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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Tormenta de sangre (29 page)

BOOK: Tormenta de sangre
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Malus se deslizó hacia atrás sobre la resbaladiza cubierta, incapaz de hallar un punto de apoyo, hasta que su cabeza y hombros se detuvieron contra la borda de babor. El skinrider se encontraba de pie ante él, con la daga en alto, pero el noble se movió con la rapidez de una serpiente. Le lanzó un tajo del revés con la espada que lo alcanzó en la base de la mandíbula y le cortó el cráneo de derecha a izquierda. La cabeza del skinrider estalló como un melón demasiado maduro, y de su interior salió una pasta maloliente de sangre, sesos putrefactos y gusanos que se retorcían. Con una maldición terrible, Malus apoyó la suela de una bota en el pecho del enemigo y alejó el cadáver de una patada.

Rugiendo y escupiendo, Malus se puso en pie de un salto, al mismo tiempo que le lanzaba una mirada a Tanithra, que continuaba trabada en combate con dos enemigos, a menos de un metro y medio de distancia. Los dos oponentes estaban concentrados en debilitar su defensa, por lo que Malus los pilló desprevenidos cuando se lanzó hacia el más cercano y le separó la cabeza de los deformes hombros.

Tanithra eliminó al otro oponente y sumó su espada a la batalla que se libraba a la derecha. Al flaquear el contraataque inicial, llegaron más grupos de abordaje, y los druchii continuaron ampliando la zona de popa que ocupaban sobre el barco enemigo. Malus miró hacia popa y vio el timón de la nave, defendido por el capitán y un par de skinriders armados con lanzas. Desenvainó la segunda espada con la mano izquierda y dio un rodeo por estribor con la esperanza de pillar desprevenidos a los enemigos. Rodeó la brazola de la bodega de popa —una gran escotilla cuadrada de cuatro metros y medio de ancho por seis de largo—, y cuando pasaba por la sección de estribor de la escotilla se dio de bruces con un grupo de skinriders que avanzaban, agachados, procedentes de la dirección contraria.

No tuvo más que un momento para reaccionar, y se lanzó hacia los enemigos con un gruñido de furia. El primero intentó erguirse y alzó una rodela vapuleada para protegerse la cabeza, pero el noble la apartó a un lado con la espada de la izquierda y decapitó al hombre con un barrido de la derecha. Pateó el cuerpo hacia atrás, contra el enemigo que lo seguía, y se lanzó hacia adelante mientras hacía silbar ambas espadas, que trazaron en el aire una red mortífera al entrecruzarse.

Los enemigos retrocedieron; cada vez eran más los que se veían obligados a erguirse y quedaban expuestos a los disparos de los ballesteros cercanos. Las flechas zumbaban, coléricas, al hender el aire y clavarse en hinchados músculos y sacos de visceras putrefactas. De repente, un skinrider saltó hacia Malus e intentó herirle el vientre con una lanza de ancha punta. El noble levantó sobre la punta del pie derecho y dejó que el extremo de la lanza pasara de largo, para luego degollar al enemigo. El skinrider dio un traspié, y Malus le asestó un tajo de revés que acabó de degollarlo y lanzó la cabeza rebotando por la cubierta. El noble levantó la cara hacia el cielo y gritó de entusiasmo, perdido en el júbilo de la matanza.

Un skinrider le respondió con un rugido y cargó contra él, con las manos desnudas tendidas hacia su cuello. Por instinto, Malus situó la espada en posición horizontal y atravesó al hombre; la hoja de acero se deslizó limpiamente entre las costillas del enemigo y salió por la espalda. Malus se dio cuenta demasiado tarde de que tenía el arma atrapada en tanto el skinrider continuaba adelante, con los hinchados labios contorsionados en una mueca de furia.

Otro enemigo pasó a toda velocidad junto al primero y acometió a Malus por un lado: se lanzó hacia el brazo con que el noble sujetaba la espada. Malus apenas tuvo tiempo de gritar antes de que el skinrider al que había ensartado se estrellara contra él y lo salpicara con los fétidos fluidos que manaban por la herida abierta que tenía en el pecho. Malus se tambaleó a causa del choque; sus botas pisaron algo viscoso y resbalaron, y él cayó hacia atrás y se estrelló contra la puerta de la escotilla de popa. La madera podrida cedió, y el noble y sus oponentes se precipitaron a través de una oscuridad fétida y fría.

Malus sintió un impacto brutal en la espalda cuando llegaron al fondo de la bodega de popa. Algo que parecía hueso se deshizo bajo sus hombros, y el peso que soportaba su brazo izquierdo se apartó con un gruñido; pero luego se produjo otro estruendo de madera podrida que se rajaba y continuó cayendo, esa vez para acabar en un charco de fluido hediondo que se cerró como grasa espesa sobre su cabeza.

¡Las aguas del pantoque! Cayó entre los huesos del decrépito barco explorador, debatiéndose en las contaminadas aguas estancadas en el fondo del casco. La imagen del sueño de Malus volvió con una fuerza espantosa justo en el momento en que el enemigo al que había ensartado cerró sus manos putrefactas en torno al cuello del noble y lo empujó más profundamente dentro del agua inmunda.

