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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un puñado de centeno (4 page)

BOOK: Un puñado de centeno
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El inspector Neele cortó sus meditaciones. Debía continuar su trabajo. Hizo sonar el timbre.

Le abrió la puerta un hombre de mediana edad que coincidía con la imagen que el inspector Neele había formado al hablar con él por teléfono. Un hombre con un falso aire de elegancia, mirada esquiva y pulso bastante inseguro.

El inspector Neele dio a conocer su identidad y la de su acompañante, y tuvo el placer de ver un relámpago de alarma en los ojos del mayordomo... Neele no le atribuyó gran importancia. Era muy posible que no tuviera nada que ver con la muerte de Rex Fortescue, y se tratase sólo de una reacción automática.

—¿Ha regresado la señora Fortescue?

—No, señor.

—¿Y el señorito Percival, o la señorita Fortescue?

—No, señor.

—Entonces quisiera ver a la señorita Dove.

El mayordomo volvió ligeramente la cabeza.

—Ahora baja.

El inspector Neele contempló a la señorita Dove mientras ésta bajaba la escalera. Esta vez su retrato mental no coincidía con la realidad. Inconscientemente la palabra «ama de llaves» le hizo formarse la vaga idea de una mujer alta y autoritaria, vestida de negro y. acompañada del tintineo de las llaves.

El inspector no estaba preparado para enfrentarse con aquella figura menuda que se acercaba a él... los tonos suaves de su vestido, el cuello y los puños blancos, sus cabellos cuidadosamente peinados, la sonrisa de Mona Lisa... todo ello le parecía, en cierto modo, un tanto irreal, como si aquella mujer que no llegaba a los treinta, estuviera representando una comedia; no el papel de ama de llaves, sino el de Mary Dove. Toda su apariencia estaba encaminada a encajar con ese nombre.

Le saludó con toda compostura.

—¿El inspector Neele?

—Sí. Este es el sargento Hay. El señor Fortescue, como ya le dije por teléfono, murió en el Hospital de San Judas, a las doce cuarenta y tres. Parece ser— que debido a algo que comió esta mañana en el desayuno. Por lo tanto, le agradeceré que permita al sargento Hay ir a la cocina para que averigüe lo que le sirvieron.

Sus ojos se encontraron un instante con los del inspector, y al cabo asintió pensativa.

—Desde luego —dijo volviéndose al inquieto mayordomo—. Crump, ¿quiere acompañar al sargento y enseñarle todo lo que desee ver?

Los dos hombres marcharon juntos, y Mary Dove dijo a Neele:

—¿Quiere pasar aquí?

Abrió la puerta de una habitación sin personalidad, que parecía ostentar el rótulo de «Salón de fumar». Las paredes estaban forradas de rica tapicería, así como los butacones, y veíanse varias pinturas deportivas muy adecuadas.

—Siéntese, por favor.

Obedeció el policía y Mary Dove tomó asiento ante él, de cara a la luz. Era una extraña preferencia tratándose de una mujer... todavía más si ésta tenía algo que ocultar. Tal vez Mary Dove no tuviera nada que ocultar.

—Es una lástima que no haya en casa nadie de la familia. La señora Fortescue puede volver— de un momento a otro. Y lo mismo la esposa del señorito Val. He telegrafiado a varios sitios donde pudiera encontrarse el señorito Percival.

—Gracias, señorita Dove.

—¿Dice usted que la muerte del señor Fortescue fue debida a— algo que comió a la hora del desayuno? ¿Se refiere a que le sentó mal?

—Posiblemente. —Neele la observa.

—No me parece muy factible. Esta mañana hubo huevos revueltos con jamón, café, tostadas y mermelada. Había también jamón frío en el aparador, cortado de ayer, pero a nadie le ha sentado mal. No se sirvió pescado, ni salsas...

—Veo que sabe exactamente lo que se comió.

—Es natural. Yo dispongo las comidas. Para la cena de anoche...

—No. —El inspector la interrumpió—. No pudo ser nada que tomara ayer noche.

—Yo creí que algunos tóxicos tardaban en producir efecto incluso hasta veinticuatro horas.

—Pero en este caso... ¿Quiere decirme con toda exactitud lo que el señor Fortescue comió y bebió esta mañana antes de salir de casa?

—Le llevaron una taza de té a su habitación, a las ocho. El desayuno se sirve a las ocho y cuarto. El señor Fortescue, como ya le he dicho, tomó huevos revueltos, jamón, café, tostadas y mermelada.

—¿Algún cereal?

—No, no le gustaban.

—El azúcar que utilizan, ¿es molido o en terrón?

—En terrones. Pero el señor Fortescue tomaba el café sin azúcar.

—¿Tenía la costumbre de tomar alguna medicina por la mañana? ¿Sal de frutas? ¿Algún tónico? ¿Algún medicamento para el aparato digestivo?

—No, nada de eso.

—¿Desayunó usted con él?

—No. Yo no como con la familia.

—¿Quiénes desayunaron con el señor Fortescue?

—La señora Fortescue, la señorita y la esposa del señorito Val. El señorito Percival estaba ausente.

