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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (5 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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—¿Qué verdad? —inquirió un transeúnte.

La Perkinita se volvió hacia un joven marino que estaba apoyado contra la verja con varios de sus colegas, divertido por la inquietud que provocaba su pregunta. Fiel a su ideología, la agitadora intentó ignorar a un simple hombre. Por diversión, Leie siguió con el juego.

—¡Sí! ¿Qué verdad es ésa, Perkie?

Varios transeúntes se rieron de la puya de Leie, y Maia no pudo ocultar una sonrisa. Las Perkinitas se tomaban a sí mismas y a su causa muy en serio, y odiaban el diminutivo de su nombre. La oradora miró fríamente a Leie, pero entonces vio a Maia a su lado. Para deleite de las gemelas, al instante sacó la conclusión equivocada y les tendió las manos, implorando.

—La verdad de que los clanes pequeños como el vuestro y el mío son apartados por sistema, no sólo aquí sino en todas partes, sobre todo en Caria City, donde ahora las grandes casas incluso están vendiendo el planeta a los Exteriores y a su Phylum masculinista…

Los oídos de Maia se aguzaron ante la mención de la nave alienígena. Por desgracia, pronto quedó claro que la oradora no aportaba noticias, sino tópicos. La arenga se convirtió rápidamente en una sarta de frases hechas y lugares comunes que Maia y su hermana habían oído incontables veces a lo largo de los años. Sobre la inundación de mano de obra barata var que arruinaba a tantos clanes pequeños. Sobre la laxitud a la hora de mantener los Códigos de Lysos y la regulación de los «varones peligroso».. Esas acusaciones ya gastadas iban acompañadas este año por la paranoia de moda: la inquietud popular de que los visitantes del espacio fueran los precursores de una invasión aún peor que el pasado horror del Enemigo.

Habían sentido un momentáneo placer al ser confundidas con un «cla»., sólo porque Maia y Leie eran iguales, pero aquello pasó pronto. Era otoño, eso significaba que las elecciones se acercaban; los grupos marginales seguían intentando arrancar un escaño minoritario o dos frente a las votaciones en masa de los grupos como Lamatia. El Perkinismo apelaba a los pequeños matriarcados que consideraban un estorbo los linajes establecidos.

El movimiento tenía poco apoyo de las vars, que no tenían ningún poder y, aún menos, intención de votar.

En cuanto a los hombres, no les hacía ninguna ilusión que el Perkinismo se asentara con fuerza en Stratos.

Sólo conque pareciera que eso podía llegar a suceder, Maia podría presenciar algo que no se repetiría en toda su vida: el espectáculo de los
.varones
haciendo cola ante los colegios electorales para ejercitar un derecho establecido por la ley, pero practicado con tanta frecuencia como la gloriosa escarcha caía en verano.

Aunque Leie seguía burlándose de la trayectoria política de las Perkinitas, Maia le dio un codazo.

—Vamos. Tenemos cosas mejores que hacer en nuestra última mañana en la ciudad.

El sol naciente había disipado la niebla que abrazaba la costa cuando las gemelas llegaron a la bahía propiamente dicha. El calor de media mañana había espantado también a la mayor parte de los sedosos flotadores-zoor que Maia había visto antes. Unas cuantas criaturas luminosas eran aún visibles, como brillantes flores ovoides o chillonas bolsas de gas, flotando en una cadena irregular a lo largo del cielo oriental.

Un perezoso permanecía aún en los muelles, parecido a una medusa hinchada con pseudópodos iridiscentes de sólo unos veinte metros de largo. Un bebé, pues. Se aferraba al mástil principal de un esbelto carguero, acariciando las cubiertas envueltas en lona, buscando las golosinas dejadas en las vergas superiores por los avispados marinos. Los ágiles marineros se reían, esquivando las pegajosas ventosas; luego se acercaban a acariciar los nudosos dorsos de los tentáculos de la bestia, o le ataban lazos brillantes o notas de papel.

Aproximadamente una vez al año, alguien recuperaba un ajado mensaje que había sido transmitido de esa forma, transportado por toda la Madre Océano.

Se contaban también historias de grumetes que intentaban montar en los zoors, flotando hacia Lysos sabía dónde, quizás inspirados por leyendas de días remotos, cuando los zepelines y los aviones surcaban el cielo, y a los hombres se les permitía volar.

Como para demostrar que era un día de destino y sincronía, Leie llamó la atención de Maia señalando en dirección contraria, al suroeste, más allá de la cúpula dorada del templo de la ciudad. Maia parpadeó ante una forma plateada que destelló brevemente al posarse en el suelo; reconoció el estilizado dirigible que repartía el correo y los paquetes demasiado valiosos para ser confiados al transporte marítimo, y que llevaba a las poquísimas pasajeras cuyos clanes debían ser casi tan ricos como la diosa del planeta para poder permitirse pagar la tarifa. Maia y Leie suspiraron, compartiendo por una vez exactamente el mismo pensamiento. Haría falta un milagro para que cualquiera de ellas llegara a viajar así, entre las nubes. Tal vez sus descendientes clónicas lo harían, si los caprichosos vientos de la suerte soplaban en esa dirección. El pensamiento aportaba un ligero consuelo.

