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Authors: Laura Gallego García

Tríada (2 page)

BOOK: Tríada
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Victoria se estremeció y alzó la mirada hacia las estrellas. No quería hacerlo, porque sabía lo que iba a encontrar en aquel hermoso cielo violáceo. Pero también sabía que habían dado un paso definitivo y que no había vuelta atrás.

Contempló con resignación, casi con odio, las tres lunas que brillaban en el firmamento. Las tres lunas de Idhún, el mundo al que acababan de llegar, un mundo que en teoría era el suyo, pero que ella, cuyo cuerpo humano había nacido y crecido en la Tierra, no recordaba ni había aprendido a amar. Era un espectáculo bellísimo, porque los tres astros presentaban sombras y tonalidades que harían palidecer de envidia al satélite terrestre, pero, aunque una parte de su corazón se sentía conmovida por tanta belleza, la otra era dolorosamente consciente de que habían ido allí a luchar... y tal vez a morir.

Las observó un momento más. Ninguna de las tres estaba llena; la mediana parecía decrecer, mientras que a la más pequeña le faltaba poco para el plenilunio, y la grande también estaba creciente. Victoria dedujo que cada una de ellas tenía un ciclo distinto; se preguntó si alguna vez coincidirían los tres plenilunios en la misma noche, y si ella llegaría a verlo.

Se sentó en el suelo y miró a su alrededor. Acababan de atravesar la Puerta interdimensional; en principio, deberían haber aparecido en la Torre de Kazlunn, el bastión de los hechiceros que se oponían a Ashran, pero se encontraban en el claro de un bosque. No parecía haber nada peligroso o amenazador en el paisaje y, sin embargo, Victoria se sintió inquieta. Los árboles eran inmensos y tenían formas extrañas, de raíces torcidas, y ramas que se entrelazaban entre ellas formando intrincados diseños; había arbustos que alcanzaban varios metros de altura y enormes y bellísimas flores cuyos pétalos se abrían en ángulos y siluetas inverosímiles, y que envolvían a Victoria en embriagadores perfumes. Todo era muy diferente a lo que ella conocía y, no obstante, no sentía nada anormal en aquel lugar. Era como si la naturaleza hubiera encontrado de pronto la inspiración y las fuerza necesarias para llevar a cabo sus más atrevidas quimeras. Y, teniendo en cuenta la enorme cantidad de energía que vibraba en el ambiente, Victoria se dijo a sí misma que no era de extrañar.

Buscó a sus amigos con la mirada. Vio a Shail, Allegra y Alexander, que, como Jack y como ella misma, habían quedado inconscientes durante el viaje interdimensional. Victoria frunció el ceño. No recordaba gran cosa de ese viaje, aparte de haber cruzado la brecha... una luz intensa... todo daba vueltas y, de pronto, perdió el sentido de la orientación, no sabía dónde estaba arriba y dónde abajo... se mareó... soltó sin quererlo la mano de Jack... y la mano de Christian.

Christian.

Victoria se puso en pie de un salto y miró a su alrededor, pero no vio la esbelta silueta del joven por ninguna parte. Y, sin embargo, presentía que él estaba cerca, lo cual la tranquilizó un poco. Cerró los ojos, se llevó a los labios la piedra de Shiskatchegg, el anillo mágico que él le había regalado, y se dejó guiar por su intuición. Sabía que no debía adentrarse sola en un bosque desconocido, pero nunca atendía a razones cuando se trataba de Christian.

Algo se movió entre las ramas más altas, y Victoria dio un respingo, sobresaltada. Pero sólo resultó ser algún animal, probablemente un pájaro. La muchacha sonrió, nerviosa, y prosiguió su camino.

El claro no estaba muy lejos del límite del bosque. Los árboles se abrían un poco más allá y dejaban entrever las formas suaves de una llanura, iluminada por las tres lunas.