—¿Y la señora y la señorita Fortescue, tomaron las mismas cosas?

—La señora sólo tomó café, zumo de naranja y tostadas. La esposa del señorito Val y la señorita, siempre desayunan bien. Además de los huevos revueltos y el jamón, es posible que también tomaran algún cereal. La esposa del señorito Val toma té, en vez de café.

El inspector Neele reflexionó unos instantes. Por lo menos las oportunidades se iban reduciendo. Sólo tres personas habían desayunado con el difunto: su esposa, su hija y su nuera. Cualquiera de ellas pudo tener ocasión de poner taxina en su taza de café. Su sabor amargo debió disimular el de la taxina. Claro que tomó una taza de té a primera hora, pero Bernsdorff dijo que en el té se hubiera notado. Mas tal vez, siendo lo primero que tomaba a aquellas horas, antes de que se despertara del todo el sentido del gusto... Alzó los ojos encontrándose con la mirada escrutadora de Mary Dove.

—Su pregunta acerca de si tomaba algún tónico o medicina me ha parecido bastante extraña, inspector. Parece implicar que, o bien alguno de los remedios no estaba en condiciones, o que en ellos echaron alguna cosa. Sin duda en ninguno de esos casos puede considerarse una intoxicación.

Neele la miraba de hito en hito.

—Yo no he dicho... exactamente... que el señor Fortescue muriera intoxicado. Pero sí debido a cierto envenenamiento. En resumen... envenenado.

Ella repitió lentamente:

—Envenenado...

No parecía ni sobresaltada ni abatida, sólo interesada. Su actitud era la de quien vive una nueva experiencia.

—Hasta ahora nunca me vi mezclada en un caso de envenenamiento.

—No es muy agradable —le informó Neele con sequedad.

—No... me figuro que no.

Permaneció pensativa unos momentos y luego alzó la vista, sonriendo.

—Yo no he sido —exclamó—. Pero supongo que todo el mundo le dirá lo mismo.

—¿Tiene alguna idea de quién puede haber sido, señorita Dove?

Se encogió de hombros.

—Con franqueza, era un hombre odioso. Cualquiera pudo hacerlo.

—Pero a la gente no se la envenena por el simple hecho de que resulte «odiosa», señorita Dove. Por lo general tiene que haber un motivo bastante sólido.

—Sí, claro.

—¿Le importaría contarme algo acerca de su cometido en esta casa?

Ella alzó los ojos, y Neele sorprendióse al ver su mirada fría y regocijada.

—No es una declaración lo que me pide, ¿verdad? No, no debe serlo, puesto que su sargento está muy atareado asustando al servicio. No me gustaría que lo que yo diga, se lea luego ante un juez...; pero de todas formas me gustaría decírselo... extraoficialmente.

—Adelante entonces, señorita Dove. No tengo testigos, como ya ha observado usted.

La joven inclinóse hacia delante entrecerrando los ojos.

—Comenzaré por decirle que no siento la menor lealtad hacia mis amos. Trabajo para ellos porque me pagan bien.

—Me sorprendió bastante que hiciera esta clase de trabajo... con su inteligencia y educación...

—¿Debiera estar recluida en una oficina? ¿O llenando fichas en un Ministerio? Mi querido inspector Neele, este es el empleo ideal. La gente paga cualquier cosa...
lo que sea
... para verse libre de preocupaciones domésticas. Encontrar servicio es una tarea pesada. Escribir a las agencias, poner anuncios, entrevistarse con los aspirantes, pedir informes, y por último conseguir que todo marche bien... precisa cierta capacidad de la que carecen la mayoría de personas.

—Supongamos que una vez conseguido el servicio necesario, éste se despide. He oído decir que ha ocurrido alguna vez.

Mary sonrió.

—Si es preciso, puedo hacer las camas, limpiar el polvo, preparar la comida y servirla sin que nadie note la diferencia. Claro que yo no lo digo. Eso podría sugerir ideas, pero siempre tengo la certeza de poder cubrir cualquier bache. Pero no hay muchos. Trabajo sólo para gente muy rica que paga lo que sea por sentirse cómoda. Yo a mi vez pago bien a los demás, y por eso consigo lo mejorcito que corre hoy en día.

—¿El mayordomo, por ejemplo?

Le dirigió una mirada divertida.

—Siempre pasa eso cuando se trata de una pareja. Crump sigue en la casa porque su mujer, la señora Crump, es una de las mejores cocineras que he conocido. Es una joya y hay que pasar por alto algunas cosas, para poder conservarla. Al señor Fortescue le gusta... le gustaba, quiero decir, como guisa. En esta casa nadie tiene escrúpulos y los amos mucho dinero. Mantequilla, huevos, crema, la señora Crump puede manejar todo lo que quiere. Y en cuanto a Crump, se limita a cumplir su cometido. Limpia bien la plata, y no sirve del todo mal a la mesa. Yo guardo la llave de la bodega, vigilo el
whisky
y la ginebra, y reviso su trabajo. Yo creo que una debe
saberlo
hacer todo, y entonces... no precisa hacerlo nunca. Pero usted quería que le hablara de la familia...

