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Authors: Eduardo Mendoza

Sin noticias de Gurb (9 page)

BOOK: Sin noticias de Gurb
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02.55
Amonestado por la autoridad, regreso a casa. Subo las escaleras a cuatro patas. Quiera Dios que mi vecina no me vea en esta condición tan degradada.

03.10
Todo me da vueltas. Mascullo unas oraciones y me meto en la cama. Todavía sin noticias de Gurb.

DÍA 21

09.20
Me despierto embargado por una extraña sensación. Tardo un rato en recordar lo ocurrido ayer noche. La evocación de los hechos me permite entender el origen de la jaqueca y las náuseas, pero no el de la inquietud que me invade. Por más que hago memoria, no recuerdo en qué momento saqué la cama al balcón. Tampoco recuerdo haber comprado estas sábanas con estampados salaces. Ahuyento las palomas que se arrullan sobre la colcha y me levanto.

09.30
En el botiquín no hay sal de fruta; en su lugar hay una botella de pipermín. ¿Me estaré volviendo majareta? Me lo tengo merecido por crápula.

09.40
Llaman a la puerta. Abro. Es un mozo con un paquete. En el paquete, doce trajes de lino de Toni Miró, que, según reza el albarán, yo mismo me hice ayer. No sé a qué se refiere, pero no me siento con fuerzas para discutir. Pago y se va.

09.50
Llaman a la puerta. Abro. Es un mozo con una caja. En la caja, cinco kilos de caviar beluga y doce botellas de champán Krugg, que, según reza el albarán, yo mismo compré ayer en Semon. Ni idea. Pago y se va.

10.00
Llaman a la puerta. Abro. Son unos operarios que vienen a instalar el jacuzzi que yo mismo encargué ayer. Los dejo, soplete en mano, destruyendo tabiques.

10.05
Salgo del piso algo aturdido. Bajo las escaleras con paso inseguro. Para no sufrir un accidente, opto por bajar sentado, dejándome resbalar de escalón en escalón. Cuando paso frente a la puerta de mi vecina, acelero para no ser sorprendido en esta pose vejatoria.

10.12
En el portal me aguarda la portera con el
ceño fruncido
. Intento esquivarla, pero se interpone. Me dice que
esto
no puede seguir así; que ella es muy liberal, pero con el buen nombre del edificio no transige, que a ver qué escándalo es
éste
. Si quiero arruinar mi salud, dilapidar mi hacienda y pisotear mi buen nombre, es asunto mío, pero
lo otro
es algo que atañe a todo el vecindario, y
eso
sí que no. Acto seguido me rompe la escoba (nueva) en la cabeza.

10.23
Subo en autobús. El conductor del autobús me ordena apearme. Mientras él sea conductor, declara, en su autobús no suben tipejos de mi calaña.

11.36
Después de una caminata considerable, llego al hospital donde sigue internada la señora Mercedes. Antes de entrar, unos enfermeros provistos de mangueras me fumigan de la cabeza a los pies. Me pregunto qué estará pasando aquí.

11.40
En la habitación 602 encuentro a la señora Mercedes muy mejorada de aspecto con respecto al día de ayer. El señor Joaquín parece haber recobrado el optimismo. Al verme, sin embargo, el señor Joaquín
frunce el ceño
. Me dice que, pase lo que pase, puedo contar con él; que tanto él como su esposa, la señora Mercedes, me profesan sincero afecto y que ambos están convencidos de que, en el fondo, soy buena persona, aunque a veces cometa locuras. Después de todo, dice, ¿quién no tiene algo que reprocharse? Como no sé qué responder a sus palabras, le hago entrega del regalo que le traía a la señora Mercedes (una máscara mortuoria de Oliver Ardí) y me dirijo a la puerta de la habitación con el propósito de salir por ella. Antes de hacerlo, la señora Mercedes me llama. Acudo. Me arrodillo a los pies de la cama y ella me besa la frente mientras gruesas lágrimas surcan sus mejillas pálidas y arrugadas. Parecemos
Ciencia y Caridad II.

11.59
Salgo de nuevo a la calle. Unos niños me arrojan bosta de hipopótamo que han ido a buscar expresamente al zoo para la ocasión. Y yo sin desayunar.

12.30
Como ningún taxi se para por más que haga aspavientos, llego a casa reventado de andar. No hay duda de que soy un réprobo, pero todavía ignoro qué he hecho para merecerme la repulsa general. El churrero no ha querido despacharme y hasta Prenafeta me ha negado el saludo.

12.35
Entro en mi piso. Los operarios se han ido, pero han dejado instalado el jacuzzi, una sauna, una pista de baile, una piscina climatizada, dos barras americanas, un nautilus, una sala de juego y un fumadero de opio. ¡Y todo en un piso de 60 metros cuadrados!