Y allí estaba Christian. Victoria descubrió su figura apostada en la última fila de árboles, en tensión, vigilando el horizonte. Como cada vez que lo veía, su corazón se debatió en un océano de sentimientos contradictorios.

Christian era Kirtash, un joven asesino enviado por Ashran a la Tierra para acabar con la Resistencia y con el dragón y el unicornio que amenazaban su imperio. Victoria había luchado contra él, lo había temido, lo había odiado... pero también se había sentido atraída por él casi desde el principio, y aquella atracción había aumentado más y más en cada encuentro, hasta transformarse en una emoción difícil de reprimir... y que, sorprendentemente, era correspondida. Victoria no había dejado de quererle al enterarse de que él era el hijo de Ashran el Nigromante, su enemigo, tampoco al saber que Kirtash no era del todo humano, sino que albergaba en su interior el espíritu de un shek, una de las letales serpientes aladas que habían conquistado Idhún. Ni siquiera había sido capaz de odiarle cuando su parte más oscura había aflorado de nuevo, haciéndole daño de forma dolorosa y cruel. A cambio, Christian había acabado por traicionar a los suyos y se había unido a la Resistencia. Por ella. A pesar de que, como ambos sabían muy bien, Victoria jamás sería capaz de elegir entre Jack y Christian porque, de alguna manera estaba enamorada de los dos.

La muchacha no sabía cómo iban a resolver aquello, pero sí tenía muy claro que tendría que esperar. Reprimió sus dudas y sus sentimientos al respecto y se obligó a sí misma a centrarse y a actuar no como una adolescente enamorada y confusa, sino como una guerrera de la Resistencia.

Se acercó a Christian sin hacer el menor ruido. Pero él supo que ella estaba allí sin necesidad de verla ni oírla.

—¿Ya habéis despertado?

Victoria negó con la cabeza y se colocó junto a él.

—Sólo yo —dijo—. Los otros siguen inconscientes. ¿Qué nos ha pasado?

—Chocamos con una barrera —explicó él a media voz—. Tuve que reorientar el destino de la Puerta sobre la marcha. —¿Dónde estamos ahora?

—No muy lejos de nuestro destino. Mira.

Señaló un punto en el horizonte, y Victoria contuvo el aliento.

Contra el cielo nocturno se recortaba la alta figura cónica de una torre, una torre de sólidos cimientos, acabada, sin embargo, en un esbelto picacho que parecía pinchar la más grande de las tres lunas. Se encontraban demasiado lejos como para que Victoria pudiera apreciar los detalles de la estructura, pero a primera vista se le antojó hermosa... y siniestra. No obstante, había algo en ella, en su silueta, que le resultaba familiar.

—¿Eso es la Torre de Kazlunn? —preguntó en voz baja.

Christian asintió.

—No nos han dejado entrar. Por una parte, no es de extrañar, puesto que los magos protegen la torre con un conjuro muy poderoso, y en todos estos años, ni yo, ni mi padre, ni los sheks hemos conseguido conquistarla. Pero, por otro lado... os están esperando desde hace años como a los héroes de la profecía. Deberían haber detectado que procedíamos de Nimbad. Deberían haberos dejado pasar.

Victoria miró a Christian, insegura. Si él no sabía qué era lo que estaba pasando, nadie lo sabría. El shek solía ir por delante de todos a la hora de comprender las cosas.

—Puede ser que hayan detectado mi presencia —siguió diciendo Christian—. Quizás hayan pensado que se trata de una trampa. Pero...

—No hay luces en las ventanas —dijo Victoria de pronto—. Es como si dentro no hubiera nadie.

—Ya lo había notado —asintió Christian, tenso—. Aquí hay algo que no marcha bien.

Se llevó la mano atrás en un movimiento reflejo, pero la detuvo a medio camino, al recordar de pronto que ya no llevaba la vaina de Haiass, su espada, prendida a la espalda. Victoria vio que sus dedos se crispaban y lo miró, un poco preocupada.

—Deberíamos despertar a los demás. Tal vez mi abuela sepa lo que está pasando.

