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Authors: Charlaine Harris

Una Pizca De Muerte (6 page)

BOOK: Una Pizca De Muerte
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El barman posó regiamente ante Eric, quien, tras un instante de perplejidad, se inclinó ante ese vampiro que era notablemente más bajo que él.

—Mi señor —balbuceó Eric—. Empequeñezco ante el honor que no..., ante el honor que nos hacéis al presentaros aquí..., en... este día... de días... Estoy sobrecogido.

—Jodido impostor —me murmuró Pam al oído. Se había deslizado detrás de mí durante la escenificación de su aparición.

—¿Tú crees? —pregunté, contemplando el espectáculo del confiado y regio Eric farfullando, de hecho, hundiendo una rodilla en el suelo.

Drácula hizo un gesto de silencio y la boca de Eric enmudeció a media frase. Lo mismo ocurrió con las bocas de los demás vampiros presentes.

—Llevo aquí de incógnito una semana —dijo Drácula con grandilocuencia y un marcado, aunque no desagradable, acento— y este lugar me ha gustado tanto que propongo quedarme durante un año. Aceptaré tu tributo mientras permanezca aquí para vivir el estilo que tanto disfruté en vida. Si bien la Royalty es aceptable parche provisional, yo, Drácula, desdeño esta moderna costumbre de beber sangre embotellada, así que exijo una mujer por día. Ésta servirá para empezar. —Me señaló. El coronel y Calvin salieron disparados para colocarse a mis flancos, un gesto que agradecí sobremanera. Todos los vampiros parecían confusos, una expresión que no encaja muy bien en el rostro de un no muerto, salvo Bill. Él se quedó completamente inexpresivo.

Eric siguió el achaparrado dedo de Vlad Tepes, que me identificaba como su inminente
Happy Meal
. Luego contempló a Drácula, levantando la cabeza desde su posición arrodillada. No pude descifrar su expresión en absoluto, lo que me produjo una mezcla de emoción y temor. ¿Qué habría hecho Charlie Brown si la gran calabaza se hubiese querido comer a la niña pelirroja?

—Además, para mi manutención económica, un diezmo de los ingresos de tu club y una casa serán suficientes para satisfacer mis necesidades, incluidos algunos sirvientes, claro: tu lugarteniente o el gerente del club, cualquiera de los dos servirá... —Pam emitió un gruñido, un sonido de baja intensidad que bastó para erizarme los pelos de la nuca. Clancy puso la misma cara que si alguien acabase de dar una patada a su perro.

Pam palpaba el centro de la mesa, oculto por mi cuerpo. Un segundo después, sentí que me ponía algo en la mano. Bajé la mirada.

—Eres la humana —susurró.

—Ven, chica —ordenó Drácula, completando la llamada con un gesto de los dedos—. Tengo hambre. Ven a mí y honra a los aquí reunidos.

Si bien el coronel Flood y Calvin me agarraron de los brazos, dije suavemente:

—No merece la pena que arriesguéis la vida. Os matarán si intentáis luchar. No os preocupéis. —Me zafé de ellos, mirándolos a los ojos, primero a uno y luego al otro, mientras hablaba. Intentaba proyectar confianza. No sabía qué habían comprendido exactamente, pero al menos ya sabían que yo tenía un plan.

Intenté deslizarme hasta el emperifollado barman como si hubiese caído en un trance. Como es algo a lo que soy inmune, y estaba claro que Drácula nunca había dudado de sus poderes, resultó creíble.

—Maestro, ¿cómo escapasteis de vuestra tumba en Târgoviște? —pregunté, esforzándome por parecer cautivada y ausente. Dejé los brazos colgados a ambos lados para que las largas mangas de gasa me ocultaran las manos.

—Muchos son los que me han hecho esa pregunta —dijo el Príncipe de las Tinieblas, inclinando con gracia su cabeza, al mismo tiempo que Eric sacudía la suya hacia arriba, juntando las cejas—. Pero esa historia ha de esperar. Preciosa mía, me alegra que hayas dejado tu cuello al descubierto esta noche. Acércate a mí... ¡AARRRGGHHH!

