Acqua alta (35 page)

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Authors: Donna Leon

Tags: #Intriga

BOOK: Acqua alta
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—Pero lo que tú haces es hermoso.

Ella se rió de buena gana.

—Que Brett no te oiga decir eso.

—¿Por qué? ¿Es que a ella no se lo parece?

Sin dejar de reír, ella explicó:

—No lo entiendes, Guido. Brett piensa que lo que ella hace también es hermoso, y que las cosas con las que trabaja son tan hermosas como las arias que yo canto.

Él recordó entonces que en la declaración de Brett había un punto oscuro que él deseaba aclarar. Pero no hubo tiempo: ella estaba en el hospital y, al salir de él, abandonó Venecia inmediatamente después de firmar la declaración oficial.

—Hay algo que no comprendo —empezó, y se echó a reír al darse cuenta de la gran verdad que acababa de decir.

La sonrisa de ella era vacilante, inquisitiva.

—¿Qué?

—Es algo de la declaración de Brett —explicó él. La cara de Flavia se relajó—. Escribió que La Capra le había mostrado un bol, un bol chino. He olvidado a qué milenio se atribuía.

—El tercer milenio antes de Cristo —dijo Flavia.

—¿Te habló de ello?

—Naturalmente.

—Entonces quizá puedas ayudarme. —Ella asintió y él prosiguió—: En su declaración, dijo que lo rompió, que lo dejó caer al suelo deliberadamente.

Flavia asintió.

—Sí, hablamos de ello. Eso me dijo. Así ocurrió.

—Pues es lo que no comprendo —dijo Brunetti.

—¿El qué?

—Si tanto ama esas cosas, si tanto trabaja por salvarlas, entonces el bol a la fuerza tenía que ser falso, ¿se trataba de una de esas imitaciones que La Capra compraba creyéndolas auténticas?

Flavia no dijo nada y volvió la cabeza hacia el molino abandonado que se levantaba a un extremo de la Giudecca.

—¿No? —insistió Brunetti.

Ella se volvió a mirarlo, el sol la iluminaba por la izquierda, recortando su perfil sobre los edificios del otro lado del canal.

—¿No, qué? —preguntó ella.

—Tenía que ser una imitación, o no la hubiera destruido.

Durante mucho rato, él pensó que ella se había abstraído para no contestarle. Los gorriones volvieron y esta vez Flavia desmenuzó el resto del brioche en pequeños fragmentos y se los echó. Los dos contemplaron a los pajaritos que engullían las migas doradas y miraban a Flavia pidiendo más. Luego, al mismo tiempo, levantaron la mirada de los gorriones que piaban y sus ojos se encontraron. Al cabo de un largo momento, ella volvió la cara hacia el muelle por el que vio venir a sus hijos con cucuruchos de helado en la mano.

—¿Qué dices? —preguntó Brunetti, que necesitaba la respuesta.

Sobre el agua resonaban las carcajadas de Vivi.

Flavia se inclinó y otra vez le puso la mano en el brazo:

—Guido —empezó, sonriendo—, eso ya no importa, ¿no te parece?

Notas

[1]
Enfermo mental. (N. de la t.)

[2]
Sé amable y después sé amable y después sé amable. (N. de la t.)

Autor
[*]

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