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Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta

Tags: #Ensayo, #Biografía

Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos (6 page)

BOOK: Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos
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Iñaki Urdangarin sorprendió a todos por su estilo engolado, «pelín cursi», en palabras de uno de los presentes. Todos esperaban encontrar a un rudo vasco, para más señas de esa maravillosa villa del Alto Urola que es Zumárraga, a un chico no muy cultivado en las formas, pero se toparon con un Borbón postizo que no paraba de sonreír, de modos y maneras tan forzados como impecables. Lo que no sabían los presentes es que las risas, las sonrisas, la
politesse
del personaje le acabarían costando 35.000 euros al contribuyente alcalaíno. Porque así como Diego Torres tiene un ADN notoriamente malqueda, Iñaki Urdangarin es el
bienqueda
por excelencia. Allí donde no llegaba el talento del marido de la infanta Cristina estaba siempre el coco de Diego Torres para suplir sus carencias intelectuales. Y allá donde la inteligencia emocional del menorquín brillaba por su ausencia irrumpía como por arte de birlibirloque el buen rollito urdangarinesco, que normalmente daba el pego. Eran la pareja perfecta: poli bueno-poli malo, aunque en realidad, como sucede en las películas, los dos eran la misma cosa, los mismos perros con distinto collar, y consecuentemente albergaban el mismo objetivo. Un objetivo que se resume en una frase que solían soltar a sus íntimos cuando estaban con alguna copa de más: «Trincar pasta y, cuanta más, mejor».

¿Y qué hacía el hijo político del rey de España en un desayuno con cuarenta empresarios de una localidad que no es capital de provincia, que no es Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla o Bilbao? Pues ni más ni menos que solicitarles su colaboración económica para el proyecto que intentaba colocar al Ayuntamiento: la Fundación Deportiva Alcalá de Henares. ¿Y qué era la Fundación Deportiva Alcalá de Henares? En palabras de uno de los concejales que participó en las conversaciones, «un cuento chino». En realidad, fue el primer gran cuento chino que nuestro protagonista vendió con la marca Nóos.

Todo comenzó cuando el otoño daba paso al invierno de 2002. Aún gobernaba la ciudad complutense el socialista Manuel Peinado Lorca. Este granadino de cincuenta y nueve años, cuarenta y nueve en el momento de los hechos, no es precisamente un piernas. No pasa por ser un concejal o un político al uso en esta España nuestra en la que el nivel de la clase dirigente se desploma con la misma celeridad con que se dispara la prima de riesgo. En fin, que no es un Pajín o un Aído de la vida. El entonces alcalde del PSOE es doctor en Ciencias Biológicas y catedrático en la materia en la Universidad Complutense. Su inteligencia, su listeza, su profundidad intelectual y su hondo respeto a la ética en la vida pública no sirvieron, sin embargo, para impedir el sablazo que se avecinaba, aunque seguramente sí para vaticinarlo. En aquella época, además, decir «no» a un miembro de la Casa del Rey era complicadísimo, un riesgo que pocos querían correr, un acto de audacia suprema. Había que echarle muchos redaños a la cosa para dejar con un palmo de narices a Urdangarin o cualquier otro integrante de la primera familia de este país. «Tenías dos opciones: o pasar por caja y hacerte el tonto, o echarle narices con las consecuencias que ello podía entrañar. Por ese motivo, casi todos, yo el primero, pagamos lo que nos pidió el individuo este. Se te quedaba cara de gilipollas, sí, pero mejor eso que pasarte el día temiendo a que la Casa te hiciera el vacío», razona uno de los empresarios que regaló al duque de Palma un pastizal.