—¡Eso es por el pésimo diálogo! —grité con voz temblorosa mientras intentaba hundir la estaca con más fuerza si cabe.

—Y esto por la vergüenza que me has hecho pasar —dijo Eric, dando el golpe de gracia con su puño, lo justo para rematar la jugada, mientras el «Príncipe» nos contemplaba, horrorizado. La estaca desapareció dentro de su pecho.

—Cómo os atrevéis..., cómo os atrevéis —croó el enjuto vampiro—. Seréis ejecutados.

—No lo creo —respondí. Su cara perdió toda expresión y sus ojos quedaron vacíos. La piel se le empezó a descascarillar mientras se desintegraba.

Pero, mientras el autoproclamado Drácula se derrumbaba en el suelo y miraba a mi alrededor, no estaba segura. Sólo la presencia de Eric a mi lado evitaba que la clientela se me echase encima. Los vampiros forasteros eran los más peligrosos; los que me conocían, titubearían.

—No era Drácula —afirmé con toda la fuerza y claridad posibles—. Era un impostor.

—¡Matadla! — ordenó una vampira delgada de pelo castaño y corto—. ¡Matad a la asesina! —Tenía un fuerte acento. Me figuré que era rusa. Ya empezaba a cansarme de la nueva oleada de vampiros.

«Mira quién ha ido a hablar», pensé brevemente.

—¿De verdad os creéis que este mindundi era el Príncipe de las Tinieblas? —pregunté, apuntando hacia el montón al que se había reducido en el suelo, apenas mantenido por el mono de lentejuelas.

—Está muerto. Y quien mate a Drácula debe morir —dijo Indira tranquilamente, pero no parecía estar muy dispuesta a lanzarse sobre mí para abrirme la garganta.

—Cualquier vampiro que mate a Drácula debe morir —corrigió Pam—. Pero Sookie no es una vampira, y ése no era Drácula.

—Mató a alguien que suplantaba a nuestro fundador —añadió Eric, asegurándose de que se le oía en cada rincón del club—. Milos no era el verdadero Drácula. Le habría clavado la estaca yo mismo si hubiera podido. —Pero yo estaba a su lado, agarrándole el brazo, y sabía que estaba temblando.

—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo iba a saberlo una humana que apenas ha estado un momento en su presencia? Podría haber sido él —replicó un tipo alto y pesado con acento francés.

—Vlad Tepes fue enterrado en el monasterio de Snagov —aclaró Pam con calma, y todos se volvieron hacia ella—. Sookie le preguntó cómo había logrado escapar de su tumba en Târgoviște.

Bueno, eso bastó para callarlos a todos, al menos de momento. Y empecé a creerme que yo acabaría la noche con vida.

—Habrá que compensar a su creador —indicó el vampiro alto. Se había calmado bastante en los últimos minutos.

—Si averiguamos quién es —señaló Eric—, por supuesto.

—Buscaré en mi base de datos —se ofreció Bill. Estaba entre las sombras, desde donde llevaba observando toda la noche. Dio un paso hacia delante y sus ojos oscuros se clavaron en mí como el foco de un helicóptero de policía—. Averiguaré cómo se llamaba de verdad, si es que nadie lo conocía de antes.

Todos los vampiros presentes pasearon la mirada por la sala. Nadie dio un paso adelante admitiendo conocer a Milos/Drácula.

—Mientras tanto —dijo Eric con suavidad—, no olvidemos que este acontecimiento deberá permanecer en secreto hasta que podamos sacar algo en claro. —Sonrió mostrando claramente los colmillos y dejando las cosas bien claras—. Lo que pasa en Shreveport, se queda en Shreveport.

Se produjo un murmullo colectivo de asentimiento.

—¿Qué decís vosotros, huéspedes míos? —interrogó Eric, mirando a los no vampiros.

