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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Ensayo, Historia

Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock) (6 page)

BOOK: Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock)
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Entre 1957 y 1958 Jerry Lee Lewis saboreó los placeres del éxito.
Whole lotta shakin' goin' on, Great balls of fire, High school confidential
… Todo funcionaba a la perfección. Tanto que se casó y todo.

Cuando el público, y los detractores del
rock and roll
se encargaron de difundirlo «muy a su modo», supo que la señora Lewis tenía catorce años y, además, era prima suya, la carnaza para el despedazamiento quedó servida. Jerry se convirtió en el prototipo de vampiro ultrajador de niñas, lascivo y libidinoso como debían de serlo TODOS los artistas capaces de interpretar aquella música.

Lo que no se dijo, porque se ocultó y no interesó sacarlo a la luz (a él ni le dejaron hablar) y si se dijo nadie quiso oírlo, fue que en el sur de los Estados Unidos los matrimonios jóvenes eran de lo más habitual. El mismo Jerry se casó por primera vez… a los quince años, y por segunda vez… a los dieciocho. Además, Myra era prima suya pero en un muy lejano tercer grado.

Nada de esto tuvo importancia ni fue admitido como defensa o posible descargo. Jerry Lee Lewis era culpable de uno de los peores crímenes sexuales imaginables: fornicar con una menor, por muy legalmente casados que estuviesen. Los que cuidaban de NUESTRA moral le señalaron con el dedo.

Asustado por el revuelo decidió desaparecer marcándose una gira triunfal por Inglaterra, y se encontró con que allí las cosas estaban peor. De entrada la prensa británica le rebajó la edad a Myra dejándola en trece años. Teniendo en cuenta que fue el primer escándalo del
rock and roll
en su orden cronológico, y que los detractores de la música buscaban la forma de apuntarse a lo que fuese para vomitar sus infiernos sobre ella, cabe incluso decir que tuvo toda la mala suerte del mundo. Él no había hecho otra cosa que… casarse.

Las consecuencias fueron fulminantes. Jerry se vio obligado a suspender su gira inglesa y regresar a los Estados Unidos. Allí las cosas no marcharon mejor. Sus discos dejaron de radiarse y su nombre fue silenciado en todos los medios de difusión. Simplemente… no existía. Incapaz de enfrentarse a ello, maniatado, sin posibilidad de defenderse porque era la estrella de la lista negra y nadie quería darle una oportunidad… se aferró a una amiga y buena compañera, tan callada como él: la botella. El rápido ocaso de su fama pronto levantó a su alrededor un muro de incomunicaciones.

Las desgracias nunca vienen solas. Amaba a Myra pero ella, indirectamente, había sido la culpable de su caída. La muerte del hijo de ambos, nacido en 1960 y ahogado en la piscina de su casa en 1962, fue el trauma decisivo. Todavía siguieron juntos pero a él la casa se le hizo pequeña y buscó otros techos donde anidar. Después de divorciarse de Myra continuó en la pendiente con una larga serie de accidentes capaces de volverle loco. El primero se produjo en 1972. Su hijo mayor, Jerry Lee, murió en la carretera cuando el coche en el que viajaba abandonó el asfalto para volar hasta el fin. El segundo lo protagonizó él mismo en 1976, y tuvo los mismos ingredientes: el coche y la carretera. Por suerte pudo contarlo, pero tardaron bastante en sacarle de los restos del Rolls Royce que conducía. El tercer accidente lo fue menos: una triste vida con nuevos matrimonios rotos y el cuerpo hecho polvo por los efectos de la bebida.

Musicalmente, habrían de pasar diez años para que volviese a la actualidad, y por supuesto eso es mucho tiempo en un universo tan cambiante como el del rock.

Durante los años 60 Jerry volvió al
country
y deambuló oscuramente por la trastienda del
show-business
llevándose las migajas del pastel. Grabó para un sello pequeño y sólo sus incondicionales, que no le habían olvidado, le mantuvieron. Reivindicado en 1967 con un nuevo éxito discográfico, se incorporó al pelotón de los grandes y precursores, manteniendo un reinado siempre invadido por la nostalgia. Nadie le devolvió sin embargo los años perdidos ni su éxito robado. Víctima de una «fiebre espiritual» también llegó a grabar temas religiosos y en 1980 y 1981 llegó a estar a las puertas de la muerte, pero los médicos lograron separar cada gota de alcohol de su sangre y volvieron a ponerle en circulación.

Cuando en la primavera de 1984 se casó… por sexta vez, a los cuarenta y ocho años de edad, con la cantante de
gospel
y
country
de veintiún años Kerrie Lynn McCaver, no se le prestó demasiada atención a la noticia, que por otra parte sólo mereció un par de líneas en las páginas musicales de algunos medios y en las de chismes de otros.

Con Carl Perkins volvemos a la carretera.

