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Authors: Chinua Achebe

Tags: #Clásico, Histórico

Todo se derrumba (10 page)

BOOK: Todo se derrumba
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Volvió a sonar el tambor y a pitar la flauta. Ahora la casa de los
egwugwu
era un pandemónium de voces temblorosas. Los
¡Aru oyim de de de de dei!
llenaron el aire cuando los espíritus de los antepasados, recién surgidos de la tierra, se saludaron los unos a los otros en su idioma esotérico. La casa de los
egwugwu
de la que salían estaba frente al bosque, del otro lado de la multitud, que no veía más que la trasera con los dibujos multicolores y los trazos hechos por mujeres especialmente elegidas a intervalos periódicos. Aquellas mujeres nunca veían el interior de la cabaña. No podía entrar ninguna mujer. Limpiaban y pintaban las paredes exteriores bajo 1a supervisión de hombres. Si se imaginaban lo que había en el interior se guardaban sus suposiciones. Ninguna mujer hacía preguntas acerca del culto más importante y más secreto del clan.

¡Aru oyim de de de dei!
, resonó en torno a la oscura cabaña cerrada como si lo pronunciaran lenguas de fuego. Los espíritus ancestrales del clan habían salido.

El gong de metal golpeaba ahora continuamente y la flauta, aguda y fuerte, flotaba sobre el caos.

Y entonces aparecieron los
egwugwu
. Las mujeres y los niños lanzaron grandes gritos y pusieron pies en polvorosa. Era algo instintivo. En cuanto aparecía un
egwugwu
todas las mujeres huían. Y cuando, como ocurrió aquel día, salían juntos nueve de los mayores espíritus enmascarados del clan, era un espectáculo aterrador. Hasta Mgbafo se echó a correr y sus hermanos tuvieron que retenerla.

Cada uno de los nueve
egwugwu
representaba a uno de los pueblos del clan. Su jefe se llamaba Bosque del Mal. De la cabeza le salía humo.

Los nueve pueblos de Umuofia habían sido fundados por los nueve hijos del primer padre del clan. El Bosque del Mal representaba al pueblo de Umueru, o los hijos de Eru, que era el mayor de los nueve hijos.


¡Umuofia kwenu!
—gritó el primer
egwugwu
, dando golpes al aire con brazos de rafia. Los ancianos del clan respondieron:


¡Yaa!


¡Umuofia kwenu!

Yaa!

Entonces el Bosque del Mal clavó en tierra la punta de su báculo con cascabeles. Y el báculo empezó a agitarse y a resonar, como algo agitado por una vida metálica. Tomó el primero de los taburetes vacíos y los otros ocho
egwugwu
empezaron a sentarse tras él por orden de antigüedad.

Las esposas de Okonkwo, y quizá también otras mujeres, podrían haber advertido que el segundo
egwugwu
tenía el paso ágil de Okonkwo. Y quizá también hubieran advertido que Okonkwo no figuraba entre los hombres con títulos y los ancianos que estaban sentados tras la fila de
egwugwu
. Pero si lo pensaban se lo tuvieron callado. El
egwugwu
de paso ágil era uno de los padres muertos del clan. Tenía un aspecto terrible, con el cuerpo de rafia ennegrecida al humo, una careta enorme de madera pintada de blanco salvo los ojos redondos ahuecados y los dientes quemados que tenían el tamaño de los dedos de un hombre. En la cabeza llevaba dos grandes cuernos.

Cuando todos los
egwugwu
estuvieron sentados y fue bajando el ruido de tantos cascabeles y carracas como llevaban en el cuerpo, el Bosque del Mal dirigió la palabra a los dos grupos de gente que estaban frente a ellos.

— Cuerpo de Uzowulu, te saludo —dijo. Los espíritus siempre calificaban a los seres humanos de «cuerpos». Uzowulu se inclinó y tocó la tierra con la mano derecha como signo de sumisión.

— Padre nuestro, he tocado el suelo con la mano —dijo.

— Cuerpo, ¿me conoces? —preguntó el espíritu de Uzowulu.

