¡Acabad ya con esta crisis! (5 page)

BOOK: ¡Acabad ya con esta crisis!
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O puedes contar una historia verdadera. Aquí paso a mi historia económica preferida: la cooperativa de canguros.

La historia se narró por primera vez en 1977, en un artículo del
Journal ofMoney, Credit and Banking
, escrito por Joan y Richard Sweeney, que vivieron la experiencia y la titularon: «La teoría monetaria y la gran crisis de la cooperativa de canguros del Capitolio». Los Sweeney eran miembros de una cooperativa de canguros: una asociación formada por unas 150 parejas jóvenes, en su mayoría trabajadores del Congreso, que se ahorraban el dinero de la atención infantil haciéndose cargo entre ellos de los niños de las demás parejas.

El hecho de que la cooperativa fuese relativamente grande suponía una gran ventaja, puesto que había bastantes probabilidades de encontrar a alguien capaz de ocuparse de los niños cuando, una noche, una pareja quería salir. Pero surgió un problema: ¿cómo podían asegurarse los fundadores de la cooperativa de que todo el mundo cumplía con la parte que le correspondía como canguro?

La cooperativa respondió con un sistema de vales canjeables: las parejas que se unían a la cooperativa recibían 20 cupones, válido cada uno para media hora de canguro. (Se esperaba que, al abandonar la cooperativa, entregasen el mismo número de vales.) Cada vez que se hacía un canguro, quienes dejaban a los niños entregaban a la pareja cuidadora el número de vales correspondiente. De este modo se aseguraban de que, con el tiempo, todas las parejas habrían hecho tantos canguros como habían solicitado, porque tendrían que recuperar los cupones entregados a cambio del servicio.

No obstante, al final, la cooperativa se metió en un lío enorme. De media, las parejas intentaban tener una reserva de cupones de canguro en los cajones del escritorio, por si acaso tenían que salir varias veces seguidas. Pero, por motivos en los que no vale la pena entrar ahora, se llegó a un punto en el que el número de cupones en circulación era notablemente inferior a la media de reserva que las parejas querían tener disponibles.

¿Qué había sucedido? Las parejas, nerviosas porque tenían poca reserva de cupones, se mostraban reticentes a salir hasta que hubieran aumentado las provisiones haciendo de canguro para otros niños. Pero, precisamente porque había muchas parejas reticentes a salir, las oportunidades de adquirir nuevos cupones cuidando a niños ajenos empezaron a escasear. Eso hizo que las parejas con menos cupones se mostrasen aún menos dispuestas a salir, y el volumen de canguros en la cooperativa cayó estrepitosamente.

En resumen, la cooperativa de canguros entró en una depresión que se prolongó hasta que los economistas del grupo lograron persuadir a la dirección de que incrementase el suministro de cupones.

¿Qué lección podemos extraer de esta historia? Si el lector responde que «ninguna», porque le parece demasiado trivial y simpática, es un error. La cooperativa de canguros del Capitolio era un sistema monetario real, aunque diminuto. Carecía de muchos de los elementos característicos del enorme sistema al que denominamos «economía mundial», pero contaba con un rasgo crucial para comprender lo que ha fallado en esa economía mundial; un rasgo que al parecer escapa, una vez tras otra, a la capacidad de comprensión de políticos y asesores.

¿Cuál es ese rasgo? Es el hecho de que
tu gasto es mi ingreso y mi gasto es tu ingreso
.

Es obvio, ¿verdad? Pero no lo es para muchas personas influyentes.

Por ejemplo, no cabe duda de que no le pareció tan obvio a John Boehner, el presidente de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, que mostró su oposición a los planes económicos de Obama. Sostenía que, como los estadounidenses lo estaban pasando mal, había llegado el momento de que el gobierno de los Estados Unidos también se apretase el cinturón. (Para gran consternación de los economistas liberales, Obama acabó haciéndose eco de esa misma línea de pensamiento en sus propios discursos.) La pregunta que Boehner no se hizo fue esta: si los ciudadanos de a pie se están estrechando el cinturón —están gastando menos— y el gobierno hace lo mismo, ¿quién comprará los productos estadounidenses?

De un modo similar, tampoco les resulta obvio a muchos dirigentes alemanes, que sugieren que el proceso que su país ha experimentado desde finales de la década de 1990 hasta hoy es un modelo a seguir por todo el mundo. La clave de ese proceso fue un cambio por parte de Alemania, que pasó del déficit al superávit comercial; esto es, pasó de comprar en el extranjero más de lo que vendía a la situación inversa. Pero eso solo pudo darse porque otros países (principalmente, del sur de Europa) entraron, a su vez, en un profundo déficit comercial. Ahora todos tenemos problemas, pero no podemos vender todos más de lo que compramos. Aun así, parece que los alemanes no lo captan; tal vez sea porque no quieren hacerlo.

Y como la cooperativa de canguros, debido a su simplicidad y escala reducida, contaba con este rasgo crucial —y nada obvio— que también es cierto en lo tocante a la economía mundial, las experiencias de la cooperativa pueden servir como «prueba de concepto» para algunas ideas económicas importantes. En este caso, podemos extraer al menos tres lecciones importantes.

