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Authors: Douglas Preston

Tags: #Techno-thriller, ciencia ficción, Intriga

Blasfemia (19 page)

BOOK: Blasfemia
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23

Eran las once y veinte, y el pastor Russ Eddy conducía a toda velocidad su vieja camioneta F-150 de 1989 por la nueva carretera recién asfaltada que surcaba Red Mesa. En el asiento contiguo había una Biblia, que hojeaba el viento que entraba por las ventanillas. En el corazón de Eddy pugnaban sentimientos de perplejidad, rabia y angustia. De modo que al final no había sido Lorenzo… Pero estaba borracho, había sido insolente y había blasfemado contra el Señor de la manera más atroz. Eddy no había tenido nada que ver con su muerte. Se había matado a sí mismo. Aunque al final todo seguía los planes de Dios. Y Dios sabía lo que hacía.

«Los caminos del Señor son inescrutables.»

Se lo decía una y mil veces. La vida de Eddy había sido una espera constante de la llamada divina, de que le fueran revelados los designios que le reservaba Dios. Había sido un viaje largo y difícil. Dios le había puesto a prueba tan duramente como a Job. Le había arrebatado a su mujer y a su hijo con el divorcio, y también su trabajo, su dinero y su dignidad.

Y ahora lo ocurrido con Lorenzo; había blasfemado contra Dios y Jesús, usando las palabras más horrendas y viles, y Dios le había abatido ante sus propios ojos. Ante sus propios ojos. Sin embargo, Lorenzo no era el ladrón. Eddy le había acusado injustamente.¿Qué significaba? ¿Dónde estaba en realidad la voluntad divina? ¿Qué planes le reservaba Dios?

«Los caminos del Señor son inescrutables.»

La camioneta traqueteaba sin resuello por el reluciente asfalto negro. Dibujó una amplia curva, pasó entre barrancos de le arenisca y de pronto, Eddy vio a sus pies un conjunto de casas de adobe medio escondidas entre los álamos. A la derecha, a menos de dos kilómetros, estaban las dos nuevas pistas del aeródromo y algunos hangares. Más lejos, al borde de la mesa, se alzaba el complejo del
Isabella
propiamente dicho, rodeado por una doble valla de tela metálica.

Eddy sabía que la mayor parte del
Isabella
quedaba bajo tierra, La entrada debía de hallarse en el interior de la zona vallada. «Amado Padre Celestial, guíame, por favor», rezó. Bajó al pequeño y verde valle. Al fondo había un edificio de toncos que debía de ser el antiguo almacén de Nakai Rock. En aquel momento caminaban hacia él dos hombres y una mujer. También había gente al lado de la puerta. Dios les había reunido en atención a Eddy.

Respiró hondo, pisó el freno y aparcó ante el edificio. Encima de la puerta había un letrero escrito a mano:
ALMACEN DE NAKAI HOCK, 1888.

Contó a ocho personas al otro lado de la puerta mosquitera, Dio unos golpes en el marco de madera, pero no obtuvo respuesta. Llamó más fuerte. El hombre que estaba más cerca se volvió, Sus ojos impresionaron a Russ. Eran tan azules que parecían soltar una descarga eléctrica. Hazelius. No podía ser otro. Russ rezó unas palabras en voz baja y entró.

—¿En qué puedo ayudarle? —preguntó el hombre.

—Me llamo Russ Eddy. Soy el pastor de la misión Reunidos en tu Nombre de Blue Gap.

Le salió todo de golpe. Se sentía tonto y cohibido. El hombre se apartó de la silla donde estaba apoyado y se acerco con una cálida sonrisa.

—Gregory North Hazelius —se presentó, dándole la mano efusivamente—. Encantado, Russ. —Gracias.

—¿En qué puedo ayudarle? Russ sintió que el pánico se apoderaba de él. ¿Dónde estaban las palabras ensayadas mientras la camioneta subía por la Dugway? De pronto, su lengua las encontró.

—Me he enterado del proyecto
Isabella
, y he decidido venir a presentarles mi misión y ofrecerles toda mi ayuda espiritual. Nos reunimos cada domingo a las diez en Blue Gap, a unos tres kilómetros al oeste del depósito de agua.

—Muchísimas gracias, Russ —dijo Hazelius con tono cálido y sincero—. Pronto iremos a verle. Si quiere, un día le enseñaremos el
Isabella
. Por desgracia, ahora mismo tenemos una reunión muy importante. ¿Podría volver la semana que viene?

—Pues… no, no creo. —Eddy tragó saliva—. Verá, es que mis feligreses y yo estamos preocupados por lo que ocurre aquí arriba, y he venido en busca de respuestas.

—Entiendo su preocupación, Russ. De verdad. —Hazelius miró de reojo a alguien que estaba cerca, un hombre alto, anguloso y feo—. Pastor, le presento a Wyman Ford, nuestro enlace con la comunidad local.

Ford se acercó con la mano tendida.

—Encantado de conocerle, pastor.

Hazelius ya se estaba yendo.

—He venido a hablar con él, no con usted —espetó Eddy, delatando su ansiedad con aquella voz aguda que tanto odiaba. Hazelius se volvió.