— ¿Cómo puedo conocerte, padre? Estás más allá de nuestro conocimiento.

El Bosque del Mal se volvió entonces al otro grupo y se dirigió al mayor de los tres hermanos.

— El cuerpo de Odukwe, te saludo —dijo. Y Odukwe se inclinó y tocó la tierra. Entonces comenzó la audiencia.

Uzowulu dio un paso al frente y expuso su caso.

— Esa mujer que está de pie ahí es mi esposa, Mgbafo. La desposé con mi dinero y mis ñames. No debo nada a mis parientes políticos. No les debo ñames. No les debo cocos. Una mañana vinieron tres de ellos a mi casa, me dieron de golpes y se llevaron a mi mujer y mis hijos. Eso pasó en la estación de las lluvias. Esperé en vano a que volvieran mi mujer y mis hijos. Por fin fui a ver a mis parientes políticos y les dije: «Os habéis llevado a vuestra hermana. Yo no la repudié. Os la habéis llevado vosotros. La ley del clan es que tenéis que devolver el precio que pagué por ella.» Pero los hermanos de mi mujer dijeron que no tenían nada que decirme. Por eso he expuesto mi caso a los padres del clan. He dicho. Os saludo.

— Has dicho bien —dijo el jefe de los
egwugwu
—. Vamos a escuchar a Odukwe. Es posible que también diga bien.

Odukwe era bajo y fornido. Dio un paso al frente, saludó a los espíritus e inició su narración.

— Mi pariente político os ha dicho que fuimos a su casa, le dimos una paliza y nos llevamos a su mujer y sus hijos. Todo eso es cierto. Os ha dicho que vino a recuperar lo que había pagado por su mujer y que nos negamos a dárselo. Eso también es cierto. Mi pariente político Uzowulu es un animal. Mi hermana ha vivido nueve años con él. En esos años no hubo un solo día del cielo en el que no diera de golpes a su mujer. Tratamos de resolver sus peleas incontables veces y en cada ocasión Uzowulu era culpable de…

— ¡Es mentira! —gritó Uzowulu.

— Hace dos años —continuó Odukwe—, cuando estaba embarazada le dio una paliza que le hizo abortar.

— Es mentira. Tuvo un aborto después de acostarse con su amante.

— Cuerpo de Uzowulu, te saludo — dijo el Bosque del Mal callándolo—. ¿Qué clase de amante se va a acostar con una mujer embarazada? —lo que produjo un murmullo de aprobación entre la multitud. Odukwe continuó.

— El año pasado, cuando mi hermana estaba recuperándose de una enfermedad, le volvió a dar tal paliza que si no hubieran acudido los vecinos la habría matado. Nos enteramos e hicimos lo que os ha dicho. La ley de Umuofia es que si una mujer se escapa de casa de su marido hay que devolver el precio que se pagó por ella. Pero en este caso escapó para salvar la vida. Sus dos hijos pertenecen a Uzowulu. No lo discutimos, pero son demasiado pequeños para separarlos de su madre. En cambio, si Uzowulu se recuperase de su locura y viniera como procede a pedir a su esposa que volviera, ella volvería, en el entendimiento de que si jamás vuelve a darle una paliza le cortaremos los genitales.

La multitud rugió de risa. El Bosque del Mal se puso en pie e inmediatamente se restableció el orden. De la cabeza le brotaba constantemente una columna de humo. Se volvió a sentar y llamó a dos testigos. Ambos eran vecinos de Uzowulu y ambos estaban de acuerdo en lo de las palizas. Entonces el Bosque del Mal se puso en pie, sacó el báculo de la tierra y lo volvió a clavar en ella. Dio unos pasos rápidos en dirección a las mujeres; todas ellas se echaron a correr aterradas, pero inmediatamente volvieron a sus sitios. Entonces los nueve
egwugwu
se fueron a consultar en su casa. Se quedaron largo rato en silencio. Después sonó el gong de metal y tocó la flauta. Los
egwugwu
habían vuelto a salir de su casa subterránea. Se saludaron los unos a los otros y volvieron a aparecer en el ilo.