—Los asuntos de los vampiros no conciernen a la manada —respondió el coronel—. Nos da igual si os matáis entre vosotros. No nos inmiscuiremos en vuestras cosas.

Calvin se encogió de hombros.

—Las panteras lo suscriben.

—Yo ya me he olvidado de todo —añadió el duende, y la loca de su lado asintió con una carcajada. Los demás asistentes que no eran vampiros siguieron la tónica rápidamente.

Nadie solicitó mi respuesta. Supongo que daban mi silencio por sentado, y no les faltaba razón.

Pam me llevó a un lado. Chasqueó la lengua y me frotó el vestido. Bajé la mirada para ver que un chorro de sangre había manchado la falda de gasa. Enseguida supe que no volvería a ponerme mi querido vestido.

—Ya es mala suerte, con lo bien que te sentaba el rosa...

Me dispuse a ofrecerle el vestido, pero me lo pensé dos veces. Me lo llevaría a casa y lo quemaría. ¿Sangre de vampiro en mi vestido? Era una evidencia que nadie querría ver colgada en su armario. Si la experiencia me ha enseñado algo, es a deshacerme inmediatamente de la ropa manchada de sangre.

—Has sido muy valiente —señaló Pam.

—Bueno, iba a morderme —contesté—. Hasta matarme.

—Aun así —insistió.

No me gustaba su mirada calculadora.

—Gracias por ayudar a Eric cuando yo no pude —dijo Pam—. Mi creador es todo un zoquete cuando se trata del Príncipe.

—Lo hice porque me iba a chupar la sangre —le respondí.

—Has investigado algo sobre Vlad Tepes.

—Sí, me fui a la biblioteca cuando me hablaste del verdadero Drácula, y también busqué en Google.

Los ojos de Pam refulgieron.

—Cuenta la leyenda que el auténtico Vlad III fue decapitado antes de ser enterrado.

—No es más que una de las historias que rodean su muerte —repliqué.

—Cierto, pero sabes que ni siquiera un vampiro puede sobrevivir a la decapitación.

—Eso creo.

—Entonces sabes que todo esto podría no ser más que un montón de mierda.

—Pam —dije, moderadamente asombrada—. Bueno, puede que sí y puede que no. Después de todo, Eric habló con alguien que decía ser el representante del verdadero Drácula.

—Supiste que Milos era un impostor en cuanto dio el primer paso.

Me encogí de hombros.

Pam sacudió la cabeza hacia mí.

—Eres demasiado blanda, Sookie Stackhouse. Y eso acabará contigo algún día.

—Qué va, no lo creo —contesté. Observaba a Eric, su dorada melena cayendo hacia delante mientras bajaba la mirada para contemplar los restos del autoproclamado Príncipe de las Tinieblas. Los mil años de su existencia se hicieron notar con todo su peso y, por un instante, pude ver cada uno de ellos. Luego, poco a poco, su cara fue iluminándose, y cuando me miró, lo hizo con la expectación de un crío en Nochebuena. — Quizá el año que viene —dijo.

Respuestas Monosilábicas

Bubba el vampiro y yo estábamos amontonando las ramas de mis setos recién recortados, cuando apareció un alargado coche negro. Hasta ese momento, estaba disfrutando del aroma que desprendían los arbustos recortados y las melodías nocturnas de los grillos y las ranas. Con la llegada de la limusina negra se hizo el silencio absoluto. Bubba desapareció inmediatamente, ya que no reconocía el vehículo. Desde su paso a la vida vampírica, Bubba había optado por el lado reservado.

Me apoyé en mi rastrillo tratando de parecer indiferente pero la verdad es que distaba mucho de sentirme relajada. Vivo bastante apartada, en el campo, y a mi casa no se llega a menos que tengas la intención de hacerlo. No hay ningún cartel en la carretera de la parroquia que indique casa stackhouse por ninguna parte. Tampoco se ve desde la carretera porque el camino que conduce a ella describe meandros por el bosque hasta llegar al claro en el que lleva asentada desde hace ciento sesenta años.