Malus luchó e intentó levantarse mientras trataba de hallar algún punto de apoyo, pero tenía el brazo derecho atrapado bajo el cuerpo del agresor. En algún momento de la caída, la mano izquierda había perdido la espada, y entonces golpeaba impotentemente la capucha putrefacta del enemigo. Manoteó con desesperación y logró aferrar la capucha; después, buscó a tientas una cuenca ocular con los dedos. Halló una y hundió en ella el pulgar: un líquido espeso le corrió por la muñeca. El skinrider se debatió y, al empujarlo, Malus logró sacar la cabeza de la repulsiva agua. Inspiró profundamente, entre arcadas causadas por el nauseabundo sabor que tenía en la boca, y parpadeó con furia para limpiarse los ojos de la aceitosa agua que le causaba escozor. Lo único que podía ver era un agujero irregular muy en lo alto, y una mancha de luz gris; el resto del cavernoso espacio situado debajo de la bodega se encontraba sumido en tinieblas. El atacante estaba debilitándose. Malus se acordó de la daga que llevaba al cinturón y la buscó a tientas. Pero en ese momento el skinrider del que se había librado en la bodega cayó por el agujero y se lanzó hacia los hombros del noble.

Se llenó los pulmones de aire justo antes de que su cabeza fuese empujada de nuevo bajo la superficie del agua. La sensación fue como si le hubiese caído encima un muro: por mucho que luchara contra el peso de los dos hombres, no lograba siquiera moverlos. Sentía un estruendo en los oídos y una comezón en la piel de las mejillas. Intentó hablar, invocar el poder del demonio, pero se le llenó la boca de agua fétida. El aire vital escapó por su garganta en una nube de burbujas. Comenzaba a dolerle el pecho y la necesidad de respirar parecía la fuerza de un puño que se retorciera dentro de sus pulmones.

De repente, se produjo otro pesado impacto; fue lo bastante fuerte como para golpear la cabeza de Malus contra las curvas cuadernas del barco, y luego desapareció el peso que tenía sobre el pecho. El noble manoteó débilmente, sin saber ya si tenía o no las manos fuera del agua, hasta que una mano fuerte lo aferró y levantó.

—No deberías largarte por tu cuenta de ese modo, mi señor —dijo Hauclir, como si hablara del tiempo—. Ya resulta bastante difícil guardarte las espaldas sin tener que perseguirte continuamente.

Malus logró rodar y ponerse de rodillas en el agua fétida, mientras tosía, escupía e intentaba sacudirse el oleoso líquido del pelo y las orejas.

—Los malditos skinriders me llevaron de recorrido por el barco, y no me hallaba en posición de discutir —jadeó—. ¿Cómo van las cosas arriba?

—Lo último que vi fue que Tanithra había matado al capitán y hacía avanzar a los suyos para que acabaran con los últimos tripulantes —replicó el guardia.

—Y espero que lo haga —dijo el noble.

Malus hizo rodar el cuerpo del atacante que le había atrapado la espada y aferró el arma con ambas manos por la larga empuñadura. La espada salió del cadáver con un sonido de succión.

—¡Madre de la Noche, estos skinriders apestan! —dijo al sentir que lo acometía una náusea—. Busquemos la escalera para regresar a cubierta, y esperemos que el viento sople con fuerza.

Para cuando Malus y el guardia salieron al aire libre, la batalla había acabado. Los hombres de Tanithra habían acorralado a los tripulantes supervivientes en el extremo de la proa, y luego los habían matado metódicamente con ballestas y espadas. Los cuerpos fueron despojados de la sobrevesta de piel y arrojados por la borda, y los corsarios muertos fueron amortajados con sus capas y llevados al
Saqueador
tras una última bendición de Urial.

Dedicaron las horas siguientes a llevar a bordo herramientas y material desde el
Saqueador
, para reparar el mástil dañado. Los druchii se pusieron a trabajar con ahínco, empalmaron cuerdas cortadas e izaron una vela de piel de recambio que había en las bodegas. A media mañana ya estaban reparados los desperfectos de la nave, que quedó en condiciones de zarpar.

—Si el viento continúa siendo favorable, deberíais llegar al escondite hacia medianoche —les gritó Bruglir a Malus y Tanithra desde la cubierta del castillo de proa del
Saqueador—
. Esperaremos vuestro regreso justo al otro lado del horizonte, hacia el sudoeste. Acordaos de mantener una guardia de navegación permanente para zarpar en cuanto logréis haceros con las cartas.

El noble asintió con la cabeza.

—¿Cuántos skinriders es probable que haya en la isla? —preguntó Malus, que se protegió los ojos con una mano a modo de pantalla al alzar la mirada hacia el capitán.

Bruglir se encogió de hombros.