¡Umuofia kwenu!
—rugió el Bosque del Mal frente a los ancianos y los grandes del clan.


¡Yaa!
—replicó atronadora la multitud, y después cayó el silencio desde el cielo y se tragó el ruido.

El Bosque del Mal empezó a hablar y durante todo el tiempo que estuvo hablando todos guardaron silencio. Los otros ocho
egwugwu
estaban inmóviles, como estatuas.

— Hemos oído a ambas partes en el caso —dijo el Bosque del Mal—. No estamos obligados a acusar a unos ni a elogiar a otros, sino a solventar la disputa — se volvió hacia el grupo de Uzowulu e hizo una breve pausa.

— Cuerpo de Uzowulu, te saludo — dijo.

— Padre nuestro, he tocado el suelo con la mano —replicó Uzowulu tocando la tierra.

— Cuerpo de Uzowulu, ¿me conoces?

— ¿Cómo puedo conocerte, padre? Estás más allá de nuestro conocimiento —replicó Uzowulu.

— Yo soy el Bosque del Mal. Yo mato a un hombre el día que la vida le parece más dulce.

— Eso es cierto —replicó Uzowulu.

— Ve a ver a tus parientes políticos con un cántaro de vino y ruega a tu esposa que vuelva contigo. No es valeroso el hombre que pelea con una mujer —se volvió hacia Odukwe e hizo una breve pausa.

— Cuerpo de Odukwe, te saludo — dijo.

— Tengo la mano en la tierra —replicó Odukwe.

— ¿Me conoces?

— No hay hombre que pueda conocerte —replicó Odukwe.

— Yo soy el Bosque del Mal. Soy Carne—seca—que llena—la—boca. Soy Fuego-que-arde-sin-leña. Si tu pariente político te lleva vino, deja que su mujer vaya con él. Te saludo —sacó el báculo de la dura tierra y volvió a clavarlo en ella.


¡Umuofia kwenu!
—rugió, y la multitud le respondió.

— No entiendo por qué hay que llevar una nadería así ante los
egwugwu
—dijo un anciano a otro.

— ¿No sabes qué género de hombre es Uzowulu? No querría escuchar la decisión de nadie más —respondió el otro.

Mientras hablaban, otros dos grupos de gente habían sustituido a los primeros ante los
egwugwu
y se inició un importante caso de tenencia de tierras.

Capítulo XI

L
A
oscuridad de la noche era impenetrable. La luna iba saliendo más tarde cada noche y ahora sólo se la veía al amanecer.

Y siempre que la luna estaba ausente al atardecer y salía con el canto del gallo las noches eran negras como el carbón.

Ezinma y su madre se sentaron en una estera tras comerse la cena de fu-fú de ñame y sopa de hojas amargas. Una lámpara de aceite de palma emitía una luz amarillenta. Sin ella hubiera sido imposible comer; no se sabría ni dónde tenía uno la boca en la oscuridad de aquella noche. En cada una de las cuatro cabañas del recinto de Okonkwo lucía una lámpara de aceite, y cada cabaña, vista desde las otras, parecía un ojo suave de media luz amarillenta destacado en la solidez impenetrable de la noche.

El mundo estaba en silencio salvo por los gritos agudos de los insectos, que formaban parte de la noche, y el ruido del mortero y la mano mientras Nwayieke molía su fu-fú. Nwayieke vivía cuatro recintos más allá y era famosa por dejar siempre la cocina para el final. Todas las mujeres del vecindario conocían el ruido del mortero y la mano de Nwayieke. También formaba parte de la noche.

Okonkwo había comido los platos de sus esposas y ahora estaba recostado con la espalda apoyada en la pared. Buscó en la bolsa y sacó el frasquito del rapé. Lo volcó en la palma izquierda, pero no salió nada. Golpeó el frasquito en la rodilla izquierda para sacudir el rapé. Eso era lo que pasaba siempre con el rapé de Okeke. En seguida se ponía húmedo y tenía demasiado salitre. Hacía mucho tiempo de Okonkwo no le compraba rapé. El que sabía hacer buen material era Idigo. Pero hacía poco se había puesto enfermo.

