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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un puñado de centeno (9 page)

BOOK: Un puñado de centeno
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—¿Era el timbre del teléfono lo que sonaba hace un momento? —preguntó Mary—. ¿Quién era?

—¡Oh!, se equivocaron de número. Preguntaban por una lavandería, —Gladys parecía muy nerviosa—. Y antes llamó el señor Dubois. Quería hablar con la señora.

—Ya.

Mary echó a andar por el vestíbulo y volviendo la cabeza, preguntó:

—Creo que es la hora del té. ¿No lo han servido aún?

—No creo que sean todavía las cuatro y media, ¿lo son ya, señorita?

—Las cinco menos veinte. Tráigalo ahora, ¿quiere?

Mary Dove entró en la biblioteca, donde Adela Fortescue, sentada en el sofá, contemplaba el fuego de la chimenea, mientras retorcía entre, sus manos un diminuto pañolito de encaje. Al verla le dijo de mal talante:

—¿Dónde está el té?

—Ahora lo traen —repuso Mary Dove.

Un tronco había rodado fuera del fogón y Mary Dove se arrodilló para volverlo a colocar con las tenazas, agregando al mismo tiempo otro tronco y un poco de carbón.

Gladys fue a la cocina. La señora Crump alzó un rostro arrebolado y furioso de la mesa de la cocina donde revolvía la pasta en un gran perol.

—El timbre de la biblioteca no para de sonar. Ya es hora de que lleves el té, pequeña.

—Está bien, está bien, señora Crump.

Gladys entró en la despensa. No había preparado bocadillos. Bueno, pues no iba a entretenerse en hacerlos. Ya tenían bastante con los dos pasteles, los bizcochos, bollitos y la miel. Pan blanco recién hecho y mantequilla de la mejor. Demasiado para que encima tuviera que preocuparse preparando bocadillos de tomate o
foie gras
. Tenía otras cosas en qué pensar. ¡Qué mal humor tenía la señora Crump! Y todo porque su esposo había salido aquella tarde. Bueno, era su día libre, ¿verdad? Pues hizo bien, pensó Gladys. La señora Crump le gritó desde la cocina:

—El agua está hirviendo hace rato. ¿Es que no vas a hacer nunca ese té?

—Ya voy.

Echó cierta cantidad de té, sin medirlo, en la gran tetera de plata, la llevó a la cocina y vertió en ella el agua hirviendo. Puso la tetera y la jarra en la enorme bandeja de plata y lo llevó todo a la biblioteca, donde lo depositó encuna de una mesita, cerca del sofá. Volvió corriendo a por la otra bandeja con los comestibles. Había llegado con ella hasta el vestíbulo cuando el sonido del viejo reloj al dar las campanadas le hizo pegar un brinco.

En la biblioteca, Adela Fortescue decía a Mary Dove:

—¿Dónde
está
todo el mundo esta tarde?

—No lo sé, la verdad, señora Fortescue. La señorita ha venido hace bastante rato. Y creo que la señora Percival está escribiendo unas cartas en su habitación.

Adela repitió con enojo:

—Escribiendo cartas, escribiendo cartas. Esa mujer siempre está escribiendo cartas. Es como todos los de su clase. Toma la muerte y la desgracia con absoluta tranquilidad. Morbosa... eso es lo que es. Absolutamente morbosa.

Mary murmuró con mucho tacto:

—Iré a decirle que el té está servido.

Cuando llegó a la puerta tuvo que hacerse a un lado para dejar paso a Elaine Fortescue, que llegaba diciendo:

—Hace frío. —Y se acercó a la chimenea extendiendo las manos ante las llamas.

Mary permaneció unos momentos de pie en el vestíbulo. Una gran bandeja con pasteles estaba sobre uno de los arcones. Puesto que estaba oscureciendo, Mary encendió la luz, y al hacerle creyó oír a Jennifer Fortescue que andaba por el pasillo de arriba. Sin embargo, nadie bajó la escalera y Mary subió a avisar a la esposa de Percival.