Carl también fue un candidato idóneo al título honorífico de «nuevo Elvis» o «segundo Elvis». Había nacido en Lake City, Tennessee, el 4 de septiembre de 1932. Su familia era una curiosa gota blanca en medio de una tierra de negros poblada de plantaciones de algodón. Así que creció como un blanco pero lleno de sonidos negros hasta que a mitad de los años 40 y contando él trece de edad, los Perkins emigran en busca de mejores oportunidades. Recalan en Jackson y para ganarse la vida Carl y sus dos hermanos comenzarán a actuar en clubs y bares, los típicos
coffee-houses
americanos. Al irrumpir la nueva corriente musical de principios de los 50 es ya un profesional, y en 1955 a manos suyas llega uno de los primeros discos de Elvis Presley grabado para la Sun Records de Memphis.

El día que Sam Phillips recibió su llamada, y escuchó su voz asegurándole que él era mejor que Presley, y que ya hacía tiempo que cantaba «esas cosas», se ganó su oportunidad de probarlo. Sam hizo que Carl viajase a Memphis y le hizo una prueba. Por desgracia para el muchacho Sun ya tenía a Elvis haciendo
rock and roll, y
el jefe Sam Phillips no era partidario de quemar a dos cantantes en el mismo estilo, así que… a pesar de todo, Carl Perkins se vio obligado a interpretar
country
si quería grabar. Y quería.

Cuando Elvis Presley fichó por RCA y dejó Sun, Carl tuvo las puertas abiertas para ocupar su lugar. Ahora el genuino
rocker
de la Sun iba a ser él. Por supuesto no hubo ningún problema, y entonces fue cuando grabó una canción que habría de convertirse en uno de los hitos de la historia del rock:
Blue suede shoes
, el tema cuya letra define mejor que cien tratados el espíritu de aquellos días y la jovial insustancialidad del rock como medio de evasión: «… puedes hacer lo que quieres, pero por favor, apártate de mis zapatos de ante azul».

Blue suede shoes
apareció el 19 de diciembre de 1955. Era el más puro y esencial
rock and roll
Made in Sun, es decir:
rockabilly
. La respuesta del público fue inmediata y Carl inició su gran carrera. Sabía que podía ser mejor que Presley, y estaba dispuesto a demostrarlo. Aunque Sun Records era una etiqueta pequeña, el trampolín hacia la fama se extendía a los pies de Perkins, que entonces contaba veintitrés años.

Y el sueño se hizo realidad. A comienzos de 1956 Ed Sullivan contrata al creador de
Blue suede shoes
para presentarlo en su millonario
show
, el espectáculo más visto de la televisión americana, el mismo que unos meses después serviría para el lanzamiento… del mismísimo Elvis Presley. Carl Perkins y sus hermanos decidieron viajar a Nueva York en coche para el Gran Momento sin saber que en la maldita carretera esperaba un pequeño giro del destino, la burla de la impotencia… y el corte de mangas macabro de la fatalidad.

Era el 21 de marzo de 1956 cuando en Wilmington el automóvil de los Perkins se estrelló masacrándoles a ellos en su interior.

Probablemente ninguna historia del rock ni de sus artistas sea tan dura en sus perfiles como ésta. Dura por todo lo que simboliza, lo que representa. Iban en pos de la fama, dispuestos a hincarle el diente a la fortuna, y se quedaron exactamente en la antesala.

El hermano mayor de Carl murió dos años después del accidente a causa de las heridas sufridas.

Dos años de intenso calvario. Carl fue extraído de los restos del coche con el cuerpo destrozado pero con un pronóstico mucho menos grave. Durante los meses, largos e igualmente dolorosos, que permaneció postrado en la cama del hospital, sucedieron dos cosas decisivas: la primera que Elvis Presley se convirtió en el número 1, y con su presentación en el Ed Sullivan Show al que él no pudo llegar, se catapultó hacia la cumbre.

La segunda que el propio Elvis grabó
Blue suede shoes y
con su sello personal hizo del tema un electrizante éxito.

Carl Perkins ganó mucho dinero por ser el autor del
hit
, pero lloró de rabia y desesperación por el ligero trueque de la historia. En otras condiciones hubiera sido él, y su voz, y su estilo… quienes hubiesen hecho de
Blue suede shoes
un éxito. Y sólo en voz baja llegó a reconocerse que Presley le robó una fama que probablemente merecía.

La vuelta de Perkins ya no tuvo el menor relieve. Elvis estaba demasiado alto y él… no era más que el autor de una de sus mejores canciones. Entre 1956 y 1959 grabó algunas canciones, pero finalmente, frustrado y falto de energías se retiró en 1960. Como los demás, los años 60 volvieron a darle el respeto que merecía y la divulgación de su historia actuó como revulsivo.

Reapareció en 1965… y tuvo que retirarse de nuevo en 1966 a causa de un nuevo accidente:
se voló un pie mientras cazaba
. Más tarde continuó en la música como guitarrista de Johnny Cash y convertido en una gloria añeja del rock se ha mantenido sin dejar de pensar, probablemente, ni una sola noche, en aquel accidente que no mató su cuerpo pero sí su alma.

Fue precisamente el alma lo que cambió la vida y la carrera del último de los cuatro jinetes del Apocalipsis del rock: Little Richard.

