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Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

Tormenta (10 page)

BOOK: Tormenta
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—Yo tengo la máxima confianza en su elección de especialistas, doctor Asher —dijo afablemente Spartan—, y usted también debería tenerla.

Al principio Asher se quedó donde estaba, respirando con fuerza para controlarse.

—Usted y yo tenemos un mandato, almirante —dijo al fin con voz ronca—, un mandato conjunto para dirigir el Complejo. Los dos. De momento no he insistido en ello, pero si hay que elegir entre el secreto y la seguridad de la instalación no dudare en optar por la segunda. Le aconsejo que lo tenga presente.

Dio media vuelta, abrió la puerta y se marcho.

12

En Deep Storm había dos pistas de squash, y una lista de espera de tres días para usarlas. Crane pensó que el hecho de que Asher hubiera podido reservar media hora en cuestión de minutos era una demostración de su influencia.

—No me lo imaginaba leyendo poesía —dijo Asher al llegar a la pista—. En cambio se ve venir de lejos que juega al squash.

—Sera mi cuerpo de gacela —contestó Crane—, a menos que haya vuelto a leer mi dossier.

Asher se rio, mientras jugaba distraídamente con la pelotita gris.

A Crane no le extrañaba que Asher quisiera hablar con el. A fin de cuentas ya llevaba treinta y seis horas en la estación, y seguro que el director científico quería un informe. Lo único sorprendente era el lugar de la cita. De todos modos, ya se estaba acostumbrando al modus operandi de Asher: dar una imagen afable y crear un ambiente relajado, pero dejar bien claro al mismo tiempo que esperaba resultados, y no a largo plazo.

Por el, perfecto. En el fondo se alegraba de la reunión, por que también tenía cosas que decir.

—Vamos a calentar unos minutos —dijo Asher. Levantó la pelota—. Servicio?

Crane sacudió la cabeza.

—No, saque usted.

Vio que Asher arrojaba la pelota a la pared de un golpe fuerte y limpio. Después el director científico retrocedió, balanceándose sobre los pies en espera del rebote. Cuando vio acercarse la pelota, empalmo una volea apuntando hacia el rincón más alejado.

Jugaron varios minutos sin hablar, evaluando mutuamente su destreza, su experiencia y las estrategias que preferían el uno y el otro. Crane calculo que Asher le llevaba como mínimo veinticinco años, pero se le veía más en forma; en todo caso Crane estaba jugando fatal, fallaba la mitad de las voleas.

—¿Esta pista tiene algo inusual? —acabo preguntando, mientras recogía la pelota y se la lanzaba a Asher.

El científico la cogió hábilmente con la raqueta.

—Pues la verdad es que si. Tuvimos que ajustamos a la distribución del Complejo. El techo es unos treinta centímetros más bajo de lo normal. Tendría que haberle avisado. Cuando se acostumbre le parecerá más fácil, ya vera. Practicamos un poco más?

—No, vamos a empezar un partido.

Se jugaron a suertes quien empezaba y le toco a Crane, que eligió el lado y sirvió. Asher replico con una rápida volea al rincón más alejado. La partida empezaba en serio.

El intercambio de voleas despertó la admiración de Crane por el juego del científico. El squash tenía tanto de deporte como de ajedrez; era una mezcla de inteligencia, estrategia y resistencia. Asher sobresalía en el control de la T, pero lo más impresionante era su puntería al lanzar la pelota hacia la pared lateral, por lo que Crane siempre debía estar a la defensiva. Crane había supuesto que el científico tendría dificultades para jugar a causa del dolor y rigidez de su mano izquierda, pero Asher parecía haber aprendido a usar la derecha tanto para el equilibrio como para el swing, y Crane se quedó rezagado casi sin darse cuenta.

—Se acabo el partido —dijo Asher.

—Nueve a cuatro. Creo que no me he lucido.

Asher se rio con naturalidad.

—Ya jugara mejor en el siguiente. Repito que hay que acostumbrarse a la diferencia de tamaño de la pista. Adelante, saque.

Durante la segunda partida, Crane comprobó que Asher tenía razón. A medida que se acostumbraba a una pista más baja y profunda, le resulto más fácil controlar la pelota; echaba la pelota fuera menos veces, y conseguía hacer que rebotase detrás del cuadro de servicio, con lo que obligaba a Asher a jugar desde el fondo. Como ya no tenia que concentrarse solo en devolver la pelota, podía volver a la T después de cada jugada, mejorando su posición. La partida se alargo. Esta vez gano Crane por nueve a ocho.

—¿Lo ve? —dijo Asher, jadeando—. Aprende deprisa. Dentro de unos cuantos partidos tendrá que buscarse un contrincante a su altura.

Crane se rio.

—Servicio para usted —dijo, tirándole la pelota.

Asher la cogió, pero no hizo el gesto de servir.

—Que, ¿como esta Waite?

—Sigue sedado. Le hemos administrado un coctel de Haldol y Ativan. Un antipsicotico y un ansiolítico.