Tal vez eso también explicaba por qué los grumetes a veces renunciaban a todo por cabalgar un zoor. Los hombres, por propia naturaleza, no podían tener clones. No podían copiarse a sí mismos. Como mucho, conseguían la inmortalidad menor de la paternidad. Fuera lo que fuese lo que más desearan, tenía que ser conseguido en el lapso de una vida, o no lo sería en absoluto.

Las gemelas reemprendieron el camino. Tan cerca ya de los muelles, donde los barcos de pesca desprendían unos miasmas húmedos y punzantes, empezaron a ver mucha más gente de verano como ellas mismas. Mujeres de formas, colores, tamaños diversos, a menudo con cierto parecido familiar a algún clan bien conocido (unos cabellos de las Sheldon, o la mandíbula distintiva de las Wylee), que compartían la mitad o una cuarta parte de sus genes con una línea materna renovada, igual que las gemelas llevaban pintado en el rostro gran parte de Lamai.

Por desgracia, medio parecido servía de poco. Vestida con
.kilts
de un solo color o calzones de cuero, cada persona del verano deambulaba por la vida como una unidad solitaria, única en el mundo. La mayoría, pese a todo, mantenía la cabeza bien alta. La gente del verano trabajaba en los muelles, calafateaba los veleros, y ejecutaba la mayor parte del trabajo manual que sostenía el comercio marítimo, a menudo con una alegría cuya contemplación era una inspiración en sí misma.

.Antes de Lysos, en los mundos del Phylum, las vars como nosotras eran normales y las clones raras. Todo el mundo tenía un padre… y a veces hasta crecían conociéndolo.

Maia solía imaginar planetas llenos de variedades descabelladas e impredecibles. Las madres Lamai lo llamaban «una fijación indign»., aunque tales pensamientos eran más frecuentes desde que la noticia de la Nave Exterior empezó a filtrarse en forma de rumores y luego mediante los reportajes censurados de la tele.

.¿Vive aún la gente de otros mundos en el caos de antaño?, se preguntaba. Como si la vida fuera a ofrecerle alguna vez la oportunidad de averiguarlo.

Pasada la estación de las tormentas y con la puerta de getta abierta de par en par, la bahía era un sitio pintoresco que bullía de vida. El comercio acumulado durante una estación se ponía en circulación. La gente recorría los muelles de descarga y los almacenes de tejado de pizarra, las capillas y las casas de placer. Y las tiendas especializadas en artículos para la navegación (una visita favorita de las gemelas mientras éstas crecían) rebosaban de cada herramienta o utensilio que una tripulación pudiera necesitar en el mar. Desde temprana edad, Maia y su hermana se habían sentido atraídas por el brillante metal y el olor del aceite lubricante, y se entretenían durante horas para exasperación de las dependientas. A Leie le fascinaban los aparatos mecánicos, mientras que Maia, por su parte, se fijaba en las cartas y sextantes y en los estilizados telescopios con sus partes bellamente engarzadas. Y en los relojes, algunos tan antiguos que llevaban una anilla exterior que dividía el calendario de Stratos en poco más de tres «Años Terrestres Estánda».. Ni siquiera las burlas de los chicos de cinco años (alféreces itinerantes que a menudo sabían menos de determinar una latitud que de escupir al viento) mantenían apartadas a las gemelas durante demasiado tiempo.

Al asomarse a la tienda más grande, Maia captó la mirada de la encargada, una Felic de rostro duro. La clon advirtió el corte de pelo y el petate de Maia, y su mueca habitual se convirtió lentamente en una sonrisa. Hizo un breve gesto con la mano deseando a Maia buena suerte y un pasaje seguro.

.Y apuesto a que adiós muy buenas. Recordando lo molestas que habían sido su hermana y ella, Maia le devolvió una exagerada reverencia, que la dependienta aceptó con una carcajada y un gesto de despedida con la mano.

Maia se volvió y encontró a Leie en un espigón cercano, conversando con una estibadora cuyos altos pómulos anunciaban el Continente Occidental.

—No, no —decía la mujer mientras Maia se acercaba, sin detenerse en su rápido anudar de la vela que estaba reparando—. Hasta ahora no se sabe nada de la decisión del Consejo de Caria. Nada en absoluto.

—¿Decisión sobre qué? —preguntó Maia.

—Sobre los Exteriores —respondió Leie—. Esas misioneras Perkies han hecho que me preguntara si había noticias. Esta var trabaja en un barco con acceso pleno.

Leie señaló hacia un barco pesquero cercano con antena orientable. No era descabellado que alguien que manejara aquellos diales pudiera captar un par de cosas.

—¡Como si las propietarias me invitaran a té y tele! —La mujer escupió a las aguas sucias a través de los dientes desportillados.

—¿Pero has oído algo? ¿A través de un canal no oficial, por ejemplo? ¿Siguen diciendo que
.una
nave exterior ha aterrizado?