El introductor de embajadores fue el alcalaíno Rafa Guijosa Castillo, una leyenda del balonmano que llegó a ser nombrado «mejor jugador del mundo» en 1999. Él y David Barrufet fueron los íntimos de Iñaki Urdangarin en el Fútbol Club Barcelona, los amigos del alma en un vestuario plagado de estrellas y de egos, un vestuario comandado por el zaragozano Valero Rivera. Las grandes batallas forjan grandes amistades. Es el caso de Rafa e Iñaki, que compartieron sangre, sudor, esfuerzo y alguna que otra lágrima durante una década larga. No solo eso: el dúo consiguió la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Sydney en el año 2000. Y es que, aunque muy poca gente lo sepa, el hombre que da título a este libro es medalla olímpica, mejor dicho, doble medalla olímpica. Dos bronces, uno en Atlanta 96 y otro en Sydney 2000, completan una brillante carrera deportiva en la que, además, figuran diez Ligas Asobal, siete Copas del Rey, nueve Supercopas de España y seis Copas de Europa.

El extremo izquierdo se hallaba en las postrimerías de su carrera y ya asesoraba al ayuntamiento de la villa madrileña en temas deportivos. Fue Rafa Guijosa el primero al que se dirigió el muy dinámico dúo Urdangarin-Torres cuando se les metió entre ceja y ceja que la manera de hacerse millonarios lo más rápidamente posible era ir vendiendo su moto a todas las administraciones públicas y a todas las multinacionales
made in Spain
que se pusieran a tiro. El uno y el otro, el otro y el uno, que tanto monta, monta tanto, sabían perfectamente que el gancho urdangariniano era infalible. Un
insider
del Instituto Nóos lo describe más gráficamente: «Desde el minuto uno tuvieron meridianamente claro que el nombre de Iñaki era el salvoconducto perfecto para abrir todas las puertas habidas y por haber. Eran muy conscientes de que el dinero público entraría en su chiringuito a chorros con tan solo enseñar la tarjeta de visita del yerno del rey».

Este estrechísimo colaborador, que casi suplica que no se facilite su identidad, solventa sin pensárselo dos veces la perogrullesca pregunta del millón de euros.

—Entonces, ¿el Instituto Nóos tenía ánimo de lucro desde su creación?

—Pues claro. Tanto Txiki como Diego montaron el tenderete pensando en llevárselo crudo. Esa es la verdad, la diga yo o la diga el maestro armero.

Lo demás, intentos cortesanos por relativizarlo todo o por intentar parar el golpe hablando sin parar de una presunción de inocencia que opera en términos judiciales pero no en el estadio mediático o en el ámbito social, son pamplinas.

Cuando la atormentada a la par que privilegiada mente de Diego Torres perfiló la idea común, lo segundo que hizo fue preguntar en qué punto del mapa de España había que situar el dedo índice. Dónde había que perpetrar el atraco limpio que representa cobrar diez por foros que en el mejor de los casos valen uno y que en el peor no te compraría nadie. Su álter ego no dudó un segundo.

—¿Sabes dónde podríamos vender esto? —preguntó Iñaki Urdangarin a su socio y, sin embargo, íntimo amigo.

—¿Dónde? —repreguntó Diego Torres con la parquedad que le caracteriza.

—En Alcalá de Henares —aclaró en milésimas de segundo su interlocutor.

—¿Y eso? —inquirió el menorquín.

—Porque allí está de asesor del alcalde mi buen amigo Rafa Guijosa. Fuimos compañeros en el Barça.

Un telefonazo sirvió para que los deseos del duque de Riánsares en versión 3.0 —el duque de Riánsares fue el Urdangarin del siglo XIX— se convirtieran en realidad.

