gusta divertirme). Me encanta (además de los churros) viajar en metro, lustrarme los zapatos, mirar escaparates, escupir lejos y las chicas. Aborrezco la verdura en todas sus manifestaciones, lavarme los dientes, escribir postales y oír la radio. Creo que podría ser un buen marido (llegado el caso) y un buen padre (tengo mucha paciencia con los niños). ¿Te gustaría conocerme mejor? Te espero a las 9.30. Habrá comida (gratuita) y bebidas. Hablaremos de lo que te he dicho y de otros asuntos, ji, ji. R. S. V. P. Estoy por tus huesos.»

19.55
Releo lo escrito. Rompo la carta.

20.55
«Querida vecina:

»Ya que vivimos en el mismo edificio, he pensado que sería bueno que nos conociéramos mejor. Ven a las 9.30. Prepararé algo de comer y comentaremos algunas cuestiones relacionadas con el inmueble (y otras no). Un cordial saludo, tu vecino.»

21.05
Releo lo escrito. Rompo la carta.

21.20
«Estimada vecina:

»Tengo cosas en la nevera que se están echando a perder. ¿Por qué no vienes y nos las acabamos? De paso, hablaremos del inmueble y de sus reparaciones (nuevo motor en el ascensor, restauración de la fachada, etc.). Te espero a las 10. Atentamente, un vecino.»

21.30
Releo lo escrito. Rompo la carta.

22.00
«Tengo la casa llena de grietas…»

22.20
«Tengo comida agusanada…»

23.00
Ceno solo en el restaurante chino de la esquina. Puesto que soy el único comensal, el dueño del establecimiento se sienta a mi mesa y me da conversación. Se llama Pilarín Kao (lo bautizó un misionero desaprensivo) y es natural de Kiang-Si. De niño emigró a San Francisco, pero se equivocó de barco y llegó a Barcelona. Como no ha aprendido el alfabeto latino, todavía no se ha percatado de su error, ni yo hago nada por sacarle de él. Se ha casado y tiene cuatro hijos: Pilarín (el primogénito), Chiang, Wong y Sergi. Trabaja de sol a sol, de lunes a sábado. El domingo es su día de asueto y lo dedica a buscar el Golden Gate (en vano) en compañía de toda su familia. Me dice que su ilusión es volver a China; que para eso trabaja y ahorra. Me pregunta a qué me dedico yo. Para no liarle, le digo que soy cantante de boleros. Ah, a él le gustan mucho los boleros, dice, porque le recuerdan a Kiang-Si, su añorada patria. Me invita a una copita de aguardiente chino, que él mismo fabrica destilando lo que la clientela se deja en los platos. Es un líquido de color marrón, algo espeso, de sabor indefinible, pero muy aromático.

00.00
Cantamos
Bésame mucho
. Otra copita.

00.05
Cantamos
Cuando estoy contigo
. Otra copita.

00.10
Cantamos
Tú me acostumbraste.
Otra copita.

00.15
Nos hacemos coletas de fideos, cantamos
Anoche hablé con la luna
y salimos en busca del Golden Gate. Para animar la travesía, me llevo la botella.

00.30
Bajamos por la calle Balmes cantando
De nuevo frente a frente
y preguntando a todo el mundo si alguien ha visto un puente colgante. ¡Qué risa!

00.50
Nos sentamos a la puerta del Banco Atlántico y cantamos
Cuidado con tus mentiras
. Lloramos.

01.20
Nos sentamos en las escaleras de la catedral y cantamos
Permíteme aplaudir por la forma de herir mis sentimientos
. Lloramos.

01.40
Nos estiramos en el suelo de la plaza de San Felipe Neri y cantamos
Más daño me hizo tu amor
. Lloramos.

02.00
Damos vueltas a la Sagrada Familia cantando a voz en cuello. El Golden Gate no aparece por ninguna parte, pero a la tercera vuelta se asoma Subirachs a un ventanuco a ver qué pasa. Le cantamos
Voy a apagar la luz para pensar en ti
.

02.20
Paramos un taxi, subimos y le decimos al taxista que nos lleve a China. En el taxi cantamos
Se me olvidó que te olvidé
.

02.30
El taxista nos deposita en la puerta de la comisaría y encima nos cobra la carrera. No le damos ni un real de propina.

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