Adicción (7 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Adicción
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—Lucas, tranquilo. Es inofensiva.

—Y un cuerno.

—Te lo he dicho, te lo he dicho, me persigue, ¡nos persigue a las dos! —gritó la vampira.

Él era de quien había tenido miedo. ¡Había estado huyendo de Lucas!

Lucas me cogió de la mano, nuestro primer contacto físico desde hacía mucho tiempo. Estaba intentando tirar de mí hacia la puerta.

—Bianca, tienes que salir de aquí.

—Un momento. Parad los dos. —Miré a uno y a otro, pero no me escuchaban. Se estaban preparando para luchar.

Durante una milésima de segundo no supe qué hacer ni qué pensar, tiempo suficiente para que la vampira se abalanzara sobre nosotros como un tigre. Lucas me apartó de un empujón tan fuerte que me caí y me estampé contra el suelo de hormigón. Detrás de mí oí un chasquido de madera haciéndose pedazos.

Al levantarme del suelo, con las manos doloridas, me horrorizó ver que la vampira había arrojado a Lucas contra la puerta de la estación, reventándola. Pese a su comportamiento y aspecto infantil, obviamente era una vampira poderosa, más poderosa de lo que yo había advertido. Ella y Lucas lucharon cuerpo a cuerpo durante unos segundos, su encarnizado combate iluminado a contraluz por una farola cercana. Entonces, la vampira arrojó a Lucas contra la barandilla y él cayó a las vías.

—¡Lucas! —grité. Él no se levantó y parpadeó como si no pudiera hallar sentido a lo que veía. Claramente, haber atravesado la puerta lo había aturdido.

—No deberían dejarte ir asustando a inocentes muchachitas. —La vampira se tiró de los rizos que se le habían soltado del moño, igual que una niña asustada—. Deberían impedírtelo, o al menos yo debería impedírtelo.

«Está lo bastante asustada para matarlo», advertí. Tenía que ayudar a Lucas, pero ¿cómo? Yo era más fuerte que cualquier ser humano, pero ni por asomo tan fuerte como un vampiro completo, por muy infantil que pudiera parecer. Entonces reparé en que, al romperse, la puerta había dejado el suelo sembrado de fragmentos de madera, uno de los cuales tenía el tamaño y la forma ideal para utilizarlo como estaca.

Un vampiro no muere definitivamente cuando le clavan una estaca. Si la estaca le atraviesa el corazón, se desploma como si estuviera muerto, pero, si luego se la arrancan, es como si nada hubiera ocurrido. Así que debería haber clavado la estaca a la vampira por la espalda sin vacilar.

Pero clavar una estaca a aquella pobre chica… no podía hacerlo.

Cogí un pedazo de madera mucho más grande, de unos cincuenta centímetros de ancho y algo más de un metro de largo, y me puse a andar muy despacio, primero un pie y luego el otro.

—No deberías haberme seguido. —Ella se inclinó sobre Lucas, con todos los músculos de su flaco cuerpo tensados y las manos curvadas de tal forma que sus uñas parecían garras—. Lo lamentarás.

Con todas mis fuerzas, le di con la tabla en la cabeza. Ella salió despedida y cayó a unos metros de nosotros —yo me había hecho más fuerte de lo que pensaba— rodando por el suelo. Antes de que dejara de rodar, solté la tabla y cogí a Lucas de la mano.

—¿Puedes correr?

—Ahora te lo digo —dijo resollando y levantándose con dificultad.

Tiré de él hacia la plaza mayor, pensando que tendríamos más probabilidades de dar esquinazo a la vampira entre el gentío. Pero Lucas tiró de mí en la dirección contraria, llevándome hacia la tranquila zona residencial cercana.

—Por aquí no hay nadie. ¡Estaremos completamente solos!

—¡Eso significa que nadie más saldrá herido!

—Pero…

—Te tengo a ti, Bianca. Confía en mí.

