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Authors: Haruki Murakami

Tags: #Fantástico, #Drama

Baila, baila, baila (46 page)

BOOK: Baila, baila, baila
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—Lo sé. Sé que no lo dices por jactarte. Es cierto —le dije.

—Hasta hoy siempre he conseguido todo lo que deseaba. Tenía todas las cartas. Contaba con todas las posibilidades y la aptitud. Pero al final me he convertido en un pelele. Puedo acostarme fácilmente con cualquiera de las mujeres que rondan esta zona de noche. Lo digo en serio. Pero no puedo estar con la mujer que de verdad deseo.

Gotanda parecía bastante ebrio. Aunque su expresión no había cambiado un ápice, estaba un poco más hablador de lo habitual. Con todo, entendía que tuviera ganas de emborracharse.

Dado que ya eran más de las doce, le pregunté si podía quedarse más tiempo.

—Sí, mañana no trabajo hasta la tarde, así que puedo estar un rato más. ¿No te importa?

—Por mí no hay problema. No tengo nada que hacer, como de costumbre —le contesté.

—Siento darte la vara, pero no tengo a nadie más con quien hablar. De verdad. Cuando les digo que preferiría un Subaru a mi Maserati, me toman por loco. Alguna vez me han hecho ir al psiquiatra. Está de moda ir al psiquiatra. ¡Cuánta estupidez! Los psiquiatras especializados en artistas son como empleados de la limpieza especializados en vómitos. —El actor cerró los ojos un momento—. Otra vez tengo la sensación de que he quedado contigo sólo para quejarme.

—Has dicho «estupidez» un montón de veces —le dije.

—¿En serio?

—Si te apetece, puedes decirlo todas las veces que quieras.

—Ya es suficiente. Gracias. Lo siento, soy un quejica. Pero es que todos, todos, todos los que me rodean son horribles. Sólo pensar en ellos me dan ganas de vomitar. Noto cómo ese vómito me sube hasta la garganta.

—Pues échalo.

—Tengo a una pandilla de imbéciles pululando a mi alrededor —dijo Gotanda como si estuviera a punto de vomitar—. Unos vampiros que viven de chupar a la ciudad a costa de la codicia de ésta. Por supuesto, no todos son así. Aunque poca, también hay gente decente. Pero los imbéciles ganan por mayoría aplastante. Desaprensivos con mucha labia, cabrones que utilizan su estatus para conseguir dinero y mujeres. Esa chusma va engordando a base de sorber la nata de codicia del mundo. Feos y gordos, y encima se jactan. En ese mundo vivo. No sé si lo sabes, pero está lleno de desgraciados. A veces tengo que salir por ahí a beber con ellos. En esos momentos tengo que decirme: «Calma, aunque te repateen, no los estrangules. Matar a estos hijos de puta sería desperdiciar energía».

—¿Y si los mataras a golpes de bate? Estrangularlos lleva su tiempo.

—Sí —dijo Gotanda—. Pero preferiría estrangularlos. Sería una pena matarlos tan rápidamente.

—Sí —coincidí—. Estoy de acuerdo.

—En serio… —empezó a decir y se calló. Luego dejó escapar un suspiro y volvió a juntar las manos a la altura de la cara—. Me he despachado a gusto, ¿eh?

—Me alegro —le dije—. Es como la historia del rey Midas y las orejas de burro. Abres un agujero y gritas. Da gusto poder decir las cosas.

—Sin duda —me dijo.

—¿Te apetece
ochazuke
?
****

—Me encanta.

Herví agua y, con alga
nori
y
umeboshi
, preparé un
ochazuke
sencillo. Los dos lo tomamos en silencio.

—Así, a primera vista, me parece que tú sí disfrutas de la vida —me soltó.

Yo escuchaba la lluvia apoyado contra la pared.

—En cierta manera, creo que sí. Pero no soy en absoluto feliz. Igual que a ti te faltan unas cosas, a mí me faltan otras. Por eso no soy capaz de llevar una vida normal. Me limito a bailar. Si puedo seguir bailando, es porque el cuerpo se acuerda de los pasos. Hay quien se queda deslumbrado. Pero socialmente hablando soy un cero a la izquierda. Tengo treinta y cuatro años, estoy soltero y no tengo un trabajo decente y estable. Vivo al día. Ni siquiera puedo permitirme una hipoteca. Y ahora mismo no tengo con quién acostarme. ¿Qué crees que será de mí dentro de treinta años?

—Me apuesto lo que sea a que te las apañarás.

—O quizá no. ¿Quién sabe? Me pasa como a todo el mundo.

—Pues yo, hoy por hoy, no disfruto ni siquiera
en cierta manera
.

—Quizá no disfrutes, pero te va bastante bien.

Gotanda meneó la cabeza.

—No creo que la gente a la que las cosas le van bien se quejen sin parar. Y tampoco creo que te den el peñazo como yo.

—Pues sí, a veces lo hacen —repliqué—. Somos personas, no fórmulas de geometría.