—Tengo entendido que lo calmo de una manera bastante peculiar. Bishop me dijo algo de un striptease.

Crane sonrió un poco.

—Con estos casos tan graves hay que usar métodos de choque para romper el bucle psicótico. Hice algo que no se esperaba, y así ganamos tiempo.

—¿Tiene alguna idea de que pasó?

—Corbett esta preparando un perfil psicológico completo, al menos todo lo completo que permite ahora mismo la medicación. De momento no podemos decantarnos por ningún diagnóstico. Es extraño. Ahora mismo el paciente esta completamente lucido; sedado pero lucido. En cambio hace poco sufría un desorden muy grave como respuesta a estímulos internos.

—Perdón?

—Descontrol y alucinaciones. En este momento no recuerda el incidente. Ni siquiera se acuerda de los ruidos angustiosos que parece que lo provocaron. Según los testigos y amigos, el único indicio de que podía pasar algo era que Waite estaba muy callado. Por otra parte, no tiene antecedentes de problemas psicológicos. Claro que eso ya debe de saberlo… —Crane vaciló—. Mi opinión es que deberían sacarlo del Complejo.

Asher sacudió la cabeza.

—Lo siento.

—Hágalo por mí, si no es por Waite. Empiezo a estar francamente cansado de tener al comandante Korolis o alguno de sus secuaces día y noche en el centro médico, haciendo de canguro por si Waite dice algo que no debería.

—Me temo que no esta en mis manos. En cuanto den el alta a Waite, lo encerrare en su habitación. Espero que con eso Korolis ya no le moleste.

Crane tuvo la impresión de que el tono de Asher contenía cierta amargura. No se le había ocurrido que el director científico también pudiera estar exasperado por el ambiente de secretismo de Deep Storm.

Comprendió que era la oportunidad que buscaba para decir lo que tenía que decir, y que probablemente no se repetiría. ≪Ahora o nunca≫, pensó, y respiro hondo.

—Creo que empiezo a entenderlo —dijo.

Asher, que se había quedado mirando la pelota que tenia en la mano, levantó la cabeza.

—¿Entender que?

—Por que estoy aquí.

—Siempre ha estado muy claro. Esta aquí para ocuparse de nuestro problema médico.

—No, me refiero a la razón de que me eligieran a mí para el trabajo.

La mirada de Asher era fija, inexpresiva.

—Al principio no sabia que pensar. Como no soy especialista en pulmones, ni hematólogo… Si lo que tenían los trabajadores era algún tipo de síndrome de descompresión, .a que venia encargarme la visita a domicilio a mí? Pero resulta que no es lo que tienen.

—¿Esta seguro?

—Es de lo único de lo que estoy seguro. —Crane hizo una pausa—. Resulta que la atmosfera de Deep Storm, mire usted por donde, no tiene nada de raro ni de inhabitual.

Asher no apartó la vista, pero tampoco dijo nada. Al ver su expresión, Crane empezó a temer que no hubiera sido buena idea sincerarse, pero ya no podía echarse atrás.

—Mande poner en una cámara hiperbarica a uno de los enfermos de AIT —añadió—, y adivine que hemos descubierto.

Asher seguía sin responder.

—Hemos descubierto que no mejora; no solo eso, sino que los resultados demuestran que la atmosfera era normal tanto dentro como fuera. —Crane vaciló un poco antes de seguir—. O sea, que todo ese rollo de la presurización y de los componentes especiales en el aire… es mentira, ¿verdad?

Asher volvió a contemplar la pelota.

—Si —contestó después de un rato—. Y es muy importante que no lo diga.

—Tranquilo, ¿pero por que?

Asher tiró la pelota a la pared, la recogió y la estrujo pensativamente.

—Queríamos una razón para que nadie pudiera irse con prisas del Complejo, una medida de seguridad contra las filtraciones de datos, el espionaje y todas esas cosas.

—Y lo de la atmosfera exclusiva y el largo proceso de aclimatación les da una tapadera perfecta.

Asher hizo botar otra vez la pelota y la tiró a un rincón. La excusa del partido ya era innecesaria.

—¿O sea, que todas las salas donde tuve que esperar cuando entre en el Complejo eran un simple decorado?

—No, son cámaras de descompresión autenticas, pero con las funciones atmosféricas desconectadas. —Asher miró fugazmente a Crane—. Ha dicho que ya sabe por que le eligieron para el trabajo.

—Si. Lo deduje al ver los resultados de la cámara hiperbarica. Es por lo que hice en el
Spectre,
¿verdad?

Asher asintió con la cabeza.

—Me sorprende que lo sepa.

—No, si yo no lo sabia; sigue siendo una misión secreta, pero el almirante Spartan estaba al corriente y lo sabia todo. Su habilidad para el diagnóstico y su experiencia con… digamos que las situaciones medicas extrañas en circunstancias muy tensas son bazas excepcionales. Como Spartan, por razones de seguridad, no quería dejar que entrase más de una persona en Deep Storm, la mejor elección parecía usted.

—Otra vez la dichosa palabra! Seguridad. Es lo único que aun no entiendo.