No suelo recibir muchas visitas, y no recordaba haber visto una limusina en toda mi vida. Durante un par de minutos, nadie salió del largo vehículo negro. Empecé a preguntarme si no debería haberme escondido, como Bubba. Las luces exteriores de la casa estaban encendidas, por supuesto, ya que no puedo ver en la oscuridad como él, pero las ventanillas de la limusina estaban densamente tintadas. Tuve la tentación de golpear el brillante parachoques con el rastrillo para ver qué pasaba. Afortunadamente, la puerta se abrió mientras yo aún me lo estaba pensando.

Un señor de respetables dimensiones emergió de la parte de atrás. Medía más de uno ochenta y parecía estar hecho de círculos. El mayor de ellos era su barriga. Su redonda cabeza estaba calva, aunque se vislumbraba una ligera corona de pelo negro sobre las orejas. Sus pequeños ojos eran también redondos, y negros como su pelo y su traje. Su camisa era de un resplandeciente blanco y la corbata, cómo no, negra y sin motivos. Parecía el director de una funeraria para criminales desquiciados.

—No mucha gente hace sus trabajos de jardinería en plena noche —comentó con una voz sorprendentemente melodiosa. Lo mejor sería omitir la respuesta, que sería que me gusta hacerlo cuando tengo alguien con quien hablar, y en este caso era Bubba, que no puede salir a la luz del sol. Me limité a asentir. Era una de esas cosas indiscutibles.

—¿Es usted la mujer llamada Sookie Stackhouse? —preguntó el amplio caballero. Lo dijo como si a menudo se dirigiera a criaturas que no fuesen ni hombres ni mujeres, sino algo completamente distinto.

—Sí, señor, ésa soy yo — respondí educadamente. Mi abuela, que Dios cuide de su alma, me había educado bien. Pero no por ello me había inculcado ser tonta; no iba a invitarlo a pasar. Me pregunté por qué no salía el chófer.

—En ese caso, tengo una herencia para usted.

«Herencia» significaba que alguien había muerto. No me quedaba familia, salvo mi hermano Jason, y estaba sentado en el Merlotte's con su novia Crystal. Al menos allí estaba cuando salí de mi turno de camarera, hacía un par de horas.

Los pequeños animales de la noche volvían a emitir sus ruidos tras decidir que las grandes criaturas nocturnas no iban a atacar.

—¿Una herencia por quién? —pregunté. Lo que me diferencia de las demás personas es que soy telépata. Los vampiros, cuya mente es un hoyo de silencio en un mundo que se antojaba ruidoso para mí debido a la cacofonía de las mentes humanas, son para mí remansos de paz, por lo que había disfrutado del rato con Bubba. Ahora tenía que redoblar mi don. La aparición de ese hombre no era casual. Proyecté mi mente hacia el visitante. Mientras el redondo hombre respingaba ligeramente ante mi pregunta, gramaticalmente incorrecta, traté de hurgar en su mente. En vez de un torrente de ideas e imágenes (la típica emisión humana), sus pensamientos me llegaron en estallidos de estática. Se trataba de algún tipo de criatura sobrenatural.

—¿De quién? —me corregí, y él me sonrió. Tenía los dientes muy afilados.

—¿Recuerda a su prima Hadley?

Nada en el mundo me habría sorprendido más que esa pregunta. Apoyé el rastrillo en la mimosa y sacudí la bolsa de basura que ya habíamos llenado. La cerré antes de responder. Sólo deseaba que la voz no me flaquease.

—Sí, me acuerdo de ella. —A pesar de sonar roncas, mis palabras salieron con claridad.

Hadley Delahoussaye, mi única prima, se había desvanecido en el submundo de las drogas y la prostitución hacía algunos años. Tenía su foto del anuario del instituto en mi álbum. Era la última foto que se había hecho, porque ese año se fue a Nueva Orleans para buscarse la vida con su astucia y su cuerpo. Mi tía Linda, su madre, murió de cáncer a los dos años de su marcha.

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