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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (64 page)

BOOK: Carolina se enamora
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Pasan las horas. Escuchamos
Fango
de Jovanotti y después
Candy Shop
de Madonna, además de Caparezza y Gianna Nannini, La luna está ya alta en el cielo. Muchos están bañándose en la piscina de agua caliente. Hasta el profe Leone y la profe Bellini se han metido en el agua y están disfrutando de lo lindo. El profe está jugando a waterpolo y de vez en cuando algún alumno lo agarra y le hace una ahogadilla con la excusa de que lo marca.

—Perdona, Aldo, ¿has visto a Massi?

—¿A quién?

—A Massi, mi novio.

—Ah, Massimiliano. Antes hemos estado hablando un rato, pero luego se ha ido en esa dirección.

Miro a donde me señala. En un rincón, Filo y Gibbo están charlando con Clod. Me aproximo a ellos.

—Eh, ¿no te has bañado?

—No.

—¿Tú tampoco, Clod?

—No puedo…

Pone una cara extraña al decirlo, como si pretendiese subrayar algún tipo de imposibilidad femenina Creo que lo único que le ocurre es que le da vergüenza desvestirse. Como prefiera, no insisto.

—Oye, ¿has visto a Massi por casualidad?

Clod me sonríe.

—Por supuesto…, está ahí.

Y se vuelve hacia el gran árbol. Justo debajo, en los bancos que lo rodean, hay unos cuantos chicos y chicas que fuman y se pasan una cerveza. Unos están sentados, otros en pie. En el banco central veo a Massi con Alis. Él está en pie, bebiendo una cerveza, y ella está sentada sobre el respaldo del banco, con los pies sobre el asiento. Se ríe. Escucha lo que le está contando él y se ríe. Está atenta a lo que dice, divertida, colada. ¿Colada? ¡De eso nada!

Pero ¿qué me ocurre? ¿Estoy celosa de mi amiga? Quiero decir que nos ha invitado a su casa, es nuestra anfitriona, y en lugar de alegrarme de que charle con todo el mundo, incluso con mi novio, ahora me siento mal. No es posible. Clod pasa por mi lado.

—¿Lo ves o no?

—Sí, sí…, ya lo veo. Menos mal.

Filo y Gibbo se ríen.

—¿Cómo que «menos mal»? ¿Pensabas que lo habías perdido?

—No es un crío…

—¡Supongo que puede encontrar solo el camino de vuelta a casa!

—Qué simpáticos que sois… ¿Me acompañas, Clod? Tengo hambre.

—Por supuesto.

Nos acercamos a las mesas donde está la comida y pido que me preparen un plato.

—Sí, de ésa, gracias…, la pasta.

El camarero la señala.

—¿Ésta? ¿Pasta
alla checca
?

—¿Qué?

—Con tomate y mozzarella.

—Sí, perfecto.

Como no podía ser de otro modo, Clod interviene.

—¿Me prepara uno a mí también?

—Por supuesto.

Al cabo de unos segundos nos pasa los platos. Cogemos unos tenedores y unas servilletas y nos acomodamos allí cerca.

—Mmm, está muy rica.

—Riquísima.

—Me habría extrañado que no hubieses estado de acuerdo.

—Está buena de verdad, en su punto.

Miro bajo el gran árbol. Massi sigue allí. Ahora él también está sentado sobre el respaldo del banco y se ha acercado a Alis para seguir charlando.

—¿Qué pasa? ¿Te molesta?

Me vuelvo hacia Clod.

—¿A qué te refieres?

Da un bocado a su pasta y a continuación me señala con el tenedor ya vacío a Massi y a Alis.

—A ellos.

Los miro una vez más y acto seguido yo también me pongo a comer.

—No, para nada, sólo los miraba.

—¿Y se puede saber qué mirabas?

—Lo que se dicen. Pienso qué hubiera pasado si Massi hubiese conocido a Alis en lugar de a mí…

—¿Y eso no te molesta?

—No. Ella habla con él porque es mi novio. —Luego me vuelvo risueña—, Y seguirá siéndolo.

Continuó comiendo tranquila.

Justo en ese momento Edoardo, el novio de Alis, se aproxima al banco bajo el gran árbol. Se planta delante de ambos y empieza a discutir con ella. Clod se da cuenta.