La mirada de Asher se volvió interrogante.

—¿A que viene tanto hermetismo? ¿Se puede saber que tiene la Atlántida de tan crucial para que necesiten medidas tan drásticas? Hablando de ello, por que el gobierno esta dispuesto a aportar tanto dinero y maquinaria para una excavación arqueológica? —Crane hizo un gesto con el brazo—. No hay más que verlo; seguro que el Complejo cuesta un millón de dólares diarios al contribuyente solo en mantenimiento.

—Bueno, en realidad bastante más —dijo Asher en voz baja.

—Por lo que se de mi ultimo contacto con la burocracia del Pentágono, no le enloquecen las antiguas civilizaciones. Normalmente los organismos como la NOD siempre tienen el cepillo y las gracias a punto para las migajas que les quiera echar el gobierno, mientras que aquí disponen del entorno laboral más sofisticado y secreto del mundo. —Crane hizo una pausa—. Y por cierto, el Complejo funciona con energía nuclear, ¿verdad? He estado en bastantes submarinos para saberlo, y parece que mi identificación lleva un indicador radiactivo.

Asher sonrió sin contestar. Tenia gracia, pensó Crane, que de unos días a esa parte el director científico se hubiera vuelto tan reservado.

Durante un minuto en la pista de squash se hizo un silencio tenso e incomodo. A Crane le quedaba una bomba, la mayor de todas. Comprendió que no tenía sentido retrasarlo.

—El caso es que últimamente he reflexionado mucho sobre todo ello, y la única respuesta que se me ocurre es que lo de abajo no es la Atlántida, sino otra cosa. —Miró a Asher—. Tengo razón?

Al principio Asher lo miró inquisitivamente. Al cabo de un rato hizo una señal de asentimiento casi imperceptible.

—Ya. ¿Entonces que es? —insistió Crane.

—Lo siento, Peter, pero no puedo decírselo.

—¿No? ¿Por que no?

—Por que me temo que Spartan tendría que matarlo.

Crane se empezó a reír, pero se le pasó de golpe al mirar a Asher. El director científico era de risa fácil, pero en aquel momento ni siquiera sonreía.

13

En el ultimo confín de Escocia (más lejos que Skye, que las Hebridas e incluso que la pequeña y castigada cadena de islas que recibe el nombre de las Siete Hermanas) se alza el archipiélago de St. Kilda. Es la parte más remota de las islas Británicas, un grupo de montículos de piedra parda que pugna por sobresalir del oleaje; un lugar inhóspito, salvaje y castigado por el mar.

En el extremo occidental de Hirta, la isla principal, un promontorio de granito domina el bronco Atlántico desde una altura de trescientos metros. Esta coronado por la línea larga y gris del castillo de Grimwold, antigua y laberíntica abadía protegida de las inclemencias del tiempo y de las catapultas, y rodeada por una cortina en estrella hecha con piedra del país. Fue construido en el siglo XIII por una orden de clausura que buscaba ser libre tanto de la persecución como de la creciente secularización de Europa. Durante muchas décadas, la orden acogió a diversos monjes (cartujos y benedictinos) que buscaban un lugar apartado para el culto y la contemplación espiritual, tras huir de la disolución de los monasterios ingleses. Enriquecida por las aportaciones personales de estos nuevos miembros, la biblioteca del castillo de Grimwold llego a ser una de las principales colecciones monásticas de Europa.

Al pie del monasterio se desarrollo una pequeña comunidad de pescadores que atendía las pocas necesidades terrenales que no podían satisfacer los propios monjes. Al aumentar su fama, el monasterio empezó a recibir a algún viajero, además de a los nuevos iniciados. En su época de máximo esplendor había un Camino de los Peregrinos que partía de la sala capitular medieval, cruzaba un patio de hierba, atravesaba un rastrillo en el muro y bajaba sinuosamente al pueblecito, donde se podía encontrar pasaje a las Hebridas.

Actualmente el Camino de los Peregrinos ya no existe, más allá de algún mojón que destaca en un paisaje desolado. La aldea ya hace siglos que quedó despoblada. Tan solo permanece la abadía, mirando a occidente, al frio norte del Atlántico, con su adusta fachada enfrentándose a todas las tormentas.

En la sala principal de la biblioteca del castillo de Grimwold había un visitante sentado ante una larga mesa de madera. Llevaba guantes blancos de algodón, con los que hacia girar muy lentamente las paginas de vitela de un antiguo infolio colocado sobre una tela protectora. El aire estaba lleno de polvo, y la luz era escasa. El lector tenia que forzar la vista para descifrar las palabras. A su lado se amontonaban varios libros: manuscritos iluminados, incunables, antiguos tratados con encuadernación de piel… Aproximadamente cada hora aparecía un monje para llevarse los volúmenes que ya no precisaba el visitante y traerle otra remesa, además de intercambiar unas pocas palabras antes de irse de nuevo. De vez en cuando el visitante tomaba notas en un cuaderno, pero las pausas se espaciaron cada vez más a lo largo del día.

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