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Authors: Douglas Preston

Tags: #Techno-thriller, ciencia ficción, Intriga

Blasfemia (36 page)

BOOK: Blasfemia
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Galdone carraspeó estentóreamente.

—Si alguien cree que el mundo está a punto de acabar, no es imposible que le dé un arrebato. Hasta podría recurrir a la violencia.

—Se supone que el cristianismo es una religión no violenta —dijo Lockwood.

—Stan, no estamos poniendo en entredicho las creencias religiosas de nadie —dijo, secamente, el presidente—. Tenemos que darnos cuenta de que es una cuestión delicada, y es fácil que la gente se ofenda. —Tiró la carta sobre la mesa y se volvió hacia el director de Seguridad Interna—. ¿Qué unidad de la Guardia Nacional queda más cerca?

—La de Camp Navajo, en Bellemont, justo al norte de Flagstaff.

—¿A qué distancia queda de Red Mesa?

—Unos doscientos kilómetros.

—Pues movilízala y envíala a Red Mesa en helicóptero. Como refuerzo.

—Sí, señor. Desgraciadamente tienen a media unidad en el extranjero, y su equipo y su flota de helicópteros dejan algo que desear para lo que sería una operación de estas características.

—¿Con qué rapidez podrías tener la unidad en pleno funcionamiento?

—Podríamos traer equipo y personal de las bases aéreas de Phoenix y Nellis. Si no perdemos tiempo, tardaríamos entre tres y cinco horas.

—Cinco son demasiadas. Haz lo que puedas en tres. Les quiero volando a las cinco menos cuarto.

—Las cinco menos cuarto —repitió el director de Seguridad Nacional—. Sí, señor presidente.

—Ponte en contacto con la policía del estado de Arizona. Pídele discretamente que duplique sus patrullas y que informe de cualquier movimiento inhabitual en las carreteras interestatales y secundarias alrededor de la reserva navajo. Ah, y estad preparados para bloquearlas en cuanto se os avise.

—Sí, señor presidente.

Lockwood intervino en la conversación.

—En Piñón, a solo treinta kilómetros de Red Mesa, hay una comisaría de la policía tribal navajo.

—Estupendo. Que envíen una patrulla a la carretera de Red Mesa, para vigilarla.

—Sí, señor.

—Quiero que se haga todo con discreción. Si reaccionamos exageradamente, la derecha cristiana nos zarandeará como una pelota de fútbol. Nos acusará de anticristianos, de odiar a Cristo, de ser unos liberales ateos… Son capaces de decir cualquier cosa. —El presidente miró a todos—. ¿Algún otro consejo?

No lo hubo.

Se volvió hacia Lockwood.

—Espero que tengas razón. Sabe Dios que ahora mismo puede haber diez mil fanáticos yendo hacia Red Mesa.

54

Ford notó que le caían gotas de sudor por el cuero cabelludo. En el Puente hacía cada vez más calor, aunque el aire acondicionado estaba al máximo. El
Isabella
zumbaba y cantaba, haciendo vibrar las paredes. Miró a Kate, pero estaba totalmente absorta en la pantalla del visualizador.

«Cuando el universo llegue a un estadio de máxima entropía, que es la muerte del universo por enfriamiento, el cálculo universal se detendrá, y yo moriré.»

—¿Es inevitable o existe alguna manera de impedirlo? —preguntó Hazelius.

«Esa es precisamente la cuestión que debéis determinar.»

—¿Y esa es la finalidad última de la existencia? —preguntó Ford—. ¿Evitar esa misteriosa muerte por enfriamiento? Suena a novela de ciencia ficción.

«Sortear la muerte por enfriamiento solo es un paso en el camino.»

—¿El camino hacia dónde? —preguntó Hazelius.

«Proporcionará al universo la plenitud temporal que necesita para pensarse hasta alcanzar el estado final.»

—¿De qué estado final se trata?

«No lo sé. Pero no se parecerá a nada de los que podáis imaginar, ni tan siquiera yo.»

—Has dicho «plenitud temporal» —dijo Edelstein—. ¿Eso cuánto es, exactamente?

«Será un número de años igual al factorial de diez elevado al factorial de diez, elevado a su vez al factorial de diez, y este número, a su vez, al factorial de diez; todo ello repetido 10
83
veces, antes de elevar el resultado 10
47
veces a su propio factorial. Usando vuestra notación matemática, este número (el primer número de Dios) es:

(10!↑↑10
83
)
[(10!↑↑10
83
)!↑↑10
47
]

»Es el tiempo en años que tardará el universo en pensarse hasta alcanzar el estado final, en llegar a la respuesta definitiva.»

—¡Es un número absurdamente alto!

«Solo es una gota en el gran mar del infinito.»

—¿Qué papel desempeñan la moral y la ética en este universo feliz del que hablas? —preguntó Ford—. ¿O la salvación y el perdón de los pecados?