—Caro… Mira…

Me vuelvo y veo la escena. Massi se levanta del banco y se aleja.

Clod sacude la cabeza.

—El novio de Alis no ha podido soportarlo más… No es como tú.

Sigo comiendo sin mirarla.

—Porque es un tipo inseguro.

Engullo el último bocado y dejo el plato a un lado.

—Jamás hay que demostrar inseguridad… ¿Vienes a bañarte?

—Pero si ya te he dicho que no puedo.

—¿Qué consejo acabo de darte? Nunca hay que manifestar inseguridad.

Clod reflexiona por unos segundos y acto seguido esboza una sonrisa.

—Cojo una toalla y voy en seguida.

Jugamos un partido de waterpolo.

—¡Lánzala, lánzala!

Recibo la pelota y trato de marcar. ¡Nada! El profe Leone la para y pasa al ataque. Seguimos jugando durante un rato más.

—¡Vamos, Clod, tíramela!

Me pasa la pelota. Massi intenta detenerme pero consigo evitarlo y marco.

—¡Gol!

Un poco más tarde, a la luz de la luna llena. Montamos unos elegantes caballos que se mueven entre la hierba alta. Uno guía el paseo.

—Por aquí, seguidme…

Cabalgo detrás de Massi, nos hemos cambiado el traje de baño. Siento su piel y la del caballo. Lo abrazo y siento que me gustaría ser una salvaje. Ahora. Tocarlo así, desde atrás, en la oscuridad del pinar. Pero no puedo. Lo abrazo y lo beso en la espalda, calentándolo con mi aliento. Se vuelve y me sonríe.

—Eh —me susurra—, me entran escalofríos si haces eso.

—Quiero que sientas escalofríos… —Lo beso de nuevo.

Él se rebela. Me río y sigo besándolo. Alis pasa por nuestro lado. Nos mira y después se aleja. Detrás de ella va su novio. Montan dos caballos diferentes. Él no nos mira. Estrecho a Massi entre mis brazos. Él echa la cabeza hacia atrás, ahora está más cerca de mí. Vislumbro su boca.

—¿Has sentido celos antes, mientras hablaba con Alis?

Permanezco con la cabeza apoyada.

—¿Debería haberlos sentido?

—Sí, pero sin motivo alguno…

—Entonces, no, no he sentido celos.

El caballo sigue avanzando con nosotros dos a lomos de él bajo la luna grande, en el silencio del pinar, entre otros caballeros que, como nosotros, cabalgan en la oscuridad. Massi me acaricia una pierna.

—Mejor así.

Sonrío y finalmente me siento preparada.

—¿Massi?

—¿Sí?

—Te amo.

Y lo estrecho entre mis brazos. Y siento que sonríe y que echa un brazo hacia atrás para apretarme contra su espalda, para hacerme sentir considerada, querida… y feliz. Después se vuelve hacia mí, risueño.

—Idem…

¡No! ¡No me lo puedo creer! ¡Me lo ha dicho como Patrick Swayze en
Ghost
! La historia más bonita de este mundo. No sé cuántas veces he llorado viendo esa película. Sólo que yo quiero ser feliz con él. Soy feliz. Y lo abrazo con más fuerza, repitiendo para mis adentros: «Te amo, te amo, te am…», mientras nos perdemos en medio de la noche.

De modo que aquí estoy.

Esta mañana.

Todo lo que os he contado sucedió durante el año que acaba de pasar. Y soy feliz. Y a veces resulta verdaderamente difícil reconocerlo.

Voy en moto con las flores entre las piernas, protegiéndolas para que su aroma no se pierda en el viento. Escucho música con mi iPod.
Solo per te
, de Negramaro. Es preciosa. Conduzco lentamente entre el tráfico fluido de esta fresca mañana de julio. Es 18. Un día que me resulta simpático, quizá porque, de alguna forma, señala la madurez. Y hoy me siento dulcemente inmadura.

Me he comprado un vestido nuevo que, dado lo fino que es, veo revolotear entre mis piernas. Siempre he pensado que hay que ponerse cosas nuevas cuando se trata de un día especial. Un acontecimiento, un examen o una fiesta, Y hoy están sucediendo todas esas cosas a la vez.