Que algo se movía en Alcalá de Henares se evidenció en la tarde-noche del 5 de enero de 2003, cuando, de repente, por sorpresa, los duques de Palma se presentaron en Alcalá de Henares para presenciar la cabalgata. De los 8.116 ayuntamientos que hay en España, doña Cristina e Iñaki eligieron casualmente el de la ciudad de 203.000 habitantes que se yergue majestuosa sobre el Corredor del Henares. El matrimonio ducal vio el desfile de sus majestades los Reyes de Oriente desde un balcón consistorial en la Plaza Mayor, acompañados de sus rubísimos y guapísimos hijos, sus tres vástagos mayores (Juan, Pablo y Miguel), ya que aún habría de transcurrir un par de años para que viniera al mundo la pequeña de la casa, Irene, una Irene que es el ojito derecho del duque de Palma. Juan, Pablo y Miguel iban abrigados como si estuvieran en Baqueira Beret. No era para menos, ya que aquel 5 de enero los termómetros miraban hacia arriba los cero grados. «Les invitó Rafa Guijosa, que fue, además, el encargado de poner de acuerdo a la Policía Municipal y a la seguridad de la Casa del Rey», rememora una década después uno de los concejales de la época.

Las familias alcalaínas se quedaron estupefactas. «¡Andaaaa, pero si es la hija del rey!», apuntaba Juan Complutense aquel gélido atardecer de enero de 2003. Y eso que Alcalá de Henares no es precisamente una urbe extraña a la familia real. Don Juan Carlos acude todos los abriles al Paraninfo de la Universidad para entregar el Premio Cervantes. En 2012 fue en su lugar el príncipe por el percance de Bostuana, que había tenido lugar pocos días antes.

La real presencia o, para ser más precisos, la presencia real corrió cual reguero de pólvora de boca en boca hasta que allá por la medianoche del 5 de enero se había enterado hasta el último alcalaíno del último punto del término municipal. El que no los había visto físicamente, se había olido algo, toda vez que había más agentes de paisano y de uniforme que en otras ocasiones. El despliegue de seguridad de los duques de Palma no es, obviamente, el de los reyes, el de los príncipes o el del presidente del Gobierno, pero sí es superior, por ejemplo, al de un ministro. Aquella víspera de la Epifanía habría no menos de una docena de escoltas de la Casa del Rey velando por la seguridad de la pareja y sus tres hijos, además de Guardia Civil y Policía Municipal.

La inocencia de la visita ducal quedó rápidamente desmentida por los hechos. No hizo falta ni un mes, porque apenas unas semanas más tarde Urdangarin y Diego Torres suscribieron con el Ayuntamiento de Alcalá su primer contrato: 8.132 euros.
Do ut des
(doy o das) puro. Una cifra considerable si la analizamos objetivamente, pero irrisoria al lado de la lluvia de millones que les empezaría a caer ni un año más tarde. Se daba el banderazo de salida a una carrera hacia el enriquecimiento que llevaría a la pareja a ingresar 20 millones de euros en tres años, una facturación de la que muy pocas empresas españolas se pueden jactar. Y de la que ninguna podría presumir si la pasamos por el tamiz de los datos relativos, porque meterte en la buchaca 20
kilazos
, de los que se te quedan limpios unos 15, en algo menos de tres ejercicios y con una docena de trabajadores es un caso de éxito digno de ser estudiado en la Harvard Business School… si no fuera porque todo el entramado está sustentando en una trampa, en una gran mentira, en una monumental patraña, en la madre de todos los embustes.

Fue el primer
palo
bajo la bandera del Instituto Nóos, pero no el primero en Alcalá de Henares. En total se llevaron 35.000 euros por un desayuno con empresarios —desayuno que apoquinaron estos— y tres «estudios» plagados de vaguedades. Informes en los que, entre otras perogrulladas a precio de oro, y entre errata y errata, se afirmaba que «existen numerosas formas de organización municipal del deporte, si bien las más adecuadas son las estructuras descentralizadas». «Una fundación», apuntaba en otro de los nada sesudos apartados, «supone un vehículo acertado para la adecuada captación de fondos que permitan desarrollar sus fines fundacionales, en este caso, el hecho deportivo». Este dictamen no tenía mucha enjundia, por otra parte como casi todos, pero al menos no había sido copiado directamente de Internet como habría de suceder con el que le endosaron al Villarreal de Fernando Roig en una estafa de libro: 690.000 euros por doce páginas copiadas de la red. Probablemente del famoso Rincón del Vago, como entre risas apuntó en su programa
Al rojo vivo
de La Sexta Antonio García Ferreras.

