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Authors: J. J. Benitez

Tags: #Novela

Caballo de Troya 1

BOOK: Caballo de Troya 1
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Su especialidad siempre han sido los ovnis y la secuela

de hipótesis que desencadenan en la imaginación del

hombre. Pamplonica, nacido en 1946, ejerció el periodismo

durante unos años y llegó a desempeñar los caros de

redactor jefe de la bilbaína
Hoja del Lunes
y de jefe de
reporteros de la
Gaceta del Norte
. Su interés por los
objetos volantes no identificados le impulsó a la

investigación de los enigmas que han planteado a la

humanidad moderna tan misteriosos cuerpos siderales,

naves extraterrestres, fenómenos del espacio, alucinaciones individuales o
colectivas... o lo que sean. Con el tiempo, J. J. Benítez ha alcanzado el título
oficioso de máximo experto en el tema, sus reportajes le han prestigiado
enormemente y varios de sus libros son indispensables en la bibliografía
del género. Ahora, con
Caballo de Troya
, realiza su primera incursión en la
novela, irrumpiendo triunfalmente en la narrativa, puesto que este título
lleva más de un año figurando en la lista de libros más vendidos.

J. J. Benítez

Caballo de Troya

A Gabriel Del Barrio García,

Un noble y veterano socialista

Que me precederá en el Reino de los Cielos

(En representación de los muchos amigos

que me ayudaron durante los cien días

que permanecí sumergido en la realización

de
Caballo de Troya
.)

Hay otras muchas cosas que hizo Jesús.

Si se escribiesen una por una, creo que le

mismo mundo no podría contener los libros

escritos.

Caballo de Troya

J. J. Benítez

WASHINGTON

Mi reloj señalaba las tres de la tarde. Faltaban dos horas para que el Cementerio Nacional de Arlington cerrara sus puertas. Yo había consumido la casi totalidad de aquel lunes, 12 de octubre, frente a las tres tumbas de los soldados desconocidos y a la minúscula y perpetua llama anaranjada que da vida al rústico enlosado gris bajo el que reposan los restos del presidente John Fitzgerald Kennedy.

Aunque a fuerza de leerla había terminado por aprendérmela, consulté una vez más la clave que me había entregado el mayor.

Por enésima vez escruté el macizo sarcófago de mármol blanco que se levanta en la cara este del Anfiteatro Conmemorativo y que constituye el monumento inicial y más destacado de la Tumba al Soldado Desconocido. En la cara Oeste han sido esculpidas tres figuras que simbolizan la Victoria, alcanzando la Paz a través del Valor. Pero aquel panel no parecía guardar relación con mi clave...

Lentamente, como un turista más, bordeé el cordón que cierra la reducida explanada rectangular y fui a sentarme frente a la cara posterior de la tumba central, en las escalinatas de un pequeño anfiteatro. Exhausto, repasé cuanto había anotado. Frente a mí, a cinco metros de las tumbas, un soldado de infantería del Primer Batallón de la Vieja Guardia, con sede en Fort Myer, paseaba arriba y abajo, fusil al hombro, luciendo el oscuro uniforme de gala.

Aunque la cadena de seguridad me separaba unos diez metros de esta parte de la tumba, la leyenda grabada en el mármol podía leerse con comodidad: «Aquí reposa gloriosamente un soldado de los Estados Unidos que sólo Dios conoce.»

«¿Estará ahí la clave?», me pregunté con nerviosismo.

El solitario centinela, enjuto y frío como la bayoneta que remataba su brillante mosquetón, se había detenido. Tras una breve pausa, giró, cambiando el arma de hombro. Segundos después volvía sobre sus pasos, deteniéndose frente a la tumba. Allí repitió el cambio de posición de su fusil y, girando de nuevo, reinició su solemne desfile.

Mi amigo el mayor norteamericano si hacía referencia al soldado que monta guardia día y noche en el cementerio de los héroes, en Washington.

«El centinela que vela ante la tumba te revelará el ritual de Arlington», rezaba la primera frase de su postrera carta...

MÉXICO D.F.

Pero justo será que, antes de proseguir con esta nueva aventura, cuente cuándo y en qué circunstancias conocí al mayor y cómo me vi envuelto en una de las investigaciones más extrañas y fascinantes de cuantas he emprendido.

En el mes de abril de 1980, y por otros asuntos que no vienen al caso, me encontraba en México (Distrito Federal). Hacia escasos meses que había escrito mi primer libro sobre los descubrimientos de los científicos de la NASA sobre la Sábana Santa de Turín y recuerdo que en 5

Caballo de Troya

J. J. Benítez

una de mis intervenciones en la televisión azteca -concretamente en el prestigioso y popular programa informativo de Jacobo Zabludowsky-, yo había comentado algunos pormenores sobre las aterradoras torturas a que había sido sometido Jesús de Nazaret. Ante mi sorpresa y la del equipo de Televisa, esa noche se registró un torrente de llamadas desde los puntos más dispares de la República e, incluso, desde Miami y California.

Al regresar a mi hotel, la operadora del Presidente Chapultepec me dio paso a una llamada que no olvidaré jamás.

-¿El señor J. J. Benítez?

-Sí, dígame...

-¿Es usted J. J. Benítez?

-Sí, soy yo... ¿Quién habla?

-Le he visto en el programa del señor Zabludowsky y me sentiría muy honrado si pudiera conversar con usted.

-Bueno, usted dirá -respondí casi mecánicamente, al tiempo que me dejaba caer sobre la cama. En aquellos primeros instantes confundí a mi comunicante con el típico curioso. Y me dispuse a liquidar la conversación a la primera oportunidad.

-Como habrá adivinado por mi acento, soy extranjero... Sinceramente, al escucharle me ha impresionado su interés por Cristo.