Okonkwo oyó voces bajas, interrumpidas de vez en cuando por canciones, que llegaban de las cabañas de sus esposas, donde las mujeres y los niños contaban cuentos populares. Ekwefi y su hija Ezinma estaban sentadas en una estera en el suelo. Le tocaba el turno a Ekwefi de contar un cuento.

— Érase una vez —empezó— que se invitó a todos los pájaros a una fiesta en el cielo. Estaban contentísimos y empezaron a prepararse para el gran día. Se pintaron las alas de camote rojo y se hicieron unos dibujos preciosos en ellas con
uli
.

»La Tortuga vio todos aquellos preparativos y en seguida descubrió de qué se trataba. Nunca se le escapaba nada de lo que pasaba en el mundo de los animales; era muy astuta. En cuanto se enteró de la gran fiesta en el cielo le empezó a picar la garganta nada más que de pensar en ella. Era una época de hambre y hacía dos lunas que la Tortuga no comía bien. En el caparazón vacío el cuerpo le claveteaba como un palo seco. De manera que empezó a pensar en cómo iría al cielo.»

— Pero no tenía alas —dijo Ezinma.

— Ten paciencia —contestó su madre—. Ese es el cuento. La Tortuga no tenía alas, pero se fue a ver a los pájaros y les pidió que la dejaran ir con ellos.

»—Ya te conocemos —dijeron los pájaros cuando la oyeron—. Eres muy astuta y eres desagradecida. Si te dejamos venir con nosotros en seguida empezarás a hacer maldades.

»—No me conocéis —dijo la Tortuga—. He cambiado mucho. He comprendido que quien crea problemas a los demás acaba por creárselos a sí mismo.

»La—Tortuga sabía hablar muy bien y al cabo de poco rato los pájaros quedaron convencidos de que había cambiado mucho, y cada uno de ellos le prestó una pluma con las que se hizo dos alas.

»Por fin llegó el gran día y la Tortuga fue la primera en llegar al punto de la reunión. Cuando se juntaron todos los pájaros, se marcharon en un gran grupo. La Tortuga estaba muy contenta y charlaba mucho mientras volaba entre los pájaros, y pronto la eligieron para que fuese la oradora de la fiesta, porque hablaba muy bien.

»—Hay una cosa muy importante y que no debemos olvidar —dijo, mientras iban volando—. Cuando se invita a la gente a una fiesta así, toman nombres nuevos para la ocasión. Nuestros anfitriones del cielo esperarán que sigamos la costumbre.

»Ninguno de los pájaros había oído hablar de esa costumbre, pero sabían que la Tortuga, pese a sus defectos en otros sentidos, había viajado mucho y conocía las costumbres de diferentes pueblos. De forma que cada uno de ellos tomó un nombre. Cuando todos lo tuvieron, la Tortuga también tomó uno. Se iba a llamar
Todos Vosotros
.

»Por fin llegó el grupo al cielo y sus anfitriones se alegraron mucho de verlos. La Tortuga con su plumaje multicolor, se puso en pie y les dio las gracias por la invitación. Su discurso fue tan elocuente que todos los pájaros celebraron haberla traído y asintieron con las cabezas para mostrar su aprobación a todo lo que decía. Sus anfitriones creyeron que ) era el rey de los pájaros, sobre todo porque parecía distinguirse en algo de los demás.

»Después de sacar y comer nueces de cola, las gentes del cielo pusieron ante sus invitados los platos más deliciosos que jamás había visto ni soñado la Tortuga. Trajeron una sopa caliente del fuego y en la misma olla en la que se había hecho. Estaba llena de carne y de pescado. La Tortuga empezó a resoplar muy hondo. Había ñame molido y además potaje de ñame cocinado con aceite de palma y pescado fresco. También había cántaros de vino de palma. Cuando estuvo todo puesto ante los invitados, uno de los anfitriones del cielo se adelantó a probar un poco de cada olla. Después invitó a los pájaros a comer. Pero la Tortuga se puso en pie de un salto y preguntó:

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