Percival Fortescue y su esposa ocupaban una serie de habitaciones en una de las alas de la casa. Mary golpeó con los nudillos la puerta de la salita. La señora Percival siempre exigía que llamaran antes de entrar, cosa que siempre había enfurecido a Crump. Su voz dijo prontamente:

—Adelante.

Mary abrió la puerta y murmuró:

—Acaban de servir el té, señora Percival.

Le sorprendió bastante encontrarla con el abrigo puesto. Era una prenda magnífica de pelo de camello y comenzó a quitárselo en aquel momento.

—No sabia que hubiera usted salido —dijo Mary.

La señora Percival parecía algo falta de aliento.

—¡Oh!, sólo he bajado al jardín a tomar un poco de aire. Aunque, la verdad, hacía frío. Será agradable sentarse ante el fuego. La calefacción central no es tan buena como debiera. Alguien tendrá que hablar de ello con los jardineros, señorita Dove.

—Yo lo haré —le prometió Mary.

Jennifer Fortescue dejó su abrigo sobre una silla, siguió a Mary y bajó la escalera precediéndola, puesto que la joven se retiró para dejarle preferencia. Una vez en el vestíbulo Mary observó con gran sorpresa que todavía seguía allí la bandeja con los pasteles. Estaba a punto de ir a la cocina a llamar a Gladys, cundo Adela Fortescue apareció en la puerta de la biblioteca diciendo con voz irritada:

—¿Es que no van a traer nada para acompañar el té?

Rápidamente, Mary recogió la bandeja y penetró en la biblioteca colocando las cosas ante las mesitas situadas cerca de la chimenea. Volvió a salir al vestíbulo con la bandeja vacía cuando sonó el timbre de la puerta principal. Dejando la bandeja, apresuróse a abrir. Si era el hijo pródigo quien llegaba, sentía curiosidad por conocerle.

—Qué distinto del resto de los Fortescue —pensaba Mary mientras abría la puerta y contemplaba el rostro moreno y delgado, y la sonrisa irónica que entreabría sus labios.

—¿El señor Lancelot Fortescue?

—El mismo.

Mary miró hacia fuera.

—¿Y su equipaje?

—He despedido al taxi. Esto es todo lo que traigo. Y alzó una maleta de tamaño mediano. Con cierta sorpresa Mary exclamó:

—¡Oh!, ha venido en un taxi. Pensé que tal vez había venido andando, ¿y su esposa?

Su rostro adquirió una expresión grave.

—Mi esposa no viene —dijo Lance, y agregó—: Por lo menos, de momento.

—Ya. Venga por aquí, señor Fortescue. Todos están en la biblioteca, tomando el té.

Le acompañó hasta la biblioteca. Lancelot Fortescue le pareció una persona muy atractiva. Y a este pensamiento siguió otro: Posiblemente muchas mujeres pensaban lo mismo.

3

—¡Lance!

Elaine se lanzó corriendo a su encuentro y echándole los brazos al cuello le abrazó con un abandono que Lance encontró altamente inesperado.

—¡Hola! Aquí me tenéis.

La apartó con suavidad.

—¿Esta es Jennifer?

Jennifer Fortescue le miró con evidente curiosidad.

—Siento que Val se haya entretenido en la ciudad —dijo—. Ahora tiene tanto que hacer. Hay que disponerlo y arreglarlo todo. Y, naturalmente, todo cae sobre Val. Tiene que cuidarse de
todo
. Tú no puedes tener idea de lo que estamos pasando.

—Debe ser terrible para ti —dijo Lance muy serio.

Volvióse a Adela que, sentada en el sofá, con un pedazo de bocadillo untado con miel en la mano, le contemplaba tranquilamente.

—Claro —exclamó Jennifer—. Tú no conoces a Adela, ¿verdad?

Lance murmuró: «¡Oh, sí!», tomando la mano de Adela entre las suyas. Al inclinarse ante ella la vio parpadear y dejar el bollo sobre la mesita para arreglarse el pelo con gesto muy femenino, que denotaba que en aquella habitación había entrado un hombre. Adela dijo con su voz suave y aterciopelada:

—Siéntate en el sofá, Lance, a mi lado. —Le sirvió una taza de té—. Celebro que hayas venido. Hacía falta otro hombre en esta casa.