Maia suspiró. Caria City estaba lejos y sus sabias apenas emitían información. Aún peor, las madres Lamai a menudo prohibían a los niños del verano ver la tele, no fuera a ser que sus frágiles mentes encontraran los programas «perturbadore».. Naturalmente, esto sólo contribuía a picar la curiosidad de las gemelas. Pero Leie estaba llevando sus preguntas demasiado lejos al acosar a simples trabajadoras. Al parecer, la mujer de la vela estaba de acuerdo.

—¿Por qué me preguntáis a mí, tontas? ¿Por qué iba yo a escuchar las mentiras que dice la caja de las dueñas?

—Pero eres del Continente del Aterrizaje…

—¡Mi provincia está a noventa
.gi
de Caria! ¡No la he visto desde hace diez años, ni la volveré a ver! ¡Ahora, fuera!

Cuando estuvieron lo bastante lejos para no ser oídas, Maia reprendió a su hermana.

—Leie, tienes que tranquilizarte respecto a este asunto. No puedes quedar en ridículo…

—¿Cómo hiciste tú cuando teníamos cuatro años? ¿Quién intentó escapar en esa goleta, sólo para averiguar que el capitán tenía otras ideas en mente? ¡Recuerdo que nos castigaron a las dos por eso!

Maia sonrió, reluctante. No siempre había sido la hermana más cautelosa. Un largo año stratoiano antes, era Leie la que siempre se comportaba con cautela antes de actuar, y Maia la que elaboraba planes que las metían en líos.
.Somos iguales, sí. Pero estamos desfasadas. Y tal vez eso sea bueno. Tiene que haber una sensata por turnos
.

—Esto es distinto —replicó, intentando dejar clara su idea—. Ahora se trata de la vida real.

Leie se encogió de hombros.

—¿Quieres hablar sobre la
.vida
? Mira a esos cretinos de allí. —Indicó con un movimiento de cabeza una zona pavimentada del muelle en forma de casillas geométricas sobre las que un grupo de marinos jugaba con un puñado de discos blancos o negros—. Llaman Vida a su juego, y se lo toman muy en serio. ¿Lo hace eso real también?

Maia se negó a aceptar la burla. Cada vez que había barcos en el puerto, podían verse allí puñados de hombres practicando el antiguo juego con una pasión sólo comparable con su interés por el sexo durante los meses de la aurora. Los hombres, marinos de algún carguero, vestían burdas camisetas sin mangas y llevaban anillos de metal en los bíceps para indicar su rango. Algunos alzaron la mirada cuando las gemelas pasaron por su lado. Dos de los más jóvenes sonrieron.

Si aún hubiera sido verano, Maia habría mirado rápidamente en otra dirección e incluso Leie habría mostrado cautela. Pero cuando las auroras se desvanecían y la Estrella Wengel perdía fuerza, la sangre caliente de los machos se apagaba también. Se volvían criaturas más tranquilas, más amistosas. El otoño era la mejor estación para zarpar. Maia y Leie podrían pasar hasta veinte meses estándar en el mar antes de verse obligadas a desembarcar por el celo del año siguiente. Para entonces, sería mejor que hubieran encontrado un nicho, algo en lo que fueran buenas, y empezado su nidal.

Leie recibió osadamente las sonrisas amistosas y perezosas de los marineros con las manos en las caderas y mirándolos a los ojos, como desafiándolos a seguir adelante. Un joven remolcador pareció considerarlo. Pero naturalmente, si le quedaba algo de libido en esa época del año, no iba a malgastarla en un par de pobres vírgenes.

Los jóvenes se rieron, y también Leie.

—Vamos —le dijo a Maia mientras los hombres regresaban a su juego. Leie volvió a ajustarse el petate—. Se acerca la marea. Embarquemos y dejemos atrás esta ciudad.

—¿Cómo que no va a hacerse a la mar? ¿Durante cuánto tiempo?

Maia no podía creerlo. El viejo sobrecargo mordisqueaba un palillo de dientes mientras se mecía en su taburete junto a la pasarela. Iba sin afeitar y con la ropa de faena ajada; señaló el barril cercano donde tenía el dinero de las dos… junto con un poco más añadido como «compensació»..

—No lo sé, hermanita. Probablemente un mes. Tal vez dos.

—¡Un mes! —La voz de Leie se quebró—. ¡Hijo de un gusano mocoso! El tiempo es bueno. Tienes tu carga y pasajeras de pago. ¿Qué quieres decir?

—Tengo una oferta mejor. —El sobrecargo se encogió de hombros—. Uno de los clanes mayores ha comprado nuestra carga sólo para que nos quedemos. Parece que le gustan nuestros chicos. Supongo que quieren que se queden por aquí.

Maia sintió en la boca del estómago un espasmo de comprensión.

—Algunas madres querrán empezar la cría de invierno pronto este año —dijo, tratando de encontrar sentido a la catástrofe—. Es arriesgado, pero si pillan a los hombres aún con calor dentro…

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