12.45
Me siento en el trampolín a reflexionar sobre lo que está pasando. O hay una conspiración contra mí en la que participan todos los habitantes de esta distinguida ciudad, o yo actúo de una manera reprensible sin tener conciencia de ello. Puesto que lo primero es inimaginable, debo inclinarme por lo segundo. En tal caso, y en vista de la rectitud con que siempre he sabido conducirme, debo inferir que existe en la Tierra un miasma que me afecta. O, por lo menos, en Barcelona. Quizá debería irme a Huesca, a ver qué tal me porto allí. También es posible que se me estén apolillando los circuitos.

13.30
Un susurro me saca de mi abstracción. Alguien ha deslizado un sobre por debajo de la puerta. El sobre no lleva remitente. Dentro hay una sola hoja impresa, cuyo contenido es el siguiente tenor literal:

Hola, titi. ¿Quieres pasarlo chupi guay?

Pues, si eres solvente, ven a vernos.

Máximo confort y discreción.

Ambiente selecto. Venta y alquiler de vídeos.

Carretera de Pedralbes, s/n (a 5 minutos de Up Down).

13.45
Releo el mensaje una y otra vez. No sé quién me lo envía, pero estoy convencido de que aquí se encuentra la clave del misterio. Tampoco me cabe duda respecto de lo que debo hacer.

14.05
Comienzo los ejercicios de preparación física y espiritual a que debe someterse todo guerrero espacial antes del combate. Postura del tigre: arqueo la espalda, flexiono las piernas, hincho el tórax, doblo los brazos. ¡Músculos de acero!

14.06
Pinzamiento.

14.24
Bien untado de linimento Sloan, prosigo la preparación física y espiritual a que debe someterse todo guerrero espacial antes del combate. Pongo la mente en blanco.

15.50
Vaya por Dios, me he dormido como un ceporro. Decido dar por concluida la preparación física y espiritual a que debe someterse todo guerrero espacial antes del combate. Recaliento los churros que me sobraron anteayer y me los como mirándome fijamente al espejo.

16.30
Para introducirme en los ambientes a los que llevan mis pasos (y mi voluntad inquebrantable), decido adoptar la apariencia de Gilbert Bécaud vestido de ninja. Salgo a la calle sembrando admiración y espanto.

17.00
Con fines didácticos, me meto en un multicine a ver la última película de Arnold Schwarzenegger. Me sorprende (con agrado) advertir que la película ha sido financiada por la Generalitat de Catalunya y que transcurre íntegramente en Sant Llorenç de Morunys. No excluyo la posibilidad de que me haya equivocado de sala.

19.00
Salgo del cine. Me dirijo a una tienda de automóviles. Al vendedor que me atiende le explico lo que busco, a saber, un Aston Martin blanco, dotado de un mecanismo adicional, mediante el cual el vehículo suelta una andanada de tachuelas por la parte posterior, evitando así que los perseguidores (del vehículo) le den alcance (a éste). El vendedor me responde que el modelo que busco está pedido, pero aún no ha llegado. Por el mismo precio me vende un SEAT 850 furgoneta, que también anda echando tornillos y roscas por el tubo de escape.

20.04
En la calle Tuset me cruzo con el viático. Lo acompaño tres manzanas entonando el
Pange lingua.

21.00
Listo para entrar en acción. Me siento al volante. Cinturón de seguridad. Casco. Gafas oscuras de Jean-Pierre Gaultier. Foulard de Gianfranco Ferré. Casete de Prince. Pegatinas de Marlboro. Y… ¡rumble!, ¡rumble!

21.05
La Diagonal cortada por obras. Desvío hacia la carretera de Esplugas.

21.10
Carretera de Esplugas cortada por obras. Desvío hacia Molins de Rey.

21.20
Acceso a Molins de Rey cortado por obras. Desvío hacia la autopista de Tarragona.

22.20
Visito el Arco de Bará, la Torre de los Escipiones, el Museo Arqueológico y la catedral (bello retablo de Lluís Borrassà).

23.00
Emprendo el regreso vía Teruel y Soria.

01.40
Detengo el coche ante una discreta puerta metálica protegida por dos empleados de una agencia privada de seguridad, dos guardias civiles, dos mossos d’esquadra, dos geos, dos representantes de ICONA y un destacamento de la división acorazada Brunete. Se echa de ver que el local es exclusivo (y excluyente).

01.41
Lanzo al aire las llaves del coche, que son recogidas hábilmente por el aparcador.

01.42
El portero me indica por señas que le muestre el carnet. Le muestro el DNI, el carnet de conducir, el de la Biblioteca de Catalunya, el del videoclub de la calle Vergara y el de las congregaciones marianas. Ninguno sirve.

01.43
El aparcador me devuelve las llaves del coche y se excusa diciendo que sólo les tiene tomadas las medidas a los BMW y que si aparca el mío, teme abollar la acera con los faros.

01.44
En vista de los obstáculos, decido abandonar la empresa. Me subo al coche y emprendo la retirada.

01.46
Me viene a la mente el recuerdo de James Bond, que más persistía cuanta más caña le daban. Ídem María Goretti. Me avergüenzo de mi laxitud. Clavo el freno. Pierdo el cárter, el cigüeñal, el chasis y un letrero graciosísimo que decía I ♥ MI SUEGRA.