¡Sólo espero que no me suspendan!

Llego a casa de Massi. Aparco la Vespa, pongo el candado, porque no sé cuánto durará este día… y, como una tonta, me echo a reír, me ruborizo por haber pensado eso. A continuación me siento en un banco que hay allí cerca. Apoyo sobre él las flores, la bolsa con el capuchino en la botella, los cruasanes y los periódicos. Permanezco un rato así, ligeramente adormecida, feliz y ensimismada, dejándome acariciar por el sol. Nada. No logro estarme quieta. Siento un gran desasosiego. En fin, sonrío una vez más, es normal sentirse algo nerviosa, emocionada. Todo lo que no se conoce se desea con cierto temor. Ésta me gusta. La frase le va como anillo al dedo a la situación. Quizá ya la haya dicho alguien, pero prefiero pensar que la he inventado yo.

Abro el bolso y la anoto en mi agenda. A continuación cojo el móvil. Lo llamo. Nada. Está apagado. Sonrío. Es cierto. Se habrá acostado tarde. Miro el reloj. Son las 10.20. Me dijo que no lo llamase antes de las once. En estas cosas es muy preciso. En otras, no, pero en lo tocante a dormir, no atiende a razones.

Saco del bolso un espejito redondo. Lo abro y me miro en él. Compruebo si el ligero maquillaje que me he puesto se me ha corrido; a fin de cuentas, llevo dando vueltas por la calle desde las ocho de la mañana. Y mientras me miro al espejo me parece oír a lo lejos que su portón se abre. Lo reconozco porque chirría un poco. Cierro el espejito y miro en esa dirección.

La plaza está vacía. Hay algunos coches aparcados, pero en ese momento no circula ninguno. La única persona que veo es un quiosquero que se encuentra a cierta distancia y que está ordenando los periódicos. Eso es todo.

Me acomodo mejor en el banco, me yergo y miro más a lo lejos. Me ha dado la impresión de oír un golpe en el portón. Me tapa un coche que hay justo delante de mí. Puede que me haya equivocado. Pero mientras lo pienso lo veo: Massi. Aparece delante del portón y abre la verja como si se dispusiera a salir. En cambio, se detiene, gira lentamente la cabeza a la derecha y acto seguido sonríe. Espera a que alguien salga. Está tranquilo, sereno y feliz. ¿Será un vecino del edificio? ¿Un amigo? ¿De quién más podría tratarse? Y en un instante mi corazón empieza a latir a toda velocidad, cada vez más fuerte. Respiro entrecortadamente. Tengo miedo, debo marcharme, quiero marcharme… No, lo que tengo que hacer es quedarme. Me parece un sueño, no es posible. Massi está ahí, completamente despierto. Y mantiene la verja abierta con una sonrisa en los labios. ¿A quién va dirigida? Pese a que apenas pasan unos segundos, la espera se me hace interminable, a decir poco, una eternidad. Luego aparece ella. Camina con parsimonia. Alis. Se detiene al lado de él, junto a la verja.

Le sonríe. Se atusa el pelo como le he visto hacer mil veces y, lentamente, inclina la cabeza y se aproxima a él, poco a poco, cada vez más. A mí me gustaría gritarle que se detuviera, decirle algo. Pero permanezco muda, soy incapaz de articular palabra. Sólo logro mirar. Al final, veo que se besan.

Y yo me siento morir. Siento que me desmayo. Que desaparezco. Que me disuelvo en el viento. Permanezco así, muda, con la boca abierta y el corazón despedazado. Aniquilada. Es como si el cielo se hubiese teñido de negro de repente, el sol hubiera desaparecido, los árboles hubiesen perdido sus hojas y alguien hubiera pintado los edificios de gris. Oscuridad. Oscuridad absoluta.

Como puedo, trato de recuperar el aliento. En vano. Me falta el aire. No logro respirar. Me siento desfallecer, la cabeza me da vueltas, se me empaña la vista. Apoyo las manos en el banco, a mi lado, para sentirme sobre tierra firme.

Todavía viva.