Corrimos por una callejuela bordeada de grandes casas unifamiliares. Había cómodos monovolúmenes y coches todoterreno aparcados en todos los caminos y las ventanas de las fachadas resplandecían y parpadeaban debido a las luces de los televisores. A cada paso que daba, quería gritar pidiendo socorro, pero sabía que hacerlo solo pondría en peligro a las personas que habitaban aquellas casas. Si salían a ver qué pasaba, había muchas probabilidades de que se vieran atrapadas en un peligroso combate que ahora parecía inevitable. Lucas y yo estábamos solos.

—¡Él no es quien tú crees! —gritó una vocecilla vacilante, demasiado cerca de nosotros—. ¡Es un cruz negra! ¡Tienes que escapar!

«Oh, mierda —pensé—. Nos está siguiendo para salvarme».

—¡Lucas, no tenemos que hacer esto! —Yo apenas podía respirar. Los dos podíamos correr a una velocidad casi sobrenatural, y resistíamos más que la mayoría de los humanos, pero la vampira era más rápida—. ¡Solo déjame hablar con ella!

—¡Hablar no va a detenerla!

Lucas seguía dando por sentado que todos los vampiros eran peligrosos, aunque, en aquel caso, podía estar en lo cierto. La vampira era poderosa; peor aún, estaba asustada. Las personas podían hacer cosas terribles cuando estaban asustadas. Si hacía daño a Lucas para salvarme a mí, yo sabía que jamás me lo perdonaría.

Doblamos una esquina, Lucas se desvió bruscamente a la derecha y yo imaginé que estaba intentando dar esquinazo a la vampira, pero no lo logró; sus pasos resonaron cada vez más próximos en la acera detrás de nosotros. Yo tenía la espalda empapada de sudor.

—Voy a quitártela de encima. —Lucas me apretó aún más la mano—. Cuando cuente hasta tres, vas a esconderte detrás del coche más próximo, ¿entendido?

—Lucas, ¡no voy a dejarte solo!

—Puedo conseguir ayuda. No quiero que corras peligro. Una, dos…

No tuve tiempo para discutir. Lucas giró el brazo, soltándome y lanzándome hacia un lado de la calle; yo fui a ponerme a cubierto. Resbalando al suelo, me arañé las palmas de las manos y las rodillas, pero conseguí rodar hasta un camión y agazaparme detrás de las ruedas.

Durante unos segundos, solo hubo silencio. «Conseguir ayuda», recordé haber oído decir a Lucas. La Cruz Negra había salido de caza. Eso significaba que no estaba solo. Sin mí, tenía una posibilidad. Comencé a calmarme y a consolarme con la idea de que no corría peligro, hasta que la vampira también se escondió detrás del camión.

Tal vez debería haber avisado a Lucas, pero no quise delatarla.

Ella no me atacó; sabía que no lo haría. En cambio, me tendió la mano, con sus sucias uñas rotas.

—Tenemos que irnos —dijo—. No sabes lo que es.

—Sé que es un miembro de la Cruz Negra. No me hará daño, pero va a volver con más. ¡Vete!

Ella negó con la cabeza horrorizada.

—Estás loca. Es el enemigo.

—¡Estoy bien! —insistí—. ¡Eres tú quien corre peligro!

Ella dejó caer la mano y me miró, ladeando la cabeza. En aquella postura, parecía un juguete roto y tuve la rara pero innegable sensación de haber herido sus sentimientos. Tras unos segundos que se hicieron eternos, ella se levantó de un salto y echó a correr, desapareciendo tan deprisa que no oí ni un solo paso.

En cuanto estuve segura de que se había ido, grité:

—¿Lucas? —No obtuve respuesta—. ¿Lucas?

Oí pasos al final de la calle. Levantándome, vi a Lucas corriendo hacia mí. Me hizo una seña para que volviera a esconderme, pero yo hice caso omiso.

—Se ha ido —prometí—. Estamos a salvo, ¿de acuerdo?