—Discúlpeme, pastor. No pretendía faltarle al respeto. Pero ahora mismo estamos un poco atareados. ¿Podríamos hablar mañana a la misma hora?

—No.

—Con todo respeto, ¿podría decirme por qué es tan importante que hablemos ahora mismo?

—Porque tengo entendido que han… perdido a alguien de repente, y creo que habría que abordar esa cuestión.

Hazelius se lo quedó mirando.

—¿Se refiere a la muerte de Peter Volkonski? —preguntó con voz más pausada.

—Sí, si es así como se llamaba el hombre que se suicidó. El hombre llamado Ford volvió a acercarse.

—Pastor, tendré mucho gusto en tratar con usted estas cuestiones. El problema es que ahora mismo el doctor Hazelius está a punto de dirigir otra prueba del
Isabella
, y no dispone de todo el tiempo que le gustaría dedicarle. En cambio yo sí puedo.

Eddy no estaba dispuesto a que le atendiera un lacayo, un relaciones públicas.

—Ya le he dicho que quiero hablar con él, no con usted. ¿No fue él quien dijo que era el hombre más inteligente del mundo? ¿El que nos trató de imbéciles a todos los demás? ¿El que ha construido esta máquina para cuestionar la Palabra de Dios?

Hubo un corto silencio.

—El proyecto
Isabella
no tiene nada que ver con la religión —aclaró el relaciones públicas—. Es un experimento estrictamente científico.

Eddy tuvo un ataque de rabia; una rabia justa y desatada contra Lorenzo, su ex mujer, el juez del divorcio y todas las injusticias del mundo. Seguro que Jesús se había sentido así en el templo, al expulsar a los mercaderes.

Señaló a Hazelius con un dedo tembloroso.

—Dios volverá para castigarle.

—Ya basta —dijo el relaciones públicas, con más dureza.

Pero Hazelius le interrumpió:

—¿Qué quiere decir con que «volverá»?

—He estado leyendo acerca de usted. Sé lo de su mujer, que desnudó pornográficamente su cuerpo en la revista
Playboy
., se glorificó a sí misma y se revolcó en el placer, como la ramera de Babilonia. Dios le castigó quitándosela, pero no se ha arrepentido.

Se hizo un silencio sepulcral. Al cabo de un momento, el relaciones públicas dijo:

Por favor, señor Wardlaw, acompañe al señor Eddy a la puerta.

—No —dijo Hazelius—. Todavía no. —Se volvió hacia Eddy con una sonrisa aterradora, que heló el alma del predicador—. Dígame, Russ, ¿es usted el pastor de una misión de la zona?

—Exacto.

—¿A qué confesión pertenece?

—No estamos afiliados. Evangélica.

—Pero es… ¿protestante? ¿Católico? ¿Mormón?

—Ninguna de las tres cosas. Somos cristianos renacidos, fundamentalistas.

—¿Qué significa?

—Que hemos aceptado a Jesucristo en nuestros corazones como Señor y Salvador, y que hemos renacido a través del agua y del espíritu, el único camino verdadero hacia la salvación. Creemos que todas las palabras de las Escrituras son la palabra divina e infalible de Dios.

—Es decir, que cree que los protestantes y los católicos no son cristianos de verdad, y que por tanto Dios les mandará al infierno.

¿Me equivoco?

A Eddy le incomodó aquella desviación del dogma fundamentalista, pero si era de lo que quería hablar el hombre más inteligente del mundo, por él que no quedase.

—Si no han renacido… sí.

—¿Y los judíos? ¿Y los musulmanes? ¿Y los budistas? ¿Y los hinduistas? ¿Y los que dudan, los que buscan, los que están perdidos? ¿Condenados todos?

—Sí.

—¿Es decir, que la mayoría de los habitantes de esta bola de barro que forma parte del brazo exterior de una galaxia menor se irán al infierno, excepto usted y unos cuantos elegidos que piensan de la misma manera?

—Entienda usted que…

—Para eso le hago estas preguntas, Russ, para entender. Se lo repito: ¿cree que Dios mandará al infierno a la mayoría de la gente de este mundo?

—Sí. —¿Lo sabe con seguridad?

—Sí. Las Escrituras lo confirman en varios pasajes. «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenara.» Hazelius se volvió hacia el grupo.

—Señoras y señores, les presento a un insecto, no, mejor a una bacteria, que se jacta de saber qué piensa Dios.

Eddy se ruborizó. Le ardía el cerebro por el esfuerzo de encontrar una respuesta.

El hombre feo, Ford, le dijo a Hazelius:

—Gregory, por favor, no busques problemas.

—Solo hago unas preguntas, Wyman.

—Lo que haces es crear un problema. —Se volvió otra vez hacia el hombre de seguridad—. Señor Wardlaw, vuelvo a pedirle que acompañe al señor Eddy a la salida.

Sin alterarse, el jefe de segundad dijo:

—Aquí manda el doctor Hazelius, que es de quien recibo las órdenes. —Se volvió—. ¿Señor? Hazelius no dijo nada.