-Disculpe -le interrumpí, tratando de saber a qué atenerme-, ¿cómo me ha dicho que se llama?

-No, no le he dicho mi nombre. Y si usted me lo permite, dada mi condición de antiguo piloto de las fuerzas aéreas norteamericanas, preferiría no dárselo por teléfono.

Aquello me puso en guardia. Me incorporé e intenté ordenar mis ideas.

No sé cuál es su plan de trabajo en México -continuó en un tono sumamente afable- pero quizá pueda ser de gran interés para usted que nos veamos. ¿Qué le parece?

-No sé -dudé-; ¿dónde se encuentra usted?

-Le llamo desde el estado de Tabasco. ¿Tiene previsto algún viaje a esta zona?

-Francamente, no; pero...

Una vez más me dejé llevar por la intuición. ¿Un antiguo piloto de la USAF? Podía ser interesante...

La experiencia como investigador me ha ido enseñando a aceptar el riesgo. ¿Qué podía perder con aquella entrevista?

-¿puede usted adelantarme algo? -insinué sin reprimir la curiosidad.

-No... Créame. No puedo por teléfono... Es más: no deseo engañarle y le adelanto ya que en esa primera conversación, si es que llega a celebrarse, probablemente no saque usted demasiadas conclusiones. Sin embargo, insisto en que nos veamos...

-Está bien -corté con cierta brusquedad-. Acepto. ¿Dónde y cuándo nos vemos?

-¿Puede usted desplazarse hasta Villahermosa? Yo estaré aquí hasta el sábado. ¿Conoce usted la ciudad?

-Sí, por supuesto -respondí un tanto contrariado.

Si la memoria no me fallaba, en julio de 1977 Raquel y yo habíamos visitado la zona arqueológica de Palenque, en el estado de Chiapas, y las colosales cabezas olmecas de Villahermosa. Pero yo me encontraba ahora en el Distrito Federal, a mil kilómetros de la tórrida región tabasqueña.

-¿Le parece bien el viernes, día 18?

-Un momento. Permítame que vea mi agenda...

La verdad es que yo sabía de antemano que no existía compromiso alguno para dicho viernes. Pero el hecho de tener que viajar basta Tabasco, sin garantías ni referencias sobre la persona con la que pretendía entrevistarme, me había irritado. Y busqué afanosamente alguna excusa que me apeara de tan descabellado viaje. Fueron segundos tensos. Por un lado, el instinto periodístico tiraba de mí hacia Villahermosa. Por otro, el sentido común había empezado a zancadillear mi frágil entusiasmo. Por fortuna para mí, el primero se impuso y acepté:

-Muy bien. Creo que hay un vuelo que sale de México a primera hora de la mañana. ¿Dónde puedo verle?

-¿Conoce usted el Parque de la Venta?

El hombre debió de percibir mis dudas y añadió:

6

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J. J. Benítez

-El de las cabezas olmecas...

-Sí, lo conozco.

-Le estaré esperando junto al Gran Altar...

-Pero, ¿cómo voy a reconocerle?

-No se preocupe.

Aquella seguridad me dejó fascinado.

Lo más probable -concluyó- es que yo le reconozca primero.

-Está bien. De todas formas llevaré un libro en las manos...

-Como guste.

-Entonces... hasta el viernes.

-Correcto. Muchas gracias por atender mi llamada.

-Ha sido un placer -mentí-. Buenas noches.

Al colgar el auricular me vi asaltado por un enjambre de dudas. ¿Por qué había aceptado tan rápidamente? ¿Qué seguridad tenía de que aquel supuesto extranjero fuera un piloto retirado de la USAF? ¿Y si todo hubiera sido una broma?

Al mismo tiempo, algo me decía que debía acudir a Villahermosa. El tono de voz de aquel hombre me hacía intuir que estaba ante una persona sincera. Pero, ¿qué quería comunicarme?

Pensé, naturalmente, en esa enigmática información. «Lo más lógico -me decía a mí mismo mientras trataba inútilmente de conciliar el sueño es que se trate de algún caso ovni protagonizado por los militares norteamericanos. ¿O no?»

«¿Por qué citó mi interés por Cristo? ¿Qué tenía que ver un veterano militar con este asunto?»

A decir verdad, cuanto más removía el suceso, más espeso e irritante se me antojaba. Así que opté por la única solución práctica: olvidarme hasta el viernes, 18 de abril.

TABASCO

A las 10.45, una hora escasa después de despegar del aeropuerto Benito Juárez de la ciudad de México, tomaba tierra en Villahermosa. Al pisar la pista, un familiar hormigueo en el estómago me anunció el comienzo de una nueva aventura. Allí estaba yo, bajo un sol tropical, con la inseparable bolsa negra de las cámaras al hombro y un ejemplar de mi libro
El Enviado
entre las manos.

«Veremos qué me depara el destino», pensé mientras cruzaba la achicharrante pista en dirección al edificio terminal. Aquella situación -para qué voy a negarlo- me fascinaba. Siempre me ha gustado jugar a detectives...

Por ello, y desde el momento en que abandoné el reactor de la compañía Mexicana de Aviación que me había trasladado al estado de Tabasco, fui fijando mi atención en las personas que aguardaban en el aeropuerto. ¿Estaría allí el misterioso comunicante?

Si hacia caso al timbre de su voz, mi anónimo amigo debía rondar los cincuenta años. Quizá más, si consideraba que era un piloto retirado del servicio activo.

Sujeté el libro con la mano izquierda, procurando que la portada quedara bien visible, y despaciosamente me encaminé al servicio de cambio de moneda. Sí el norteamericano estaba allí tenía que detectarme.

Cambié algunos dólares, y con la misma calma me dirigí a la puerta de salida en busca de un taxi.

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