—Debéis dejar que haga todo lo que me sea posible por ayudaros —repuso Lance.

—Ya sabes... o tal vez no lo sepas. . que hemos tenido aquí a la policía. Ellos creen... ellos creen... —Se interrumpió exclamando apasionadamente—: ¡Oh, es horrible! ¡Horrible!

—Lo sé. —Lance se mostró grave y compasivo—. A decir verdad me recibieron en el aeropuerto de Londres.

—¿La policía fue a esperarte?

—Sí.

—¿Qué te dijeron?

—Pues me contaron lo que había ocurrido —explicó Lance.

—Que le envenenaron —dijo Adela—. Eso es lo que ellos piensan, lo que dicen. No se trata de una intoxicación, sino de un asesinato deliberado. Estoy segura de que creen que hemos sido uno de
nosotros
.

Lance le dirigió una rápida sonrisa.

—Eso es cosa suya —dijo consolándola—. No vale la pena de que nos preocupemos. ¡Qué té tan exquisito! Hacia mucho tiempo que no tomaba buen té inglés.

Todos se contagiaron de su buen humor. Adela dijo de pronto:

—Pero, ¿y tu esposa?... ¿No te habías casado, Lance?

—Sí, me he casado. Está en Londres.

—Pero es que... ¿No hubiera sido mejor traerla aquí?

—Hay mucho tiempo por delante para hacer planes —dijo Lance—. Pat... ¡oh!, Pat está muy bien donde está.

Elaine comentó enojada:

—¿No querrás decir...? ¿No pensarás...?

Lance apresuróse a decir:

—¡Qué pastel de chocolate...! Tiene un aspecto magnífico. Voy a tomar un poco.

Y cortándose él mismo un pedazo, preguntó:

—¿Vive todavía tía Effie?

—¡Oh, sí, Lance! No baja nunca, ni come con nosotros, pero está muy bien. Sólo que se está volviendo algo rara.

—Siempre lo fue —dijo Lance—. Subiré a verla después de tomar el té.

—A su edad uno piensa que debiera estar en una de esas casas —musitó Jennifer Fortescue—. Quiero decir, en algún sitio donde la cuidaran convenientemente.

—Dios ayude a las casas de ancianos que tengan a alguna tía Effie entre sus filas —dijo Lance. Y agregó—; ¿Quién es ese dechado de formalidad que me ha abierto la puerta?

Adela se sorprendió.

—¿Es que no te ha abierto Crump, el mayordomo? ¡Oh, no!, me olvidaba. Hoy es su día libre. Pues seguramente Gladys...

Lance la describió.

—Ojos azules, peinada con raya en medio» voz suave...

—Esa —dijo Jennifer— tiene que ser Mary Dove.

—Es quien lleva la casa —explicó Elaine.

—¿Ahora también?

—Es muy útil —comentó Adela.

—Sí —dijo Lance pensativo—. Imagino que debe serlo.

—Pero lo mejor que tiene es que sabe mantenerse en su sitio —prosiguió Adela—. Nunca presume. No sé si me entiendes.

—Mary Dove es muy inteligente —replicó Lance sirviéndose otro pedazo de pastel de chocolate.

Capítulo XII
1

—De modo que has vuelto, como las monedas falsas —dijo la señorita Ramsbatton.

Lance sonrió.

—Como tú dices, tía Effie.

—¡Hum!—gruñó la señorita Ramsbatton—. Has escogido, buena ocasión. Ayer asesinaron a tu padre, y la casa está llena de policías que meten las narices por todas partes, incluso en el cubo de la basura. Les he visto por la ventana. —Hizo una pausa, volvió a gruñir y preguntó: ¿Has venido con tu esposa?

—No. La dejé en Londres.

—En eso has demostrado tener algo de sentido. Yo de ti no la traería a
esta casa
. Nunca se sabe lo que puede ocurrir.