—Si no le importa...

—La verdad es que todos son aborrecibles. El difunto señor Fortescue era de esos hombres poco escrupulosos que no obstante siempre procuran estar dentro de la Ley, Alardeaba de sus mañas. Era rudo y cargante... un verdadero rufián. La señora Fortescue, Adela... su segunda esposa, tiene unos treinta años menos que él. La conoció en Brighton. Era manicura, de esas que andan a la caza de dinero. Es muy atractiva... un verdadero ejemplar en su especie... ya me comprende.

El inspector Neele estaba sorprendido, pero procuró no demostrarlo. Una chica como Mary Dove no debía decir cosas semejantes.

La joven proseguía tranquilamente:

—Adela, desde luego, se casó con él por su dinero y naturalmente, su hijo Percival y su hija Elaine están furiosos con ella. Se muestran lo más desagradables posible, pero ella, muy sabiamente, hace como si no le importara o no se diese cuenta Sabe que puede hacer del viejo lo que quiere. Oh, ya he vuelto a equivocarme. Todavía no puedo hacerme cargo de que ha muerto...

—Hable del hijo.

—¿Del querido Percival? Val, como le llama su esposa. Percival es falso e hipócrita... muy estirado y astuto. Su padre le tiene aterrorizado, y siempre le ha dejado fanfarronear, pero es lo bastante listo para salirse con la suya. Al revés que su padre, es muy tacaño. La economía es una de sus pasiones. Por eso ha tardado tanto en encontrar casa. El estar aquí le ha ahorrado mucho dinero.

—¿Y su esposa?

—Jennifer es dócil, y parece muy estúpida. Pero no estoy muy segura. Antes de casarse era enfermera de un hospital... cuidó a Percival durante una pulmonía y se enamoraron. El viejo no aprobó el matrimonio. Era un
snob
y quería que Percival hiciera lo que él llamaba «una buena boda». Despreciaba a la pobre Jennifer. Creo que ella no le tiene... tenía simpatía. Sus principales aficiones son ir de compras y el cipe; y su mayor contrariedad el que su esposo le dé poco dinero.

—¿Y qué hay de la hija?

—¿Elaine? Me da bastante lástima. No es mala. Una de esas colegialas que no crecen nunca. Practica varios deportes bastante bien. No hace mucho tuvo un pretendiente, un joven maestro, pero su padre descubrió que tenía ideas comunistas y acabó con el idilio.

—¿No tuvo valor para hacerle frente?


Ella
sí. Fue el joven quien se retiró. Me figuro que por cuestión de dinero. Elaine, la pobre, no es precisamente atractiva.

—¿Y el otro hijo?

—No le he visto nunca. Es atractivo, por todos conceptos, y un bala perdida. Hubo cierto asunto de un cheque falsificado, hace muchos años. Ahora vive en África.

—¿Su padre le echó de casa?

—Sí. El señor Fortescue no pudo dejarle sin un chelín, porque ya le había hecho socio de la firma, pero estuvo muchos años sin comunicarse para nada con él, y si alguna vez se le mencionaba solía decir: «No me habléis de ese pícaro. No es hijo mío.» De todas maneras...

—¿Qué, señorita Dove?

—De todas maneras —dijo Mary, despacio— no me sorprendería que el viejo Fortescue tuviera el propósito de hacerle volver.

—¿Qué es lo que le hace pensar eso?

—Porque hará cosa de un mes el viejo Fortescue tuvo una fuerte discusión con Percival... descubrió algo que Percival había estado haciendo a sus espaldas... ignoro lo que fue... y estaba furioso, y de pronto Percival dejó de ser un niño mimado. Ha estado muy extraño últimamente.

—¿El señor Fortescue había cambiado mucho?

—No. Me refería a Percival. Estaba terriblemente preocupado.

—Ahora, los criados. Ya me ha descrito a los Crump. ¿Quién más hay?

—Gladys Martin es la doncella o camarera, como las llaman ahora. Limpia las habitaciones de la planta baja pone la mesa, luego la recoge y ayuda a Crump a servir. Es una chica muy decente pero de pocas luces.

Neele asintió en silencio.

—La otra doncella es Ellen Curtís. Ya mayor, y de muy mal carácter, pero trabaja bien y es una doncella de primera clase. El resto no vive en casa... algunas mujeres que vienen a ayudar.

—¿Y esas son las únicas personas que viven aquí?

—Y la anciana señorita Ramsbatton.

—¿Quién es?

—La cuñada del señor Fortescue... hermana de su primera esposa. Esta era mayor que él y su hermana mucho mayor todavía... así que ahora debe andar por los setenta. Tiene su habitación en el segundo piso... allí se prepara la comida ella misma, y sólo entra una mujer a limpiar. Es bastante excéntrica y nunca quiso a su cuñado, pero vino aquí en vida de su hermana, y aquí se quedó a su muerte. El señor Fortescue nunca se preocupó gran cosa de ella. No obstante, tía Effie es todo un carácter.

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