A la una y media, Gotanda dijo que se marchaba.

—Quédate —le ofrecí—. Tengo un futón para invitados y mañana te prepararé un buen desayuno.

—No, te lo agradezco, pero ya estoy sobrio, así que vuelvo a casa —repuso Gotanda negando con la cabeza. En efecto, parecía que se le había pasado la borrachera—. Por cierto, tengo que pedirte un favor un poco raro.

—Vale. Dime de qué se trata.

—¿Podrías prestarme el Subaru por un tiempo? A cambio, te dejo el Maserati. Llama demasiado la atención para quedar a escondidas con mi mujer. Vaya a donde vaya, enseguida me reconocen por el coche.

—Te presto el Subaru todo el tiempo que quieras —le dije—. Ahora no tengo trabajo, así que no lo necesito. No me importa en absoluto dejártelo, pero, sinceramente, lo que sí me resulta un poco engorroso es quedarme a cambio con ese cochazo. Tengo alquilada una plaza en un aparcamiento al aire libre y de noche podrían hacerle cualquier destrozo. Además, si me pasara algo conduciendo y le hiciera al coche el menor rasguño, no podría pagar la indemnización. No quiero asumir la responsabilidad.

—No importa. De eso ya se ha encargado la agencia. Está bien asegurado. Si le hicieses un rasguño, lo pagaría el seguro. No te preocupes. Por mí, como si quieres hundirlo en el mar. Te lo digo en serio. Así me compraría un Ferrari. Conozco a un escritor de novelas eróticas que quiere vender un Ferrari.

—¿Un Ferrari? —dije yo sin entusiasmo.

—Ya lo sé, sí —sonrió—. Pero convéncete: alguien con buen gusto no sobrevive en mi mundo. Un «tipo con buen gusto» equivale a un «pobre desgraciado». Sólo se compadecen de ti.

Al final, Gotanda se marchó en el Subaru. Yo fui a dejar el Maserati en mi plaza de aparcamiento. Era un coche sensible y agresivo. Potente y de reacción rápida. Con sólo pisar un poco el acelerador, salías disparado hacia la luna.

—No hace falta que te embales tanto. Relájate —le dije al Maserati mientras daba unos golpecitos en el salpicadero. Pero el Maserati no hacía caso de la gente como yo. Los coches también saben a qué categoría pertenecen.

Madre mía, pensé. Estoy conduciendo un Maserati.

33

A la mañana siguiente, bajé al aparcamiento para ver cómo estaba el Maserati. Me preocupaba que por la noche lo hubieran rayado o incluso robado. Pero el coche estaba intacto.

Se me hacía raro dejar un Maserati donde normalmente aparcaba el Subaru. Subí al vehículo y probé a arrellanarme en el asiento, pero aun así no me sentía relajado del todo. Era igual que abrir los ojos y encontrarte durmiendo a tu lado a una mujer a la que no has visto en tu vida. La mujer es bellísima, pero eso no te tranquiliza. Estaba un poco tenso. Soy de los que les lleva tiempo acostumbrarse.

Al final, ese día no lo conduje ni una sola vez. De día salí a pasear, vi una película y leí varias cosas. De noche Gotanda me llamó. Me dio las gracias por lo del día anterior. Le dije que no hacía falta que me lo agradeciera.

—Con respecto a lo de Honolulu —me dijo—, se lo he preguntado a la organización. Y me han dicho que sí, que se pueden reservar chicas en Honolulu. El sistema es muy cómodo. Parece casi una taquilla de venta de billetes. ¿Fumador o no fumador? ¡Qué cosa!

—Y que lo digas.

—He preguntado también por June. Les he dicho que un conocido me había hablado de una chica fantástica que se llama June y que me gustaría probarla, que si no podría reservarla. June, del Sudeste Asiático. Tardaron un poco en darme la información. Pensé que se negarían en redondo, pero por tratarse de mí, lo hicieron. Soy un buen cliente, modestia aparte. Me consienten ciertas cosas. La buscaron y, efectivamente, había una chica que se llamaba June. Era filipina. Pero desapareció hace tres meses. Ya no trabaja para ellos.

—¿Que desapareció? ¿Quieres decir que dejó el trabajo?

—Mira, olvídate del tema. Ellos no se van a poner a investigar. Las prostitutas a domicilio entran a trabajar y se van. Ellos no les siguen la pista. Sintiéndolo mucho, ella lo dejó, ya no está allí, eso es todo.

—¿Hace tres meses, dices?

—Sí, tres meses.

Por más vueltas que le daba, no lo entendía. Le di las gracias y colgué el teléfono.

Luego salí a pasear.

June había desaparecido hacía tres meses. Sin embargo, me había acostado con ella hacía menos de dos semanas. Incluso me había dado su número de teléfono. Un teléfono que nadie cogía. Muy extraño. Con ella ya eran tres las prostitutas desaparecidas. Kiki, Mei y June. Todas se habían esfumado como si se las hubiera tragado una pared. Y todas, en cierta manera, habían tenido algo que ver conmigo. Entre ellas y yo, estaban Gotanda y Hiraku Makimura.