Lucas dejó de correr, dio un par de pasos y se inclinó hacia delante, apoyando las manos en las rodillas. Yo misma me sentía aún débil, y eso que había dispuesto de un minuto o dos más para recobrar el aliento.

—¿Estás segura?

—Sí. ¿Estás bien?

—Sí, si tú lo estás. —Lucas volvió a enderezarse y se echó el pelo sudado hacia atrás con el dorso de la mano—. Dios mío, Bianca, si te hubiera atacado…

—No era peligrosa. No, hasta que se ha asustado.

—¿Qué? ¿Estás segura?

—Sí. —De pronto caí en la cuenta: por primera vez en más de seis meses, Lucas y yo estábamos juntos y solos. Lo abracé y él me estrechó con tanta fuerza que casi me deja sin aliento.

—Cuánto te he añorado —susurré con la cara enterrada en su pelo—. Te he añorado muchísimo.

—Yo también. —Se rió bajito—. Casi no me puedo creer que esto sea real.

—Yo te convenceré. —Le cogí la cara entre las manos y nos acercamos para besarnos… hasta que unos faros nos alumbraron, haciéndonos dar un respingo a los dos.

La furgoneta vino hacia nosotros a toda velocidad, deteniéndose con un chirrido de frenos a solo unos palmos de distancia. Deslumbrada, apenas pude distinguir las personas apiñadas en su interior.

Lucas gruñó.

—Oh, no. —Cuando se abrió una puerta de la furgoneta, gritó—: ¡La crisis ya ha pasado! ¡Habéis tardado demasiado, chicos!

—Solo hace cinco minutos que hemos recibido tu aviso. —La mujer que se bajó de la furgoneta me resultó familiar. Incluso antes de verle las facciones, supe que era Kate, la madre de Lucas.

Luego se abrió la puerta del copiloto y apareció una chica negra alta y fornida con el pelo trenzado. Intenté recordar su nombre: Dana. Cuando la miramos, su expresión preocupada se transformó en una ancha sonrisa.

—Mirad a quiénes tenemos aquí. —Se apoyó en la capota y nos señaló con una ballesta que, al parecer, ya no tenía intención de utilizar—. Lucas, ¿no te ha dicho nadie que el número de emergencia no es para avisarnos de tus encuentros amorosos?

Kate se cruzó de brazos.

—Ahora veo por qué insististe en venir de cacería a Amherst.

—Está bien, me habéis pillado —dijo alegremente Lucas, negándose a dejarse intimidar—. ¿Podemos llevar a Bianca a un lugar seguro? Esa vampira acaba de darle un susto de muerte.

—Eso ya lo veo —dijo Kate en un tono más amable. Yo le caía bien, sobre todo porque creía que había salvado la vida a Lucas en una ocasión. La gente de la furgoneta me saludó con la cabeza, dándome la bienvenida—. Anda, ven a limpiarte. No te preocupes; ahora estás a salvo.

¿A salvo con la Cruz Negra? Lo estaría siempre que no descubrieran que yo era «el enemigo». Pensar que estaba a merced de una banda de cazadores de vampiros me heló la sangre. Habían sido amables conmigo en nuestro último encuentro, pero ese último encuentro casi había acabado en catástrofe. Esta vez, si averiguaban la verdad, podía ser mucho peor.

Lucas y yo nos miramos, y supe que él comprendía cómo me sentía. Pero no me quedó más remedio que sonreír, darles las gracias y subirme a la furgoneta.

Capítulo seis

L
ucas me cogió de la mano cuando la furgoneta entró en un polígono industrial fuera de servicio, a juzgar por el hecho de que la mitad de los edificios parecían vacíos. La cabeza aún me daba vueltas tras el inesperado ataque de la vampira y nuestra huida; creo que todavía no había terminado de asimilar el hecho de que Lucas y yo volviéramos a estar juntos.

«O, tal vez —pensé mientras nos mirábamos disimuladamente de soslayo—, se deba a que parece que no nos hayamos separado nunca».

