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Authors: Clark Ashton Smith

Zothique (41 page)

BOOK: Zothique
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Olvidando todas sus desgracias y la pérdida de sus orgullosas naves de guerra, el rey se desató rápidamente del tonel vacío y, poniéndose en pie torpemente, siguió al pájaro. Aunque ahora no tenía armas, le parecía que el cumplimiento del oráculo de Geol estaba próximo. Lleno de esperanza, se armó con un gran palo caído por allí y reunió pesadas piedras de la playa, mientras perseguía al gazolba.

Detrás del paso entre los altos y agrestes acantilados, encontró un resguardado valle con tranquilos manantiales y bosques de hojas exóticas y fragantes arbustos orientales en flor. Aquí, y ante sus asombrados ojos, pasaban de rama en rama enormes cantidades de aves que llevaban el colorido plumaje del gazolba; entre ellas fue incapaz de distinguir la que había seguido, pensando que era el adorno avícola de su corona perdida. Aquella muchedumbre de pájaros era algo más allá de su comprensión, puesto que él y todo su pueblo habían considerado que el ave disecada era única y sin par en el mundo, de la misma forma que las otras partes de la corona de Ustaim. Y se le ocurrió que sus antepasados habían sido engañados por los marineros que mataron al pájaro en una isla remota, jurando después que era el último de su especie.

Sin embargo, aunque la ira y la confusión reinaban en su corazón, Euvorán pensó que un pájaro cualquiera de la bandada serviría como emblema y talismán de su realeza en Ustaim y probaría su búsqueda entre las islas de la aurora. Así pues, con un bravo lanzamiento de piedras y palos, intentó derribar uno de los gazolbas. Ante su acometida, los pájaros volaron de árbol en árbol con un horrible chillido y un revoloteo de plumas que formaban en el aire un esplendor imperial. Al final, Euvorán, gracias a su buena puntería o a la suerte, mató un gazolba.

Cuando se dirigía a recoger el pájaro caído, vio un hombre que, con destrozadas vestiduras de un extraño corte y armado con un arco rudimentario, cargaba sobre su espalda un grupo de gazolbas atados por las patas con una resistente hierba. El hombre llevaba sobre su cabeza la piel y las plumas de aquel mismo pájaro. Se acercó a Euvorán gritando indistintamente a través de su enmarañada barba y el rey le contempló con sorpresa y rabia, gritando fuertemente:

—Vil siervo, ¿cómo te atreves a matar al pájaro sagrado para los reyes de Ustaim? ¿No sabes que sólo los reyes pueden llevar al pájaro sobre su cabeza? Yo, que soy el rey Euvorán, te pediré buena cuenta de lo que has hecho.

Ante esto, y mirando con extrañeza a Euvorán, el hombre lanzó una risotada fuerte y burlona, como si pensase que el rey era una persona algo tocada de la cabeza. Y pareció encontrar muy divertido el aspecto del rey, cuyas vestiduras estaban desordenadas, rígidas y sucias a causa de la sal marina al secarse, y cuyo turbante había sido arrancado por las traidoras olas, dejando su calvicie al descubierto. Cuando hubo terminado de reír, el hombre dijo:

—En verdad, éste es el primer y único chiste que he escuchado en nueve años, y mi risa debe ser perdonada. Hace nueve años naufragué en esta isla, siendo un capitán del lejano país sudoriental de Ullotrol y el único miembro de la tripulación que sobrevivió y llegó a salvo a la costa. En todos estos años no he escuchado el lenguaje de ningún hombre, puesto que la isla está muy apartada de las rutas marítimas y no tiene otros habitantes que los pájaros. En cuanto a tus preguntas, se contestan fácilmente: mato a estos pájaros para alejar los dolores del hambre, puesto que en la isla hay poco más que se pueda comer, aparte de raíces y frutos silvestres. Llevo sobre mi cabeza su piel y sus plumas porque mi turbante fue arrancado por el mar cuando me arrojó bruscamente sobre esta playa. Y no me importan las extrañas leyes que mencionas, y más aún, tu realeza es algo que no me interesa demasiado, puesto que la isla no tiene rey y tú y yo somos los únicos aquí, y yo soy el más fuerte y el que está mejor armado. Por tanto, piénsatelo mejor, oh rey Euvorán, y puesto que tú mismo has matado un pájaro, te aconsejo que lo cojas y vengas conmigo. Verdaderamente quizá pueda ayudarte en lo que concierne a pelarlo y cocinarlo, porque debo pensar que estás más acostumbrado a los productos del arte culinario que a su práctica.

Oyendo todo esto, la rabia de Euvorán se desvaneció como una llama a la que falta el combustible. Vio claramente la situación final a que su viaje le había conducido y comprendió amargamente la ironía que encerraba el verdadero oráculo de Geol. Supo que el resto de su flota de guerra estaba esparcido entre islas o perdido en mares desconocidos. Se dio cuenta de que nunca volvería a ver las casas de mármol de Aramoam ni a vivir rodeado de un agradable lujo, ni a administrar la ley entre el verdugo y el torturador en el salón de justicia, ni a llevar la corona del gazolba entre los aplausos de su pueblo. Por tanto, acató su destino, pues no estaba completamente desprovisto de razón, y dijo al capitán:

—Lo que dices tiene sentido. Así pues, guíame.

Entonces, cargados con los despojos de la caza, Euvorán y el capitán, cuyo nombre era Naz Obbamar, se dirigieron amigablemente a una caverna en la rocosa pendiente del interior de la isla que Naz Obbamar había escogido como morada. Aquí el capitán hizo una hoguera de ramas de cedro secas y enseñó al rey la forma más apropiada para pelar el pájaro y asarlo sobre la hoguera, dándole vueltas lentamente sobre un asador de madera de alcanfor verde. Y Euvorán, que estaba hambriento, no encontró la carne del gazolba demasiado incomestible, aunque era algo dura y tenía un fuerte sabor. Después de que hubieron comido, Naz Obbamar sacó de la cueva una tosca jarra hecha con el barro de la isla, y que contenía un vino que él había hecho con ciertas bayas, y bebieron por turnos de la jarra, contándose la historia de sus aventuras y olvidando por un rato la dureza y soledad de su situación.

A partir de entonces, compartieron la isla de los gazolbas, matando y comiendo a las aves según lo ordenaba su apetito. A veces, como una gran exquisitez, mataron y comieron algún otro pájaro que se encontraba en la isla mucho más raramente, aunque a lo mejor era bastante corriente en Ustaim o Ullotrol. Y el rey Euvorán se hizo un turbante con la piel y plumas del gazolba, igual que lo había hecho Naz Obbamar. Y así pasaron sus días hasta el fin.

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