—¿A quién? ¿A Pat?

—A cualquiera —repuso la anciana.

Lance Fortescue la contemplaba pensativo.

—¿Tienes alguna idea, tía Effie? —le preguntó.

La señorita Ramsbatton no contestó directamente.

—Ayer vino un inspector a interrogarme —dijo—. No consiguió sacarme gran cosa, pero no era tan tonto como parecía, ni muchísimo menos. —Y agregó con indignación—: Si tu padre supiera qué su casa está llena de policías... sería capaz de salir de su tumba. Aún me acuerdo del alboroto que armó cuando supo que yo había asistido a varias funciones de la Iglesia Anglicana. Y estoy segura que
aquello
no era nada comparado con todo esto.

En otras circunstancias, Lance sé hubiera reído, mas su rostro alargado y moreno permaneció grave.

—¿Sabes? Estoy bastante a oscuras, después de haber estado fuera tanto tiempo. ¿Qué ha ocurrido por aquí últimamente?

La señorita Ramsbatton alzó los ojos al cielo.

—Impiedades —dijo con firmeza.

—Sí, sí, tía Effie, sabía que dirías eso, pero ¿por qué cree la policía que papá haya sido asesinado aquí, en esta casa?

—El adulterio es una cosa y un crimen otra muy distinta —repuso la anciana—. No quisiera pensar eso de ella, no quisiera.

Lance preguntó muy intrigado:

—¿Adela?

—Mis labios están sellados —replico la señorita Ramsbatton.

—Vamos, tía —dijo Lance—. Es una bonita frase, pero no significa nada. ¿Adela tenía algún amigo? ¿Es que imaginan que Adela y su amiguito le pusieron beleño a mi padre en el té del desayuno?

—Te aconsejo que no bromees.

—No estoy bromeando.

—Te diré una cosa —dijo de pronto la anciana—. Creo que esa chica sabe algo de esto.

—¿Qué chica? —Lance estaba sorprendido.

—Esa que siempre está sorbiendo. La que tenía que haberme subido el té esta tarde, —pero no lo hizo. Dicen que se ha marchado sin permiso de nadie. No me extrañaría que hubiese ido a hablar con la policía. ¿Quién te ha abierto la puerta?

—Creo que una señorita llamada Mary Dove. Muy suave y humilde... en apariencia. ¿Es esa la que ha ido a ver a la policía?


Ella
no iría a hablar con la policía —replicó la señorita Ramsbatton—. No; me refiero a esa tonta de la doncella. Se ha pasado todo el día brincando y moviéndose como un conejo. «¿Qué es lo que te pasa?», le pregunté. «¿Es que tienes remordimientos?» Y me respondió: «
Yo
no hice nada... yo nunca haría una cosa así.» «Espero que no», le dije. «Pero hay algo que te preocupa, ¿no es así?» Entonces empezó a sorber y a decir que ella no quería complicar a nadie, y que estaba segura de que todo debía ser un error. Yo entonces le dije: «Ahora, pequeña, di la verdad y desahógate.» Eso es lo que le dije. «Ve a hablar con la policía y cuéntales todo lo que sepas, porque ningún bien puedes hacer ocultando la verdad, por desagradable que ésta sea.» Luego estuvo diciendo una serie de tonterías... que no podía acudir a la policía porque nunca la creerían y qué podía decirles. Terminó asegurando que no sabía nada de nada.

—Tal vez sólo haya querido darse importancia —insinuó Lance.

—No. Estaba realmente asustada. Supongo que vio u oyó algo que le dio alguna idea. Puede que sea importante, o tal vez no tenga la menor trascendencia.

—¿No crees que pudiera guardarle rencor a papá y...? —Lance vacilaba.

—No es una de esas chicas en las que tu padre hubiera reparado. Ningún hombre se fija mucho en ella, pobrecilla. ¡Ah!, es mucho mejor así para una mujer. Casi me atrevo a asegurarlo.

BOOK: Un puñado de centeno
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