Por desgracia encuentro la fuerza para mirar de nuevo hacia ellos. Veo que ella le sonríe. Que se marcha agitando la melena, alegre, como la he visto mil veces, pero en compañía de Clod o mía. En mil fiestas, ocasiones, excursiones, en el colegio o en la calle. Nosotras, sólo nosotras, siempre nosotras, las tres amigas del alma.

Alis sube a su microcoche. ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta de nada antes? Me habría bastado eso para entender, para marcharme, para evitar esa escena, ese beso, ese dolor inmenso que jamás podré olvidar. Sin embargo, hay ocasiones en que no ves. No ves las cosas que tienes delante cuando lo único que buscas es la felicidad. Una felicidad que te ofusca, que te distrae, una felicidad que te absorbe como una esponja. No las ves. Sólo ves lo que quieres ver, lo que necesitas, lo que te sirve. Y me quedo sentada en ese banco como si fuese una estatua, una de esas que hacen de vez en cuando para recordar algo. Sí. Mi primera auténtica desilusión, la mayor de todas.

Veo que Alis se marcha con el mismo coche con el que me ha acompañado a casa mil veces, en cuyo interior hemos compartido mil veladas y paseos por la playa, de un lado a otro de la ciudad, riéndonos, bromeando, charlando de nuestras cosas, de nuestros amores…

Nuestros amores.

Nuestra promesa.

Nuestro juramento.

Nada nos separará nunca…

Jura que no nos separaremos jamás.

Miro hacia el portón. Massi ya no está allí. Ha vuelto a entrar. Y entonces, casi sin saber cómo, como una autómata, echo a andar. Dejo los periódicos sobre el banco, junto al capuchino y los cruasanes. No se me ocurre dárselos a un mendigo, a alguien que pueda tener hambre, auténtica necesidad.

Hoy no.

Hoy no quiero ser buena.

Y me alejo así, abandonando las flores celestes en el suelo. Parecen casi esos ramos que se dejan sobre el asfalto en memoria de alguien tras una muerte causada por un dramático accidente, quizá por culpa de la distracción de otra persona. No. Ésas están ahí por mí.

Por mi muerte. Por culpa de Alis. Y de Massi. Y mientras camino recuerdo sus besos, aquella vez en la playa, las carreras sobre la arena, detrás de él, en la moto, abrazada a su cuerpo al atardecer, con la mirada feliz y perdida en las remotas olas del mar y en su amor. Y rompo a llorar. En silencio. Siento que las lágrimas se deslizan por mis mejillas, lentas, inexorables, una detrás de otra, sin que yo pueda hacer nada para detenerlas. Resbalan dejando líneas negras sobre el maquillaje que cubre mi cara, expresando mi dolor. Me las enjugo con el dorso de la mano y sollozo sin dejar de caminar. No consigo detener el pecho, que sube y baja ruidoso, distraído, impreciso, desahogando todo el dolor que experimento. Enorme. Inmenso. No es posible. No me lo puedo creer. De improviso oigo sonar el móvil. Me enjugo las lágrimas y lo saco del bolso. Veo su nombre en la pantalla: Massi. Miro el reloj. Las once. Qué cabrón, por eso no quería que lo despertara antes.

Lo dejo sonar, lo pongo en modo silencio. Luego, cuando la llamada se interrumpe, lo apago. Por ahora. Mañana. Por un mes. Para siempre. Cambiaré de número. Pero eso no cambiará mi dolor. No borrará sus caras. Esa sonrisa, esa espera, el beso que acabo de presenciar. Sigo caminando. Quizá fuese durante la noche de su fiesta, cuando estuvieron hablando en el banco, bajo el árbol grande. Debieron de intercambiarse los teléfonos en ese momento. Luego debieron llamarse. Siento una rabia repentina. Mi respiración se acelera de nuevo. Demasiado. Siento unas terribles punzadas en el estómago. Pero no consigo detenerme. Imagino, pienso, razono, me hago daño. Se habrán visto antes, varios días, en otra parte, y más tarde lo habrán decidido. Pero ¿quién habrá dado el primer paso? ¿Quién habrá dicho la primera palabra, quién habrá hecho la primera alusión, quién habrá dado el primer beso, la primera caricia? Qué importa, eso cambia muy poco. Mejor dicho, no cambia nada. ¿Tiene sentido saber cuál es el más inocente de dos culpables?

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