Primero: sabemos que es perfectamente posible que se dé un nivel inadecuado de la demanda general. Cuando, en la cooperativa de canguros, los miembros que iban cortos de cupones decidieron dejar de gastarlos y renunciaron a salir por la noche, eso no provocó ningún automático y compensatorio incremento del gasto por parte de otros miembros de la cooperativa; al contrario, la reducida disponibilidad de oportunidades de cuidar a otros niños hizo que todo el mundo gastase menos. Personas como Brian Riedl tienen razón al decir que el gasto siempre se iguala a los ingresos: el número de cupones obtenidos en una semana siempre era igual al número de cupones gastados. Pero esto no significa que la gente siempre vaya a gastar suficiente para aprovechar toda la capacidad productiva de la economía; al contrario, puede significar que una capacidad suficiente no se aproveche y los ingresos
bajen
hasta el nivel de los gastos.

Segundo: una economía puede caer en una depresión real debido a los problemas con el magneto, esto es, por fallos en la coordinación, más que por una deficiencia de capacidad productiva. La cooperativa no tuvo problemas porque los miembros cuidasen mal a los niños, porque los impuestos fuesen demasiados altos, porque unos subsidios gubernamentales demasiado generosos provocasen un rechazo a la hora de aceptar el trabajo de canguros o porque, inexorablemente, estuvieran pagando caros los excesos cometidos en el pasado. Los problemas llegaron por una razón aparentemente trivial: las existencias de cupones eran demasiado bajas y eso generó un «lío de proporciones colosales», tal como decía Keynes, en el que cada miembro de la cooperativa intentaba hacer algo, a nivel individual —acumular cupones a los ya atesorados— que no podían sostener, en realidad, como grupo.

Comprender esta cuestión es crucial. La presente crisis de toda la economía mundial —una economía que es
grosso modo
40 millones de veces la cooperativa de canguros— es, pese a toda esta diferencia de tamaño, muy parecida en su naturaleza a los problemas de la cooperativa. A nivel colectivo, los residentes del mundo intentan comprar menos cosas de las que pueden producir, para gastar menos de lo que ganan. Esto lo puede hacer un individuo, pero no una sociedad en su conjunto. El resultado de lo contrario es la devastación que nos rodea.

Permítanme que me extienda un poco más sobre esta cuestión y les ofrezca un avance simplificado de la explicación más detallada que llegará después. Si observamos el estado en que se encontraba el mundo en la víspera de la crisis —pongamos, entre 2005 y 2007—, tenemos ante nosotros un panorama en el que algunas personas prestaban alegremente mucho dinero a otras, que gastaban alegremente ese dinero. Las empresas estadounidenses prestaban su excedente de dinero a bancos de inversión, que a su vez utilizaban los fondos para financiar préstamos hipotecarios; los bancos alemanes prestaban su excedente de capital a bancos españoles, que también usaban los fondos para financiar créditos hipotecarios, etcétera. Algunos de esos préstamos se usaban para comprar casas nuevas, de modo que los fondos acababan gastándose en la construcción. Otros créditos usaban la casa como aval personal y se empleaban para adquirir bienes de consumo. Y como «tu gasto es mi ingreso», había abundancia de ventas y era relativamente fácil encontrar trabajo.

De repente, paró la música. Las entidades crediticias se volvieron mucha más cautelosas a la hora de conceder préstamos nuevos; la gente que había estado solicitando préstamos se vio obligada a recortar el gasto de forma radical. Y ahí viene el problema: no había nadie preparado para dar un paso adelante y gastar por ellos. De repente, el total de gasto en la economía mundial cayó, y como mi gasto es tu ingreso y tu gasto es mi ingreso, los ingresos y el empleo también cayeron.

Así pues ¿podemos hacer algo? Ahora llegamos a la tercera lección aprendida de la cooperativa de canguros: los grandes problemas económicos, en ocasiones, pueden tener soluciones fáciles. La cooperativa solventó el jaleo, simplemente, imprimiendo más cupones.

Esto plantea una pregunta inmediata: ¿podemos remediar la depresión global de la misma forma? ¿Imprimir más cupones de canguro —en nuestro caso, incrementar la oferta de dinero— es todo lo que necesitaríamos para que los estadounidenses volviesen a trabajar?

Bien, la verdad es que imprimir más cupones
es
la forma en la que normalmente salimos de las recesiones. En los últimos cincuenta años, la tarea de acabar con las recesiones ha sido cosa fundamentalmente de la Reserva Federal, que (a grandes rasgos) se ocupa de controlar la cantidad de dinero que circula en la economía; cuando la economía cae, la Reserva pone las prensas a trabajar. Y, hasta la fecha, siempre ha funcionado. Lo hizo espectacularmente bien tras la grave recesión de 1981-1982, que la Reserva pudo capear y, en unos pocos meses, dio pie a una rápida recuperación económica, apodada «Amanecer en América». También funcionó, aunque con más lentitud y titubeos, después de las recesiones de 1990-1991 y de 2001.