Eddy aún no había terminado el discurso que había preparado mientras conducía. Ya había dominado su ira. Pronunció sus siguientes palabras con una certeza glacial, enfrentándose sin vacilar a aquellos ojos azules.

—Se cree el hombre más inteligente del mundo, pero ¿hasta qué punto lo es en realidad? Es tan listo que cree que el mundo empezó con una explosión accidental, un Big Bang, y que todos los átomos se juntaron por casualidad para crear la vida sin la ayuda de Dios. ¿Eso es ser listo? Le voy a decir lo listo que es: lo es tanto, que se irá directamente al infierno. Usted, con sus impías teorías, toma parte en la Guerra contra la Fe. Lo que quieren es renunciar a la nación cristiana construida por los padres fundadores y convertir el país en un templo donde reine un humanismo secular hedonista, donde todo valga: la homosexualidad, el aborto, las drogas, las relaciones prematrimoniales, la pornografía… Pero ahora están cosechando lo que sembraron. Ya ha habido un suicidio. Ahí es adonde llevan la blasfemia y el odio a Dios: al suicidio.

Dios volverá a descargar sobre usted la ira divina, Hazelius. «Mía es la venganza; yo daré el pago merecido», dice el Señor. Eddy se quedó jadeando. El científico le miraba de manera extraña, con unos ojos que brillaban como dos cojinetes de acero inmóviles.

—Es hora de que se vaya —dijo Hazelius con una voz extrañamente sofocada.

Eddy no contestó. Se acercó el encargado de segundad, que era como un armario. —Por aquí.

—No hace falta, Tony. Russ ya ha recitado su discurso, y ya sabe que es hora de marcharse.

Aun así, el guardia de seguridad dio otro paso.

—No se preocupe —dijo rápidamente Eddy—, cuanto antes salga de este lugar impío, mejor.

En el momento en el que se cerraba a sus espaldas la puerta mosquitera, Eddy oyó que una voz decía con calma:

—El germen extiende su flagelo para irse.

Se volvió y pegó la cara a la tela metálica para replicar:

—«Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres», Juan, capítulo ocho, versículo treinta y dos.

Dio media vuelta y caminó con rigidez hacia la camioneta, con el lado izquierdo de la cara temblando de humillación y de una ira ilimitada y fulminante.

24

Ford observó la silueta esmirriada del pastor, que daba zancadas por el aparcamiento hacia una camioneta destartalada. Si un hombre así tenía seguidores, podía hacer mucho daño al proyecto
Isabella
. Lamentó que Hazelius le hubiera provocado. Tenía la corazonada de que el asunto traería cola, mucha cola.

Cuando se volvió, Hazelius estaba mirando su reloj, como si no hubiera pasado nada.

—Llevamos retraso —dijo el científico con energía, descolgando del gancho su bata blanca de laboratorio—. Vamos. —Posó en Ford su mirada—. Me temo que las siguientes doce horas tendrás que pasarlas solo.

—La verdad es que me gustaría ver una prueba —dijo Ford.

Hazelius se puso la chaqueta y cogió el maletín.

—Lo siento mucho, Wyman, pero no puede ser. Cuando estamos en el Bunker, con el
Isabella
en marcha, todo el mundo tiene asignada una función, y no queda sitio. No puede haber nadie de mas. Espero que lo entiendas.

—Yo también lo siento, Gregory, porque tengo la sensación de para hacer mi trabajo tengo que estar presente en una prueba.

—Bien, de acuerdo, pero lamento que no pueda ser esta prueba n concreto. Estamos teniendo muchos problemas, todos sufrimos estrés, y mientras no hayamos resuelto las cuestiones técnicas no podrá haber personas ajenas en el Puente.

—Lo siento, pero tengo que insistir —dijo Ford tranquilamente.

Hazelius se quedó callado. Se hizo un silencio incómodo.

—¿Por qué necesitas ver una prueba para hacer tu trabajo?

—Me han contratado para asegurar a los habitantes de la zona que el
Isabella
no es peligroso, y no pienso asegurar nada a nadie hasta estarlo yo mismo.

—Ah, ¿acaso dudas de la seguridad del
Isabella
?

—Prefiero no atenerme solo a las palabras.

Hazelius sacudió despacio la cabeza.

—Tengo que poder decir a los navajos que formo parte del proyecto en todos los aspectos y que no se me esconde nada.

—Como principal responsable de inteligencia —intervino de pronto Wardlaw—, quiero informar al señor Ford de que, por cuestiones de seguridad, no le está permitido acceder al Bunker. No hay más que decir.

Ford se volvió hacia él.

—Dudo que le convenga tomar ese camino, señor Wardlaw. Hazelius sacudió la cabeza.

—Wyman, entiendo lo que dices, de verdad; el problema es que…

—Si tienes miedo de que descubra lo del malware del sistema, no te preocupes, ya lo sabe —le interrumpió Kate Mercer.

Todos se la quedaron mirando. El grupo se quedó en silencio, atónito.

—Se lo he contado todo —dijo Mercer—. Me pareció que tenía que saberlo.

—¡Fantástico! —exclamó Corcoran, mirando al techo. Kate se volvió hacia ella.

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