«Lo repito una vez más: la separación es algo ilusorio. Los seres humanos son como las células de un cuerpo. Las células mueren, pero el cuerpo sigue viviendo. El odio, la crueldad, la guerra y el genocidio tienen más que ver con enfermedades del sistema inmunitario que con lo que llamáis «maldad». Esta visión que os ofrezco, en la que todo está conectado, brinda un gran campo de acción moral en el que el altruismo, la compasión y la responsabilidad mutua desempeñan un papel fundamental. Vuestro destino es un solo destino. Los seres humanos sobrevivirán juntos o morirán juntos. Nadie se salva, porque nadie se pierde. Nadie es perdonado, porque nadie es acusado.»

—¿Y la promesa que nos hace Dios de un mundo mejor?

«Vuestros conceptos del paraíso son de una obtusidad notable.»

—¡Perdona, pero la salvación no tiene nada de obtusa!

«La visión de plenitud espiritual que os brindo es inconmensurablemente mayor que cualquier paraíso soñado desde la Tierra.»

—¿Y el alma? ¿Niegas la existencia del alma inmortal?

—¡Wyman, por favor! —exclamó Hazelius—. ¡Nos estás haciendo perder el tiempo a todos con estas preguntas teológicas tan ridículas!

—Perdona, pero a mí me parecen preguntas cruciales —intervino Kate—. Son las que hará la gente, y más vale que las contestemos.

«¿Nos?» Ford se preguntó a quiénes se refería Kate.

«La información nunca se pierde. Tras la muerte del cuerpo, la información creada por aquella vida cambia de forma y estructura, pero nunca se pierde. La muerte es una transición de información. No la temáis.»

—¿Perdemos nuestra individualidad con la muerte? —preguntó Ford.

«No os lamentéis por esa pérdida. De ese poderoso sentimiento de individualidad, tan necesario para la evolución, se desprenden muchas de las características, buenas y malas, que rodean cualquier vida humana: el miedo, el dolor, el sufrimiento y la soledad, pero también el amor, la felicidad y la compasión. Por eso tenéis que escapar de vuestra existencia bioquímica. Cuando os liberéis de la tiranía de la carne, os quedaréis con lo bueno (el amor, la felicidad, la compasión y el altruismo) y os desprenderéis de lo malo.»

—No me seduce particularmente la idea de que las pequeñas fluctuaciones cuánticas que ha generado mi vida nos confieran una especie de inmortalidad —dijo sarcásticamente Ford.

«Esta visión de la vida debería serte de gran consuelo. En el universo, la información no puede morir. Nunca se olvida nada; ni un paso, ni un recuerdo, ni una pena de tu vida. Como individuo, te perderás en la vorágine del tiempo y se dispersarán tus moléculas, pero quién fuiste, qué hiciste y cómo viviste son cosas que se insertarán para siempre en el cálculo universal.»

—Perdona, pero hablar de la existencia como «cálculo» me sigue pareciendo tan mecánico, tan desalmado…

«Si lo prefieres, llámalo soñar, anhelar, pensar. Todo lo que ves forma parte de un cálculo inimaginablemente grande y hermoso, desde un bebé que balbucea sus primeras palabras hasta una estrella absorbida por un agujero negro. Nuestro universo es un cálculo maravilloso que empezó por un solo axioma de gran simplicidad, y que lleva trece mil millones de años funcionando. ¡Apenas hemos empezado la aventura! Cuando encontréis el modo de cambiar vuestro proceso de pensamiento, limitado por la carne, por otros sistemas cuánticos naturales, empezaréis a controlar el cálculo. Empezaréis a entender su belleza y perfección.»

—Si todo es cálculo, ¿de qué sirve la inteligencia? ¿Y la mente? «La inteligencia está en todas partes, hasta en procesos inertes. Una tormenta eléctrica es un proceso muchísimo más inteligente que un cerebro humano. A su manera es inteligente.»

—Una tormenta eléctrica no tiene conciencia. Un cerebro humano tiene conciencia de sí. Esta es la diferencia, y no es baladí.

«¿No os he dicho que la conciencia de uno mismo es una ilusión, una herramienta de la evolución? La diferencia no llega ni tan siquiera a ser baladí.»

—Un fenómeno meteorológico no es creativo. No hace elecciones. No puede pensar. Solo es un despliegue mecánico de fuerzas.

«¿Y cómo sabes que vosotros no sois despliegues mecánicos de fuerzas? Al igual que el cerebro, un fenómeno meteorológico tiene propiedades químicas, eléctricas y mecánicas complejas. Piensa y es creativo; lo que ocurre es que sus pensamientos son distintos de los vuestros. Un ser humano crea complejidad escribiendo una novela en la superficie de una hoja de papel; una perturbación la crea escribiendo olas en la superficie de un mar. ¿Cuál es la diferencia entre la información contenida en las palabras de una novela y la información contenida en las olas del mar? Si escuchas, las olas hablarán, y yo os digo que un día escribiréis vuestros pensamientos en la superficie del mar.»

—Muy bien, ¿y qué calcula el universo? —preguntó Innes con enojo—. ¿Qué gran problema es el que intenta resolver?

«El misterio más profundo y maravilloso de todos.»

—Alarmas de perímetro —informó Wardlaw—. Hay un intruso.

Hazelius se volvió.