01.50
Regreso al local oculto en las sombras. Llevo entre los dientes un cuchillo del ejército suizo. Me doy miedo a mí mismo.

01.55
Localizo sin dificultad la rejilla que cierra la instalación de aire acondicionado del local. La abro con la ayuda de mi cuchillo, que dispone de destornillador, abrelatas, sacacorchos, sierra y media docena de bigudís de campaña (quién lo iba a decir, con lo serios que parecen los suizos).

02.00
Me introduzco en el conducto del aire acondicionado. ¡Qué aventi!

02.20
Llevo veinte minutos reptando por estos tubos asquerosos sin encontrar ninguna salida. Si encontrara al menos el boquete por el que he entrado, me iba a casa, y a James Bond que le frían un paraguas.

03.00
Sigo reptando por los tubos. Ya debo llevar hechos varios kilómetros. El frío es intensísimo, porque los ejecutivos de verdad siempre tienen mucho calor y exigen aire acondicionado a tope allí donde estén y en todas las épocas del año. También reina una oscuridad absoluta, pero esto me importa menos, porque puedo ver en la oscuridad, lo que supone un ahorro importante cada mes. Esta capacidad, además, me permite sortear los obstáculos que voy encontrando en el camino: ratas, desperdicios industriales, pedruscos y cadáveres. Los cadáveres presentan síntomas claros de congelación. Después de un somero examen, llego a la conclusión de que estos cuerpos pertenecieron en vida a ejecutivos de medio pelo que, habiéndoles sido negada la entrada al local por la puerta grande, han tratado de acceder a él por el mismo camino que yo estoy empleando ahora.

03.40
Diviso a lo lejos un leve resplandor. ¡Es la salida! Hago un último esfuerzo. Ya estoy. Una rejilla me corta el paso. La hago saltar de un puntapié. Me deslizo por el agujero que ha dejado la rejilla. Caigo sobre una mesa dispuesta para veinte comensales. Por fortuna, ninguno de ellos está presente.

03.41
Al oír el estrépito acude un camarero y me ordena que deje libre la mesa de inmediato. Me informa de que esta mesa ha sido reservada por Estefanía de Mónaco, su prometido y unos acompañantes. En realidad, añade, la reserva fue hecha el 9 de abril de 1978 y aún no ha comparecido nadie, pero tratándose de quien se trata, la gerencia del local no ha estimado oportuno dar por cancelada la reserva. Una vez por semana, continúa diciendo el camarero, los manteles y servilletas son lavados, los cubiertos abrillantados, los arreglos florales, renovados, las hormigas, exterminadas, y los panecillos (de pan blanco, integral y de soja) reemplazados por otros recién salidos del horno. En un rincón hay media docena de fotógrafos cubiertos de telarañas.

03.44
Rehecho de la caída, el camarero me dice que, si deseo cenar, puedo hacerlo en cualquiera de las mesas libres del local, que son todas, pues la gente verdaderamente fina nunca cena antes de las cinco o cinco y media de la madrugada, para no ser confundida con el común, que cena antes porque tiene que levantarse pronto. Respondo que, por el momento, tomaré una copa (de cava) en el bar.

03.45
Como el cava me sienta mal, me entretengo contando las burbujas, sin ingerir el líquido que las produce (inexplicablemente) y escuchando la conversación de tres individuos que comparten conmigo la barra del bar. La conversación sería interesante si el insumo inmoderado de cava por parte de los conversantes no les provocara unos borborigmos que les hacen apenas inteligibles. No es difícil, con todo, inferir de qué están hablando, porque los catalanes siempre hablan de lo mismo, es decir, de trabajo. En cuanto se reúnen dos catalanes o más, cada uno cuenta su trabajo con gran lujo de detalles. Con siete u ocho términos (exclusivas, comisiones, carteras de pedidos, y unos pocos más) arman un debate de lo más movido, que puede durar indefinidamente. No hay en toda la Tierra gente más aficionada al trabajo que los catalanes. Si supieran hacer algo, se harían los amos del mundo.

04.00
Se me acerca una chica muy joven y atractiva. Con gran desenvoltura me pregunta si estudio o trabajo. Le respondo que, en realidad, no puede hacerse esta distinción, porque quien estudia aplicadamente realiza el más importante de los trabajos (para el día de mañana), del mismo modo que, quien pone los cinco sentidos en su trabajo, algo nuevo aprende cada día. Sin duda satisfecha con mi respuesta, la chica se aleja a buen paso.

06.00
Las horas pasan sin aportar ninguna de las pistas que he venido a buscar a este local. Empiezo a pensar que, por primera vez, me ha fallado la intuición. La gente ha venido, ha cenado y se está yendo. Algunos han adelgazado tanto durante su cena de negocios que se han esfumado antes del café. Yo sigo aquí, viendo pasar cogotes de merluza y contando burbujas de cava. Ya me han cambiado cuatro veces la copa para que no decaiga la diversión. Estoy por irme.

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