—Imagino que vosotros dos no os habréis encontrado por casualidad. —Kate nos miró a los dos y luego fulminó a Lucas con la mirada, entornando los ojos. Vestía unos pantalones militares de camuflaje y una camisa negra con muchos bolsillos; llevaba el pelo cobrizo recogido en una coleta—. Lucas, no me digas que has vuelto a ese sitio.

—No he ido a Medianoche —dijo él—. Le he pedido a Bianca que se reúna aquí conmigo. Pero si tengo que volver a ese internado para verla, lo haré.

—Es demasiado peligroso.

—¿Puedes decirme en qué sitio del mundo no corremos peligro, mamá? Porque hace un rato he estado más cerca de morir de lo que nunca he estado en la Academia Medianoche.

Lucas estaba exagerando un poco, considerando cómo lo habían perseguido mi padre y Balthazar el año pasado, pero no quise contradecirlo mientras defendía su decisión de verse conmigo.

Kate suspiró y negó con la cabeza. Luego me miró a mí, no con dulzura, porque nada en ella era dulce, sino de un modo que me dejó bien claro que no me culpaba por el peligro que habíamos corrido Lucas y yo.

—Me alegro de ver que estás bien, Bianca. No confiaba en que esos chupasangres mantuvieran su palabra.

«Esos chupasangres son mis padres», quise replicar, pero, en cambio, respondí:

—Lo han hecho. He vuelto a clase y todos… hacemos como que no ha pasado.

Lucas me echó una mano.

—Probablemente suponen que, aunque lo contaras, nadie te creería. —Deseé que nuestra explicación pareciera convincente.

—Fuiste muy valiente haciendo lo que hiciste, entregándote para librarnos del fuego —dijo un anciano que iba sentado junto a Dana en la parte de atrás. Me había dicho su nombre: señor Watanabe, recordé—. Creo que nos salvaste a todos.

—Sí, Bianca, lo que hiciste fue una pasada. —Dana me puso las manos en los hombros y me los apretó efusivamente—. En serio, tienes agallas.

—No fue una pasada. Yo no hago pasadas. —Aquel comentario hizo que la media docena de personas que viajaban en la furgoneta se rieran, aunque yo no hubiera pretendido hacer ningún chiste. Aun así, me relajé un poco.

El año anterior, cuando habían descubierto que Lucas pertenecía a la Cruz Negra, él se había visto obligado a huir de la Academia Medianoche; yo me había fugado con él. Juntos, habíamos logrado dar alcance al comando de Kate y Eduardo y ponernos a salvo, al menos mientras la Cruz Negra no supiera que también yo era una especie de vampiro. Pero la señora Bethany, mis padres y varios vampiros más nos habían seguido. Al volver con mis padres, no solo había evitado aquel enfrentamiento, sino que me había marchado antes de que la Cruz Negra pudiera averiguar lo que en realidad era. Ellos aún creían que era una niña humana raptada y criada por padres vampiro, algo que yo necesitaba que siguieran creyendo.

Nos dirigimos a uno de los edificios abandonados de la parte de atrás. Kate apagó y encendió varias veces los faros. Una puerta metálica, como la de un muelle de carga, comenzó a abrirse, revelando una rampa que bajaba en pendiente. Entramos en un aparcamiento subterráneo parecido a cualquier otro, salvo en que estaba alumbrado por faroles colgados de las paredes y los pilares de hormigón. Cuando Kate giró y paró el motor, vi que aquel lugar oscuro y húmedo estaba dividido en habitaciones delimitadas por paredes de cajas o únicamente telas alquitranadas colgadas de cuerdas.

No pude disimular la sorpresa en mi voz cuando dije:

—¿Es este el cuartel general de la Cruz Negra?

Todos se rieron. Lucas me apretó la mano, asegurándome que las risas no pretendían ser crueles.

—No tenemos un cuartel general. Vamos a donde hace falta, buscamos un sitio donde instalarnos. Esto es seguro. Aquí no corremos peligro.

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