Christian asintió. Victoria dio media vuelta para regresar al claro, pero se detuvo en seco al ver que Christian no la seguía, sino que había comenzado a deslizarse con movimientos felinos en dirección a la torre. Victoria volvió sobre sus pasos para detenerlo.

—¿Adónde se supone que vas?

Él la miró un momento, entre molesto y divertido.

—A reconocer el terreno. Si hay algo raro en esa torre, desde aquí no puedo percibirlo.

—Ni hablar, Christian. No vas a ir solo, ¿me oyes? No quiero que te maten.

Christian no dijo nada, pero sostuvo su mirada. El corazón de Victoria empezó a latir desenfrenadamente, y la joven sintió que las tres lunas que brillaban sobre ellos alteraban sus sentidos y hacían que aquel momento pareciese aún más mágico de lo que era. Pero se sobrepuso y, cuando Christian se acercó más a ella, con intención de besarla, Victoria se separó de él con suavidad.

—Tenemos que despertar a los demás —le recordó.

Christian alzó la cabeza y vio entonces una sombra que los observaba mi poco más lejos, y reconoció a Jack. Victoria fue a reunirse con él, con naturalidad, haciendo caso omiso del semblante sombrío de su amigo.

—Estamos cerca de la Torre de Kazlunn —le explicó—, pero Christian no sabe por qué la Puerta no nos ha llevado hasta el interior. ¿Se han despertado ya todos?

—Sí —respondió Jack; la retuvo por el brazo y dejó que Christian se adelantara hasta que quedaron los dos solos—. No vuelvas a hacerme esto —le susurró, irritado.

—¿EI qué? —se rebeló ella—. No me digas que estás celoso; ya sabes que...

—Si lo estuviera no te lo diría ni actuaría en consecuencia, Victoria —cortó Jack, un poco dolido—. Ya te dije una vez que jamás intentaré controlar tus sentimientos. No, me refiero a lo de desaparecer de repente y quedarte a solas con él. ¿Y si se vuelve loco, como la última vez? ¿Tienes la menor idea de lo que supone para mí despertarme y no verte por ninguna parte? ¿Después de lo que pasó entonces?

Victoria titubeó, entendiendo los sentimientos de su amigo. —No va a hacerme daño, Jack —dijo en voz baja. —Eso no puedo saberlo, Victoria. Y tú, tampoco. —Estoy dispuesta a correr el riesgo. Él la miró a los ojos, muy serio.

—Pero yo no.

Victoria fue a replicar, pero no encontró las palabras apropiadas. Buscó su mano y la estrechó con fuerza, y así, cogidos de la mano, regresaron al claro.

Encontraron a sus compañeros ya despiertos, y escuchando con semblante grave lo que Christian les exponía clara y sucintamente.

—Deberían habernos dejado pasar —resumió Allegra los pensamientos de todos.

Victoria se dio cuenta de que, por lo visto, ella había decidido prescindir de su camuflaje mágico, porque ya no parecía una anciana humana, sino que mostraba su verdadero rostro, el rostro etéreo de un hada de edad incalculable, de cabellos de plata, rasgos exóticos y delicados y ojos completamente negros, todos pupila, que parecían contener toda la sabiduría del mundo. A la muchacha todavía le resultaba extraño pensar que aquella a quien había creído su abuela era en realidad una poderosa hechicera idhunita.

Shail, el otro mago del grupo, negó con la cabeza.

—No saben que logramos rescatar a Victoria de la Torre de Drackwen —dijo—. Si no me equivoco, el Nigromante consiguió lo que quería, y la torre vuelve a ser inexpugnable. —Miró a Christian, quien asintió, confirmando sus palabras—. Puede que los magos piensen que Victoria murió en la torre, y en tal caso habrán perdido toda esperanza.

—Pero ¡no pueden dejarnos aquí! —dijo Alexander—. La Torre de Kazlunn es el único lugar seguro para nosotros. Aquí somos vulnerables...