Sin embargo, esta vez, no ha funcionado. Acabo de decir que «a grandes rasgos», la Reserva controla el suministro de dinero; lo que controla en realidad es la «base monetaria», es decir, el total de moneda que tienen los bancos, sea en circulación, sea en reserva. Y aunque la Reserva Federal ha triplicado la base monetaria desde 2008, la economía sigue deprimida. ¿Significa esto que me equivoco, entonces, cuando digo que sufrimos de una demanda inadecuada?

No, no me equivoco. De hecho, el fracaso de la política económica a la hora de resolver esta crisis era predecible; y se predijo. Cuando escribí la versión original de mi libro
El retorno de la economía de la depresión
, ya en 1999
[2]
, pretendía sobre todo advertir a los estadounidenses de que Japón había llegado a un punto en el que imprimir más moneda no podía resucitar su economía deprimida; y que aquí, en Estados Unidos, nos podía pasar lo mismo. Ya entonces, otros muchos economistas compartían mis preocupaciones. Entre ellos estaba el mismísimo Ben Bernanke, ahora presidente de la Reserva Federal.

¿Qué nos ha pasado, entonces? Que nos vemos en la infeliz situación conocida como «trampa de la liquidez».

LA TRAMPA DE LA LIQUIDEZ

A mediados de la década pasada, la economía de Estados Unidos respondía a dos grandes motores: muchísima construcción inmobiliaria y un fuerte gasto de los consumidores. Ambas cosas, a su vez, se veían impulsadas por un precio de la vivienda muy elevado y siempre en aumento, lo cual llevaba tanto a una explosión de la construcción como a un gasto elevado por parte de los consumidores, que se sentían ricos. Pero, al final, resultó ser una burbuja basada en expectativas poco realistas. Y cuando la burbuja estalló, arrastró con ella la construcción y el gasto de los consumidores. En 2006, el momento cúspide de la burbuja, los constructores pusieron la primera piedra de 1,8 millones de viviendas; en 2010, solamente comenzaron 585.000. En 2006, los consumidores estadounidenses compraron 16,5 millones de coches y furgonetas; en 2010, solo compraron 11,6 millones. Durante casi un año, desde que estallara la burbuja inmobiliaria, la economía estadounidense logró mantener la cabeza fuera del agua incrementando las exportaciones; pero a finales de 2007 se ahogó y todavía no se ha recuperado realmente.

La Reserva Federal, tal como mencioné antes, respondió con un rápido incremento de la base monetaria. No obstante, la Reserva —a diferencia de la junta directora de la cooperativa de canguros— no reparte cupones entre las familias; cuando quiere aumentar el abastecimiento de dinero, fundamentalmente le presta los fondos a los bancos, con la esperanza de que, a su vez, los bancos vuelvan a prestarlos. (Por lo general, compra bonos de los bancos, más que realizar préstamos directos; pero es más o menos lo mismo.)

Esto suena muy distinto de lo que se hizo en la cooperativa, pero en realidad no es tan diferente. Recordemos que, según las reglas de la cooperativa, al abandonarla había que devolver tantos cupones como se recibieron al entrar; por lo tanto, estos cupones eran, en cierto modo, un préstamo de la Administración. En consecuencia, incrementar las reservas de cupones no hacía más ricas a las parejas: seguían teniendo que hacer el mismo número de canguros que les hacían a ellos. Pero sí sucedió que consiguieron más
liquidez
; aumentaron su capacidad de gastar cuando quisieran, sin tener que preocuparse porque se les terminasen los fondos.

Ahora bien, aquí fuera, en el mundo que no es la cooperativa, las personas y las empresas siempre pueden aumentar su liquidez, pero con costes: pueden pedir dinero prestado, pero tendrán que pagar intereses por ello. Lo que la Reserva Federal puede hacer al inyectar más dinero a los bancos es bajar la tasa de interés, o sea, el precio de la liquidez; y también, por supuesto, el precio de los préstamos para financiar inversiones u otros gastos. Por tanto, en una economía que no sea la de la cooperativa de canguros, si la Reserva puede manejar la economía es por la vía de su capacidad para alterar las tasas de interés.

Pero, he aquí la cuestión: solo puede bajar esas tasas hasta un punto. En concreto, no puede bajarlas por debajo de cero; porque cuando las tasas se acercan al cero, sentarse encima del propio dinero pasa a ser mejor opción que prestarlo a otras personas. Y en la depresión actual, la Reserva no tardó en tocar este «límite inferior »: empezó a rebajar las tasas de interés a finales de 2007 y había tocado el cero a finales de 2008. Por desgracia, la tasa cero todavía no resultó lo suficientemente baja, con todo el daño que había hecho el estallido de la burbuja inmobiliaria. El gasto de los consumidores seguía siendo escaso; la vivienda seguía sin remontar; la inversión empresarial era baja, porque ¿para qué expandirse si las ventas no son fuertes? Y el desempleo continuaba desastrosamente por las nubes.

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