Entré en una cafetería y, con un bolígrafo, dibujé en mi agenda un esquema de las relaciones existentes entre las personas que me rodeaban. Era bastante complejo. Como un mapa de las relaciones de poder entre las grandes potencias europeas antes de la primera guerra mundial.

Observé el esquema un rato con una sensación que era de asombro pero también de hastío. Tres prostitutas desaparecidas, un actor, tres artistas, una niña guapa y una chica neurótica que trabajaba en la recepción de un hotel. Por mucho optimismo que le echara, no se podía decir que fueran unas amistades muy normales. Parecía una novela de Agatha Christie. «Por supuesto, querido: ¡el asesino es el mayordomo!», probé a decir. Nadie se rió. Era un chiste malo.

Francamente, me sentía perdido. Tirando del hilo sólo conseguía enredarlo más. Nada se aclaraba. Al principio sólo había una línea que nos unía a Kiki, Mei, Gotanda y a mí. Y luego aparecía la línea de Hiraku Makimura y June. Por otra parte, también existía un vínculo entre Kiki y June. Los números de teléfono de las dos coincidían. La conexión se cerraba.

«¡Esto se ha puesto complicado, querido Watson!», le dije al cenicero que había en la mesa. El cenicero, evidentemente, no me contestó.

Es inteligente, me dije, sabe que es mejor no meterse en líos. Todos son muy listos: el cenicero, la taza de café, el azucarero, la cuenta. Ninguno abre la boca. Se hacen los locos. Estúpido de mí, siempre me meto en problemas, siempre acabo agotado. Y, encima, no tengo ninguna perspectiva de cita en esta preciosa noche de primavera.

Volví a mi piso y probé a llamar a Yumiyoshi. No estaba. Me dijeron que ese día había trabajado en el turno de mañana. A lo mejor era la noche en que iba a clase de natación. Como siempre, sentí celos de su escuela de natación. Me moría de celos al imaginarme a un profesor simpático y apuesto como Gotanda tomándola amablemente de las manos y enseñándole a nadar. Por culpa de Yumiyoshi abominaba de todas las escuelas de natación del mundo, desde Sapporo hasta El Cairo. Mierda, pensé.

—Todo es estúpido. Una grandísima mierda. Me dan ganas de vomitar —dije imitando la voz de Gotanda.

Para mi sorpresa, me sentí un poco mejor. Me dije que Gotanda debería convertirse en líder espiritual. Día y noche propagaría su mensaje entre la gente: «Todo es estúpido. Una grandísima mierda. Me dan ganas de vomitar». Seguro que calaría hondo.

Lo cierto era que me moría de ganas de ver a Yumiyoshi. Echaba de menos su forma de hablar, tan nerviosa, y esa manera seca de comportarse. Adoraba el modo en que se ajustaba el puente de las gafas con el dedo, su semblante serio cuando se colaba en mi habitación, la forma de quitarse el abrigo y sentarse a mi lado. Sólo con imaginármela, empezaba a notar dentro de mí como un calor. Me sentía fuertemente atraído por algo franco que había en su interior. Pero ¿funcionaría una relación entre los dos?

Ella había descubierto cierta felicidad en su trabajo como recepcionista de hotel y algunas noches iba a clases de natación. Yo quitaba nieve, me gustaban los Subaru y los viejos discos, y había descubierto una especie de modesta felicidad en comer como es debido. Así éramos los dos. Quizá funcionase, quizá no.
DATOS INSUFICIENTES
,
RESPUESTA DENEGADA
. Sin embargo, ¿le haría yo daño en algún momento? ¿No acababa hiriendo a todas las mujeres que se relacionaban conmigo, tal como había asegurado mi ex mujer? ¿El hecho de pensar sólo en mí mismo no me incapacitaba para querer a otra persona?

Sin embargo, a fuerza de pensar en Yumiyoshi me entraron ganas de coger el primer avión e irme a Sapporo. Quería abrazarla y decirle que me gustaba, aunque los datos fuesen insuficientes. Pero no podía. Antes tenía que deshacer algunos nudos. No podía dejar las cosas a medias. Si no, iría arrastrando ese desajuste en todo lo que hiciera después. Fuera a donde fuese, todo estaría teñido de la oscura sombra de la inconclusión. Y ése no era el mundo ideal al que yo aspiraba.

El problema es Kiki, pensé. Sí, ella es la clave de todo. Ha intentado contactar conmigo de diversas formas. Se ha ido cruzando conmigo en todas partes, en mis sueños, en el cine de Sapporo, en el centro de Honolulu. Intenta transmitirme un mensaje, está claro. Pero me resulta demasiado críptico para entenderlo. ¿Qué quiere ella de mí? Y yo, ¿qué puedo hacer yo?

BOOK: Baila, baila, baila
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