—...por no mencionar el hecho de que lo más probable es que Ashran ya sepa que hemos llegado —añadió Christian.

Alexander soltó un juramento por lo bajo. Jack se irguió.

—Yo voto por acercarnos a la torre y averiguar qué está pasando.

—¿Y si es una trampa? —dijo Christian.

Shail lo miró.

—¿Una trampa de quién? Tu padre no controla la Torre de Kazlunn. Es imposible que la haya conquistado en el tiempo que ha pasado desde que me marché, y más teniendo en cuenta que no lo ha conseguido en quince años.

Christian no dijo nada, pero Victoria descubrió en su rostro una sombra de duda.

La Torre de Kazlunn se alzaba junto al mar, al fondo de una altiplanicie salpicada de pequeñas arboledas como la que acababan de abandonar. Había un largo camino que llevaba hasta la entrada, bordeando el acantilado.

El ascenso fue largo y penoso. Cuando el camino los acercó un poco al barranco, Jack quiso asomarse al borde, para ver qué había más allá, pero Christian lo retuvo.

—¿Estás loco? —le dijo en voz baja—. Está subiendo la marca.

—¿Y? —preguntó Jack, sin comprender—. No entiendo qué...

No había terminado de decirlo cuando una violenta ola se estrelló contra el borde del precipicio con un sonido atronador. Jack jadeó y retrocedió, empapado y sin aliento. Sus compañeros también se alejaron de la escollera, con prudencia.

—Habría jurado que era mucho más alto, unos quince metros como poco —murmuró el chico, perplejo.

—Lo es —repuso Shail, sonriendo.

Victoria cogió a Jack del brazo y le señaló el cielo en silencio. Jack comprendió lo que quería decir. Las tres lunas de Idhún tenían que provocar, por fuerza, unos movimientos oceánicos mayores que las mareas de la Tierra. Tragando saliva, se alejó aún más del acantilado, y no se sintió seguro hasta que ascendieron hasta los mismos pies de la torre.

La Resistencia se detuvo ante la puerta, que estaba cerrada a cal y canto. No se veía a nadie por los alrededores, ni tampoco percibieron actividad alguna en el edificio.

—Esto no me gusta —murmuró Shail—. Ya deberían habernos visto llegar.

—Nadie puede habernos visto llegar, Shail —dijo Allegra, sombría—, porque no queda nadie en la torre. —¿Qué...?

—Abrid esa puerta —dijo Christian entonces—. Tenemos que entrar en la torre cuanto antes.

—¿Por qué? —preguntó Alexander, mirándolo con desconfianza.

—Porque Christian tenía razón —respondió Jack, escudriñando las sombras mientras desenvainaba su espada—. Es una trampa. ¿No lo notáis?

No había terminado de pronunciar aquellas palabras cuando docenas de pares de ojos brillantes se alzaron en las sombras. Enormes cuerpos ondulantes y alargados surgieron del fondo del acantilado chorreando agua, y se movieron sinuosamente, rodeándolos; y algunos de ellos extendieron sus alas, cubriendo de oscuridad el cielo nocturno. Victoria se estremeció de frío y se preguntó cómo no los habían detectado antes; pero los sheks eran criaturas astutas y muy inteligentes, y habían logrado ocultarse de ellos, esperando pacientemente hasta tenerlos acorralados contra el muro. Ahora los observaban con fijeza, a una prudente distancia, como evaluándolos, pero no cabía duda de que no tardarían en atacarlos, y que sería una lucha muy desigual en la que la Resistencia no podría vencer. La única posibilidad que tenían de escapar con vida era refugiándose en la torre, pero Victoria comprendió, antes de que Allegra y Shail unieran su magia para tratar de derribar la puerta, que no lo lograrían. Hubo un violento chispazo de luz y la magia que protegía la torre repelió el poder de los dos hechiceros con tanta fuerza que los lanzó hacia atrás.

BOOK: Tríada
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