—No hay forma de saberlo. Tal vez un par de barcos, además de una pequeña guarnición. El número de efectivos cambia según la estación del año y el capricho de los skinriders. Con suerte, tendréis pocos problemas para escabulliros dentro del campamento.

—Asegúrate de estar donde has dicho después de medianoche. No me cabe duda de que los skinriders nos perseguirán hasta la Oscuridad Exterior y de vuelta en cuanto descubran qué nos hemos llevado.

—¡Soltad amarras! —les ordenó Bruglir a sus hombres—. Estaremos esperando, Malus —dijo, y luego alzó un brazo para saludar a Tanithra—. ¡Buena caza, capitana! ¡Cuida bien de tu nuevo barco!

La tripulación de la cubierta del castillo de proa rió mientras el
Saqueador
se apartaba de la putrefacta nave. Tanithra devolvió el saludo, pero sólo Malus vio que los dientes de la corsaria se apretaban ante burlas que le habían dedicado.

—Estoy seguro de que lo dice en broma —comentó el noble.

Tanithra no replicó, pero tenía una mirada ominosa fija en la figura de Bruglir, que iba menguando al alejarse. Malus sonrió para sí de satisfacción. Las cosas estaban resolviéndose bien.

Habían abierto todas las escotillas para dejar entrar la brisa marina, pero no lograron disminuir el hedor lo más mínimo. Malus se recostó contra el mamparo y alzó los ojos hacia el cuadrado de cielo nocturno, mientras escuchaba el susurro del mar contra el casco del barco. «Las cosas podrían estar mucho peor», se recordó a sí mismo. Habían obligado al puñado de marineros de cubierta a ponerse las sobrevestas que les habían quitado a los tripulantes muertos.

Cuatro decenas de druchii aguardaban en la fétida bodega, donde limpiaban las armas o apostaban entre sí en voz baja. Mantenían una respetuosa distancia con Malus y Urial, a quienes les dejaban la sección de proa de la bodega. Hauclir, a la derecha de Malus, apoyaba la cabeza contra el mamparo y roncaba suavemente, meciéndose al ritmo de los movimientos del barco. A pesar de lo cansado que estaba, Malus no lograba dormir. El hedor era terrible, pero más que eso temía a las espantosas visiones que pudieran aguardarlo en los sueños.

Malus buscó a su hermano, que se encontraba sentado sobre la cubierta, a poca distancia de él, con la pierna coja extendida hacia adelante.

—Tengo una pregunta para ti, hermano —dijo. Aquellos fríos ojos se volvieron para posarse sobre él con mirada de buho.

—Puedes preguntar —replicó Urial sin prometer nada. El noble sonrió sin alegría al oír que le devolvían sus propias palabras.

—¿Cómo pueden los videntes fisgar en el futuro?

Urial parpadeó.

—Porque tal cosa no existe.

—Déjate de enigmas de brujo, hermano —gruñó Malus—. Me siento cansado, huelo como un estercolero y no estoy de humor para juegos.

—En ese caso, escucha y aprende —dijo Urial, que se inclinó hacia él—. Imagina que te encuentras de pie en medio de un río.

Malus gruñó.

—Resulta bastante fácil. Ya hace horas que sueño con un baño.

—En medio de un río, lo único de lo que eres consciente es del agua que te pasa corriendo por la cintura. El único punto de referencia que tienes es el sitio del lecho en el que apoyas los pies. Todo lo demás está en movimiento, y cambia de un momento al siguiente ante tus propios ojos. Ése es el modo en que la mayoría de los mortales perciben el flujo del tiempo.

Malus meditó la explicación con el ceño fruncido.

—De acuerdo.

—Ahora imagina que sales del río y te sitúas en la orilla. Tu percepción ha cambiado. Puedes mirar al río y ver el curso en ambas direcciones. Si quieres, puedes fijarte en un trozo de madera que flota en la corriente y seguir su curso a lo largo de ella. Sabes de dónde viene y adonde va porque ves la totalidad del recorrido. Así es como los videntes perciben el futuro: alterando su percepción para abarcar la totalidad de la existencia.

Malus pensó en lo que había dicho Urial, y formuló otra pregunta.

—¿Es...es posible que alguien que no sea vidente altere su percepción de ese modo?

Urial guardó silencio durante un largo instante.

—Es posible —replicó, al fin—. Si un hombre saliese fuera del reino del mundo físico, podría mirar el río de la vida y ver su curso. O podría recibir visiones si fuese poseído por un espíritu lo bastante potente. —El antiguo acólito lo estudió con atención—. ¿Por qué lo preguntas?

Antes de que Malus pudiera responder, una figura encapuchada se asomó por el borde de la escotilla; apenas era discernible en la oscuridad abisal.

—Estamos entrando en la ensenada —susurró—. Destacamento de desembarco, arriba.

Contento por la interrupción, Malus tocó a Hauclir con una bota. El guardia despertó en un instante y se puso de pie en silencio. Malus, Hauclir y cuatro corsarios, todos escogidos por su habilidad para desplazarse y matar silenciosamente, se reunieron cerca de la escalerilla que ascendía a cubierta.

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