Little Richard nunca fue tan poético, dentro del tono agresivo de sus letras, como Chuck Berry, pero musicalmente sí era otro poseído del ritmo. Lo que él decía en sus canciones tenía un tono más descarnado, más demoledor. Puede decirse que «iba al grano». Este es un ejemplo:

Bien, es sábado por la noche y acabo de cobrar

Un loco, con mi dinero, no va a intentar ahorrar

Le voy a dar marcha, lo voy a destrozar

Lo voy a menear, lo voy a fornicar

Le voy a dar marcha, y a pasármelo en grande esta noche

El oscuro objeto sexual de la canción estaba suficientemente claro hasta para el último de los ingenuos Pensadores Morales. El que menos se imaginaba a Little Richard con un gigantesco órgano sexual entre las manos (a fin de cuentas los negros tenían cimentada su fama, o una de ellas, en las dimensiones del mismo), y persiguiendo voluptuosos placeres carnales.

Cuando además de ello, se divulgó su más que presumible homosexualidad, el horror ya no tuvo límites.

Por esta razón cuando Little Richard abandonó su vida pecaminosa para sumergirse en las virtudes espirituales, las loas al Señor demostraron la satisfacción de quienes creían en un Bien Superior y una Justicia Suprema. Hasta en el infierno rock había milagros.

El auténtico milagro sin embargo residía en la prodigiosa capacidad musical de aquel poseído que lucía un ridículo bigotito, se maquillaba los ojos y era capaz de pasarse diez minutos en una entrevista televisiva repitiendo: «Soy el mejor… ¡Soy el rey!… Uao… ¿sabéis? No hay nadie como yo: soy el mejor ¡Soy el rey!».

Richard Penniman, que era su verdadero nombre, había nacido en Macon, Georgia, el 25 de diciembre de 1935. Miembro de una numerosísima familia con profundas convicciones religiosas, debutó en las filas del coro de la iglesia: la comunidad de Adventistas del Séptimo Día. La necesidad de comer le obligó a emplearse en el carromato de un Medicine Show (carretas que iban de pueblo en pueblo vendiendo pociones milagrosas a cargo de falsos médicos y curanderos, mientras se ofrecía un espectáculo capaz de congregar al público a su alrededor).

Ahí fue donde Little Richard se fogueó. Tuvo que emplearse a fondo, varias veces por día, para que su jefe vendiera el mayor número de botellitas de agua coloreada posibles. Después del Medicine Show fue empleado de una gasolinera entre una docena de empleos que a veces ni duraban un día, y consiguió su oportunidad en un club de Georgia, el Fitzgerald. Su gran oportunidad llegó en 1951 al ganar un concurso de aficionados en el Atlanta's Eighty One Theatre de Atlanta.

Tenía dieciséis años y llevaba suficiente polvo en sus zapatos como para saber lo que quería.

El sello Candem apuesta por el incipiente artista y entre fines de 1951 y comienzos del 52, Little Richard graba sus ocho primeras canciones, sin éxito pero aún hoy notables contribuciones artísticas al desarrollo del rock. En 1953 pasa al sello Peacock, en el que diseña la base de su irresistible estilo y en 1955 Speciality compra por seiscientos dólares su contrato a Peacock. Este año graba
Tutti frutti
, la canción que se inicia con la frase con la que también se ha iniciado este libro:
A-wop-bop a-loo-bop-a-lop-bam-boom
. Cuando se grabó el tema, el 14 de septiembre de 1955, sucedió algo curioso. La letra era tan desmedidamente salvaje, escandalosa y pornográfica, que los mismos editores de Speciality se encandalizaron con ella. Little accedió de mala gana a que se la retocara un experto y una arreglista llamada Dorothy La Bostrie se encargó de hacerlo, en cinco minutos. Poco podía imaginar que estaba «metiéndole mano» a uno de los hitos de la historia del rock, y que se haría famosa, indirectamente, por ello.

Entre 1956 y 1957, Little Richard planea como un enloquecido poseso por el horizonte del
rock and roll
. Sus canciones son dinamita pura:
Lucille, Don't knock the rock, Rip it up
(a la que pertenece el fragmento antes reproducido),
The girl can't help it… Long tall Sally
. Cuando se retiró había grabado incluso
Good golly Miss Molly
y
Kansas City
.

¿Y por qué se retiró, en pleno éxito, sin mediar un escándalo como en el caso de Berry o Lewis, ni un accidente como en el de Perkins? Los hechos fueron estos: a fines de 1957 y en plena gira australiana el avión que le transportaba comenzó a fallar. Convencido de que Dios le advertía seriamente por sus pecados, juró que si se salvaba renunciaría al caos en que vivía su espíritu. Por supuesto cuando el avión tocó tierra sano y salvo, Little se olvidó de su «debilidad». Pero por un azar del destino… o la inexplicable mano del Más Allá, el incidente se repitió en 1958, y en esta ocasión le juró a Dios que iba en serio… y lo cumplió.

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