Para cualquier fechoría de guante blanco siempre hay una excusa, un gancho que permita abrir las puertas. En este caso fueron los Juegos Olímpicos de 2012, carrera en la que por aquel entonces estaba enfrascada la ciudad de Madrid y, para colmo, con el cartel de gran favorita. Y desde la oficina que dirigía el exjugador de voleibol Feliciano Mayoral se decidió que Alcalá de Henares fuera subsede de la candidatura de Madrid, que a pesar de tener a priori más boletos que nadie, acabó perdiendo en Singapur 2005 por culpa del
lobby
de manual llevado a cabo por un Tony Blair que recibió, ¡uno a uno!, a los 130 miembros del Comité Internacional Olímpico (CIO), y por mor de un Alberto de Mónaco que dio rienda a sus personalísimos complejos cargando contra España con alevosía y
diurnidad
.

La carta de presentación de Iñaki Urdangarin ya dejaba entrever que ni él ni su Instituto Nóos eran trigo limpio. El
book
que entregaron a los máximos rectores del Ayuntamiento de Alcalá de Henares lo dice todo. Comienza señalando que «el Instituto de Estudios Estratégicos de Patrocinio y Mecenazgo Nóos es una entidad sin ánimo de lucro cuya misión es realizar investigaciones de interés general sobre los procesos de formulación e implementación de las estrategias de patrocinio, mecenazgo y responsabilidad social, así como sobre la importancia de los sistemas de inteligencia de mercado para medir su eficacia». Una filfa como otra cualquiera que supondría el inmediato «¡váyase por donde ha venido!» si no fuera porque Urdangarin ponía la cara.

Que vendían aire a precio de oro lo demuestra el párrafo que viene a continuación. «El Instituto —añade— pretende ser un
think tank
constituido por empresas, académicos e investigadores dedicados a generar conocimiento sobre la gestión del patrocinio y el mecenazgo». Entre los trabajadores y colaboradores del Instituto Nóos se puso de moda una sardónica frase que puso de los nervios a Diego Torres cuando llegó a sus oídos: «El Instituto Nóos no es un
think tank
, es un
think
trink
».
Trink
, obviamente, por trincar.

Que el rostro del tándem Urdangarin-Torres es más duro que el de la presa del pantano de Entrepeñas lo certifica el párrafo que se puede leer en la página 2 del manual de presentación que pusieron en manos del consistorio complutense:

Alinear la filantropía con la estrategia y medir su impacto en el desempeño es esencial para que las inversiones de las empresas en esta [
sic
] área sean sostenibles. Sin la seguridad que eso proporciona, la creciente presión competitiva tiende a reducir las aportaciones a un mínimo […]. Si la labor del Instituto contribuye de manera significativa a la gestión de la filantropía estará facilitando que un número creciente de empresas se involucren en actividades de patrocinio, mecenazgo y responsabilidad social, creando valor en la comunidad en la que están inmersas…

Vamos, que Torres y Urdangarin se consideraban «filántropos» o, al menos, «gestores de la filantropía». Filántropo es, Diccionario de la Real Academia Española en mano, «una persona que se distingue por el amor a sus semejantes y por sus obras en bien de la comunidad». No parece, ciertamente, que ese sea el perfil de unos individuos que se dedicaban a estafar a las administraciones, a falsificar facturas, a engañar a Hacienda, a evadir fondos públicos a paraísos fiscales y que emplearon como cobertura de sus fechorías una fundación (FDCIS) cuyo teórico objeto social era ayudar a niños marginados, discapacitados y enfermos de cáncer.

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