—No me digas que ha vuelto el predicador.

—No, no… ¡Dios mío! Es mejor que vengas a verlo.

Ford y los demás siguieron a Hazelius al puesto de seguridad, y se quedaron mirando la pared de pantallas por encima del hombro de Wardlaw.

—¿Y ahora qué ocurre? —preguntó Hazelius.

Wardlaw pulsó diversos botones.

—No debería haber estado atento a lo que decía esa cosa estrambótica de la pantalla. Esperad, estoy rebobinando. Empieza aquí. Un helicóptero… Un Black Hawk UH-60A militar aterrizando en el aeródromo.

La estupefacción era general. Ford vio que del helicóptero salía un grupo de hombres con monos oscuros y armas de fuego.

—Se ve cómo entran a la fuerza en los hangares —añadió Wardlaw—, y se llevan nuestros Humvees. Los cargan… Rompen el acceso a la zona de seguridad… Es lo que ha disparado la alarma. A partir de aquí ya es en tiempo real.

Ford vio que los soldados, o lo que fueran, saltaban de los Humvees y se dispersaban con las armas a punto.

—¿Qué ocurre? ¿Qué rayos están haciendo? —exclamó Hazelius con gran inquietud.

—Establecer el habitual perímetro de asalto.

—¿Asalto? ¿A qué?

—A nosotros.

55

Russ Eddy se agachó detrás de un enebro para espiar la zona vallada de seguridad. Los hombres de negro habían echado abajo la cerca. Ahora estaban instalando focos y descargando material de un par de Humvees. Tuvo la certeza de que les habían enviado para proteger el proyecto
Isabella
, a consecuencia de su carta. De no ser así era demasiada casualidad. Fuerzas paramilitares del Nuevo Orden Mundial llegando en helicópteros negros, tal como había predicho Mark Koernke.

Supo que su carta había llegado a manos de los que mandaban. Tomó nota escrupulosamente de la cantidad de hombres, el tipo de armas y el material, y lo apuntó en el cuaderno.

Los soldados acabaron de montar una hilera de focos portátiles, que iluminaron la zona con una luz blanca muy intensa. Eddy retrocedió en la oscuridad y se retiró a la carretera. Ya había visto suficiente. Pronto empezaría a llegar el ejército de Dios, y debía organizado.

El plan fue tomando forma mientras volvía caminando al borde de la mesa, al lugar donde llegaba la Dugway. En primer lugar necesitarían una zona de estacionamiento y de reunión que estuviera lo bastante lejos del
Isabella
, para no ser vistos. Tenían que reunirse, después organizarse y después atacar. De hecho, justo al final de la Dugway, a unos cinco kilómetros del
Isabella
, había una gran explanada de roca desnuda que se prestaba perfectamente a ello.

Echó un vistazo a su reloj: las doce menos cuarto. Había mandado el e-mail hacía dos horas. De un momento a otro empezaría a llegar gente. Empezó a correr por el centro de la carretera para interceptar el tráfico que apareciese.

A unos ochocientos metros por la Dugway oyó el petardeo de una moto. Apareció una sola luz que se acercaba deprisa por la mesa y que empezó a frenar en el mismo momento en que iluminaba a Eddy. Era una moto de cross conducida por un hombre musculoso, con coleta rubia y una chaqueta vaquera sin abrochar, con las mangas cortadas, sin camisa. Tenía un rostro de facciones fuertes, digno de un galán de cine, y físicamente era un adonis. Llevaba al cuello una cadena de metal, de la que colgaba una cruz de hierro macizo que asomaba entre el vello del pecho.

Frenó estirando las piernas, con sus botas de cuero. Después equilibró la moto y sonrió enseñando los dientes.

—¿El pastor Eddy?

Eddy se acercó, con el corazón latiendo muy deprisa.

—Saludos en nombre de Jesucristo.

El motorista puso el caballete de la moto, bajó (era enorme) y fue hacia Eddy con los brazos muy abiertos. Le envolvió en un abrazo en el que se mezclaban el polvo y un olor corporal asfixiante; luego retrocedió y le cogió cariñosamente por los hombros.

—Randy Doke. —Le dio otro abrazo—. ¿Soy el primero? ¿En serio?

—Sí.

—Me parece mentira haber llegado. Nada más leer tu carta he montado en la Kawasaki y he salido de Holbrook; a campo traviesa, por el desierto, cortando vallas y yendo a toda mecha. Habría llegado antes, pero me he caído cerca de Second Mesa. Me parece mentira estar aquí. ¡De verdad que no puedo creerlo!

Eddy sintió un arrebato de fe y una inyección de energía.

El motorista miró a su alrededor.

—Bueno, ¿y ahora qué?

—Vamos a rezar. —Eddy le juntó las manos callosas. Inclinaron sus cabezas—. Dios Todopoderoso, por favor, rodéanos con tus ángeles, unidas las puntas de sus alas y desenvainadas las espadas para protegernos, y que así nos guíen a nosotros, tus servidores, hacia la victoria contra el Anticristo. En nombre de nuestro señor Jesucristo, amén.

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